En papel

Le Carré, espionaje cínico

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Justo después de acabar de leer la inmensa entrevista de la periodista francesa Christine Ockrent al conde de Maranches, publicada por la editorial Planeta en el año 1987 bajo el título Secretos de Estado, empecé la autobiografía de John Le Carré, Volar en círculos.

No podía imaginar que encontraría nexos entre ambas obras en lo que a las labores de inteligencia se refiere, pues no se me escapa que Le Carré, cosa que queda plenamente confirmada en su último libro, ha sido un escritor que ha ejercido de espía durante muy poco tiempo, como declara en el mismo cuando explica que tuvo que salir al paso de rumores que terminaron por vender como un secreto a voces que él era un espía metido a novelista.

Y es que David Cornwell, como se llama el británico en realidad, insiste varias veces a lo largo de su libro en la carencia de secretos que pudieran servirle para proporcionar jugosas revelaciones.

Abandonó el servicio secreto con 33 años, en 1964, después de haber ingresado a los veinticinco. Dados sus conocimientos de la lengua alemana fue destinado a la embajada británica en este país.

Por mucho que se defina como escritor, Le Carré cree que vivir de la ficción y del espionaje no es tan distinto. “Espiar y escribir novelas están hechos el uno para el otro. Ambos exigen una mirada atenta a la transgresión humana y a los numerosos caminos de la traición”, afirma con rotundidad en la edición española traducida por Claudia Conde y también publicada en Planeta.

No crean que por adoptar este enfoque el literato pasa de puntillas por el mundo de la inteligencia. Simplemente se detiene en él contadas ocasiones. Sin embargo, con esas pocas pinceladas es perfectamente capaz de demostrar que las cosas no son blancas o negras, ni siquiera en la Guerra Fría.

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Nada es lo que parece

Le Carré no duda en sostener, por ejemplo, que el 90% de los agentes del BND -servicio de inteligencia exterior de la Alemania occidental- que operaban en la Alemania oriental acabaron trabajando para la Stasi a la altura de 1956. Y sostiene que este fenómeno tan escandaloso y sin embargo poco contado tiene su origen en la ingenuidad -o arrogancia, según se mire- de los servicios de inteligencia de los aliados occidentales con los de Estados Unidos a la cabeza, en la transición de estos últimos de la OSS a la CIA.

Fue un error a su juicio que esos organismos consideraran a los antiguos nazis colaboradores fiables por el mero hecho de ser anticomunistas. No tuvieron en cuenta, como apunta el británico, que un nazi era, más aún en aquella época, alguien con un pasado especialmente turbio y que un individuo operando con esa losa en un país hostil y, además, sumándole la carga de ser una opción política derrotada sin paliativos y ciudadano de una nación ocupada, dividida y repartida entre los vencedores lo convertían en una auténtica bomba de relojería.

Otra anécdota más conocida por aquellos que hayan indagado algo en el período que va de 1947 a 1991 y que ilustra las enormes paradojas y contradicciones de los dos bloques enfrentados es sin duda el caso de los físicos Klaus Fuchs y Andréi Sájarov. El primero, alemán de origen y nacionalizado británico, perdió su adquirida ciudadanía al ser condenado por haber pasado información a la URSS del Proyecto Manhattan. Al salir de prisión, se pasó a la Alemania del Este.

El segundo, Sájarov, sufrió el escarnio, la humillación y privaciones por tratar de expresar una opinión disidente en un país que funcionaba como un estado policial, es decir, por haber hecho uso de unas libertades que en su país natal no existían y de las que sí podía disfrutar en mucho mayor grado Fuchs, que optó por no expresar sus opiniones y practicar el activismo político ayudando a su causa desde la sombra.

Secretos de Estado tiene también anécdotas de este calibre. Alexandre de Marenches asegura a Ockrent en una de las partes de la gigantesca entrevista que mantuvieron que él había visto fotografías de ingenieros de la empresa petrolera estadounidense Gulf subiendo a un avión custodiado por soldados cubanos enviados allí para apoyar al Gobierno prosoviético de Angola.

Del mismo modo, reconoció que las deserciones que se producían desde el otro lado del Telón de Acero a Occidente no se debían siempre a que aquellos que decidían dar el paso habían respirado mayores aires de libertad al oeste de Europa o en Estados Unidos. Detrás había casos de amor y desamor, pero también otras causas tan pedestres como que determinado agente de un servicio de inteligencia de un país de la órbita soviética había apostado su carrera a que “x” se haría con un puesto al mando del servicio, viendo a continuación cerradas las puertas y su vida estancada porque finalmente se habían hecho con el control “y” o “z”.

Distintos enfoques de la mentira

“Nací y crecí entre mentiras; me formé en un sector donde la gente miente para ganarse la vida, y he practicado la mentira como novelista”. Es la confesión descarnada de Le Carré para resumir su infancia y adolescencia al lado de un padre conocido al parecer por los numerosos pufos y deudas impagadas que este dejó, su paso por los servicios de inteligencia y su vocación como escritor.

Sin embargo, la calma y el sosiego que transmite el relato de Volar en círculos son claramente propios de alguien que ha deglutido, digerido y expulsado la materia de desecho de su pasado. Alguien que ha entrenado debidamente la autocrítica.

Cuesta no ver autenticidad cuando afea a la prensa británica que no haya concienciado a la ciudadanía de las islas de la vulneración de su privacidad tras el espionaje masivo de la NSA destapado por Edward Snowden o cuando proclama que le “repele” el tipo de infiltración que durante mucho tiempo practicaron distintos miembros de las fuerzas de seguridad de su país, quienes se llegaron a casar y a formar una familia con el objetivo al que vigilaban.

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Aunque la prolijidad en detalles con la que Marenches habla de ciertas operaciones del pasado al frente del SDECE -Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje de Francia- o su sinceridad al negarse a hablar de ciertos temas en lugar de mentir directamente son un hecho aislado incluso en Occidente, el trasfondo de su mentalidad es muy previsible. Al principio del libro dice que para que un servicio de inteligencia funcione este debe ser apolítico y estrictamente profesional.

Se entiende entonces que por “apolítico” se refiere a que debe ser ajeno a cualquier tipo de interés partidista, porque luego se marca varios comentarios completamente ideologizados al calificar como “mercenarios” a soldados cubanos desplegados en Angola que no hacían otra cosa que cumplir órdenes y servir a su país o cuando manifiesta que el régimen del apartheid en Sudáfrica podía ser “indeseable”, pero que el entendimiento con él era necesario porque controlaba la zona de tránsito del Atlántico al Índico.

Quizá lo más impactante es cuando, sin mencionarlos, describe a los muyahidines de Afganistán que combatían la ocupación soviética como “heroicos resistentes”. De acuerdo, es un libro publicado en Francia en la segunda mitad de los años ochenta, pero qué duda cabe que ayuda a explicar muchas cosas hoy.

Contra todo pronóstico Secretos de Estado, pese a publicarse como el resultado de entrevistas maratonianas, sigue un orden más concreto y lógico que el libro de Le Carré. Se supone que una autobiografía debe ser algo más que un conjunto de anécdotas escritas aparentemente a vuelapluma, ya que la propia vida del personaje facilita seguir una secuencia. De hecho, el capítulo del final es un tanto desconcertante y se podría haber suprimido sin perjuicio alguno para el resto de la obra. La amenidad narrativa del británico y la notable labor de su traductora en español, no obstante, han salvado los muebles con creces.

Pasión por el periodismo, la comunicación y la edición. A mi faceta como redactor y a mi formación en community management se suma mi experiencia como corrector y lector editorial. Devoción por el mundo del libro en general y fascinación por la literatura rusa en particular, la cual estoy descubriendo desde hace poco tiempo.

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