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Breve historia de la esclavitud (VIII): Fin de la historia… ¿o no?

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Nos encontramos a las puertas de una época turbulenta. Durante tres siglos, los europeos han explorado, sometido y explotado enormes territorios por todo el mundo. Después de lo que han encontrado por ahí fuera, a Europa no la conoce ni la madre que la parió: de los estados medievales hemos pasado a grandes imperios coloniales regentados por superpotencias. A velocidad de crucero (apenas 300 años), la transformación ha sido completa en todos los órdenes. Muchos comerciantes, banqueros, armadores, traficantes, se han enriquecido increíblemente en este mercado mundial y una nueva clase social toma conciencia de sí misma: la burguesía. Pronto está claro para ellos que el antiguo modelo de estado de inspiración medieval, donde el poder era compartido entre el trono y el altar, un mundo de privilegios feudales de la nobleza, de trabas y arbitrariedades fiscales o jurídicas determinadas por nacimiento, no les sirve; son ropas viejas, una reliquia de otros tiempos.

Y se rebelan contra él en nombre de la libertad: política, de pensamiento, de comercio. Sobre todo de comercio, claro. Pero lo importante es que su peso económico y social obra milagros: el Antiguo Régimen salta por los aires. La burguesía irrumpe en la escena política, a leches si es necesario, y lo hará con el liberalismo por bandera; libertad, igualdad y fraternidad, adiós a los súbditos, bienvenidos los ciudadanos. Los intelectuales de la Ilustración influyen en la mentalidad de los europeos, ahora receptiva al cambio. Se proclaman los derechos del hombre sin importar su origen. Y se empieza a reparar en la mujer como ciudadano…e incluso en el derecho del esclavo a la libertad en tanto que persona. Las consecuencias del terremoto causado por las revoluciones americana y francesa se extienden hasta hoy en día; es el inicio de la Edad Contemporánea.

Desafortunadamente, toda esta fiesta ilustrada se va a ver aguada por otro fenómeno paralelo, igualmente arrasador y que marcará a fuego la siguiente etapa histórica: la Revolución Industrial. Si al principio la máquina de vapor, el telar mecánico y el ferrocarril anunciaban un paraíso de pequeños empresarios compitiendo en libre mercado, pronto los increíbles beneficios y la fantástica acumulación de capital derivaron hacia empresas más grandes. Poderosas y complejas compañías, nuevas industrias como acerías, químicas o altos hornos nos llevan por la vía del trust, el holding, el monopolio y el mangoneo, aunque la utopía del libre mercado pervivirá hasta convertirse en el cadáver embalsamado que aún se agita hoy día como tótem sagrado ideológico de la patronal. Para finales del XIX, los burgueses ya dominan el escenario económico y político en los países más industrializados, relegando a la aristocracia terrateniente de toda la vida. Y su primigenio interés en la libertad y todo lo demás, una vez asegurada para ellos, se relaja, para supeditarlo todo al rendimiento económico y la reducción de costes.

Estas dos tendencias contrapuestas en la misma sociedad tienen su esquizofrénico efecto sobre la institución del esclavismo, ya que si bien van a conducir a su erradicación, el proceso no es ni tan rápido como los anteriores, ni están tan claras sus causas, ni incluso si hemos llegado al final de la película. Lo veremos con tres casos palmarios: el de los Estados Unidos, el de Inglaterra, y la hermanita pobre será, cómo no, España. 

Inglaterra es el país pionero en la Revolución Industrial, la primera potencia mundial y además ha asimilado la ideología burguesa liberal, así que es el primero en acometer cambios. Con sus textiles baratos manufacturados en serie y el azúcar fabricado con máquinas, inundaba los mercados mundiales mientras importaba todo tipo de productos de cualquier rincón del mundo, comercio protegido por su temible flota. En la metrópoli los movimientos abolicionistas cobraban fuerza; tanto los religiosos, como predicaban los cuáqueros, como ilustrados de tipo laicista, fe y razón abominaban de una práctica que reducía al individuo al estado de cosa. Todos los hombres eran iguales, y con los adelantos técnicos, se percibía como innecesario el uso de esclavos. La presión era muy grande, y hasta los propios esclavos daban síntomas de rebelarse contra su condición: la independencia de Haití es una revuelta de esclavos que derrotarán a la Francia napoleónica. En Jamaica estallan peligrosos disturbios con participación masiva de los esclavos negros. Puesto en un brete, el gobierno británico decide que aun siendo todavía un negocio rentable, no le compensa el riesgo, y decreta en 1807 la prohibición de la trata, pero no de la esclavitud, chúpate esa. A partir de entonces, sólo se pueden tener esclavos por reproducción, para entendernos (suponemos que esta ley no debió facilitar mucho la vida a las esclavas). Poco a poco se irán promulgando leyes abolicionistas, pero con cuidado de no perjudicar demasiado a los empresarios británicos.

Y es que el mercado manda, así que los ingleses, una vez dado el paso de cerrar esa “línea de negocio”, no pueden permitirse perder competitividad (ya hemos entrado de lleno en la espiral del capitalismo y su lenguaje económico justificatorio de cualquier atropello si el Máximo Beneficio Bien Común lo exige) frente a colonias de otros países que le van detrás en la carrera por la industrialización, así que presionan al resto de naciones para que tomen las mismas medidas que ellos. ¿Cómo? Básicamente mediante una combinación de diplomacia y cañonazos. La Royal Navy, una vez declarada la trata como equivalente a la piratería, intercepta cualquier barco negrero o sospechoso por todo el Atlántico. Los grandes mongos (como se llamaba a los dueños de factorías negreras en África) empiezan a pasar apuros, y los gobiernos ceden ante la presión británica. Las antiguas zonas de captura de esclavos se reconvierten en colonias territoriales de varias naciones europeas. Todo esto oficialmente, claro, ya que bajo manga el tráfico continuó durante un tiempo, y las leyes eran continuamente quebrantadas en cuanto la Navy se daba la vuelta. El ejemplo español es bastante clarificador de este proceso que concluye a finales del siglo XIX.

España, una vez perdido su imperio colonial, sigue los mismos pasos que Inglaterra, obligada por ésta, claro. Primero se prohíbe la trata en 1815, después se abole la esclavitud en 1837. Parcialmente, porque en Cuba y Puerto Rico florecía un próspero negocio de producción de azúcar y ron de amplia utilización de mano de obra esclava, en plantaciones llamadas ingenios (otra vez cambiándole el nombre al invento, sí…), por lo que los grandes empresarios del sector amenazaron con pasarse a los EEUU si se abolía allá. Así que se mantuvo en las colonias, si bien legalmente estaba prohibida en la Península. Esto a Inglaterra no le hizo ni puñetera gracia, puesto que el azúcar cubano (y el ron) era barato y de gran calidad y le hundía en el mercado, así que siguió presionando. Tras el final de la Guerra de Secesión, EEUU pasó de ser cliente a presionar junto a Gran Bretaña. Con la caída de Isabel II y la promulgación de la Gloriosa, en 1870 se decretó la libertad de vientres. Esto significaba que el hijo parido por una esclava era libre, por lo que se cerraba la última fuente legal de obtención de esclavos. Se desató una disputa política tremenda, a la española, alrededor de un proyecto de ley para abolir la esclavitud en Puerto Rico, que fue uno de tantos motivos por los que Amadeo I, caso único en la historia de rey-turista, acabó volviéndose espantado a Saboya, hasta las narices del manicomio hispano. La esclavitud cubana se abolió al fin en 1880, y 400.000 esclavos dejaron de serlo. Total, 65 añitos de nada de resistencia con uñas y dientes por parte de la oligarquía colonial. Por el camino, ni siquiera se aprovechó la oportunidad de establecer una colonia africana sobre los extensos dominios del malagueño Pedro Blanco, el mongo del río Gallinas, el más poderoso de la época (no me digan que no lo conocen…¿por qué será? Busquen, busquen, que es una historia tremenda). Con una sagacidad empresarial sin límite, nadie en España o en Cuba tomó en serio su ofrecimiento de “reconversión”; no sólo había que invertir dinero, sino que una cosa es que te compre los esclavos bajo cuerda y otra que me vean en público tratando contigo.

Los Estados Unidos son otro caso muy jugoso para ilustrar este contradictorio proceso. A pesar de las toneladas de propaganda sobre la fundación del país, tras la independencia de Inglaterra éste se trataba de un conglomerado de colonias con muy diferentes realidades, unidas levemente por un Gobierno Federal que mandar no mandaba demasiado. Medio siglo después, mientras los estados del Norte derivaron hacia una industrialización mediante mano de obra semiservil huída de la miseria de Europa (irlandeses, por ejemplo), dirigidos por una potente clase burguesa, los del Sur basaban su economía agrícola de plantación en el uso masivo de esclavos negros bajo el látigo de una oligarquía pseudo-aristocrática. La rivalidad era manifiesta. Parecía que el país marchaba hacia la división irremediable; cada medida política que tomaba el gobierno común iba en perjuicio de unos y beneficio de otros, y por tanto, contestada siempre por alguno. Más allá del enfrentamiento moral entre abolicionismo norteño versus esclavismo sudista, que sin duda existía, estamos ante dos economías antagónicas, dos sociedades diferentes.

Esta realidad dual caminaba pues hacia el enfrentamiento. En la conocida expansión hacia el lejano Oeste, cada modelo socioeconómico trató de imponerse como pudo; tan agrias eran las tensiones que el Gobierno Federal tuvo que dejar al albedrío de los nuevos estados el legalizar en ellos la esclavitud o no cediendo a presiones sudistas. El penoso traslado de reatas de negros hacia nuevos campos algodoneros más al Oeste provocó reacciones en el Norte, que estaba bastante implicado y también económicamente interesado en eliminar la esclavitud. Las medidas contra ella soliviantaban a los sureños: la libertad de vientres acabó con la violación sistemática de esclavas negras, pero puso a la oligarquía del Sur en contra de la Unión. Y los estados del Norte habían tomado el camino del compromiso para abolirla: como dato pintoresco, en mitad de todo este follón casero, en 1815 los EEUU mandaron a su flota a ocupar la Berbería (actual Argelia), para acabar con la trata de esclavos que se practicaba allí, después de que los piratas berberiscos capturaran y esclavizaran a varias docenas de ciudadanos estadounidenses. Que hay que tenerlos cuadrados, también.

Un incipiente nacionalismo se alzaba en el Sur frente al gobierno Federal. Todas estas tensiones estallaron, tras la secesión de la Confederación, en la Guerra Civil de 1860-65 de todos conocida. La victoria sobre los confederados les impuso la supresión de la esclavitud, un régimen muy estricto y una brusca reforma económica controlada por las tropas federales, que se retiraron de los estados sudistas en 1873; muchas familias pudientes perdieron todo, el gran botín expropiado se repartió, como suele ser habitual en estos casos, por el método “maricón-el-último” y algunos esclavos liberados se vengaron a modo de sus antiguos amos. En el Sur quedó bien arraigado el sentimiento de humillación a manos del Norte, que sólo se mitigó con la industrialización de mediados del siglo XX (la creación del llamado Sun Belt). Y también el desprecio al negro y el odio racial, que seguían bien vivos un siglo después. ¿Y qué pasó con los negros? Pues muchos emigraron al norte con el reclamo de encontrar trabajo y de huir de un lugar de pesadilla donde aún se les cazaba por deporte, y por ello ciudades como Chicago o Detroit  poseen hoy un importante aporte de población negra.

Y hasta aquí hemos llegado, la esclavitud desapareció de mano de las mayores potencias mundiales, fin de la historia… ¿o no? Después de la prohibición, el colonialismo continuó, y con él la explotación sistemática de los recursos de todo lo que no era Europa o Norteamérica. Hasta países aparentemente “inofensivos” como Bélgica, con la esclavitud bien abolida, poseyeron extensas colonias africanas donde se explotaba a los nativos in situ como fuerza de trabajo, cargándose de paso su modo de vida tradicional con todo lo que conlleva.

En esta bitácora somos enemigos acérrimos de los paralelismos históricos, pero sabiendo que no es el mismo contexto, podría decirse que al igual que durante el Bajo Imperio, si se erradicó fue principalmente porque eran más rentables otras formas de explotación, pero no podemos descartar el componente moral, como entonces. Aunque tampoco presentarlo como único factor, como hicieron los cronistas eclesiásticos. El papel de colono reducido a la servidumbre lo interpretó esta vez el obrero, que formó la base de la economía capitalista. Después de un siglo de lucha de clases en Europa, parece que se repita el esquema (con cambios, porque la historia no se repite, se reinventa a sí misma), y se haya exportado la figura del proletario sobreexplotado fuera de Occidente. Pero pensándolo bien, aunque legalmente esté prohibida, ¿estamos seguros que esta vez sí, ha desaparecido del todo? ¿No aplicará, como entonces, a la mayoría productiva pero no a “servicios auxiliares”? ¿Qué me dicen del servicio doméstico abusivo y la trata de mujeres? ¿Y la esclavitud ilegal? ¿Alguien sabe lo que ocurre realmente en Asia con los trabajadores de las fábricas? ¿Y los niños soldado? Piensen sobre el tema, pero no mucho, que no quiero que se me amarguen…

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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