Inside Out

Adicción a la campana (II): efectos conductuales

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En el texto anterior nos preguntábamos cuáles eran los efectos neuroquímicos de la adicción a las redes sociales. Y en esta segunda parte nos centraremos en cómo los usos de las redes virtuales modifican nuestras conductas sociales.

Suena el telefonillo, nos asomamos a la ventana y saludamos a una amistad nuestra que ha venido a llamarnos para salir a la calle y dar una vuelta. El popular “dar una vuelta” de toda la vida. Conocer mundo, saludar a la vecindad, hablar con personas desconocidas, descubrir otras formas de vestir, estéticas distintas, diferentes formas del cómo nos ven y leen en la calle, lenguajes que construyen realidad con su disidencia y diversas variaciones, determinadas e indeterminadas, radicales en cuanto a entender que vivir es cambiar.

Suena el telefonillo con cierta frecuencia en la década de mil novecientos ochenta. Ese telefonillo que antes era una campana ha sido sustituido hoy en día por un campanario móvil. Sumando todas las notificaciones, las campanas suenan por decenas. Y, a mayor número de redes virtuales y servicios de comunicación, mayor número de notificaciones. Y, detrás de cada notificación, una amalgama de personas, algoritmos y bots. Pero, sobre todo y más importante, personas. Una galería de personas en escaparate. De la fortuna al fracaso, de la influencia social a la sombra del anonimato. Personas de carne y hueso vistas como píxeles, percibidas como mercancía, cosechadas como productos sociales de estéticas y éticas artificiales que desfilan a lo largo de la pantalla y de las estanterías comerciales. Personas con sus sentimientos, pensamientos y emociones, con su historia, con los compresibles e inescrutables caminos que conducen del “dar una vuelta” en la década de los ochenta al “quedarse en casa… y darle vueltas a la pantalla del móvil” en el panorama de actualidad doméstica. ¿Nos estamos domesticando?

La función de las redes sociales es domarnos, polarizarnos e inducirnos al fetichismo de la mercancía. Una flota de satélites gira sobre sí misma sin dar un sólo paso en la órbita, en el más allá, en la economía extraterrestre, en el materialismo abstracto, en la casa sin techo. Así las últimas generaciones crecen aprendiendo unas maneras de relacionarse con el mundo que suponen un cambio de paradigma que sustituye en muchos casos el arraigo del barrio por la ensimismada endogamia virtual: quedar sin salir de casa, hablar desde el habitáculo para verse en algún lugar al que acudir con los auriculares puestos, sin saludar a nadie de camino a nuestro refugio, nuestro grupo de amigos con móvil y cita previa.

Los códigos de comunicación que vinculan a un grupo de personas en un servicio de mensajería virtual suelen ser unos y no otros. Es decir, aunque la lengua materna sea compartida, ésta es desplazada por una neo-lengua con base en la economía de la relación epistolar, una economía del lenguaje en la que cada grupo adopta un conjunto de emojis, gifs y stickers con los que adscribirse visualmente a la pertenencia de una forma de hablar. En este sentido, cabe presuponer que si se adoptan estas conductas sociales a temprana edad, podría percibirse que este tipo de comportamientos virtuales son los comportamientos que deberían ser llevados a cabo en la vida real. Por ejemplo, el imaginario colectivo derivado de las culturas de stickers suele construirse con imágenes de gran intensidad que puede ir del amor explosivo a la hilaridad, a pesar de que los usuarios puedan acceder y utilizar con facilidad estas imágenes desde la apatía y la desafección. Es decir, piensan y sienten una cosa, pero manifiestan otra. Una otra cosa que se corresponde con las expresiones habituales del grupo. De un grupo que es probable haya normalizado el uso de intensos stickers bajo condiciones de apatía y gafas de sol.

Aunque no del todo, lo virtual forma parte de la realidad misma. Sin embargo, los comportamientos a través de la pantalla pueden ser muy distintos a los comportamientos de la vida real. Esta diferencia puede provocar falsas expectativas, decepción y frustración, porque con ella tiende a crearse una imagen poco fiel a la realidad. Se multiplican los casos de personas jóvenes en los que los primeros enamoramientos se dan a través de la pantalla. Podríamos considerar que aprender a amar de esta manera significa una carga añadida de idealización. Es decir, los jóvenes que se enamoran de la imagen idealizada no están en realidad enamorándose de la persona real sino sólo de un perfil parcial inflado con expectativas inciertas. Este tipo de enamoramientos virtuales suponen un estímulo fuerte al que se tiene acceso con facilidad. Y, de no controlarse, afectaría en las conductas que se desarrollan a lo largo de los años, con la citada carga de frustración derivada del choque entre la realidad y las falsas expectativas generadas durante el aprendizaje virtual. Cuanto más jóvenes son las personas, más interiorizan y establecen sus preferencias relacionales en función de los estímulos que reciben y los vínculos que tienen con sus amistades y familiares. Esta condición, da lugar a que las personas sientan al haber crecido atracción por aquellas relaciones y contenidos a lo que se han habituado, normalizándolas antes de tomar conciencia sobre el tipo de influencia al que se han expuesto. Por ejemplo, cabe presuponer que las personas publican en sus perfiles sólo lo mejor de sí mismas, pero tras los enamoramientos virtuales hay una larga historia de rechazos personales a partir del momento en el que aparecen las sombras que hasta entonces habían permanecido ocultas. Y, si esto es ya así fuera de las redes virtuales, dentro de ellas se da per se una magnificación. Una magnificación acerca de la que no estaría demás mentalizarnos, para que la insatisfacción derivada de las falsas expectativas no cause rechazo a las relaciones reales. Pues, si se diese este rechazo, las redes virtuales tenderían a sustituir a las relaciones reales, tal como sucede con los hikikomori, los ermitaños modernos, tan adictos a la red virtual que han prescindido por completo del mundo real.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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