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La Reconquista (V): Califa en el lugar del califa

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Dejamos en el capítulo anterior a los Omeya ocupados en aplicar su programa político, consistente en centralizar a base de palos para que los hermanos de la fe dejaran de darse palos entre ellos. Si bien por un lado consiguieron unificar el galimatías post-conquista en una entidad política con cara y ojos, asentando una civilización urbana floreciente y poderosa, por el otro lado no hay que ser un hacha para darse cuenta de que esto tiene un alto coste. Las esplendorosas mezquitas, las ciudades nuevas, los flamantes ejércitos y potentes flotas o la dotación cultural son productos caros. ¿De dónde sale el dinero? Pues qué pregunta, de los impuestos, eso que a todo el mundo le gusta tanto pagar. Así que no todo eran risas en Al Andalus; los muladíes no querían ser los únicos en pagar la farra, que para eso habían islamizado, para no pagar. Los cristianos mozárabes empezaban a estar algo alarmados de la pujanza cultural árabe y su programa de inmersión lingüística. Los clérigos musulmanes no veían con buenos ojos la falta de celo religioso y el tren de vida de algunos de los Omeya, ni tampoco que determinados cargos fuesen ocupados por cristianos…resumiendo, todo este mal rollo de fondo acabará estallando en las mismas narices del emirato.

El primer aviso gordo lo dieron, como vimos en entregas anteriores, los mozárabes con su revuelta de los mártires de Córdoba. Pero el gran chupinazo explotará poco después. A Muhammad I, el hijo de Abd Al Rahman II, le crecen los enanos del circo: los muladíes de provincias fronterizas se le sublevan, azuzadas por los reinos cristianos, los Banu Qasi se erigen en poder independiente pasando olímpicamente del emir, y en cadena, les siguen Toledo, Zaragoza y Badajoz. Pero esta vez no será tan sencillo volver a someterlos, ya que en el propio corazón de Al Andalus, estalla la bomba informativa. Los muladíes andaluces se sublevan también, jartos daguantá, bajo el mando de un rebelde llamado Umar Ibn Hafsun, que se subirá a la sierra malagueña y desde allí amenazará durante décadas a la propia Córdoba. Para colmo, Sevilla se pierde a manos de familias mozárabes que se disputan su control; la zona controlada por el emir se reduce a la capital y poco más. En definitiva, un caos conocido como la primera fitna (guerra civil). Sí, deducen bien, habrá más, pero ya llegaremos, ansiosos, que son unos ansiosos.

Ya hablamos del mecanismo que emplean los reinos cristianos como política exterior, que consiste en aprovechar los momentos de debilidad andalusí para mover un poquitillo la frontera a ver si nadie se da cuenta. Desde mediados del siglo IX, aprovechando el tremendo incendio que los emires Omeya tienen en el cuarto de estar de su casa, los reyes asturianos menean los límites de su reino, fijándolos en el río Duero. El primer Ordoño, y sobre todo el famoso Alfonso III se muestran muy poco patrióticos según los parámetros asturianistas modernos, ocupando una antigua ciudad castrense romana semiabandonada y trasladando allá la capital del reino. Estos traidores a la causa regionalista ponen las bases de la transformación del reino de Asturias en algo un poco más amplio y con una perspectiva algo diferente, si recordamos la intervención de los clérigos mozárabes: el muy neovisigótico reino de León.

No sólo eso, sino que como apuntamos anteriormente, tendrán una ocurrencia trascendental, que los coloca como autores intelectuales del centralismo opresor del futuro. Un invento fantabuloso. Vista la cada vez menor fiabilidad de los Banu Qasi como pantalla anticordobesa, al norte de la Bureba burgalesa los reyes de Asturias crearán una zona tapón militarizada, al estilo de la Marca Hispánica carolingia. En un principio se trataba de una serie de condados pequeñitos, para garantizar su lealtad al reino, pero esta solución es una castaña desde el punto de vista bélico, así que por motivos obvios de eficacia y eficiencia, se fueron agrupando todos bajo la supervisión de un solo conde, formando lo que conocemos como condado de Castilla. Y es que, tratándose de un terreno llano sin defensas naturales, hubo que erigir multitud de puntos fuertes y torreones defensivos, que los exagerados de la época llamaban castillos. Así que, paradójicamente, el futuro reino heredó este curioso nombre, a pesar de que si les da por comparar verán que no es que haya demasiados castillos en él; sin ir más lejos Francia gana por goleada en este terreno. O incluso la propia Cataluña. Que, paradójicamente también, como acabamos de comprobar, tiene el mismo origen que Castilla. 

¿Quiénes fueron los primeros castellanos? Pues al igual que en la primera repoblación allá por mediados del VIII, los melenudos y cejijuntos montañeses. En este caso mayoritariamente los vascones y cántabros del extremo oriental del reino asturleonés, que bajarán al llano para afrontar una vida llena de peligros. A cambio, también de libertades. Para atraer colonos a las llanuras, los reyes garantizarán la autonomía de las nuevas poblaciones y les permitirán mantenerse al margen de la estructura feudalista y señorial asturleonesa. Los duros pastores-soldado de la nueva frontera se regirán sólo por el consejo de sus jueces y sus “hombres buenos”, y se agruparán en villas y concejos ciudadanos. Cada uno reunirá sus propias milicias, dejando el cayado y tomando la espada cada vez que asome una aceifa por el horizonte. Las oportunidades de promoción son grandes: procurándose ellos mismos montura y armamento, los caballeros villanos se verán elevados al rango de nobleza de segunda fila por la vía militar. En un siglo, los ganaderos castellanos armados dirigirán la política del nuevo reino. León simboliza el ideal imperial visigótico, la feudalización, la presión señorial y la sumisión del campesinado. Castilla, la semilibertad de los humildes y la guerra interminable, sí, pero también la posibilidad de auparse en la escala social a golpe de acero.

Y la verdad es que el invento ese de Castilla funcionará a destajo en los tiempos venideros. Después de mucho tiempo de debilidad cordobesa (tanto que incluso los flojuchos de los catalanes han conseguido expandirse y ocupar la plana de Vic) y tras muchos esfuerzos por combatir a tanto rebelde, el tercero de los Abd Al Rahmanes se saldrá con la suya. Umar Ibn Hafsún y sus hijos son derrotados y muertos, y su reducto de Bobastro arrasado en 928, unos 40 años después de la rebelión. Sevilla se rendirá definitivamente, y una vez controlado el valle del Guadalquivir, Toledo, Badajoz y las marcas fronterizas irán cayendo de nuevo bajo el dominio cordobés. Al año siguiente, este señor se verá lo suficientemente fuerte como para proclamarse Califa. ¿Eso qué eh lo que eh, se preguntarán? Básicamente, que se declara completamente libre de la tutela del Califa de Bagdad. Ahora no sólo es la máxima autoridad política de Al Andalus, sino también la religiosa. En otras palabras, ostenta el poder absoluto; algo así como Rey y Papa a la vez.

¿Y esto por qué, dirán ustedes? Como los europeos cristianos somos tan ombliguitos, tendemos a olvidar que no somos el centro del mundo. Esta decisión responde a la situación política norteafricana. Los fatimíes, una secta chiíta (y por tanto, que se lleva a matar con los Omeyas, sunníes ellos), se han extendido como una horda desde Argelia a Egipto y encima su líder se ha proclamado Califa. Abd Al Rahman III no tiene más remedio que hacer lo mismo para no perder prestigio y posición ante sus aliados y afrimar su autoridad frente a sus enemigos. ¿Y qué, seguirán insistiendo, so pesados? Pues que ahora que el niño es califa, la exigencia, como si del Madrid del segundo florentinato se tratase, es muchísimo mayor.

Para afianzar su poder, Adb Al Rahman III emitirá moneda de oro, ampliará la mezquita y construirá Madinat Al Zahra (la famosísima Medina Azahara), la ciudad donde el califa vive apartado de los vulgares mortales. Centralizará aún más el Estado y para terminar con esta política de prestigio, se dedicará a proclamar guerras santas atizando a los cristianos a base de bien. Desde 920, las campañas para enseñar músculo (y cobrarse tributos) son constantes: San Esteban de Gormaz, Barcelona, Pamplona, Muez. La manta de palos es tan grande que los barbudetes norteños se quedan tranquilos una temporada y se reconocen como vasallos del califa pero no me pegues más.

Para colmo de males, al morir Alfonso III, comienzan los repartos de tierras entre sus hijos y por lo tanto, como todo ibérico bien sabe, también las peleas. Asturias desaparece como reino, consolidándose León en su lugar. Además, después de casi un siglo de guerra constante, con Castilla ocurrirá lo mismo que pasó con la Marca Hispánica; que se independiza de la tutela leonesa. El conde Fernán González se rebelará contra un reparto de tierras que considera que le perjudica para beneficiar a Navarra. Las alianzas y las traiciones se suceden como si fuera un culebrón de sobremesa. Navarros y castellanos acabarán poniendo y quitando reyes en León, y todos bajarán alternativamente a lloriquear a Córdoba para disfrute del califa de Zumosol, que hace y deshace a su gusto, pasándoselo bomba manipulado sus juguetitos cristianos. Hacia mediados del siglo X, el califato es el estado más poderoso de Occidente y Córdoba la ciudad más importante de Europa. Fortaleza militar, prestigio internacional, prosperidad económica y esplendor cultural sin igual marcan la época más brillante del estado musulmán peninsular. Pero rascando un poco más allá de la rutilante corteza, veremos que algo huele mal en Al Andalus…

Rebobinemos un poco. En 939, Abd Al Rahman III dirigió una aceifa muy gorda contra León que llamó pomposamente “La campaña de la Omnipotencia”. 100.000 hombres, según las crónicas de la época, que se estrellaron vergonzosamente en Simancas contra una coalición de cristianos de todos los tamaños y colores. El desastre fue tan grande como el ridículo califal, y puso de manifiesto dos detalles que después se revelarán decisivos. Por una parte, el Príncipe de los Creyentes (les dije que era un pomposo) tomará la trascendental decisión de sustituir las levas de reclutas civiles, cuyo valor combativo estaba al nivel del de Boris Izaguirre, por compañías de mercenarios veteranos. Más vale unos cientos de Chuck Norris de importación, aunque sean más caros, que 100.000 lilas, debió pensar Abd Al Rahman. Lo cual es natural, por otro lado, pero a la larga esto traerá consecuencias. Por otra parte, es la primera señal de que los cristianos están adquiriendo una pericia militar preocupante.

Pero nada de esto enturbiaba el poder del califato, y los años de vino y rosas se suceden. Las costumbres y la moral se relajan. Al Hakam carecía de las virtudes militares de su padre, por lo que los cristianos le tomaron la medida y comenzaron a ignorarle, atreviéndose incluso a lanzar ataques desde sus fronteras rebasando el Duero. El nieto, Hixam II, era ya directamente un pimpín sin mucha personalidad. Y como suele pasar en estos casos, se convertirá en un títere en manos del arribista de turno. 

Catapultado desde el rincón de la Historia, un oscuro inspector de Hac…digoooo, un oscuro funcionario árabe conseguirá llegar a ser nombrado primer ministro y visir, manejando hábilmente sus influencias. Desde allí, confinará al monigote califal en Medina Azahara para que esté entretenido y no moleste y se proclamará Caudillo de Al Andalus por la Gracia de Alá. Hablamos de Al Mansur (el Victorioso), o como lo conocieron los cristianos, el terrible Almanzor. Este señor permanentemente cabreado será dictador durante más de 20 años en los que además de ejercer un férreo gobierno de corte populista (nueva ampliación de la mezquita cordobesa, cosntrucción de una ciudad paralela a Medina Azahara, ortodoxia religiosa para simpatizar con el clero, etc), no habrá día que no proclame una yihad contra los cristianos. Dirigirá más de 50 aceifas contra ellos, empujará a los cristianos otra vez al Duero, reconquistando todo lo que se perdió en tiempos de Al Hakam y su ejército de fieros mercenarios se paseará invencible como Pedro por su casa, incendiando y saqueando Zamora, Barcelona, Coimbra, Pamplona, Santiago de Compostela…

Sin embargo, y a pesar de las apariencias, la época de Almanzor pone las bases del cataclismo posterior. Políticamente, la figura del califa pasa a ser nominal, porque no ejerce un pimiento y además, a la nobleza árabe dirigente no le hace ninguna gracia que un advenedizo ostente el poder de esta manera, lógicamente. Así que Almanzor se enfrentará a ellos apoyándose en el poder creciente de sus mercenarios, con fatales consecuencias. Beréberes y eslavos se erigen en facciones de poder político en Córdoba, en disputa con los nobles árabes “de toda la vida”.

Para acabar de complicar la situación, tantos años de campañas bélicas continuas y de derrotas sin fin, han convertido a los cristianos en una sociedad muy militarizada. Su población es escasa comparada con Al Andalus, pero extremadamente aguerrida. Llevan más de un siglo y medio recibiendo como una estera, campaña tras campaña. Leoneses, gallegos, asturianos, pero sobre todo navarroaragoneses, catalanes y castellanos, los más expuestos a los ataques musulmanes, forjados en la durísima vida de la frontera, forman una fuerza militar no muy grande pero sí muy temible. Así que cuando muera el dictador andalusí, las facciones en disputa se lanzarán a degüello unas contra otras, y para imponerse tratarán de obtener la ayuda de los machotes que tienen más a mano: los ejércitos cristianos. La segunda fitna está servida: en el siguiente episodio veremos cómo tras la nada modélica transición andalusí, “serompespaña” y se invierte la tortilla política peninsular, que quedará en manos de los matones de luenga barba que viven por ahí arriba. Próximamente, “La Cosa Nuestra”.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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