Inside Out
Historia del sexo (I) – Hablemos de Eso
Como ya dijimos al empezar la serie sobre la esclavitud, hay muy pocos aspectos más polémicos y peliagudos que aquel en la historia de la Humanidad. Pero eso no significa que no los haya, de hecho hay unos cuantos, generalmente relacionados con los instintos primarios del ser humano. Uno de los más divertidos, no sólo por el fenómeno en sí, sino por lo gracioso que resulta el despliegue de silencios y floridos eufemismos de todo pelaje a la hora de abordarlo por parte de la historiografía, es el sexo. Sí, amigos, a petición del libidinoso público habitual de esta bitácora, y porque me apetece tocar todos los tabúes favoritos de los humanos, esos egoístas y encantadores bichos que hablan y a veces incluso piensan, daremos un sucinto repaso a la historia de las guarreridas españolas y las caiditas de Roma.
Porque si en algo es persistente el Homo sapiens es en dar rienda suelta a sus instintos sexuales incluso en las más difíciles condiciones. Ya pueden esforzarse los poderes públicos o privados en perseguirlo o regularlo; al contrario que las ideologías políticas y religiosas o las prácticas económicas, el fracaso en reprimir la actividad fornicadora del pueblo está asegurado. Eso sí, hay que reconocer que tras decenas de siglos de tenaces intentos liderados por la salsa de todos los platos, la Iglesia cristiana, los europeos occidentales (sobre todo los católicos mediterráneos) hemos desarrollado un concepto un tanto retorcido e insano de las relaciones sexuales, inmersas en un mar de pecados y complejos diversos. Que si bien le da un aporte de morbo a la cuestión, es campo abonado para todo tipo de traumas derivados del conflicto entre lo que te enseña tu entorno y lo que tus partes bajas reclaman con insistencia. En los albores del siglo XXI parece que afortunadamente la pacatería se bate en retirada, aunque por otro lado la mala noticia es que está siendo sustituida por una manifiesta vulgaridad y una omnipresencia del fervoroso culto al acto de la jodienda, que si bien es comprensible tras tanto tiempo de represión, responde al famoso efecto-rebote, a la fe del converso y al posmoderno gusto por la forma, despachando el fondo al rincón de pensar. Sexo de microondas para todos los públicos.
Pero al menos, en lo que a la historia se refiere, se ha abierto un nuevo campo de estudio interesantísimo para la comprensión de las sociedades pasadas; la forma en la que se desarrolla y se concibe el sexo da muchas indicaciones sobre la mentalidad de los individuos y ayuda a completar el cuadro social y comprender actitudes vitales y costumbres. Como el espabilado lector ya imagina (no se quejarán de la pelota que les hago), estos ensayos y estudios son de anteayer por la mañana, porque la obsesión eclesiástica por combatir El Pecado, así, en mayúscula, y la conservadora y represora moral burguesa del XIX sobre el asunto han hecho muchísima pupita también entre los historiadores, al fin y al cabo hombres de su época. Huelga decir que por su trayectoria histórica, España ocupa uno de los primeros lugares del Top Ten en la lista de “Historiografías Mojigatas de Europa”. Hasta el punto de resultar un deporte entretenidísimo ver a los especialistas sudar tinta china para tener que deformar, desnaturalizar o directamente eliminar las nada escasas referencias al tema por parte de multitud de autores clásicos y que el resultado no parezca un despropósito incoherente (cosa que no siempre se consigue), desde textos legales a obras literarias de todo tipo.
Tarea imposible, porque por muchas interpretaciones y mutilaciones que se quieran cometer al traducir un epigrama obsceno de Marcial, el texto de la Anábasis de Jenofonte que menciona la abierta homosexualidad de parte de las tropas griegas, o la legislación goda sobre la sodomía, los originales ahí están, por no hablar de esculturas, relieves o pinturas disponibles para el que las quiera contemplar. En este caso se trata de poner cara de póker y fingir que lo que está viéndose no existe, con lo que se puede llegar a situaciones verdaderamente ridículas. Yo mismo pude comprobarlo en persona: en una interesante exposición sobre los iberos que ya hace unos cuantos años patrocinaba la Fundación La Caixa, se exhibían entre otras magníficas piezas un conjunto de ofrendas de bronce, pequeñas estatuillas de mujeres y guerreros. Estas últimas tenían una característica común a todas ellas; estaban dotadas de un enorme y enhiesto falo, símbolo de poder masculino y fertilidad. La etiqueta del expositor rezaba “Guerrer amb faldilla curta / Guerrero con falda corta”, al parecer, y para diversión del respetable, la característica más destacable de las figurillas según la organización del evento.
Así que afortunadamente todavía se puede seguir el rastro del sexo si uno busca bien las fuentes en el desván por entre las toneladas de moral meapilas y sabe leer entre líneas. Eso sí, con mucho cuidado, porque la tentación de irse al otro extremo es grande. Como en tantos otros campos de estudio, las ganas de transgredir y de descubrir mediterráneos son muchas, y los modernos ensayistas también están sujetos a intereses propios o de grupo. Precisamente uno de estos movimientos colectivos, de un activismo muy marcado, es el homosexual. Movidos por objetivos similares a los historicistas alemanes del XIX, (es decir, la reivindicación colectiva a través del pasado, que si no me da la razón, pues me lo invento a la medida), algunos historiadores peinan las fuentes antiguas en busca de cualquier indicio que puedan interpretar como prueba de homosexualidad. Que si bien es positivo y deseable estudiar este aspecto del comportamiento humano, algunos trabajos presentan conclusiones absurdas o chocantes, generalmente por el método de sacar las cosas de contexto. Las ultrafeministas también podrían contarse entre este modelo de historiador militante. Mismos perros con distintos collares, podrían pensar…y no seré yo quien les quite la razón. De nuevo la historia deformada al servicio de los más diversos y ajenos intereses. Entre los que han abrazado una cruzada ideológica y los que ven complejos freudianos hasta debajo de las piedras, figúrense…
Aun así, sabiendo que hay que mirarse la bibliografía con lupa, es una actividad muy satisfactoria escarbar entre los restos del pasado y comprobar, entre otras cosas, lo diferente que era el mundo antiguo en cuanto a la concepción de la sexualidad. No es que no tuviesen prejuicios sexuales, es que simplemente tenían otros, pero en general es curioso constatar la naturalidad y franqueza con la que se abordaba el temita hace dos milenios. Y por supuesto desde aquí también lo haremos, porque nos encanta hurgar en el lado morboso de la vida. En nuestro habitual estilo chapucero, eso sí, que no se me llame nadie a engaño.
Antes de empezar el recorrido por la cara guarrilla de la humanidad hay que hacer un par de advertencias. Pero no piensen en cosas raras, nada de dos rombos o Parental Advisory, aquí no tenemos tapujos y tiramos más bien hacia el lenguaje llano, simplemente son dos aclaraciones previas. El primer apunte es bastante obvio: no se trata de cubrir (ejem…) absolutamente toda la historia sexual del hombre, sino que escogeremos los periodos más significativos y eurocéntricos posible (lo siento por chinos y japoneses y sus curiosas depravaciones sexuales, pero para esquizofrenia erótica los europeos tenemos un largo historial y con eso nos da para un puñado de artículos). El segundo es una reflexión también bastante evidente, y que se irá viendo a lo largo de los capítulos; la moral sexual de cada época está íntimamente relacionada con la condición y consideración de la mujer y con la concepción del matrimonio y la familia, por lo que tocaremos (ejem…) todos los palos, que si no, no se entiende nada. Así que una vez hecha la introducción (ejem…), en el próximo episodio profundizaremos (ejem…) en el asunto que nos ocupa, y comenzaremos el viaje al fascinante mundo del sexo en todas sus facetas (reproductivo, lúdico, homosexual, de pago…) por los no menos fascinantes mesopotámicos, en “Son las mujeres de Babilonia…”.
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