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Transformaciones: Un hombre que duerme y un hombre que miente

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Este artículo iba a ser inicialmente una reseña sobre el libro de Georges PerecUn hombre que duerme. En la contraportada del libro descubrí que se había hecho una adaptación de la novela co-dirigida por Bernard Queysanne y el propio Perec. Del año 1974. Así que el artículo hablará también de cine.

1974. Buen año para que escritores se pongan a dirigir y se revelen como grandes cineastas. Es el año en el que Marguerite Duras fusiona varias novelas con Anne-Marie Stretter como protagonista y crea India Song.

Pocos años antes, otro escritor inquieto, Alain Robbe-Grillet dirige un film fascinante: El hombre que miente. Hagamos recuento. De estas tres películas, Robbe-Grillet sería el capo, junto a Alain Resnais, padres del film por el que circularán todas las otras: El año pasado en Marienbad. Por resumirla o tratar deasumirla muy brevemente: nos encontramos ante una película en la mente de sus protagonistas. A partir de este mágico complot entre Resnais y el baluarte lanouveau roman literatura y cine se ponen a jugar. Mutan y se transforman.

No es extraño que un arte tan tramposo como el cine se decida a emplear la mentira como núcleo estructural. No que un personaje mienta por diálogo sino que la propia película mienta. He aquí lo que plantea el film de Robbe-Grillet y en menor medida el de Perec y Queysanne ¿Y Marguerite? En India Song nos encontramos no con la mentira, sino con una gran duda, un amor y una pasión detenidas en su momento más álgido (o más trágico), con un coro de voces que rememoran datos del pasado, ecos de los protagonistas, mientras en la imagen vemos fantasmas, reconstrucciones posibles de ese amor contagiado por la lepra.

La secuencia que abre El hombre que miente inicia el gran engaño. Lo que parece una película de guerra se revela como una extraña persecución que parece sacada de una de espías. Un hombre muere y en el mismo plano resucita ante nuestros ojos.

Igualmente desconcertante y, al mismo tiempo, preciso es el inicio de El hombre que duerme. Una presentación del personaje que una voz en off se encargará de ir negando conforme avance la película.

El joven protagonista, como en Kafka, sufre una metamorfosis. No se convierte en insecto, más bien en ostra. Le invade una profunda abulia, vive un eterno periodo de inactividad, de colapso. Le acompaña una profunda sequía de ideas, tiene escasas ganas de actuar. Padece una prolongada desmotivación que, por otra parte,  a casi todos nos ha asaltado alguna vez. Es una marioneta en manos de esa voz en off que lo exhorta en segunda persona del singular. Voz que parece persuadirnos también a nosotros.

Obra sobre él una indiferencia atroz para con el mundo. Una extraña alienación puesto que ni sufre la explotación de un trabajo y en un momento dado decide abandonar los estudios. Paris se convierte entonces en un desierto, una ciudad inhóspita, una especie de eterno final de El eclipse de Antonioni con la sensación añadida de que la capital francesa –sus monumentos, sus gentes, sus edificios- seguirán funcionando cuando uno ya no esté allí.

La tensión formal se produce porque audio e imagen coinciden rara vez, son discordantes. En ese sentido, la voz en off enumera cosas que ni siquiera vemos. La idea de deriva, fuga, sueño o mentira se mantiene a lo largo de todo el metraje.

Particularmente, tenía ganas de ver cómo se resolvía un pasaje del libro en el que el joven errante y sonámbulo se junta con el underground nocturno de la ciudad. En la adaptación cinematográfica el monstruo acaba siendo la masa, París, sus gentes, filmadas con una fotografía quemada. No personaliza a borrachos, dementes, prostitutas, ladrones… la cámara se mueve simplemente entre la turba. He ahí la verdadera monstruosidad: el miedo de reconocerse uno más. Un ser gris, impersonal, amorfo.

En El hombre que miente también encontramos una cierta despersonalización. En este caso en los habitantes del pueblo a donde va a parar Jean-Louis Trintignant. En esta aldea se hará pasar por miembro de la Resistencia cuando en realidad es un cobarde y un traidor (o no). Desde el comienzo, se potencia la idea de la identificación, como en esta turbadora secuencia de unas mujeres que juegan al escondite.

Decíamos que en este film la película miente. Y es así. Esto se consigue gracias al montaje. La voz en off narradora es la de Jean-Louis, en primera persona, pero la imagen se encarga de mostrar lo contrario. El montaje contradice al audio, es el elemento fulero, y crea una suspensión de la veracidad. ¿De qué fiarse?

La literatura del siglo pasado ha tratado en buena medida el tema del doble (de Poe a Borges), sistemáticamente se ha ido encargando de desdibujar las características del personaje clásico (Dostoievski,Walser o Camus) introduciendo a los protagonistas en realidades que les sobrepasan, en mundos que se parecen al nuestro pero que tienen diferentes reglas (Kafka de nuevo).

En la chambre de bonne de Un hombre que duermepodemos encontrar visualmente algunos de estos temas. Un póster de un cuadro de Magritte presenta la idea del doble. Un espejo roto revela su imagen o reflejo fragmentado. La reproducción de unas escaleras imposibles de Escher reflejan el labertinto por el que el protagonista deambulará. Desde el comienzo del film asistimos a una indisposición a acometer un acto, por más leve que sea, esa fatiga indisponible, esa sensación de estar y no estar cuando realmente tenemos que estar. Ese dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. Una apatia constante pero manifiesta en nuestro tiempo (y ya en 1974).

De El hombre que miente podemos extraer una idea de disolución del héroe. Puesta en tela de juicio de sus valores y hazañas. Curiosamente sus jueces son los habitantes de esa extraña aldea, contexto viciado y enrarecido con reglas propias que se nos escapan continuamente.

Hay escritores que influyen. Y cine que ha influido a escritores. Intrincado juego de resonancia que abre sendas. Los caminos abiertos de la literatura. Rutas que no se quedan en la trama, en la historia. La virtud de los grandes escritores que abandonan la pluma y cogen la cámara es saber indagar cuáles son los elementos propios de cada arte, transformándolos con elegancia y consiguiendo una obra propia, autónoma. Pero que bebe/emana cine/literatura.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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