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Breve historia de la esclavitud (III): Quien tiene un esclavo, tiene un tesoro

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Continuamos en esta entrega nuestro paseo por los departamentos de RR.HH. de la Antigüedad trasladándonos a la Península itálica para fijarnos en esa famosa agrupación de aldeas de estirados y adustos campesinos con la misma gracia que un cubo con asa, que un día decidieron salir del pueblo y conquistar el mundo: Roma.

En cierto modo, los romanos siguen el mismo proceso que las ciudades-estado griegas (no en vano pasaron una buena temporada emparedados entre griegos y etruscos), pero a lo bestia. Estas pragmáticas gentes se dejaron de ideales como el panhelenismo griego y monsergas por el estilo para adoptar una política exterior basada en tres aspectos principales: primero Roma, en segundo lugar Roma y si quedara algo, Roma. Ni hermanados con los demás pueblos latinos, ni leches. Nuestros ceñudos muchachos tienen grandes ambiciones y miras más altas: todo el que se cruza en el camino de los intereses de Roma, acaba cayendo en su órbita, por las buenas o por las malas. Así que la joven República se deshace de los etruscos, de las ciudades griegas del sur de Italia y de todos sus vecinos latinos, sabinos y cualquier otro pueblo itálico que se les ocurra para dominar toda la bota desde la ingle hasta el tacón, además de ese balón de forma extrañamente puntiaguda llamado Sicilia, que arrebatará a griegos y cartagineses, sus mortales enemigos, en una serie de conflictos entre superpotencias mediterráneas que ríase usted de los EEUU y la URSS de la Guerra Fría y que conocemos por el nombre de Guerras Púnicas.

Este ciclo expansivo de un par de siglos o tres de incesantes bofetadas, hará que el SPQR (Senatus PopulusQue Romanus, “el Senado y el Pueblo de Roma”, su nombre oficial), crezca de forma desmesurada, y rebase los límites de lo que una simple ciudad-estado puede controlar, sin teléfono ni internet a mano. Esto se traduce, y ya vamos llegando a lo que nos ocupa, dos párrafos y medio he tardado esta vez, en un modelo económico de utilización masiva de la mano de obra esclava. Así como en la España de principios del siglo XXI la principal industria es el turismo, el ladrillo y los chanchullos, en la Roma republicana y altoimperial, el motor de la economía es el campo y la guerra (y los chanchullos, ¿o qué se pensaban?), con sus enormes ingresos en botín y cómo no, en esclavos. Pero en unas dimensiones desconocidas hasta la fecha: el aluvión de prisioneros que las legiones capturan es brutal. Sólo la caída de Tarento rentará 30.000. La tercera guerra macedónica, 150.000 epirotas sometidos. La Guerra de las Galias le supuso al Divino Julio (Él) un negociazo de un millón de esclavos, no sólo como resultado de los combates: los galos se pirraban por un producto tan exótico como el vino, hasta el punto de que el precio del ánfora se cifraba en dos esclavos que las propias tribus galas no tenían problema en entregar a cambio del codiciado tintorro. Así que en poco tiempo Roma se llenó de millones de esclavos de todas las nacionalidades imaginables, y su sistema económico y social cambió irremediablemente. Había tantos que tener un par de ellos estaba al alcance de cualquiera que no fuera pobre de solemnidad. En el siglo I d. C., uno de cada tres habitantes del Imperio era esclavo. Además, en una sociedad tan profundamente clasista como la romana, tener muchos esclavos era un signo de estatus y motivo de ostentación social.

La condición jurídica y “modo de empleo” del esclavo romano son muy similares a las que vimos para los griegos, salvo que los romanos no practicaban la esclavización en masa de pueblos al completo: ellos optaron por el método de considerarlos mercancía de compraventa. Pero en esencia, lo demás permanece igual: la oferta de esclavos se nutre de los botines de guerra, los pillajes, la compra (el “Slaves R Us” de Delos continúa abierto), la reproducción, la venta por deudas o incluso los que se venden voluntariamente (como es el caso de algunos filósofos griegos que se ofrecen como pedagogos para los niños de familias bien romanas, y es que el nous o el demiourgos te  dejan con un poco de hambre). Pero eso sí, es ilegal que un ciudadano romano sea reducido a la esclavitud, incluso por el método de autovenderse, a menos que sea condenado a ello por un tribunal, previa retirada de la ciudadanía. Como cualquier producto, los precios variaban en función de su calidad, y se podía invertir en ellos, comprándolos más baratos cuando son niños y educándolos en alguna especialidad para revenderlos mucho más caros después, alquilarlos o prestarlos.

El dominus tenía poder absoluto sobre sus esclavos, propiedad suya con los que podía hacer lo que quisiera. Los servi no tenían derecho alguno, ni siquiera sus matrimonios eran reconocidos como tales (denominándose esta unióncontubernium, ¿les suena de algo?) por lo que sus hijos eran ilegítimos y por tanto también propiedad del dueño. Se empleaban en cualquier tarea, con predilección por las más duras: el campo, las minas, la prostitución o el circo, por ejemplo. Cualquier hombre libre podía satisfacer sus deseos sexuales en un esclavo y el maltrato físico era aceptable y administrado a discreción del amo, con el único límite que impone la conveniencia de dejar tus propiedades inservibles o mermadas.

Pero aquí encontramos otra diferencia crucial entre griegos y romanos del período republicano: en general estos últimos trataban muy, pero que muy mal a sus esclavos. Son conocidos los episodios de suicidios colectivos para evitar la esclavización (de lo que hábilmente deducimos que no debía ser una ganga precisamente), fugas y sobre todo los relatos de las primeras rebeliones masivas de esclavos de las que tenemos noticia. En el siglo II a. de C., el sur de Italia, zona agrícola por excelencia, estaba lleno de una nueva modalidad de propiedad agraria: el latifundio, donde se empleaban innumerables esclavos como campesinos o pastores, que además tenían la ventaja sobre los libres de que no tenían que hacer la mili en las legiones. Y la mili en Roma duraba 16 años. El trato era durísimo; disciplina rígida, torturas y asesinatos, cuando no incitación al robo y violencia contra otros para poder sobrevivir por parte de sus propios amos. Así que poco después de la Segunda Guerra Púnica, comienzan a estallar sublevaciones por toda Sicilia, y no pequeñas precisamente; el esclavo Salvio acaudillará a más de 200.000 hombres y tratará de fundar un reino de tipo helenístico en la isla. Pero la última y más conocida de todas será la de Espartaco en el 71 a. C., que al grito de “Libre, libre quiero ser”, mata a su amo, escapándose de la escuela de gladiadores, se echa al monte y empieza a arrastrar a miles y miles de esclavos del campo, dejando en ridículo al ejército republicano, que se las ve y se las desea para contenerle. La aventura terminará de forma sangrienta con la derrota y muerte de Espartaco y el estreno de Craso en su faceta de decorador de exteriores, adornando la vía Apia con unas 6.600 crucifixiones que tuvieron tanto éxito que se quedaron ahí unos años.

A pesar de constituir uno de los grandes mitos marxistas de la Historia Antigua e icono de revolucionarios modernos de la clase obrera, estas rebeliones no cuestionaban el sistema esclavista, que no peligró en ningún momento, ni se pretendía su abolición, sino que respondían al simple deseo de escapar de las duras condiciones de vida impuestas. En ese sentido es muy significativo que los esclavos de las ciudades, dedicados a la industria o el servicio doméstico, se negaran por lo general a unirse a los rebeldes. Sin embargo, estos episodios persuadieron a los romanos de la conveniencia de cambiar la política laboral del palo por la de la zanahoria y mejorar el trato dispensado a sus cosas-con-patas-que-hablan, para reducir el riesgo de que te rajen el cuello o el escroto y conseguir que rindan más si están tranquilos y contentos. Comienza a extenderse la práctica de la manumisión; el esclavo se convierte en liberto por voluntad de su amo con un simple trámite burocrático. Pero como los romanos no son tontos, la condición de libertus no es exactamente igual que la de libre, ya que permaneces como cliente de tu antiguo amo para toda la vida o hasta que a éste le dé la real gana, por lo que quedas obligado a ayudarle en lo que te pida. El dominus se convierte pues en patronus y sigue disfrutando del producto del trabajo de su antiguo esclavo cuando lo necesita (esta prestación se llamaba munera, así que si su trabajo es remunerado, ya sabe de dónde viene, so liberto). Pero las ventajas para el liberto también son evidentes, para empezar puede casarse legalmente y sus hijos pueden ser libres, además del compromiso de su exdueño de protegerle. De hecho, formarán una clase social aparte, y unos pocos alcanzarán riquezas o altos cargos en la administración imperial.

Seguramente habrán imaginado que esta transformación tan radical en la forma de vida de los romanos traería complicaciones, y tienen toda la razón. Además de la cuestión del esclavismo king size, la inmensa riqueza obtenida en las guerras no se distribuyó razonablemente. Las crisis sociales y políticas se sucedieron, en forma de guerras civiles. La antigua constitución republicana y las costumbres tradicionales se veían impotentes para dirigir eficazmente el Estado, así que de la mano del Divino Julio (otra vez Él) y siguiendo por su sobrino-nieto Augusto el estirado, el SPQR se convierte en un Imperio de corte monárquico, apoyado en dos pilares: una compleja burocracia, y el ejército más temible de la historia. Bajo este nuevo aspecto, Roma continuará conquistando y expandiéndose, incorporando más territorios y más esclavos, hasta detenerse para dar paso a la época dorada de los Flavios y los Antoninos, donde por única vez en la historia del mundo una gran parte de la humanidad disfrutará de casi dos siglos de paz y tranquilidad, la Pax Romana. Los emperadores filósofos se preocuparán por defenderla, nuevas corrientes de pensamiento como los estoicos o el propio cristianismo propugnarán doctrinas humanitarias que amplificarán la manga ancha con los esclavos y se promulgarán leyes que alivien su situación.

Pero aquí hay algo que no acaba de cuadrar…habíamos visto que la economía romana se basaba en la guerra ofensiva, y ahora resulta que la máquina de conquistar se ha parado. Ponerse a la defensiva cuesta dinero, hay que seguir pagando funcionarios, tropas y obras públicas y los botines de guerra ya no fluyen como antes. Durante casi dos siglos se vive de rentas pasadas, pero cuando llegue el siglo III d. C. esta “burbuja financiera” se pinchará de forma espectacular, dando paso a la Suegra de Todas las Crisis y su resultado, que conocemos como Bajo Imperio. Muchas cosas van a cambiar, sobre todo las que atañen a nuestros serviles protagonistas, y se van a decir muchas de las mentiras más gordas sobre el asunto, de la mano de unos auténticos especialistas del ramo, la Iglesia cristiana.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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