Cuadernos

El mito de Esparta (V): La victoria más chunga

Por  | 

Así como las Guerras Médicas tienen su halo de épica, sus momentos de gloria, y su final feliz con la derrota de los malos y la salvación de los buenos, resumiendo, una de esas viejas buenas guerras de película patriótica, la Guerra del Peloponeso es todo lo contrario. Es una contienda civil entre los griegos, dura, amarga y larga, muy larga (431 al 404 a. C., 27 añitos de nada). Ideal para una de esas películas antimilitaristas y de denuncia. Además, tenemos al palizas de Tucídides para contárnosla con pelos y señales. Muchos, muchos pelos por cierto; no lo intenten en su casa si no están absolutamente mentalizados. Tuci es un historiador honesto, crítico y detallista pero pesado como él solo.

Como consecuencia de este conflicto, casi toda la Grecia “de más acá del Egeo” se arruinará, Atenas sufrirá un colapso político, su imperio se hundirá, y los triunfantes espartanos, como viene siendo habitual, no sabrán qué hacer con la victoria. Además, comenzarán a dar preocupantes señales de que algo huele mal en Laconia, y paradójicamente (en cinco entregas creo que ya hemos descubierto que esta gente se lleva muy bien con las paradojas), su prestigio militar y social empezará a debilitarse. Pero no adelantemos acontecimientos, que si no, no me leen el resto. Y aquí hemos venido a sufrir.

Lo cierto es que si uno se pone a analizar en profundidad el embrollado desarrollo de los acontecimientos, bien puede llegar a la conclusión de que Esparta gana de rebote, o por capacidad de aguante (dicho vulgarmente, por cabezonería), o más aún, que Atenas pierde la guerra solita cual Real Madrid de los años 90 en Tenerife. Los primeros años de contienda son en líneas generales un intercambio de expediciones terrestres espartanas que arrasan los campos del Ática versus alegres razzias marineras atenienses que arrasan las costas del Peloponeso. Añádanle la epidemia de peste en Atenas que diezma a la población y mata entre otros al gran Pericles, largos y penosos asedios, feroces guerras civiles entre facciones políticas en numerosas polis y un sinfín de desgracias más y se pueden hacer una idea del panorama, en que ningún bando es capaz de imponerse sobre el otro.

En esta fase de la guerra va a ocurrir un hecho inconcebible, impensable, un cataclismo, lo que los espartanos más temían: ¡¡Algo está cambiando!! Un desembarco ateniense establece una base en Pilos, en pleno Peloponeso, y pone en jaque a Esparta, ya que los hilotas de la región de Mesenia (donde se encuentra Pilos) comienzan a desertar en masa. Alarmados por el evidente peligro de descomposición de su maravilloso estado-mundo-cuartel, más de 400 hoplitas espartanos atacan la base ateniense, con tan mala pata que se quedan atrapados por la flota enemiga en el islote de Esfacteria. Finalmente, un asalto ateniense a la isla tomará 292 prisioneros espartanos (adelante, no se corten, hagan el chiste, sí, “Casi 300″). Por primera vez, los orgullosos homoioi, los ciudadanos supersoldados, aquellos que según la ley sólo pueden vencer o morir, se rinden al enemigo. Y teniendo en cuenta el escaso número total de espartanos, no son tan pocos como pudiera parecer. La crisis que se desata en Esparta es proporcional al cachondeíto en Atenas. Los prisioneros, una vez intercambiados, son expulsados de Esparta y se les retira la ciudadanía. Los hilotas aprovechan estos momentos de debilidad de los machotes con boina para rebelarse de nuevo, así que los espartanos hacen una matanza de 20.000 de ellos y todos tan contentos. Estas matanzas son una constante en la relación de dependencia, dominio y temor que mantienen los espartiatas respecto a los hilotas. Tengan en cuenta que los espartanos solían llevarse hilotas a la guerra, como asistentes o incluso como tropas ligeras en casos extremos, bajo coacción o promesa de liberación que rara vez se cumplía. Mientras, dejaban tropas en Esparta (con lo cual, nunca pudieron movilizar todos sus hoplitas), ya que debía vigilarse al resto, tanto para evitar una rebelión como para asegurar que sus familiares se mantenían leales en el campo de batalla.

Llegados a este punto del conflicto, Esparta y Atenas son ya dos lisiados tratando patéticamente de golpearse con los muñones, así que de puro agotamiento se llega a una tregua, la paz de Nicias, que era un señor y no una localidad. Esparta está en una posición muy difícil, corta de efectivos, en crisis política y al borde de la derrota. Tanto es así que al reanudarse las hostilidades, algunos de sus aliados intrigan a sus espaldas y se constituyen en coalición con Atenas, oliendo a cadáver lacedemonio (los griegos, ya se sabe). Pero meterán la pata hasta el fondo, porque una victoria aplastante contra los conjurados en Mantinea salva el match-ball para nuestros militarizados muchachos. Como consecuencia, Argos, Mégara et alii volverán corriendo a aliarse con Esparta sin ningún tipo de pudor. ¿Se sorprenden de que los romanos tuvieran tan elevado concepto de los helenos?

Y aquí es donde tiene lugar la famosa expedición a Sicilia, el Vietnam de los atenienses, su gol en propia meta desde el centro del campo. El demos, demos-trando (malísimo, lo sé, no lo volveré a hacer, lo prometo) que el pueblo también se equivoca y que cuando lo hace es a lo grande, vota un envío de tropas a Sicilia, donde a Atenas no se le había perdido gran cosa, que terminará en desastre. El fracaso de esta intervención imperialista, en vocabulario chavista, precipitó el caos político de Atenas, una tremenda crisis y la caída de la democracia popular. Un golpe de estado de un grupo aristocrático dará paso a un gobierno tiránico de la oligarquía, que a su vez será sustituido por una especie de democracia versión “redux”. Porque si algo no puede soportar un griego del siglo V a. C. es una tiranía. A pesar de todo ello, la ineptitud para la política de los hombres con boina les impedirá sacar todo el partido de esta metedura de gamba ateniense, y ganar la guerra de una santa vez. Bueno, a pesar de eso, y de la abundante financiación persa recibida para derrotar a Atenas, claro. Porque en esta época, los incorruptibles y heroicos espartanos pondrán la mano alegremente para cobrar oro contante y sonante del hasta hace nada malvado persa. ¿De dónde creen que salió el dinero para financiar una efímera y potente flota de guerra espartana?

De nuevo llegamos pues a un agotamiento en el que cualquier golpe puede ser decisivo. Por dos veces, una derrota naval fuerza a Esparta a pedir la paz, en términos de “dejemos las cosas como están pero no nos toquemos más lo que no suena”, que Atenas rechaza porque es así de chula. El muñonazo final lo da entonces Esparta hundiendo la flota ateniense en Egospótamos y dejando la ciudad bloqueada por mar y tierra; Atenas simplemente no puede más y se rinde.

He aquí pues a los cachos de carne con casco corintio de nuevo vencedores, por los pelos, pero vencedores. Toda Grecia parece campo abonado para que Esparta prevalezca como el más duro, el más machote y el matón del patio. ¿Qué harán nuestros Action-man favoritos, ahora que son la vedette principal del cabaret? Correcto; demostrar de nuevo su incapacidad política. Su primera decisión, perdonar la vida a Atenas en vez de destruirla para siempre como pedían sus aliados, quizá sea la única jugada inteligente espartana, ya que Corinto y Tebas presentaban un aspecto francamente amenazador, y una Atenas controlada por Esparta serviría de contrapeso para estos dos wannabes. En todo lo demás, Esparta demostrará su torpeza, insistiendo en imponer el único modelo político que conoce y le gusta: la oligarquía aristocrática profundamente conservadora. Y al que se resiste, ración de collejas. Resultado: a poco que pudo, Atenas se desembarazó de la tutela espartana para ir por libre, y por toda Grecia arreciaron las protestas y revueltas contra los lacedemonios, que creerán poder dominar el problema a leches, no en vano se encuentran en la cumbre de su poder… ¿seguro? Ya hemos visto algunos síntomas de que algo no es lo que era, pero lo que no se podían imaginar nuestros ultramontanos es el acelerado hundimiento de su universo particular. En la próxima entrega, fin de la serie con llantos, risas y Apocalipsis incluido, que ya iba siendo hora; “Recibiendo hasta en el velo del paladar”.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

Tienes que registrarte para comentar Login