Inside Out
Historia del sexo (II) – Son las mujeres de Babilonia…
Apenas se sabe nada sobre los usos sexuales de las sociedades prehistóricas, debido lógicamente a la escasez de fuentes arqueológicas. Se puede deducir que debía ser bastante activa, si admitimos que las sociedades de cazadores-recolectores disponían de más tiempo libre que ninguna otra en la historia, y no tenían a mano libros, televisión, internet o Playstation. La observación de la forma de vida de algunas de estas sociedades que han sobrevivido hasta la actualidad puede dar pistas, pero ya saben que los paralelismos hay que cogerlos con un traje de guerra bacteriológica puesto y manejarlos con cuidado. Los únicos indicios de tipo sexual están íntimamente relacionados con la religión, en su vertiente animista primitiva: representaciones de vulvas, símbolo de fecundidad, en pinturas rupestres y unas estatuillas femeninas de pechos grandes y gruesas barrigas que los expertos llaman “venus esteatopígicas”, y que yo me juego las patillas a que se trata de mujeres embarazadas, que probablemente tuviesen una finalidad religiosa.
Esta relación estrecha entre sexo y religión va a continuar a pesar de los tremendos cambios que introducirá la revolución Neolítica. El sexo como expresión de fertilidad pasará a relacionarse ya no tanto con la caza (la reproducción de los animalitos conlleva la reproducción de los humanos) como con el ciclo de las cosechas. Así que cojamos la azada (no es una metáfora fálica, cochinos) y vayámonos a un lugar entre el Tigris y el Eufrates, un lugar anegado de aguas que desbordan, una zona pantanosa donde nacerá el urbanismo, el regadío, con sus canales y presas, y la religión organizada. Allí, en la ciudad de Uruk, hará tranquilamente unos 5.000 años de nada, los sumerios adoraban a una diosa, Inanna, cuya representación era una mujer desnuda con el pubis rasurado, y uno de cuyos símbolos era un manojo de juncos surgiendo del agua. Dos caras del mismo fenómeno; la diosa del amor y de la fertilidad. También de las batallas, pero no me pregunten porqué, soy incapaz de ponerme en la piel de un sumerio.
Inanna era la divinidad principal de Uruk; la Suprema Sacerdotisa de la diosa vivía en el gran templo al lado del palacio del rey, que en las ciudades sumerias asumía también las funciones de máxima autoridad religiosa, pues se consideraba nada más que un instrumento de los dioses. Cada año, para la fiesta de Año Nuevo, el rey y la sacerdotisa celebraban una ceremonia consagrada a ritos de fertilidad, donde representaban el papel de Inanna y su esposo Dumuzid, y que en los textos académicos se conoce como hierogamia, que significa “boda (o unión) sagrada”. Lo que los textos no suelen explicar es que la dicha ceremonia consistía en que el rey se cepillaba a la sacerdotisa delante de los prebostes de la ciudad. Eso sí, todo muy solemne, piensen que estamos hablando de una ceremonia religiosa; como una misa católica pero más interesante.
Esta pintoresca ceremonia litúrgica pronto fue imitada y puesta a disposición de los fieles: en los templos de Inanna, grupos de devotas sacerdotisas practicaban también la hierogamia o prostitución ritual, principal manifestación del culto. El oferente llegaba al templo con su tributo a la diosa, que entregaba a las sacerdotisas, y éstas copulaban con él. Pero no se crean que estamos ante el antecedente de las pelis porno de monjitas, ni que la sacerdotisa se entregaba a posturas de contorsionista mientras miraba a la estatua con expresión lasciva; se trataba de un acto sencillo y directo. Y aunque nos cueste comprenderlo, de significado religioso. Las sacerdotisas se llamaban “las compasivas”, ya que se trataba ante todo de un acto de piedad; mediante la pasión del fornicio compartían una emoción con el devoto de Inanna, y le entregaban bienestar físico y psíquico. No sólo ejercían mujeres como sacerdotisas, también los hombres, convenientemente travestidos, llamados assinnu, que significa a la vez “perro” y “hombre/mujer”.
No es raro por tanto que la advocación de la diosa fuese la de “prostituta compasiva”, protectora de putas y de amores extramatrimoniales, que lógicamente eran muy habituales en la ciudad. Se consideraba normal el hecho de frecuentar amantes e incluso de copular en la calle. Todo este comportamiento estaba relacionado con el culto a la fertilidad, pero curiosamente, Inanna no es una diosa madre: no tenía nada que ver con engendrar y parir hijos. ¿Por qué? Pues les confieso que no tengo ni idea. Aunque quizá tenga que ver con la concepción del matrimonio que tenían estas cariñosas gentes. Para los sumerios, el matrimonio simplemente era un pacto, un contrato social para fundar una familia en cuyo marco se tenían hijos, se garantizaba la continuidad del linaje…y nada más. Las calenturas de las partes bajas no tenían mucho que ver en ello. Cada cosa por separado.
Igual no conocían mucho a esta simpática diosa del sexo, pero si les digo que con la llegada de los acadios, Inanna pasará a conocerse como Ishtar, la que entre los fenicios se le llamará Astarté y que los griegos venerarán bajo el nombre de Afrodita (salvo su parte guerrera, que pasará a ostentar Atenea), ¿a que ya les va sonando un poco más? Por todas las civilizaciones antiguas orientales se extenderán estas prácticas religiosas, llegando hasta algunos lugares concretos de Grecia, como la ciudad de Corinto, cuyo templo de Afrodita se convertirá en lo que en la España de hoy llamaríamos el hecho diferencial de la nacionalidad corintia. Incluso, incluso llegará hasta los egipcios.
Sí, al parecer los habitantes del país del Nilo podían pensar en algo más que en la muerte y el más allá. Los papiros nos dan información sobre las costumbres sexuales egipcias: de nuevo encontramos separado el matrimonio, que consistía un contrato redactado en pie de igualdad por ambas partes, de los picores de pubis (esta mentalidad será una constante en todo el mundo antiguo hasta bien entrada la Edad Media). Sin embargo, el adulterio entre los egipcios se penaba con la muerte. ¿Entonces dónde está el truco?, dirán ustedes. Sencillo; se consideraba adulterio sólo si tenías relaciones con otro casado. Como ven, se trataba de no meter huevos en el nidito de otro y asegurar que tus hijos eran tuyos. Los métodos anticonceptivos lógicamente abundaban y bueno, la próxima vez que se pongan una gomita acuérdense de los millones de personas que se han sacrificado untándose los genitales de las más variadas guarrerías para que usted pueda disfrutar de sus ventajas. No se libraba nada del furor fornicador, hasta el punto de que los padres de jovencitas difuntas preferían dejar pasar algún tiempo antes de entregar el cadáver al embalsamador.
Así pues, todo Oriente Próximo está preso de una ola de lascivia y desenfreno. ¿Todo? ¡No! Un pequeño pueblo resiste, ahora y siempre, al invasor. Felpudo de las grandes y lúbricas potencias vecinas, saco de boxeo de los imperios de la zona, los judíos escogerán como estrategia de supervivencia una fanática fe en su dios nacional, Yahvé el Churruscador, y una rígida y asfixiante moral. De todas formas, como se puede comprobar en el mayor best seller de todos los tiempos, la Biblia, el amplio catálogo de sanciones por imitar las abominables costumbres cananeas o babilonias nos indican que las tentaciones debían ser grandes y los sacerdotes judíos debían andar todo el día con el garrote para atizar a los fieles, pues no se prohíbe lo que no tiene lugar. Por todo el Antiguo Testamento se persigue con saña la prostitución sagrada (la relación entre María Magdalena, la prostituta, la compasiva, y las sacerdotisas de Ishtar no es nada descabellada), el adulterio, el onanismo, la poligamia, la homosexualidad o el travestismo (a los que la Biblia denomina keleb…lo han adivinado, de nuevo “perro”, como el griego “kinaidos” que podría significar “con forma de perro”). La firme mano represora del clero judío tratará de limitar el sexo a la mera reproducción como vía de salvación nacional frente a enemigos poderosos mediante la adopción de una moral profundamente mojigata. Contra todo pronóstico, con el éxito de los hebreos en su expasión cultural conocida como cristianismo, esta moral se impondrá finalmente en toda Europa al cabo de unos siglos. Al final de la película, abandonamos a Ishtar y nos quedamos con Jesús. ¿Que les gustaba más la otra, la de los cananeos? Aaaaah, haber elegido muerte.
Pero por el momento, todas estas influencias culturales calentorras serán convenientemente asimiladas y adaptadas por nuestros queridos y degenerados griegos, a los que daremos un amplio repaso en la próxima entrega, “Tierra de gimnasios”.
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