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Breve historia de la esclavitud (II): Aquellos chalados con sus muchos esclavos

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Podría decirse que la primera noticia histórica sobre la existencia de la esclavitud se tiene simultáneamente con las primeras noticias históricas sobre la humanidad, y podría decirse que incluso antes. Hablamos de los albores de las sociedades organizadas; la revolución Neolítica, que empezó por allá por el 7.000 a. C. y que estaba completamente implantada por el Mediterráneo un par de miles de años después (quéjese del Cercanías ahora, listillo), transformó completamente y sin vuelta atrás las formas de relacionarse de los humanos. Con el dominio de la agricultura, el hombre dejó la anticuada costumbre de tumbarse a la bartola la mayor parte del tiempo, y para la Edad del Bronce había alcanzado ya “logros” tan modernos como el sedentarismo, las ciudades, los excedentes de producción (y por tanto las desigualdades y jerarquías sociales) el clero, las guerras por el control de los recursos con ejércitos organizados y la división del trabajo. Este último hallazgo nos pone en el camino hacia la “invención” de la esclavitud: en este agradable escenario, no es difícil imaginar que la captura de prisioneros de guerra supusiera su inmediato empleo en las más diversas tareas, una vez que se habían visto privados de su libertad.

Los primeros hombres que alcanzaron este bonito modelo social fueron los habitantes de Mesopotamia,  allá por el 3.000 a. C.  Los sumerios, unos señores que se rapaban la cabeza, se ponían una peluca y llevaban falda, ya empleaban esclavos, cosa que sabemos entre otras cosas porque estos proto-trannys sabían escribir. Es muy probable que algunas sociedades protohistóricas los usaran también, pero es difícil averiguar en qué condiciones de explotación o simplemente tener la certeza de ello, ya que sin noticias escritas más allá de la de algún vecino que hable (por lo general mal) de ellos, y si tenemos en cuenta que la Arqueología suele darnos más información de los ricos que de los pobres, que no suelen dejar ni rastro, en muchos casos no está demostrado. Suerte que algunos tienen la decencia de hacerse enterrar con sus esclavos, que si no…

Aunque inventasen la rueda, unos tipos así vestidos no podían dominar la región por mucho tiempo, por lo que pronto fueron sustituidos por semitas de largas barbas, iranios y otros pueblos similares. La organización en ciudades-estado va dando paso a los imperios territoriales, con sus cíclicas guerras de expansión y dominio. La captura de esclavos como botín de guerra es ahora más amplia; se les utiliza en el campo, en las minas, en las grandes construcciones públicas y en las tareas domésticas. Todas las civilizaciones orientales antiguas de cierta complejidad (acadios, hititas, babilonios, asirios, medos, persas, etc.) poseían esclavos, así como Egipto, y por supuesto, nuestros queridos griegos y romanos. La esclavitud es, pues, un rasgo característico de las civilizaciones antiguas. Por ello, los historiadores de la escuela marxista, esos aguafiestas que desdeñan cosas tan divertidas como las listas de reyes y batallas para preferir centrarse en los procesos económicos como motor de la historia, designaron como “sociedades esclavistas” a las del mundo Antiguo, puesto que ese era su medio de producción principal y por tanto la base de su economía.

Nadie en la Antigüedad condenaba la esclavitud como inmoral, ni siquiera los propios esclavos la encontraban denunciable. Se consideraba algo natural, perder la libertad era una circunstancia de la vida humana, y las consecuencias de ello estaban perfectamente claras. Legalmente, el esclavo era una cosa, un objeto que el amo podía comprar, vender, ceder o alquilar. También podía matarlo si lo consideraba oportuno (aunque uno no suele destruir sus propiedades sin un buen motivo), y el trato que sufría dependía exclusivamente de la voluntad del amo. No sólo los particulares adquirían esclavos, también había esclavos públicos, propiedad del estado, o pertenecientes al clero; los templos solían disponer de un gran número de ellos. De todas formas veremos que con la evolución de las sociedades como las grecorromanas, las relaciones entre amos y esclavos irán cambiando con el tiempo según cambien las circunstancias económico-sociales y las mentalidades. Y también eran diferentes según la civilización que se trate, claro. Los egipcios, por ejemplo, no parece que fueran muy duros con sus esclavos, de hecho se duda de que el término sea el apropiado, pero parece claro que existía algún tipo de servidumbre. Y si no, léanse la Biblia, hombre. Con cuidadito, eso sí, que a los israelitas los carga el diablo.

Pero como en este blog somos así de eurocéntricos, nos fijaremos, como todo el mundo decente hace, en Grecia y Roma y dejaremos a los orientales barbudos o con peluca dormir el sueño de los justos. Durante la Edad Oscura griega, tras la extinción de los Brad Pitts con casco que habitaban la tierra, el principal “modelo” de esclavo que se llevaba era la chica jovencita, tal como nos cuentan los poemas homéricos. ¿Para qué se utilizaba? Pues ya se lo pueden imaginar, que es que se lo tengo que explicar todo. La sociedad de la Grecia arcaica se organizaba alrededor de una familia amplia que explotaba un territorio, llamado oikos, cuyo ideal económico era la autarquía, también conocida como juanpalomismo. El patriarca capturaba esclavas en acciones de guerra o pillaje para que se dedicasen a las tareas propias del hogar, como por ejemplo tejer, que realizaban junto a las mujeres de la familia, y de paso aliviarse de vez en cuando. Los hijos de las esclavas eran considerados parte del grupo, aunque de condición inferior, obviamente. Es decir, los esclavos se integraban en la economía del oikos y compartían el  trabajo con los libres. Para resumirlo brevemente: ambiente casero, trato familiar.

Pero demos un salto en el tiempo y viajemos a la época de las ciudades-estado más pendencieras de la historia universal con permiso de los iberos. Atenas, Esparta, Tebas, Corinto…la expansión militar, colonial o comercial, y la mayor complejidad sociopolítica derivan en la masificación del empleo de esclavos en los más diversos trabajos, pero sobre todo en el campo. Su nombre más corriente en griego era douloi, o laioi para los campesinos esclavos de los reinos helenísticos. Las formas de esclavitud principales en Grecia son dos; la reducción al estado servil de una población en masa (hilotas en Esparta, penestas en Tesalia) o la compra-venta, con todo lo que conlleva en cuanto a secuestros y tráfico de personas. ¿Cómo se obtiene la materia prima? Aparte de los botines de guerra, no hace falta rascarse mucho la cabeza para imaginar que el bandolerismo o la piratería hacían su agosto con este tipo de mercancía. Los hijos de esclavos eran otra fuente potencial, pero también aquellos que no podían hacer frente a sus deudas podían ser esclavizados por ello. Así que cualquiera podía pasar en un momento de la libertad a la esclavitud, y de hecho los griegos podían quitar la libertad a otros griegos, aunque no estaba demasiado bien visto; era moralmente más aceptable hacerlo con bárbaros extranjeros, recuerden que estos tipos se consideraban a sí mismos los únicos hombres libres que había.

En el periodo helenístico todo este estado de cosas era moneda corriente, agudizado si tenemos en cuenta las multiplicación de las guerras entre los reinos más poderosos y el activo “comercio marítimo” (este término es un bonito eufemismo de gran éxito en la historiografía que suele significar también robo y piratería) de potencias insulares menores como Rodas o Creta. En la hoy muy turística isla de Delos se encontraba  el “Slaves R Us” de la época, y es que no tener al menos uno era cosa de obreros.

Así que, al igual que cuando uno cambia de trabajo y pasa de Viuda de Retórtez SL a la Jander & Klander Associated MacroConsulting Very Big Corporation, desaparece el trato familiar; los esclavos pasan a ser objeto de comercio y la base de la economía de las polis y los estados griegos. Por ejemplo, la democracia ateniense se sostiene sobre una población trabajadora esclava, en todo tipo de sectores: 20.000 ciudadanos atenienses disponían del trabajo de más de 200.000 esclavos. Ya vimos en su momento dónde descansaban las libertades de los espartanos, y así un largo etcétera. Las condiciones de vida en la mayoría de los casos se resienten, aunque encontramos gran disparidad, de tal manera que los esclavos no formaban una clase social homogénea más allá de su condición de propiedad privada sin derechos jurídicos o políticos. Los afortunados que estaban cualificados en algo, como artesanos, pedagogos o músicos, se valoraban muy bien y eran bien tratados, aunque eran evidentemente una minoría. En la cara B estaba el trabajo en el campo, o aún peor, en las minas. Un amo indulgente, sobre todo en las ciudades, podía dar margen de libertad a sus esclavos para que se buscaran las lentejas solitos, mientras le pagasen una renta, y si se sentía generoso podía manumitirlo, o dejar que comprase su propia libertad. En esto, como en tantas situaciones, las risas van por barrios, y así mientras los cronistas más conservadores se escandalizan de la indulgencia que había en la ciudad de Atenas con los esclavos, extraer plata en las minas de Laurión bajo el látigo no debía ser una vida ni muy agradable ni muy larga.

De todas formas, y esto hay que tenerlo muy en cuenta a la hora de valorar las sociedades antiguas, no olvidemos que estas interpretaciones se basan en lo que ha llegado hasta nuestros días, que en un 99% de los casos es el punto de vista de las elites, o dicho de otra forma, de los amos: desconocemos la percepción que tenía el esclavo de su propia situación, salvo que no parecen registrarse intentos de rebeldía en masa contra ella. O no se consideró oportuno registrarlo.

Todo este tinglado socioeconómico será reinventado y llevado a su extremo por esos señores tan serios de hablar solemne que en un abrir y cerrar de ojos te lo llenan todo de acueductos, calzadas y legiones: los romanos. En el próximo episodio…

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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