En papel
Makanin: escribir con las piezas negras sin que se note
En cierta ocasión, el escritor ruso Vladímir Makanin dijo en una entrevista concedida a Rusia Hoy, estableciendo un símil entre literatura y ajedrez: “Ganar con las blancas es como escribir emulando a alguien, es demasiado fácil sumar puntos. Pero cuando escribes un relato o una novela moviéndote en un espacio no trillado, y con nuevos tipos de héroes, es como si jugaras con las negras”. El paralelismo es una adaptación de la máxima de un ajedrecista —Makanin no supo decir si se trataba de Alejin o Lasker— que dijo en cierta ocasión: “Gana quien sabe hacerlo jugando con las negras”.
Tomando como referencia para este artículo dos de sus novelas, El profeta y Asán, lo cierto es que cuesta distinguir si en alguna de ellas ha dejado de jugar en algún momento con las negras. En ambas muestra una capacidad poco común para entrar en el fondo del comportamiento y el carácter de un personaje, de tal manera que el lector puede descifrar cuál va a ser la reacción de ese personaje ante determinado problema o asunto. Se puede establecer ciertos patrones y lógica para los protagonistas con conductas más erráticas sin que por ello la trama resulte previsible, pues, en ocasiones, de toda la gama de decisiones que pueden tomar ante determinada situación, no es de extrañar que escojan la que para el lector resulta menos probable.
En el caso de las dos novelas que nos ocupan, los dos protagonistas siguen una lógica que va desarrollando una especie de círculo que, al terminar de cerrarse, desemboca en un callejón sin salida, que no parecía anunciado pero que tampoco dejaría por lenguaraz a quien soltara la lapidaria sentencia “si ya lo decía yo”. En el caso de El profeta, vemos la incoherencia en un determinado momento de Yakushkin, que decide curar a la madre de un destacado ingeniero jefe —supuestamente un trepa— después de predicar a los cuatro vientos que la gula, el alcohol, la lujuria y el deseo de medrar era lo que en última instancia provocaban las enfermedades autoinmunes más graves. En Asán, por su parte, el mayor Zhilin es coherente hasta el final con su forma de entender la guerra, y por eso mismo no ve la bomba de relojería que puede llegar a ser un soldado traumatizado.
El profeta se publicó en 1983 en la URSS y gozó de dos grandes críticas en el rotativo Pravda, especialmente, al parecer, la publicada en 1984, cuando Konstantín Chernenko iniciaba su mandato. Era la antesala de la glasnost. Quizá solo así se puede entender cómo pudo ver la luz. Si no fuera por las referencias de una visita a la RDA, de una cantante de los años setenta o de la tecnología de la época, podriamos concluir que por su protagonista la novela podría transcurrir en la Rusia zarista. Yakushkin es un curandero, ajeno y opuesto a la medicina contemporánea. Cree en la imposición de manos y se somete a ayunos rigurosos, tal vez más que los prescritos por la tradición de la Iglesia ortodoxa.
Pero Yakushkin no es una avis tan rara como podemos pensar. Pilar Bonet, corresponsal de El País en la Unión Soviética por aquel entonces, visitó a Makanin en 1987 en el domicilio del escritor con motivo de la publicación de El profeta en español. En su crónica, Bonet informaba de que la medicina tradicional convivía con la medicina oficial del sistema de salud estatal soviético. El propio Makanin contaba cómo después de someterse a varias intevenciones su dolencia no se resolvió hasta que acudió a un campesino que ejercía de curandero en una aldea de Ucrania.
Si alguien piensa que Makanin pudo jugar con las piezas blancas porque tuvo una experiencia directa con un curandero, hasta donde sabe quien escribe estas líneas, no estuvo en las Fuerzas Armadas y menos combatiendo en Chechenia, pero a través del mayor Zhilin podemos intuir que los valores del mercado en la Rusia postsoviética han calado tan hondo que en realidad son los que rigen ese sangriento conflicto, haciendo entender al resto de personajes y a quien lee que la manida oración repetida desde tiempos inmemoriales por los chechenos, “Asán ansía sangre” muy bien podría ser sustituida por “Asán ansía dinero”.
Y ese es el otro rasgo principal de estas dos novelas. Makanin presenta a dos protagonistas que se encuentran en una suerte de transición entre dos mundos. Curanderos como Yakushkin que siempre han convivido con pero a su vez a la sombra de la medicina oficial, van ganando visibilidad conforme se acercan los grandes cambios en la URSS. El mayor Zhilin, con una misión que no invita precisamente a la épica en la región más peligrosa de la Federación de Rusia en aquel momento, aunque parece apartado del centro de la escena, es un testigo privilegiado que conoce las leyes que rigen el guion y los hilos que mueven a las marionetas.
Entre los numerosos premios nacionales e internacionales que recibió en su día Vladímir Makanin están el Pushkin en 1998 y el Premio Europeo de Literatura en 2012, ambos al conjunto de su obra. No obstante, si atendemos a las palabras del autor en esa entrevista publicada en Rusia Hoy a la que nos hemos referido al principio, esto no sirve para condicionarlo: “Hay dos procesos: la creación y el consumo. El autor es responsable únicamente del primero”.
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