Cuadernos
Nostalgia de Chaykin: ‘Black Kiss’ is back!
Norma Cómics está poniéndose las pilas con Howard Chaykin. Este mes pasado de octubre reeditó el clásico, sádico y elegante Black Kiss y ha prometido hacer lo mismo con otro imprescindible: American Flagg!.
Seguramente todo tenga que ver con el anuncio del propio Chaykin este pasado mes de julio durante la ComicCon Internacional de San Diego: el retorno de su afamado Black Kiss en modo de precuela, el regreso a un pasado lejano de la historia salvaje que nos relató hace ya 23 años. Una proposición interesante que quizás responda a ciertos interrogantes y acaso también nos ilustre un poco más sobre el aterrador submundo que dejó al descubierto.
La editorial elegida para tan temido (o esperado) regreso es Image y el año seleccionado el 2012. Así que, aprovechando la coyuntura, vamos a pegarle un somero repaso, para desmemoriados y despistados, a este eximio señor y su descendencia.
Chaykin, L’enfant terrible
Howard Chaykin siempre ha tenido fama de trangresor, de ser un genuino delincuente en el mundo del cómic; rompiendo reglas implícitas y volcando de forma inteligente y creativa su furia interna para quebrar y demoler muros que no deberían haber ni existido. Sus principios, lógicamente, no fueron tan drásticos. Comenzó a trabajar a finales de los 60 como negro de nada más y nada menos que Gil Kane para ya, a principios de los 70, ocuparse de Neal Adams. Trabajó por entonces también en la estupenda adaptación a cómic de varios relatos de los indispensables Fafhrd y el Ratonero Gris, de uno de los padres del género literario espada y brujería: Fritz Leiber. Allí contó con el guión del insigne Dennis O’Neil y se codearía con gentuza como Jim Starlin o Walt Simonson. Chaykin volvería a retomar a Fafhrd treinta años después, esta vez llevando él el timón y con un extraordinario Mike Mignola a los pinceles.
Pero volviendo a los comienzos de nuestro protagonista, Chaykin nunca se alejó demasiado de la ciencia- ficción o la fantasía. Por esos años también ilustró guiones de Roy Thomas con el guerrero puritano Solomon Kane de Robert E. Howard como protagonista; dibujando también a otras criaturas de Howard (Robert) como Conan el Bárbaro o Red Sonja y, más adelante (¡y por exigencia del propio George Lucas!) la gloriosa adaptación comiquera que hizo Marvel de Star Wars.
Sin embargo nuestro amigo, que ya comenzaba a apuntar maneras, decidió voluntariamente alejarse del mainstream y centrarse en sus propias e inusitadas ideas. Así que aterrizó en Star*Reach, lo que sería luego una mítica antología de 18 números dedicados a la fantasía y a la ciencia-ficción, y allí alumbraría a uno de los personajes (alter ego además) donde confluirían los rasgos más característicos de su obra: Elon Cody Starbuck. Pero no llegó solo: toda una space opera de su propia cosecha considerada en la actualidad un clásico a reivindicar y que George Lucas (sí, otra vez él) no dudó en calificar como una de las grandes influencias para crear su propio universo.
Cody Starbuck y su irreverencia, fanfarronería y moral requetedudosa aparecieron también en las páginas de la emblemática Heavy Metal, abriendo el panorama hacia un sector del público más exigente. Los ecos de este clásico anti-héroe se encuentran desde Han Solo hasta el teniente Starbuck de Galáctica Estrella de Combate.
Chaykin continuó expulsando al mundo todo tipo de criaturas e historias que deslumbraron por su afán de experimentación, tramas intrincadas y un impertinente efluvio que buscaba irritar, desafiar, provocar al lector. A destacar la indispensable saga de American Flagg! (1983-1988), una sátira política en clave de cienca-ficción donde acabaron colaborando también DeMatteis o Alan Moore. American Flagg! posee la misma trascendencia histórica que Watchmen de Moore y Gibbons o Daredevil de Frank Miller, como punto de inflexión (y lograda madurez) en el mundo del cómic; pero en España no fue publicada hasta hace un par de años, con lo cual no ha sido ni será tan apreciada (ni bien considerada) lamentablemente por el fan ibérico.
Esta obra muestra un planeta viviendo en una distopía en la que la ciudad de Los Ángeles de Blade Runner se podría considerar un reflejo almibarado en comparación. Y son las peripecias de su protagonista, el policía Reuben Flagg, las que sirven de esencial excusa para que Chaykin vierta su acre visión de la sociedad norteamericana. Un vituperio en toda regla que rompió esquemas y cuyo ejemplo fue seguido e imitado hasta la extenuación durante todos los años 90. Por supuesto, American Flagg! contiene todos los vicios y virtudes de su autor (densidad argumental, sexo, drogas, violencia…) que alcanzaron su paroxismo en la novela gráfica Black Kiss.
El Beso Negro
“Hola cariño, soy Dagmar y me encantaría chuparte la polla. Me gustaría hablar contigo, pero ahora no puedo ponerme al teléfono ya que le estoy demostrando a un tipo con suerte lo que pueden hacerle a un hombre cinco pies y siete pulgadas de ardiente rubia. Sobre todo las siete pulgadas…”
Así, con este sugerente mensaje de contestador automático y sin más preámbulos, comienza Black Kiss. No hay duda de lo que podemos encontrar entre sus páginas, una de las obras más inmundas, obscenas y fascinantes de la historia del cómic. Tampoco creo que haya que insistir demasiado para explicar el cataclismo que supuso.
Tuvo que ponerse a la venta introducido en bolsas negras precintadas. El escándalo mediático (con intervención de la siempre lúcida Tipper Gore, qué gloria de mujer) fue mayúsculo y la sociedad norteamericana (por enésima vez, si es que son de un sensible…) vio tambalear sus pilares peligrosamente.
No obstante, el cómic erótico siempre había existido. Confinado en su territorio, pero indudablemente ahí estaba. Sin embargo Black Kiss, aparte de saltarse a la torera esos límites invisibles morales de la época (finales de los 80), no sólo expuso material pornográfico de manera multitudinaria, sino otra serie de temas como la corrupción eclesiástica (incluyendo la pederastia), la prostitución tolerada y promovida por el Gobierno, el Satanismo y mucho más, con una elegancia y glamour apabullantes.
Howard Chaykin, más colérico y desmedido que nunca, nos condujo a través de una historia enmarañada a un inframundo lleno de violencia y crueldad. Porque entre las incalculables fellatios y sodomías; y el torrente inagotable de sadomasoquismo, necrofilia, violaciones y demás perversiones, el argumento es típico del cine negro. Y no es casualidad que el austero y dramático blanco y negro fuera la tutela visual de todo este circo perverso. El guión de Faulkner para El sueño eterno no fue menos enrevesado que la mente procaz de Chaykin.
Como antes señalábamos, Howard Chaykin derrama toda la bilis que su hígado puede segregar en las particularidades que había ya trabajado en obras anteriores: mujeres sexualmente activas, femme fatales de belleza anticuada y sexualidad ambigua; protagonista masculino cínico, bocazas, con serios problemas profesionales y personales (por supuesto) e incapaz de tomar las riendas de su vida; mucho pulp, mucho Alan Furst, mucho jazz y mucha droga. Y sexo, claro. Por supuesto, a todo este festival de gangrena moral se une intrincadamente lo sobrenatural, lo demoníaco. ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas.
El argumento nos relata las hazañas de dos rubias peligrosas idénticas: Beverly Grove, antigua starlette hollywoodiense de vanidad delicada; y Dagmar Laine, prostituta de profesión y fan enfermiza (esclava) de Beverly, con siete pulgadas muy especiales. Ambas necesitan hacerse con un antiguo celuloide comprometedor para la actriz que se encuentra en manos de un cardenal en el Vaticano y para ello, recurren a un músico judío de jazz, Cass Pollack, ex-toxicómano y perseguido por la policía.
No hay ni buenos ni malos, sólo canallas y gente muerta. A partir de ahí, todo lo que uno pueda imaginar que sea factible que suceda, no ocurre. La cabeza de Chaykin funciona(ba) en otro rango distinto del común mortal.
Detallar algo más del argumento sería estropear la diversión o el mal rato, porque no es una novela gráfica apta para todos los estómagos. La propia intención de Howard Chaykin era insidiosa, aunque para el paladar actual ya lo sea bastante menos. De todas maneras no está de más apuntar que la archiconocida y feroz Sin City (1991) de Frank Miller, sin restarle sus méritos (Luzbel me libre), le debe unas cuantas cosas a Black Kiss. Aunque éste último sea mucho más crudo, cerdo y menos efectista. Sin City es un puñetazo en el estómago, Black Kiss una patada en los huevos.
Y ahora… ¿qué?
Chaykin ha pasado de, como se dice vulgarmente, ser un culo de mal asiento (pero con mucho talento) a convertirse en un autor amargado pero con la mala leche intacta. Desde sus inicios siempre trató de alejarse del cómic de super héroes y, curiosamente, es en lo que ha acabado trabajando (y con bastante tino, por cierto). Ha tejido nuevas historias recuperando viejos personajes de la ciencia ficción de DC, junto al gran García-López en el soberbio Twilight (1990), que casi le valió un premio Eisner; y también ha concebido obras propias como Power & Glory (1994). Ha trabajado también en diferentes colecciones como Green Lantern, X-Men First Class, Batman o los Nuevos Vengadores; así como en cine, televisión… y otros proyectos. Y teniendo en cuenta su actual perfil, todo parece indicar que la precuela de Black Kiss que nos prepara para el próximo año, no será tan rompedora, polémica y seductora como en el año 1988.
Ni Chaykin es el mismo autor ni vivimos en la misma época… estamos ya un poco más curtidos. Desde luego no esperamos un estallido, pero sí una historia digna de su predecesora. Chaykin, confiamos en tu inquina congénita, no nos defraudes.
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