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La Reconquista (II): Pateras Lejanas

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Madrugada del 15 de mayo de 711. Con viento de Levante, nocturnidad y alevosía, abriéndose paso por entre las brumas del Estrecho, unas siniestras figuras ponen el pie en un lugar que pasará a llamarse desde entonces Gibr Al-Tariq, “la roca de Tariq”, Gibraltar. Ha empezado la invasión; una flota de pateras llenas de células despiertas de Al Qaeda desembarca en España para someterla al Islam, y gracias a su superioridad militar, sus viles artimañas y a la traición interna en las filas cristianas, se hará con el dominio de la Península tras una cruenta lucha contra los “españoles” visigodos. ¿Toda? ¡No! Los supervivientes de la matanza correrán a refugiarse en las montañas del Norte, desde donde tras expiar sus pecados y llorar (pero sólo un poco, ¿eh?) la pérdida de España, proyectarán la Reconquista iniciada por Pelayo, de tal suerte que en sólo 800 años de nada habrán completado la ardua tarea de expulsar al infiel extranjero, con mucho sudor, esfuerzo y la ayuda de Dios. Todos los españoles de orden e incluso la misma idea de la Unidad de España (preservada y bien guardadita allá en Asturias y culminada en 1492 por los Reyes Católicos en cristiana y española apoteosis), descienden, pues, de estos originarios campeones de la Cristiandad.

¿Risible, verdad? Pues resulta que esta versión de la invasión musulmana del Reino de Toledo, heredera directa de la mitología franquista, es aún, con algún lifting modernizante, una de las más difundidas. Lo que hoy en día está totalmente erradicado en ambientes ya no académicos, sino simplemente enteradillos, sigue vigente en buena parte del imaginario popular hispano. Lo cual dice bastante de la incapacidad de los estudiosos del tema para llegar al gran público. Y si no se lo creen, échenle un ojo a las conferencias de nuestro ex presidente Joe Mary Ánsar I en Georgetown sobre terrorismo internacional.

Lo cierto es que se ha recorrido un largo camino desde esta deformación tan patética, y que poco a poco se han abierto paso algunas reinterpretaciones más plausibles, y sobre todo, la concepción de que, después de todo, no debían ser tan extranjeros unos señores cuyos tataratatarabuelos ya habían nacido en el mismo terruño y que ocho siglos son muchos para tratarse de un intento consciente y planificado de recuperación territorial. A esto ha ayudado, por supuesto, la popularización del tremendo influjo de la cultura y la civilización andalusí. Sin embargo, aún hay muchos errores de concepto trascendentales en la interpretación de la invasión, sus motivos, su desarrollo y sus consecuencias reales. Que, por supuesto, se prestan a agrias y jugosas polémicas.

¿Por qué invadieron los árabes el reino visigodo? Descartado un malvado plan de dominación mundial islámica dirigido desde Damasco, la causa verdadera de la ocupación es resultado de la política local de los emiratos del Norte de África. Hacia finales del siglo VII, la dinámica expansiva del Islam había llegado hasta lo que hoy es Marruecos, Túnez y Mauritania. Los conquistadores árabes se veían con problemas para controlar a las tribus nómadas beréberes que habían islamizado y colaborado en sus campañas. Una solución viable a corto plazo para que se llevaran sus ardores guerreros a molestar a otra parte y estabilizar así la zona fue lanzarlos a nuevas conquistas.

El reino cristiano del otro lado del Estrecho era, en esos momentos, una perita en dulce para este tipo de aventuras. La estructura del estado visigótico hacía aguas por todas partes; el monarca había perdido la partida contra la nobleza y era un pelele en manos de la aristocracia. El prefeudalismo señorial se extendía por los territorios hispano-godos. En definitiva, una anarquía nobiliar, donde los grupos de la oligarquía se disputaban el control de lo poco que quedaba de las instituciones del Estado. Mientras tanto, el campesino seguía a lo suyo, básicamente servidumbre y miseria, pago de múltiples diezmos, malas cosechas, violencia señorial, duros castigos y fuga generalizada de esclavos. En este contexto, los musulmanes frecuentaron la Península contratados por uno u otro bando de la nobleza para servir militarmente en sus luchas internas (el famoso conde Don Julián de Ceuta simboliza muy bien este estado de cosas), y debieron darse cuenta pronto de cómo estaba de madura la fruta.

Así que un primer desembarco de reconocimiento por parte de Tariq, cliente del gobernador Al-Musa, al frente de 18.000 beréberes tuvo un éxito arrollador. El ejército visigodo, con su rey Rodrigo al frente, fue derrotado en una sola batalla de ubicación desconocida, aunque la tradición la localiza en el río Guadalete, y no se tienen más noticias de resistencia visigoda significativa. Pronto fueron cayendo Sevilla, Mérida, Córdoba…las armas norteafricanas se paseaban triunfalmente por el reino. Tanto que el propio Al-Musa tuvo que correr detrás con otro contingente (esta vez árabe) de similares proporciones al primero para evitar que la gloria, y sobre todo el botín, pasara íntegramente a manos beréberes.

Así que en un espacio de poco menos de tres años, el reino visigodo de Toledo se había derrumbado frente al ataque de un grupo de no mucho más de 40.000 invasores, según los cálculos más probables. Los expertos aún debaten sobre la meteórica velocidad de la blitzkrieg islámica, que supera incluso a la rapidez de las invasiones germánicas de tres siglos atrás. Salvo para algún nostálgico del Régimen y algún sospechoso monje cronista que escribió sobre la conquista un par de siglos después de producirse, está descartada la presunta crueldad extrema de los guerreros musulmanes o los pecados de los cristianos. Y tras reírnos un poquito también de algún otro pirado que se fue al extremo opuesto y no tuvo empacho en publicar un libro afirmando que tal invasión no se produjo nunca, pasaremos a explicar este fenómeno aparentemente extraño, que además da paso a otras inquietantes cuestiones, como por ejemplo la razón por la cual tan corto número de tipos se las apañó para hacerse con un territorio tan grande.

Lo cierto es que la situación interna y la propia composición de la hueste visigoda, reflejo del estado del reino, explican por sí solas este tremendo colapso militar: no existía un ejército “nacional” visigodo, sino que cada noble acudía a la llamada del rey con las tropas que consideraba oportuno, reuniéndose para la ocasión. Tan sólo unos años antes, el rey Wamba (¿soy el único que cree que algunos reyes visigodos tienen nombre de osito de peluche?) había promulgado una ley por la que obligaba a los condes y obispos de la zona donde se detectara una amenaza a presentarse en el campo de batalla con al menos el 10% de los hombres aptos para la guerra, castigando con terribles penas a los infractores. En otras palabras, que habitualmente la mayoría ni se presentaba, y algunos, si les parecía oportuno, desertaban y se iban a su casa dejando al monarca con el culo al aire, como parece que fue el caso de la facción de los partidarios de Witiza (¿lo ven?) en la mencionada batallita de Guadalete.

La ocupación fue generalmente incruenta, y contó con la complicidad o la pasividad de una buena parte de la clase aristocrática hispanogoda, que no tuvo mayor problema en claudicar. En los diferentes señoríos, allí donde encontraron una autoridad aristocrática organizada, los victoriosos árabes llegaron a acuerdos con ella. El ejemplo más destacado que ha llegado a nuestros días es el firmado en 713 por el conde Teodomiro, señor de parte de la actual Alicante y Murcia, en el que se le mantiene al frente de sus dominios a cambio del sometimiento al invasor, traducido, cómo no, en el pago de un impuesto. El nombre arabizado de este señor es Tudmir, que andando en el tiempo se convertirá en el nombre de la provincia musulmana de Murcia. Este pacto es el modelo que seguramente adoptaron la mayoría de los nobles visigodos, cuyo rastro podemos seguir varios siglos después de la caída; los descendientes de Witiza, los Banu Qasi (“el clan o el linaje de Casio”, un conde godo) o la familia del propio Teodomiro, siguieron disfrutando tranquilamente de sus tierras durante generaciones.

Así pues, árabes y beréberes simplemente liquidaron los restos del Estado toledano, y pasaron a sustituirlo a los mandos de la nave. Aún quedan más de 200 años para la típica imagen del impresionante esplendor cultural árabe andalusí; en estas primeras fases de la ocupación los musulmanes eran principalmente guerreros, sin la cultura, la preparación ni la experiencia necesarias para dirigir la administración de forma efectiva, así que era lógico que se apoyaran en las clases altas locales. En un primer momento se limitaron a repartirse las zonas de influencia donde se instalaba cada clan, etnia o tribu, procedieron a cobrar impuestos y poco más.

La gran masa de población campesina tampoco tenía ningún interés en resistir ni en sostener al Estado visigodo. No pintaban absolutamente nada en política, no tenían ningún tipo de poder decisorio, y simplemente se limitaron a seguir haciendo lo mismo que sus antepasados habían hecho bajo dominación germánica, que curiosamente es lo mismo que los antepasados de sus antepasados habían hecho bajo dominación romana: trabajar en el campo, pagar y rezar para que no les cayese encima una sequía, un espadazo o una peste. En román paladino, para las clases bajas la vida siguió prácticamente igual desde tiempos de los romanos. Excepto por un detalle importante: el Islam.

Otra de las trifulcas entre expertos y aficionados gira en torno al proceso de conversión a la nueva religión. Debate que además la situación internacional actual, con Occidente agitando el espantajo del Islam malvado, el terrorismo islámico y España acogiendo inmigración musulmana con sus anacrónicas costumbres a cuestas, ha contribuido a sacar de madre. Para una mentalidad moderna, el hecho de que en menos de cien años cambiara de religión más de la mitad de la población hispanogoda (o hispanorromana, como gusten) parece muy sorprendente. Para una mentalidad nacionalcatólica…bueno, éstos es que directamente se resistían a creerlo; tamaña herejía no parece propia de buenos españoles, imposible, vamos. Pero si tenemos en cuenta la superficialidad de las creencias religiosas de buena parte de la población, las similitudes entre las principales religiones monoteístas (en ocasiones simples cuestiones teológicas difusas, como por ejemplo lo del Uno y Trino a la vez o la consustancialidad del Padre y el Hijo, pajotes mentales de los que sólo entendían unos pocos ociosos), y la simplicidad de los ritos islámicos, el fenómeno no parece tan raro, ¿verdad? Al fin y al cabo los visigodos pasaron de arrianos a católicos en un plis, por decreto-ley. Pues ahora añádanle el poco espiritual hecho de que los musulmanes tenían prohibido cobrar impuestos a sus hermanos de fe, limitándose a la recogida de la limosna para los fieles que el Islam prescribe, pero no a cristianos y judíos (religiones toleradas), que sí estaban sometidos a un impuesto adicional. ¿Comprenden ahora el masivo interés en convertirse a la fe de Mahoma? La consecuencia principal de esta conversión acelerada será el estallido importantes tensiones en el emirato de Córdoba, que veremos más adelante.

Porque se termina el capítulo, y sin apenas darnos cuenta, hemos desmontado uno de los tópicos más resistentes en lo que se refiere a la invasión del 711; la presunta confrontación “musulmanes vs visigodos”. Como hemos visto, tal oposición es completamente falsa: las zonas de dominio islámico coinciden exactamente con aquellos territorios anteriormente sometidos al control de Toledo. Fueron sobre todo las ciudades y los valles de los ríos principales, que contaban con una gran densidad de población servil sometida a una aristocracia y dedicada a tareas agrícolas en enormes propiedadesrurales, los lugares donde se sintieron más cómodos los recién llegados. Es decir, aquellas tierras donde la romanización había sido más intensa. Los árabes se superpusieron allá donde se había impuesto antes los romanos y los godos.

Sin embargo, había una zona donde ni romanos ni visigodos habían logrado (tampoco es que lo hubieran intentando con mucho ahínco) implantar su modelo socioeconómico y cultural: las montañas de la cordillera Cantábrica. La política musulmana en esta región no diferirá mucho de la de sus antecesores, lo cual se revelará a la larga muy larga como una monumental cagada, pero esto lo veremos en la siguiente entrega “Covadonga is not Spain”.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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