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Expediente X: ¿la verdad sigue ahí fuera?
Expediente X, ¿qué más necesitas para creer?
Creemos que nuestros sueños son inalcanzables. Que por mucho que lo intentemos, por mucho que nos entreguemos en cuerpo y alma para lograr nuestros deseos, el destino último estará siempre tan lejos de nosotros como una onda de luz en el espacio. Es posible que a veces creamos tocar ese sueño con la mano de la esperanza, y que incluso creamos que ya lo hemos alcanzado. Pero nunca es así. La ilusión se esfuma igual que el agua entre los dedos y la decepción nos empuja un poco más al borde de la locura. Fox Mulder solo tenía un sueño: descubrir la verdad. Creyó encontrarla en muchas ocasiones, e invariablemente fue engañado, coaccionado, incluso traicionado. Y jamás cejó en su búsqueda, impulsado por una pasión obsesiva. Pero no estaba solo. Había alguien sin cuyo apoyo constante su voluntad habría fallado: Dana Scully, su compañera ya desde el episodio Piloto, allá por 1993, que llevaría a Mulder de la mano del escepticismo y de la duda en cada uno de los casos.
A pesar de que ambos agentes luchan para que triunfe el bien, cada uno lo hace a su manera más personal. En un mundo oscuro, donde lo sobrenatural se esconde detrás de cualquier sombra, Mulder se arma de conocimientos para enfrentarse a lo desconocido. A pesar de que Scully lo acompaña, su enfoque es más científico, más frío. Entre los dos conseguirán desvelar las capas y capas de oscurantismo que impregnan los casos. Sus enfoques combinados son imbatibles. Quizás el personaje de Mulder adolece de una aproximación más introspectiva a sus investigaciones, considerando su licenciatura en Psicología, nada menos que por la Universidad de Oxford. Pero debemos atribuirle una envidiable resistencia mental ante los horrores que eventualmente acaba presenciando. Su compañera, que por algún motivo a menudo no es testigo de lo sobrenatural, debe confiar en las referencias de Mulder al que, por supuesto, cree no sin cierta reluctancia.
Pero tal dedicación a la lucha del horror tiene un alto precio. Ninguno de los agentes goza de una vida social estable. Se entregan tanto a su trabajo que no pueden, o no les interesa, establecer relaciones amistosas o sentimentales con nadie más. Quizás por eso la tensión entre ellos va aumentando a medida que avanzan las temporadas, culminando en una relación romántica más intuida que explicada. Y ése es uno de los grandes aciertos de Chris Carter, su creador. Cuando se lucha por sobrevivir ante los horrores de lo desconocido, no queda tiempo ni fuerzas para los placeres mundanos.
En Expediente X vemos mucho más que una conspiración gubernamental que oculta la presencia de alienígenas, o la búsqueda de la hermana de Mulder, abducida de niña. En la serie subyace el tesón del héroe que busca descubrir lo que todos esconden: el origen del horror último. Pero Mulder no es tan arrogante como para pecar de hibris. No rivaliza con potencias superiores, sabe que nunca va a vencer. Tampoco pretende derrotar las manifestaciones de lo terrible. Solo puede aspirar a vadear lo desconocido a base de pequeñas victorias, muchas gracias al apoyo de su compañera. Scully es concisa, pragmática, y comparte con Mulder su afán por descubrir la verdad.
Sin embargo, el egocentrismo es una característica que comparten ambos agentes. Son incapaces de salir a sus propias vidas, fuera de esa burbuja profesional.
La carencia de empatía no les ayuda a medrar en un mundo donde es vital la interacción social para sobrevivir emocionalmente. La búsqueda personal de Mulder y el escepticismo profesional de Scully les obligan a encerrarse dentro de ellos mismos. Cualquier necesidad afectiva queda cubierta por su recíproca camaradería, por su mutuo compañerismo. El afecto creciente es respaldado por un profundo respeto que cuajará en un acercamiento puramente sentimental en la octava temporada.
Expediente X nunca nos dejará indiferentes. Es cierto que algunos episodios rozan lo cómico, un claro guiño al mundo interior del guionista que pretende estructurar una metáfora personal alrededor de un argumento; pero otros son magistrales por su exposición del horror, por su desenlace inconcluso, por el desarrollo lovecraftiano del argumento.
La décima temporada, que nos ha puesto melancólicos y nos dejará con los dientes largos, es un retorno a las fórmulas de los 90, a su estilo y a su forma. Aunque es una miniserie de tan solo seis episodios, Carter nos devuelve a los agentes lo bastante transformados como para percibir en ellos una nostalgia propia de su etapa vital. Han evolucionado solo en lo referente a su relación afectiva, mas los casos que investigan tal vez no se hallan a la altura de sus pulidas habilidades. Los espectadores hemos avanzado con ellos, agradecidos de acercarnos de nuevo a las vidas de Mulder y Scully, a sus conflictos, a sus luchas, batiéndose contra un horror que pugna por sobrevivir en el mundo real. Un mundo mucho más espantoso.
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