Inside Out

¿Soledad o incomprensión? Lost in

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¿La soledad, el enemigo?

Tratamos de evitar la soledad a toda costa. Es vista como algo negativo, miserable, detestable y pernicioso. Cuando la evidencia es, precisamente, la contraria. Si aprendiésemos a gestionar los momentos de aislamiento, incluso el involuntario, de modo eficaz, analizando los propios actos, explorando las carencias, potenciando las virtudes, podríamos ser capaces de evolucionar a nivel personal y abandonar definitivamente ese estado de desvalimiento solitario que tanto nos atemoriza porque, en parte, la esencia de ese sentimiento es la sensación (irreal) de vulnerabilidad, el temor al propio vacío y los pensamientos o su ausencia.

Dos personas solas por azar: Bob Harris (Bill Murray) y Charlotte (Scarlett Johansson). Se han visto brevemente en el ascensor, dedicándose una mirada cómplice entre seres extraños. Perdidos en la inmensidad de Tokio, sólo reconfortados por la calidez del bar del hotel. Él acodado en una mesa, envuelto por el recital, protegido por el whisky, paladeando unos frutos secos que una desconocida, un par de mesas más allá, le ha enviado después de los aplausos. Ella aislada entre la banal conversación de su grupo. Bob no se incomoda ante la soledad física, es algo transitorio, neutral. Sólo necesita la sutil seguridad de un poco de rutina. Ella está y se siente sola, unas veces aterrada, otras complacida, escoltada por esa pequeña cuadrilla de seres triviales. Al menos su imagen social no genera distorsiones.

Las palabras

En los dormitorios la situación no cambia mucho. Podría parecerlo, en base a las conversaciones cercanas. Bob se (in)comunica con su mujer e hijos vía telefónica. Nadie dispuesto a escucharle. Los niños no quieren hablar, la esposa  interesada sólo en el color del estudio. Un torrente de palabras y frases sin significado. Cero empatía con su compañero. Rutina, monotonía, neutralidad, frialdad… Ella termina su exposición, él quiere expresar sus pensamientos e inquietudes. Entonces es momento de poner punto final al monólogo. No cualquiera tiene el permiso para hablar.

En otro lugar… Charlotte también está sola. Su marido, fotógrafo de moda, más interesado en la frivolidad, belleza y divertida insustancia de sus retratadas que en su propia compañera, trabaja todo el tiempo. Mientras ella, ávida de practicar y relacionar su estrenado conocimiento filosófico en el entorno, trata de encontrar su lugar en el mundo. Sólo sabe que ahora está extraviada y desorientada en una ciudad extraña. Abandonada sentimentalmente, arropada por montañas de audiolibros de autoayuda en busca de identidad y destino, demandando de su marido un poco de interés y atención que no acaban de llegar.

Lost in Translation

Amanece en Tokio. Bob es trasladado al set de rodaje. Una rutina estable y segura que se torna incómoda y perturbadora por discordancias de entendimiento cuando el discurso gestual no apoya el aluvión de palabras. Charlotte, sola de nuevo. Su marido, después de una noche de plácido sopor, inmune a su desvelo, se marcha a trabajar. Otra vez abandonada. Odiosa tristeza nostálgica. Bob y Charlotte unidos, aun sin saberlo, por ese halo de incomprensión subyacente.

Caos y Orden

Pero en nuestra frágil realidad no estamos solos. En los escasos momentos en que esto ocurre, antes de caer presas del aterrador silencio, acudiremos a nuestros recursos salvadores: esa pantalla de televisión que nos habla, da igual de qué. Una conversación de móvil, aunque sólo sea para decir que no se oye nada, que la cobertura está fatal… El muro en el que nuestros innumerables ‘amigos’ nos están dejando toda clase de mensajes de apoyo para mitigar ese desvalimiento momentáneo que nos invade. También podemos tuitear alguna lágrima desesperada, esperando que alguien al otro lado responda y reconforte esta melancolía desagradable y alienadora.

El paseo de Charlotte del metro al templo, reflejo de ese abismo. Allí, un reducido número de personas en recogimiento y oración, un lenguaje casi exento de palabras que aúna a los congregados en un conjunto capaz de establecer una comunicación fluida, profunda, espiritual y silente frente a la desorientación, desconcierto y caos exterior.

Regresa al hotel deshecha y compungida, amedrentada por esa sociedad japonesa esbozada como un colectivo desequilibrado, superficial, insano, veloz, errante e hiperestimulado, ¿consecuencias de un vacío existencial generado por la necesidad de inmediatez, la pérdida de las tradiciones, o la necesidad de un código ético y moral? El contraste entre caos y orden es aterrador, ¿qué clase de lugar es ese mundo inhóspito? Telefonea a una amiga, entre sollozos contenidos. Espera un poco de apoyo, escucha y comprensión pero no hay nada de eso. La amistad no existe, es sólo una falacia.

Charlotte

Las interacciones con el grupo son momentos de compañía temporal, artificiales, para evitar esa soledad temida aun a sabiendas de que, a pesar de estar rodeados o invadidos físicamente por colectivos de individuos, estamos y nos sentimos absolutamente vulnerables y perdidos. Evitando  el cara a cara con el desamparo que apuntala nuestro vacío interior.

Inmersión

El agua como elemento purificador, mitigando o transformando la perspectiva de algunos dolores anímicos. Quedan ahogados o remodelados al emerger de nuevo a la realidad. Charlotte y Bob se encuentran en albornoz, un momento de intimidad máxima. Despojados de máscaras, innecesarias en esa burbuja. La emergente, íntima y reparadora amistad un eslabón más reforzada. Comparten desvelo, incomprensión,  frialdad del entorno cercano y altas dosis de rutina y abismo matrimonial. Sinsentidos rutinarios que se amortiguan en una relación incondicional,  desprovista de juicios, sin barreras intergeneracionales, encontrándose al mismo nivel en ese bar que acoge sus noches de desconcierto e insomnio.

Bob y Charlotte se citan para pasar una noche de juerga grupal en la ciudad. En este momento todo se unifica. No hay preocupaciones, lo habitual no existe. El karaoke, nexo de unión entre generaciones y culturas (todos entonan los clásicos), establece un lenguaje común entre Charlotte, Bob y los japoneses.

En un momento indeterminado de las relaciones, amorosas y amistosas, sobrevuela el fantasma de los celos. Cuando se ha encontrado a esa persona o grupo especial cuesta aceptar y asumir que otros puedan inmiscuirse en la fortaleza a medida. Y entonces hay que reconfigurar la base para incluir en la estructura a los nuevos elementos, limar asperezas y continuar adelante. Entre Bob y Charlotte ha ido gestándose una tierna relación platónica que, aun exenta de intercambio erótico, provoca cierto resquemor y celos. Una comida intermediará en el conflicto, aunque la tensión persista.

Llega el temido momento de la despedida. El final de algo especial que ambos querrían no acabar nunca por el drama que conlleva. El brutal regreso a la otra realidad en la que no se sabe muy bien cómo manejar las cosas y poder salir indemne de las decepciones, las frustraciones y el dolor.

Muchas veces sobran las palabras. Una mirada, una sonrisa, un guiño o una leve caricia son elementos suficientes para escapar del vacío y retornar al engranaje del mundo sintiendo y pensando que se ha convertido en un lugar mejor. La última noche en el bar, cogidos amistosamente de la mano. Bob expresa su pavor por el fin de esos días. Ese intercambio de miradas profundas, sinceras, no ha hecho sino reforzar el vínculo entre ellos.

Despedida

monólogo

Sólo se miran, como si eso fuera suficiente para detener el tiempo o esquivar lo inevitable. Al final un escueto que te vaya bien, rápido y fugaz para esconder la aflicción de la pérdida. En el trayecto hacia el aeropuerto Bob vislumbra entre la multitud y el bullicio a Charlotte. Desciende del taxi y la alcanza fundiéndose en un intenso abrazo. Él le susurra algo al oído, rueda una lágrima. Despedida emocional y, esta vez sí, acaba la fantasía oriental. Nos preguntamos entonces cuáles son los ingredientes secretos de las relaciones puras, esas que no conocemos en este mundo o en esta época.

La mayoría de nosotros somos incapaces de ir un poco más allá. De ponernos en el lugar del otro y escuchar e interpretar su discurso. No hay nada fuera de nuestro pequeño ámbito de actuación, de nuestra exposición contundente y desconcertada, de conversaciones paralelas en las que no se escucha si  no es para dar una respuesta al aire. Y ese es uno de los motivos de soledad e indefensión: la escasez de comunicación subyacente a las palabras.

-¿Cómo solucionar tal sensación de abatimiento?

– Leyendo entre líneas más allá del vistazo rápido.

 

A veces escribo cosas, otras las vivo y el resto las pienso. En las vidas mental, física y virtual pueden entrelazarse e interrelacionarse las cosas. Y, más aún, ser útiles los aprendizajes y experiencias de unas en otras. ¿No os ha pasado alguna vez? Ah, también juego y 'estrimeo', con un alterego, de vez en cuando, pero de eso ya hablaremos en otra campaña.

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