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Biografías: Pedro Téllez-Girón, el Gran Duque de Osuna (I)

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Hay una constante en lo que se suele conocer como “historia oficial”, que si bien es compartida por prácticamente cada historiografía nacional, en el caso español es aún más sangrante. Se trata de la marginación y relegación al más absoluto de los olvidos a todo aquél que se haya mostrado heterodoxo, haya osado enfrentarse a algún poder establecido (obviamente sin éxito) o simplemente haya caído en desgracia política. Lo que los romanos llamaron “damnatio memoriae” se convirtió en fórmula de gran éxito político y la cortina de silencio se extiende implacable a lo largo de los siglos sobre multitud de personajes. No hace falta insistir en que este tipo de actitudes deforman sustancialmente a la larga la comprensión de la Historia, que además se llena de incoherencias, absurdos y burdas mentiras destinadas a tapar el hueco dejado adrede y disimular la mancha correspondiente.

En España, hogar de la desmemoria secular, que ríanse ustedes de la del viejo Edadepiedrix, aquél que nunca recordaba dónde quedaba Alesia, es muy habitual calumniar o directamente borrar de un plumazo a personajes que examinados de cerca entrarían en la categoría de héroes nacionales en cualquier otro país. ¿Su pecado principal? Generalmente enfrentarse con la monarquía. Si hay algo que no se perdona en España es discrepar de las cabezas coronadas, que, tanto Austrias como Borbones, siempre han destacado por gastar bastante mala baba con los disidentes. O, dada la proverbial inteligencia y los ámbitos de interés de la mayoría de ellas (actrices, barraganas, cacerías o misas abarcarían el 90%), podríamos hablar más propiamente de sus validos y favoritos.

Uno de estos cientos de condenados al ostracismo es el personaje que nos ocupa hoy, y que merece ser rescatado del anonimato por la particularidad de que es uno de los mayores héroes de acción de la historia de España. Hablamos de don Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, tercer Duque de Osuna, o en otras palabras, el más grande pirata español de todos los tiempos. Que se dice pronto.

Sí, amigos, al contrario de lo que hacen los británicos con los famosos “Sea Dogs” de la reina Isabel, aquí en esta nación ibérica se considera que lo de piratear es malo (y no hablo sólo de la SGAE) y queda feo en lo que a la honra se refiere, y por tanto es mejor silenciarlo. Que por un lado, como ya nos conocemos todos, sabemos que en España se han tomado muchas decisiones con la honra en la mano y así ha lucido el pelo. Piensen por el otro que después de unos cuantos siglos ahorcando corsarios extranjeros, no queda bonito alardear de los propios. Eppur si muove; Osuna no sólo es el más notorio de los nacionales, sino que se convirtió en el verdadero terror del Mediterráneo. Para que vean que en su caso todo conspira para enviarle a las brumas del olvido: no sólo se dedicaba al corso, sino que lo hacía en un escenario secundario para el común de los mortales. Todo el mundo piensa en el Caribe cuando escucha la palabra pirata, a pesar de que el mar Mediterráneo haya hervido de corsarios durante montones de siglos. Otra deformación más heredada de los países atlánticos del norte, que tiene mucho que ver con el declive comercial mediterráneo en la Edad Moderna.

Para completar el cuadro, el pecado original de Osuna consistió en erigirse en un poder sólido con independencia de criterio, hecho que cualquiera que haya trabajado en una empresa privada española sabe que es garantía de ver tu cabeza rodando a no mucho tardar, a menos que uno desconfíe del cuento de la proactividad (que consiste en realidad en hacer el trabajo del jefe, pero haciéndolo como él dice y dándole siempre la razón). No importa que siempre se mostrara leal a la Corona; las envidias y la desconfianza que generaban sus éxitos pesó mucho más a la hora de defenestrarlo. Pero empecemos por el principio…

Pedro Girón, para abreviar, nació en 1574 todo cargadito de títulos, pues era nada menos que Grande de España y pertenecía a una de las familias aristocráticas más poderosas y nobles del país. Lo cual le exoneraba de tener que trabajar para ganarse la vida, más teniendo en cuenta que por aquella época la aristocracia empezaba a mostrar propensión a eludir los riesgos que conllevaba su rango, es decir, los peligros de la vida militar, para otorgarse los cargos sólo de nombre y dedicarse a contar las rentas de sus tierras.

Pero nuestro hombre demostró pronto que iba bastante por libre y a contracorriente de las tendencias al uso. Marchó a combatir a Flandes en 1602, pero al contrario que muchos de sus camaradas de clase social, que ocupaban los más altos cargos de la oficialidad, se enroló como simple soldado de los Tercios. Y es que Pedrito era un hombre de mucho carácter, a pesar de su pequeña estatura; las crónicas le muestran como valiente, resolutivo, autoritario, algo bravucón y bastante mujeriego (a pesar de estar casado con una señorita de casa noble, nieta de Hernán Cortés).

Allí aprendió muchas cosas, a cambio de perder un dedo y recibir heridas variadas. Entre otras, comprobó de primera mano en el asedio de Ostende cómo los herejes calvinistas se apañaban pero que muy bien en la lucha marítima, mientras que las graves deficiencias de la flota española dejaban a los Tercios inermes en el combate naval. Las paces firmadas con los holandeses y con Inglaterra le permitieron darse una vuelta por estos países y comprobar in situ la superior organización de su marina, que fomentaba la acción privada y el corso, en vez de la costumbre española de leva forzosa.

Por aquella época, ante la manifiesta inutilidad y desinterés de Felipe III, el gobierno estaba en manos del valido don Francisco de Sandoval, duque de Lerma y su hijo, el duque de Uceda. Ambos habían optado por una política exterior de apaciguamiento y una táctica puramente defensiva ante las múltiples amenazas para el Imperio. Política que si bien reducía los costes, tuvo el efecto de animar a Inglaterra, Holanda, Francia o al turco a rapiñar como buenamente podían; las fortalezas protegen, pero no devuelven los golpes. En cuanto al ahorro, no es que se notara demasiado, ya que permitió que estos dos corruptos se llenaran los bolsillos de plata hasta reventar, así que lo comido por lo servido. Sin embargo, y después de haber tomado buena nota de cómo se organizaba y actuaba el enemigo, Osuna era partidario de una política más belicista. Para él, la única manera de defender el Imperio era golpear constantemente a sus enemigos hasta dejarlos inoperantes.

En éstas, Pedro se plantó en Madrid en 1608 a esperar nombramiento para algún cargo importante, como le correspondía por su noble condición. Sin embargo no dejaba de ser un advenedizo en el deslizante campo de la política, así que tuvo que emplear apoyos e influencias. El virreinato de Sicilia estaba vacante, por lo que se postuló para ocuparlo, avalado precisamente por Uceda. Finalmente, tras un ardoroso discurso ante el Consejo de regencia, se le concedió el mando de la plaza, a donde llegó en 1611.

El panorama siciliano era desolador, como en muchos de los territorios imperiales. Mientras las familias importantes tenían hasta los críos en nómina chupando del presupuesto, soldados y marineros llevaban más de dos años sin cobrar. La corrupción y la desidia eran las marcas de la casa; el estado de la flota era lamentable, y el general al mando, Leyva, “dirigía” desde Madrid, donde de paso atendía sus asuntos personales. Los mendigos y pícaros se agolpaban en las calles, tratando de vivir sin trabajar, como hacía la alta y baja aristocracia, o incluso la de mentiras. Como resultado de esta inoperancia gubernativa, desde la victoriosa e inútil batalla de Lepanto la isla había sufrido no menos de 80 ataques turcos. 

Algo que el carácter enérgico de Osuna no podía consentir. Su modelo y fuente de inspiración fue otro grupo de ilustres piratas cristianos (aunque no verán a mucha gente llamarlos así, por su nombre), los Caballeros de la Orden de Malta, que se dedicaban al corso con mucho éxito y tenían por lo tanto más bien frita a la Sublime Puerta. Pronto impuso su autoridad a las grandes familias sicilianas, incluso por la vía de la horca, y consiguió del parlamento 600.000 ducados para pagar los atrasos a marineros y soldados y alquilar unas pocas galeras en buenas condiciones para hacerse a la mar. Tras colocar a un hombre de confianza al mando de las galeras de Sicilia (don Octavio de Aragón), su primera intervención contra los turcos fue en apoyo de los rebeldes griegos. Grecia era una provincia del imperio turco bastante problemática, así que eran un aliado potencial de los españoles; a su demanda de ayuda, Osuna respondió enviando a su flota con unos 500 soldados y material para armar a los sublevados y ayudarles a ocupar y fortificar algunas plazas turcas en territorio griego. La campaña fue un éxito rotundo, también en botín, lo que contribuyó a animar a la tropa. Pronto cayeron nuevas partidas presupuestarias y se sucedieron las acciones de piratería antiturca; asaltos y saqueos de plazas fuertes en el Norte de áfrica, destrucción de flotas corsarias otomanas, captura de prisioneros y galeras. Día tras día, soldados, marinos y aventureros se enrolaban en las filas españolas. El arrojo de las tropas corsarias de Osuna se convirtió en la marca de la casa. De pronto las actividades de Pedro Girón se tornaron interesantes para los adinerados del virreinato.

Osuna empleó los beneficios para reparar y ampliar la escuadra siciliana y reclutar remeros. Para esto tuvo adoptó una original técnica de selección de personal; sabiendo de la cantidad de falsos lisiados que había en Palermo y Messina, publicó un bando en el que convocaba a todos los pordioseros de la isla. Una vez reunidos, se encontraron con una especie de concurso de salto de altura. A quien lograra sobrepasar una tabla colocada a tal efecto, se le pagarían 8 ducados. No hace falta decir que todo el que logró saltarlo fue inmediatamente enrolado en galeras y los efectivamente impedidos, devueltos a casa con medio ducado en la buchaca.

Tampoco descuidó Osuna sus relaciones con Madrid, que necesitaba mantener en buenos términos para que le dejaran las manos libres. Es decir, envió presentes a la casa real y untó a su valedor Uceda para que estuviera tranquilito, ofreciéndole parte de las ganancias obtenidas. Así fue como consiguió de éste en 1613 una excepcional licencia oficial para dedicarse al corso firmada por Felipe III, por el módico precio de la mitad de los beneficios de las capturas. Con su flamante permiso de piratería, Pedrito pudo construirse su propia flota privada de 4 galeras, a las que dotó de enseña propia: una bandera negra con una imagen de la virgen de la Concepción, con el nombre familiar a sus pies. También fue en este mismo año cuando enroló entre sus filas como secretario personal a un conocido espadachín cojo, corto de vista y bastante pendenciero que a la sazón escribía populares sonetos satíricos. Hablamos de Don Francisco de Quevedo y Villegas, que se convirtió en la mano derecha, jefe de espías y agente al servicio de Osuna hasta su muerte.

A estas alturas la isla de Sicilia y su escuadra se estaban convirtiendo en un forúnculo muy doloroso para el sultán turco, que se decidió a extirparlo de raíz. Para ello preparó una formidable flota para atacarla, pero la red de informadores de Osuna se adelantó: los sicilianos apresaron un par de barcos turcos y los prisioneros cantaron. Así que el virrey se apresuró a reunir cuantas naves pudo, entre la escuadra siciliana, la suya propia y los malteses para enfrentarse a la amenaza. Además, pidió ayuda a Madrid, que esta vez envió unas 20 galeras reales.

Aunque casi resultó peor para el duque, puesto que estaban en tan mal estado que tuvo que repararlas de su bolsillo. Por otro lado, la escuadra real llevaba un regalito envenenado: al mando se encontraba Filiberto de Saboya, almirante supremo de la marina española, colocado ahí por ser pariente del rey Felipe III, y que con ese nombre tan rimbombante ya se pueden figurar ustedes el carácter del pollo. Osuna tuvo que plegarse a que dirigiese las operaciones, por estar por encima en el escalafón. Para acabar de arreglarlo, los éxitos y las presas del virrey contra los turcos tuvieron la facultad de refrescarle la memoria a Leyva, que recordó de pronto que tenía el mando de una flota y la reclamó. El rey ordenó a Osuna poner al rentista al mando, por lo que no le quedó más remedio que trasladar al valiente Aragón a mandar su armada privada de cuatro galeras.

A estas alturas se estarán preguntando ustedes, queridos lectores, ¿qué ocurrirá con Sicilia? ¿Conseguirá Pedro salir indemne del gran ataque turco? ¿Cómo se las arreglará tras haber sido atado de pies y manos por una banda de incompetentes de alcurnia? Pues como me está quedando largo y queda mucho aún por contar, mantendremos la emoción y haremos una pausa dramática como si de una serie norteamericana se tratase. Todo esto lo veremos en el próximo episodio de la biografía, “The Downfall”. Sí, es la primera que hago en varias partes, pero la ocasión lo merece, oiga.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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