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Rosa Díez y las cenizas de color magenta

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Vivimos un tiempo en el que no basta con quejarse y desear un mundo mejor, un tiempo de inconformismo, un tiempo de acción. Hubo quien se puso a ello, quizás incluso antes de tiempo. Rosa Díez (Sodupe, Bizkaia, 1952) ocupó distintos cargos dentro del Partido Socialista, incluyendo el de eurodiputada hasta 2007, cuando decidió entregar su acta y fundar UPYD (Unión, Progreso y Democracia) junto a Arcadi Espada, Albert Boadella o Fernando Savater, entre otros. Ahora hace memoria de lo que pudo ser y no fue -del todo- con UPYD, de los que estuvieron y de lo aprendido en Los aventureros cuerdos. Ocho años de rebelión magenta (Península, 2016), pero lo ve ya lejano. Las luces de la política son como las de las farolas en una tarde de verano; siempre va a parecer raro verlas cuando todavía hay luz.

¿Qué es o, mejor dicho, qué fue UPYD?

Es la consecuencia de la reflexión de un grupo de personas que habían coincidido en otra militancia política con mayúsculas [¡Basta Ya!]. Un día llegaron a la conclusión de que en Euskadi había que hacer algo más que estar juntos en los funerales, salir a la calle para reivindicar lo que nos une, como demócratas y como vascos. En España hacía falta un partido político nacional e inequívocamente progresista que defendiera el Estado, la libertad, la igualdad y que tuviera por bandera la regeneración democrática y la relación entre españoles. Es, si me apuras, la consecuencia de un sueño, de creer en las propias fuerzas para provocar ese cambio. Cuando la gente te dice que no es posible sin ningún medio detrás, que todo el espacio está ocupado, nosotros pensamos: ¿Hace falta? ¿Sí? Pues hay que hacerlo o, por lo menos, intentarlo.

La política, en parte, ¿debería cimentarse sobre los sueños?

Debiera de ser así. Cuando se sustenta sobre eso, tú te lo crees que de verdad, aunque a lo mejor no es rentable electoralmente. Queríamos ser profundamente radicales en el fondo pero muy moderados en la forma, muy outsider, muy institucionales, provocando cambios profundos. Creíamos que era posible hacerlo a corto plazo en España, aunque no fue posible. Pero no nos equivocamos en lo que hicimos, ¿eh? Aunque hay quien no tuvo paciencia. Creo que para España ha sido muy rentable nuestra presencia.

¿Por?

Porque hemos contribuido de manera importante, tanto como para haber cambiado el panorama político. Nosotros introdujimos debates como el de la regeneración democrática, la exigencia de la responsabilidad política, la independencia de la Justicia… Y lo hicimos tanto en la tribuna del Congreso de los Diputados como en las instituciones y en el discurso público de la calle. Queríamos acabar con los privilegios de los políticos. Ese debate, en España, no existía. Pero hoy, aunque no lo hagan, todos los políticos hablan de eso. Hemos conseguido romper el tabú.

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Éste era un país en el que había un permanente empate a cero entre uno y otro. El pastel se lo repartían entre dos. Confundían la alternancia política con la alternativa política, estaban cómodos en eso. El debate del cambio de la Ley Electoral era un debate exclusivamente académico. La Ley Electoral era profundamente injusta para los ciudadanos, no para los partidos políticos. Aquello no formaba parte de las reivindicaciones de nadie pero, al cabo de un año o dos de estar nosotros en el Parlamento, hasta un taxista te planteaba el tema de la Ley Electoral.

¿Llegó demasiado pronto UPYD?

Quizá. En términos de necesidad para el país, no. Pero en términos de rentabilidad electoral, es lo que dice Stanislaw Lem: “Los que llegan antes de tiempo suelen tener que esperar en sitios muy incómodos”. No triunfan a la vez las personas y las ideas. No va acompasado. Otros parecen defender lo mismo pero son más simpáticos al stablishment, parecen menos peligrosos, menos molestos, no hacen cosas raras… ¿A quién se le ocurre llevar a Rodrigo Rato ante la Audiencia Nacional? [ríe con sarcasmo] ¿A quién se le ocurre llevar a Artur Mas ante los tribunales por la corrupción económica y política? O salir a la tribuna del Congreso de los Diputados y decir que hay que acabar con los privilegios de los políticos… ¡Pero bueno! ¿A quién se le ocurre? ¡Entre bomberos no hay que pisarse la manguera! Éramos incómodos, algunos molestos, no normales, muy libres… Teníamos la opción de hacer política de otra manera y fuimos muy fieles a esa opción sin perder la coherencia. ¿Podíamos defender eso y a la vez triunfar electoralmente? Pues ojalá. Pero está visto que no era posible.

Toni Cantó decidió irse a Ciudadanos e Irene Lozano al PSOE. Cantó fue especialmente crítico con usted… ¿Qué sintió cuando dejaron UPYD?

A las personas las conoces, lógicamente, a través de sus actos. Yo me fui del PSOE cuando gobernaba España teniendo un acta de eurodiputada, que es el sueño de la mayoría de los políticos. También tenía una valoración muy alta entre los afiliados del partido. O sea, podía estar muy cómoda y tenía muy buenas expectativas para el futuro, las que quisiera.

Las personas que comentas llegaron a UPYD cuando estábamos en la cresta de la ola y se fueron cuando no tenían expectativas, aunque trabajaron y lo hicieron bien. Lo uno no quita lo otro. También he de decirte que es algo anecdótico. Lo importante de UPYD es la inmensa mayoría de afiliados, que son de otra pasta: vinieron a servir, nunca pidieron nada para ellos y trabajaron lo mismo que yo y que todos los demás. Estuvieron a las duras y a las maduras, no buscaron un lugar al sol. Vinieron cuando había sombra y se quedaron en ella.

¿No sintió traición?

Los hechos están ahí. Que cada cual los califique como quiera.

¿Qué le parece Podemos y Pablo Iglesias?

No me gusta calificar a las personas. No lo he hecho nunca y no quiero hacerlo tampoco con Pablo Iglesias. Lo más cerca que lo he tenido fue una vez que me hizo un escrache. No lo conozco. Hay postulados de Pablo Iglesias que defiendo y cosas que no me gustan, que me repugnan, como cuando dijo que había paz en Euskadi gracias a personas como Arnaldo Otegi. Es un insulto a los ciudadanos, a los demócratas del País Vasco que defendieron la libertad de todos los españoles y, desde luego, de todos los vascos. Otegi no es un hombre ejemplar y no ha traído la paz. La paz es, para mí, mucho menos importante que la libertad. Con Franco también había paz en España, pero no había libertad. La batalla de Euskadi frente a ETA no ha sido por la paz, sino por la libertad. Por eso lo que dijo Pablo Iglesias me parece repugnante, pero son sus palabras y no me atrevería a calificarlo jamás.

Hay otras cosas que defiende con las que coincido, por lo menos en el discurso, porque no sé cómo las haría luego: la reivindicación de lo social, de lo más justo… Pero a veces veo cómo habla del chavismo en Venezuela, manteniendo que es bueno para los venezolanos… Es una enorme contradicción. Si hay un sitio en el que hay perseguidos políticos, ese es Venezuela.

¿Quién le llamaría a usted para hacer política ahora?

¿De los que están ahora? Nadie. ¡Por Dios!, con la cantidad de tarta que quieren repartirse… Nadie. Absolutamente.

¿Y usted a quién llamaría para hacer política?

Yo ya hice un partido con mucha otra gente y ya hicimos política. No voy a llamar a nadie… Ni hoy, ni mañana ni pasado ni dentro de cinco meses. Vete a saber dentro de un año. ¡Yo qué sé! (Risas) Ya hicimos lo que hicimos de la mejor manera posible, con la gente que quiso hacerlo, con gente que se entregó y ya está, se terminó esa etapa. No hay nostalgia. Al contrario: hay reivindicación. Esta etapa me ha hecho mejor y he aprendido mucho de gente extraordinaria a la que no conocía. Yo soy mejor ahora que hace unos años. Si algún día quieres iniciar una aventura, el viaje es el camino, como Ítaca.

¿Qué tal se lleva con Andrés Herzog?

¡Ah! Muy bien. Somos amigos, claro. Me llevo estupendamente. Nos fuimos de UPYD el mismo día. Yo apoyé la posición de Andrés. Propuso hacer un congreso en el que pudiéramos debatir todos los afiliados sobre si continuábamos o no, pero no tuvo apoyo suficiente y él se fue de la dirección. Y luego, después de mucha otra gente, nos fuimos del partido, porque ese congreso no se celebró. Igual no habría salido adelante, porque para disolver un partido, como fue nuestro caso, hacían falta dos tercios… Hay un partido en Holanda que se llama Demócratas 66 que se parece mucho a nosotros por la forma en la que nacieron. Quisieron disolverlo al menos una vez y no lo consiguieron. También tenían dos tercios, pero hicieron el debate para ello.

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De haber continuado, ¿UPYD habría pactado con algún otro grupo político para formar una mayoría?

Bueno, lo que puedo asegurar es que no habríamos dado este espectáculo, la gente hubiera sabido desde el primer momento cuáles eran nuestras exigencias y nuestras reivindicaciones políticas para hacer o apoyar un gobierno, hubiera sido un debate público y conocido, sin líneas rojas. Pondríamos sobre la mesa cuatro o cinco cosas importantes, no doscientas. Poner doscientas es como poner ninguna. ¿Que nadie quiere? Pues nada.

En política, ¿convendría rodearse de la gente que dijera las cosas que no se quieren escuchar?

Es necesario rodearte de gente que sepa más que tú de las cosas que no sabes, de gente que te contradiga y que te haga pensar. Eso siempre es muy rentable. De mi época en el PSOE, de quien más he aprendido ha sido de gente con la que he discutido muchísimo, como Txiki Benegas. Fue uno de mis maestros. Sobre todo, en la última etapa, tenía muchas discrepancias sobre las cosas que había que hacer en la política. Txiki me obligaba a encontrar argumentos para defender mi posición.

¿Alguna vez se ha ‘vendido’?

Nunca. Jamás. Tienes que estar, como persona, obligada a aprender, a escuchar… a prepararte cada vez más. Pero lo que te hace libre es tener argumentos. Ahora, déjame que te diga una cosa: para que alguien esté en venta tiene que haber un comprador. La corrupción requiere de corrompedores y de corruptos. Lo mismo que el transfuguismo requiere de trásfugas y de partidos que promuevan, amparen, protejan y acojan el transfuguismo. El transfuguismo es, en fin, la antesala de la corrupción. ¿En España hay tránsfugas? Sí, porque hay quien lo fomenta, porque es rentable para algunas personas y para algunos partidos.

A usted la consideraron una tránsfuga…

¿Me consideraron una tránsfuga? Bueno, me lo habrán podido llamar, pero nunca lo he sido. ¿Qué es un tránsfuga? Alguien que se va a otro partido llevándose el acta. Yo estaba en un partido (PSOE), dejé mi acta de diputada y unos meses más tarde creé un partido nuevo. No me fui para estar al sol, sino para estar a la sombra. El tránsfuga siempre se va para medrar.

Fotos: Patricia J. Garcinuño.

Madrileño y periodista, aunque no necesariamente en ese orden. Escribe para Esquire, Forbes, Gonzoo y Popular 1. Antes estuvo en Cambio16, Jot Down o Efe Eme, entre otros.

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