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El dilema de Pedro Sánchez

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Pedro Sánchez ha iniciado esta semana los contactos formales –porque los informales se habrán producido incluso antes de Navidades– con las distintas formaciones políticas con representación parlamentaria proclives a apoyar directa o indirectamente su investidura como presidente del gobierno. El escenario parlamentario está claro y las diferentes opciones matemáticas para conseguir su objetivo de ser el próximo inquilino de la Moncloa también. Podemos, Ciudadanos, los separatistas –así, en totum revolutum y sin distinciones— porque ya se han encargado desde el comité federal de Ferraz de catalogarlos de esa manera, limitando el poder de negociación del propio Sánchez – y la remota posibilidad del Partido Popular son los distintos actores cruciales en este proceso negociador que tendrá lugar hasta finales de mes.

La lógica nos indicaría que la suma de apoyos parlamentarios más factible para el PSOE sería aquella en la que se incorporasen fuerzas netamente de izquierdas, que defiendan un programa de regeneración democrática y recuperación de los derechos sociales que Mariano Rajoy ha ido dilapidando durante estos últimos cuatro años con la reforma fiscal, la derogación de la reforma laboral y la mal llamada “crisis territorial” – especialmente Catalunya –  como pilares sobre los cuales sentarse y buscar puntos de encuentro. Jugar en una dinámica de derechas –izquierdas en la que Podemos (+ confluencias) y otros partidos como IU, ERC y Bildu, why not?– se sintiesen atraídos por el proyecto socialista y permitiesen un gobierno de coalición de izquierdas con una abstención de PNV, Convergencia o incluso Ciudadanos si Rivera ve el futuro negrísimo en unas hipotéticas nuevas elecciones generales en Junio. Hasta aquí nada raro. Es una práctica habitual en cualquier democracia parlamentaria, negociar y conformar mayorías para gobernar.

El problema comienza desde el momento que uno mismo se autodescarta opciones políticas con las cuales comparte una parte importante de su programa en materia de lucha contra la corrupción y defensa del Estado de Bienestar. “El PSOE no debería asumir un proceso de investidura si los compañeros de viaje son los separatistas o fuerzas políticas que estén planteando elementos que puedan significar la ruptura de unidad de España” dice Susana Díaz, prácticamente indicando a su Secretario General qué pacto debe conformar y excluyendo a opciones políticas como ERC, CDC, Bildu e incluso Podemos – defiende la celebración de una consulta popular en Catalunya – de cualquier tipo de acuerdo. O lo que es lo mismo, Díaz y otros dirigentes socialistas parecen desear una traslación del pacto con Ciudadanos que les mantiene en el poder en Andalucía a nivel estatal pero sin tener en cuenta – bien o malintencionadamente – que sus escasos 40 escaños son insuficientes para conseguir más SIes que NOes en el pleno de investidura: sin Podemos y sin “los separatistas” sería un esfuerzo inútil.

“¿Por qué alguien piensa que voy a echarme en brazos de los independentistas o quiero un gobierno de coalición con Podemos?”, preguntó retóricamente Sánchez en su última intervención pública durante el comité federal.  ¿Por qué? Pues porque si no quieres ser un cadáver político antes de verano no te quedará más opción que entenderte con ambas opciones, Pedro.

Este es el principal problema y punto de fricción a la hora de llegar a algún tipo de acuerdo, sobre todo con Podemos. El PSOE – o una parte importante del partido – no asumen que las urnas les han otorgado 89 diputados – 21 escaños menos que en 2011, el peor resultado electoral del PSOE hasta la fecha -, insuficientes para exigir gobernar en solitario a cambio de (casi) nada al resto de formaciones, no asumen que existe otra formación (y aliados) a su izquierda que ha obtenido casi 70 escaños y apenas 300.000 votos menos y que en ninguna negociación el propio cumplimiento del programa se puede ofrecer como “cesión” al potencial aliado a cambio de que el otro renuncie a sus puntos discordantes, dado que en tal caso poco sentido hubiese tenido votar a esa opción de izquierdas alternativa al PSOE. El mensaje sería, metafóricamente hablando, algo así como que los cinco millones de votos de Podemos y aliados estaban equivocados y que los otros cinco millones y medio de votos del PSOE deben prevalecer en ese hipotético acuerdo de gobierno. Podemos no puede ni debe actuar como si tuviese los 11 diputados que la pasada legislatura obtuvo IU y su rol se limitase a servir de muleta del PSOE a cambio de (casi) nada con tal de evitar un gobierno del PP. Es decir, cero cesiones programáticas del PSOE con el argumento de voto “en contra del PP” como único fin.

¿A cambio de que Podemos renuncie a la celebración de un referéndum en Catalunya, el PSOE que es lo que propone? Es más, si Podemos renuncia a dos aspectos importantes de su programa, como son la compleja reforma electoral – o apaño electoral, jugando con el número de escaños asignados a cada provincia – y el referéndum en Catalunya, el PSOE que ofrece a Podemos y por consiguiente a sus electores en el apartado socioeconómico? Ni cesiones programáticas ni sillones, porque tan importante es el programa concreto que se vaya a llevar a cabo en un área concreta como la persona encargada de su implementación. Y ahí, viendo los últimos movimientos del PSOE colocando a Jordi Sevilla en la mesa de negociación con ese perfume de “futuro ministro de economía de Pedro Sánchez”, seguro que no ayudará a cerrar algún tipo de acuerdo. Para que os hagáis una idea, sería algo así como que Podemos presentase a Juan Carlos Monedero en un equipo de negociación como “futurible ministro de Interior”.

Sin cesiones programáticas ni reparto de sillones, ¿qué ofrece el PSOE? ¿Evitar que gobierne Rajoy? Sí, esa parece ser la única oferta en firme que desde Ferraz se ha puesto encima de la mesa.  De momento, insuficiente. Pero la política, como la Maratón de Nueva York, gana el que resiste la fatiga, manteniéndose en el pelotón de favoritos y ataca en los últimos kilómetros. ¿A que sí, Antonio Baños?

Mitad politólogo, mitad melómano. Observador implacable de la política, con especial interés por la comunicación y marketing político. Agitador online al ritmo de bandas como Tame Impala, Pink Floyd o The Smiths. Tengo más caché que Google.

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