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Un poeta llamado Samuel Beckett: Sobrios y angustiosos versos

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Aquellos a los que el nombre de Samuel Beckett les diga algo seguramente lo haga ya sea como uno de los precursores del teatro del absurdo (otros integrantes de dicha corriente fueron Jean Genet, Eugène Ionesco o Fernando Arrabal), el creador de obras como Los días felices o, sobre todo, Esperando a Godot e  incluso relacionado con sus personajes protagonistas, Vladimir y Estragon, auténticos iconos del desamparo vital. Alejado de todo esto su figura tiende a desvanecerse algo, a pesar de que su realización poética, ya sea en su valor intrínseco o en la relevancia  a la hora de conformar su perfil creativo, es de vital importancia.

El irlandés ha conseguido hacerse paso como uno de los autores más destacables de las letras universales, y lo ha hecho tanto por la propia calidad de su creación artística como sobre todo por la particularidad sobre la que ha cimentado su técnica, siendo una natural extensión de la visión del mundo que ha plasmado en ella. Precisamente su forma árida y escueta le ha convertido en ejemplo de originalidad y toda una referencia para generaciones posteriores.

Precisamente en ese personal e intransferible estilo tiene mucho que decir su, relativamente poco reconocida, obra en verso, ya que no se trata sólo de una los muchas ramificaciones que ha adquirido su creación (incluye también el ensayo, la novela e incluso el guión cinematográfico) sino que en ella encontramos buena parte de su esencia. No obstante, y aunque parezca sólo un dato biográfico, prácticamente su inicio y final de carrea se enmarca en esta disciplina, algo que resulta cuanto menos  significativo.

Horoscoño es el nombre del primer poema que escribió. Fechado en 1930 estaba destinado a un concurso literario, el que acabó por ganar.  En él nos encontramos con un tema recurrente en su ideario, el paso del tiempo. En esta ocasión elegirá  algunos trazos de la biografía de Descartes para darle una curiosa forma en la que se entrelaza el tono trágico con hechos más mundanos. A lo largo de él nos encontramos con características que son extrapolables a buena parte de sus escritos en este idioma, sobre todo en sus primeros años. Éstas no son otras que un gusto por los cultismos, las referencias (muchas serán bíblicas), un cierto desarrollo narrativo y sobre todo una mirada modernista, siempre en continua lucha con la tradición, que hace que esta época se emparente con su, en ese momento, maestro James Joyce aunque  también con T.S. Eliot.

Todo ello quedará refrendado principalmente en su siguiente poemario, Los huesos de eco. Lo comentado hasta ahora se desarrollará de forma profusa en él: construcciones largas (Serena, Enueg I) o la continua aparición de alusiones, ya sean directas o más soterradas, a lugares, personas, obras, etc..  Junto a los de este tipo también aparecen otros en los que empieza a asomar ese estilo más sobrio y conciso, como en el propio que da nombre a la obra  o en Da tagta es.

Es en el salto que realiza hacia el idioma francés (lo alternará con el inglés e incluso convivirá con ambos), donde se siente más libre y menos constreñido, cuando nos encontramos definitivamente al Beckett más reconocible, sobre todo en cuanto a su desarrollo formal se refiere. La temática se mantiene bajo los mismos parámetros pero aparecen principalmente representados bajo un estilo más seco y directo, lo que hará que todavía se presente más grave su mirada. La decisión lleva aparejada una escritura más breve, lacónica, llevando la supresión de  todo tipo de adornos hasta su extremo, y agolpando, incluso repitiendo,  muchas veces las palabras,  prescindiendo incluso de construcciones gramaticales completas. Son los sustantivos los  que toman el liderazgo llegando a sonar como dardos lanzados (“imagina si esto / si un día esto / un día feliz” o “música de la indiferencia  / corazón tiempo aire fuego arena”).

El escritor irlandés ha conseguido con el grueso de su obra representar un discurso realmente reconocible y con una esencia radicalmente personal. Indiscutiblemente su cima, en cuanto a reconocimiento, se encuentra en sus obras teatrales que consagraron un estilo árido y angustioso, pero no es menos cierto que su poesía es de un gran interés y que en muchos momentos representa a la perfección lo que Beckett significó en la literatura, por lo que sería un terrible error no darle la relevancia que se merece.

Ruta 66 y El Giradiscos son mi hábitat natural. La música es el lenguaje en el que escribo.

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