Igualdad
Feminismo cuántico
Hagamos lo que hagamos, al final hay siempre alguien dispuesto a desacreditar todo un movimiento por cualquier tontería, a ignorar el sentido de todo un mensaje por un matiz. Sin embargo, de lo que aquí se trata no es de bandos sino de la creación de lazos para una adecuada disolución identitaria. Se trata de que por un momento, todas las divisiones identitarias sean interrumpidas, para evitar que las diferencias y los conflictos internos se endurezcan en el tiempo y terminen por ocultar los motivos reales de lo común. El individuo es de hecho el resultado de tal endurecimiento del conflicto, una radical separación de la comunidad, como si éste hubiese surgido de la nada en un mundo vacío de contenido. Todo lo contrario, antes del endurecimiento no somos sino fibras de comunidad creadas por la acción política, por la manifestación y la enunciación colectiva. Lo que nos define no es el conjunto de propiedades de una ideología. Lo que nos da valor, por accidental que sea, es el sentido de las acciones interiores. Y el interior es la comunidad, la vida en común, que es a la vez masiva y no autorreferente o identitaria. Porque lo que tenemos que cuestionarnos cada mañana al despertarnos es la posibilidad de una política entrelazada con la vida, a la que transforma y de la que se alimenta.
Jauría de feminazis
El feminismo no es un movimiento separado de la vida, inmaduro, ingenuo, reformista o ambiguo, excepto cuando se mezcla con ciertas normalidades de este mundo que sí lo son. Pero esto es algo en lo que todas caemos cuando, al despertarnos, tendemos hacia un lenguaje privado, un lenguaje que no se expresa públicamente. Si el discurso feminista puede estar siempre lleno de malentendidos es porque los malentendidos son creadores, filosófica y pragmáticamente. Es por ello que hay feminismos que no se cortan en reconocer al enemigo como parte de la misma comunidad, ya que el feminismo se distingue de la guerra cuando incluye al enemigo en sus valoraciones, por universalidad y como prueba de la capacidad misma de las partes en lucha. Esta es la razón por la que una mitad de las feministas pide a la otra mitad que les dejen hacer a su ritmo, puesto que el machismo contra el que combaten está encarnado en sus padres, hermanos, maridos e hijos.
Hay mujeres que instituyen con los hombres una escena de discusión pública que, para los hombres, no existe, porque la puesta en común de las relaciones personales es para ellos un asunto privado entre personas. Estos hombres no tienen ninguna razón para aceptar esa escena de discusión, pero ese rechazo significa una inversión de los papeles: las mujeres afirman su potencia como personas frente a los que no ven en ellas más que una jauría de feminazis, mientras que la capacidad de los hombres queda reducida simplemente a los argumentos de toda la vida, como si ya se supiesen cómo tienen que ser las cosas y, por ende, la vida estuviese ya tan obsoleta como la democracia parlamentaria. Por lo que es natural que cuando Lidia Falcón habla de la lucha de clases prueba que las mujeres no son un género sino una clase. Y es cierto que en las distintas militancias feministas se dan escraches que otorgan mayor importancia a la designación del enemigo que a la afirmación colectiva, porque resulta que esto es lo político: la amenaza. Al enemigo no se le puede evitar y es en la acción misma donde podemos conocerlo y saber cómo comportarnos con él. Lo importante es oponérsele no rechazándolo sino diferenciándose de él a través de una forma de vida, de pensamiento y de acción distintas.
A partir de la experiencia cotidiana, se mira lo existente desde nuevas perspectivas, creando una subjetivación de la vida en común, dando así lugar al pluriverso, a la diversidad de subjetividades. En este sentido, la subjetivación se trata de una emergencia social porque opone la creación de un mundo al mantenimiento del sistema normativo. Es una separación en relieve que da por resultado la multiplicación de las transformaciones de las formas de vida creadas en los márgenes y que interactúan con lo cotidiano para salir de las oposiciones rígidas entre lo individual y lo colectivo. Por tanto, la rígida oposición entre lo cotidiano y lo político es transformada en un trenzado de lo individual y lo colectivo. De esta manera es como podemos desaprender el rol que nos ha sido artificialmente asignado, es decir, la manera en que dejaríamos de ser lo que hay que ser para inventar un cuerpo nuevo, para hacerse otredad. Y es siempre desde la otredad desde donde se suscitan las energías militantes por la igualdad. Es al pueblo, a las iguales, a quien corresponde encontrar las causas por las cuales las nucleaciones sociales no cristalizan, porque el aplazamiento de las soluciones a ciertas torpezas termina siempre subordinando los movimientos colectivos al poder. Es por ello que las luchas han de estar unidas a las maneras de organizarse, porque la fuerza colectiva para la vida en común se traduce en la lucha por el porvenir de los medios necesarios para la vida. Y, por ende, no es nunca a las instituciones a quienes debe corresponder la construcción del terreno de lo común.
Abolir la realidad
La potencia colectiva no es algo ya dado sino a construir en la acción misma. Pero el discurso en torno al feminismo es aún negativo, despotenciador, triste y pesimista. Es un relato con efectos depresivos terribles, que aprovecha cualquier medio como vía de expresión y difusión de todos los fantasmas identitarios y sexistas. De esta forma, las leyes contra el aborto y su propaganda no son sino un modo de despertar las viejas pesadillas patrióticas. Fue en las Bulas de Inocencio VIII que se prohibió el aborto bajo la creencia de que para la constitución de una gran nación se requiere de abundante mano de obra, originando así la caza de brujas por la que cientos de miles de mujeres fueron torturadas y quemadas hasta morir, convirtiendo a través del miedo a todas las mujeres en máquinas de reproducción. Ahora la cuestión es saber qué entendemos por comunidad, ya que la transformación no puede mantenerse por sí sola como propiedad de un colectivo sino que debe verificarse constantemente, por un lado, poniendo en duda la fe facilona de las conciencias progresistas y comprendiendo la necesidad e importancia de la genealogía, como diría Celia Amorós, y, por otro, a través de las acciones que el colectivo desarrolla ya sea en forma de escraches o sea en formas concretas de lo común y de su capacidad para llevar a cabo campañas públicas por la abolición de la realidad.
El problema más importante es saber cómo las transformaciones alcanzadas en el marco de la realidad pueden articularse con la perspectiva de una nueva realidad. Porque recordemos que la realidad está compuesta de pequeñas variaciones y nunca de transformaciones reales. Es decir, la realidad es siempre aquello que no quiere cambiar. Por tanto, la pequeña variación es un freno, una sensación de suficiencia que conduce a no desear nada más. He aquí que el único objetivo político importante sea la transformación radical del deseo, la transformación de los modos a través de los que deseamos, ya que el deseo no es originario sino construido políticamente y, por ello, la política ha de estar hecha de deseo colectivo.
La naturaleza procede de saltos
El transformismo es un cambio abrupto del estado físico de una forma de vida de manera prácticamente instantánea. El postfeminismo ha provocado un salto en el estado de los feminismos al abolir la realidad específicamente femenina, haciendo pasar los feminismos de un nivel de energía que requería de renovación a uno de mayor excitación, por encima del estado de referencia arbitrario o fundamental, dentro de los movimientos feministas mediante la emisión y absorción de nuevas luces y sombras de distintos colores. Se trata de un cambio discontinuo y no está regido por la evolución temporal de la realidad. Juega para la realidad un papel análogo a El segundo sexo (Simone de Beauvoir, 1949) en el feminismo clásico (que dio base teórica al sufragismo radicalizando la idea de vindicación con las herramientas del existencialismo), porque los cambios de los distintos movimientos feministas son directamente proporcionales a las propias fuerzas, pensadas y decididas sobre el terreno, según la trayectoria a lo largo de la cual se imprimen. La aceleración que adquiere la transformación de los feminismos como cuerpo político es proporcional a las fuerzas implicadas en ellos. Su constante de proporcionalidad depende de cuán masivo sea el movimiento. Por ello hay que entender la fuerza política como la causa del cambio del movimiento y la proporcionalidad entre la fuerza impresa y el cambio de la velocidad del cuerpo político en transformación. Las distintas realidades incluyen a las realidades elementales, tales como los feminismos con base en la vindicación, en la crítica al androcentrismo y en la teoría de los derechos mínimos universales. E incluyen también a los sistemas de realidad, tales como el 15M.
Los feminismos han saltado de un nivel menor a otro de mayor energía de modo prácticamente instantáneo. En buena parte gracias a las redes sociales para el establecimiento de alianzas que de ninguna otra manera serían posibles en el contexto actual y que han servido de instrumento de guerrilla contrainformativa, como lo son los vídeos de Irantzu Varela -vídeos que por otra parte son refractarios para la mayoría social debido a las disonancias que provoca frente a las normalizaciones de la realidad. Sin embargo, estamos viviendo una reactivación del feminismo en la que el 40% de las activistas feministas son menores de treinta años y tienen un discurso muy potente. Si bien es cierto que se trata de un camino de largo recorrido, cabe recordar que debemos no darlo todo por hecho.
Ruptura del binarismo: sombras de colores
Intentando poetizar el adentro de los movimientos feministas, cabe expresar que los saltos del feminismo están causados por las emisiones de radiación de luces y sus resultantes sombras de colores que ni son medibles ni pueden verse por sí solas sino sólo en el contexto en que aparecen. Por mover un ejemplo, el transfeminismo es la ruptura del binarismo y el prefijo trans insufla de nuevo a los grupos feministas movilidad, versatilidad y transgeneracionalidad. De aquí el magnetismo del transfeminismo de la diferencia, aunque ya se verá desde donde se entiende el feminismo el año que viene, porque de lo que se trata es de actualizar la radicalidad del feminismo y de desentenderse del género como centro de la identidad. Puede que esporádicamente haya evoluciones aleatorias y no deterministas, sufridas por los sistemas de realidad al realizar una medida sobre ellos. Y el problema de la medida es siempre el conjunto de dificultades teóricas acerca de cómo sucede este colapso repolitizado en transformismo, porque lo que crea la realidad no es la fuerza de los movimientos. Lo que crea la realidad es la información que los movimientos transmiten, ya que son muchas las posibilidades que coexisten a la vez. En cierto sentido, el mero hecho de observar el fenómeno feminista lo modifica radicalmente, porque los movimientos feministas no tienen una posición y una trayectorias definidas, sino que se hayan en muchos lugares a la vez con distintas probabilidades.
El fenómeno de la superposición
Si intentamos medir con precisión las características de un movimiento feminista, su estado quedará radicalmente distinto del que tenía antes de la medición. Se trata de una característica intrínseca de la naturaleza feminista. Este comportamiento abre la posibilidad de comportamientos sorprendentes. Por ejemplo, la posibilidad de una política entrelazada con la vida, a la que transforma y de la que se alimenta y por la que cuando algo modifica el estado de la vida, en el mismo momento se modifica también el estado de la política y viceversa. En el feminismo, esta especial conexión se mantiene incluso si una mujer está en el otro extremo del mundo, porque “si nos tocan a una, nos tocan a todas”. El código feminista, el ADN presente en cada cuerpo feminista, responde a una serie de instrucciones básicas que apelan al buen sentido de la humanidad, como diría Mary Wollstonecraft, para el adecuado funcionamiento del mundo: pura información, para pensarnos a nosotras mismas de una forma menos distorsionada.
Esto probaría que las unidades fundamentales de la realidad están hechas de información, puesto que la fuerza de los movimientos feministas no tienen una existencia independiente y anterior a la observación. Todo el feminismo se fundamenta en la información. Por ejemplo, el entrelazamiento se puede interpretar como un intercambio de información entre dos realidades. Hoy en día, el feminismo es la teoría más fundamental de la naturaleza humana y, en consecuencia, el componente esencial de la realidad es la información. Las formas de vida creadas en los márgenes existen porque interactúan con lo cotidiano. Es decir, es la interacción con el mundo lo que lo hace surgir. No obstante, la vanguardia no lo es todo, ya que en los feminismos cotidianos hay también una gran labor de avance porque trabajan día a día y están generando espacios de seguridad, de posibilidad y de cuidado más allá de las reuniones de grupo eventuales. Si es cierto que los feminismos más atractivos viven al margen, ahora hay que preguntarse por qué no quieren o no pueden mezclarse con la sociedad. Si es que las disonancias que provocan frente a las normalizaciones tienen que ver más con la transformación que con su asunción, la cuestión es cómo implementarlos en un mundo que no quiere transformaciones reales y que toma por suficiente vivir como iguales en el mundo de desigualdad.
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