Inside Out
¿Cómo se vive el silencio desde el otro lado? (I)
Silencio, conveniencia y descrédito
No acostumbro a catalogar a las personas en base a cómo se comporten conmigo, más bien tiendo a fijarme en cómo lo hacen con los demás. Al principio, en silencio, simplemente observo. Aborrezco a los pusilánimes cuya opinión sobre la bondad o maldad ajena se basa únicamente en un no sé, yo nunca he tenido ningún problema con esa persona. Y me entristecen sobremanera aquellos otros que, habiendo sido un día amigos, cuando la relación cordial ha acabado, por motivos que solo ellos y el otro/a conocen, son incapaces de tener la elegancia suficiente de convertirse en nota discordante o neutral, diciendo algo a favor, cuando el antiguo amigo es vilipendiado públicamente o por la espalda.
Existen sutiles diferencias entre el desahogo, el cotilleo y la crítica, que siempre hiere, disfrazada en mayor o menor medida de sinceridad que no es tal, a eso se le llama sincericidio y no, no hace ningún favor al receptor, únicamente es útil para el ofensor y para quien le ríe las gracias. De nada. Todos habremos practicado alguna de estas modalidades ocasionalmente, aunque hay quien tiene las dos últimas como modus operandi vital, ¿a que conocéis a alguien? Las diferencias estriban en el propósito, la inquina y el resultado.
Me enfado con otro/a, siento ira, hablo con alguien de confianza, describo mi versión del encontronazo con esa persona y por qué me he enfadado, me desahogo. Libero un poco la rabia que tengo, ahí queda todo. Entonces llega más gente, soy el/la protagonista y eso me hace olvidar que ya me he desahogado, vuelvo a contar mi historia con público. Qué bien, mi momento de gloria, me gusta (aunque no lo confesaré, claro). La historia empieza a desvirtuarse, ¿cómo? El público improvisa, interviene y emite juicios de valor sobre una situación de la que no conoce demasiado, o únicamente sabe una versión, pero da juego y sobre todo material jugoso de conversación para una temporada. He convertido el desahogo en cotilleo. El resultado es que se ha puesto al otro componente del enfado (no presente) en el punto de mira. La situación podría tomar aún varios rumbos: un destino conciliador en el que alguien del público, o el protagonista de la historia, decidiesen poner algo de cordura y zanjar el tema hablando en favor del otro –claro que eso no sería divertido— u otro camino, doloroso y difícil para el que no sabe en qué se ha convertido esa bola de infamias, que el público disfrutará entretenido, incluso interviniendo esporádicamente. Es muy gracioso echar leña al fuego cuando las cosas no van contigo, difamando, atacando, tergiversando abiertamente o dañando, no haciendo nada, al segundo protagonista. Qué más da, no estamos haciendo nada malo, somos espectadores, a lo sumo soltamos alguna perlita. Hemos entrado en el escabroso territorio de la crítica, en el que el objetivo es tener material de conversación. Lo de menos es el daño que se le pueda hacer a alguien. Ese pensamiento queda bloqueado, el único responsable es quien nos contó la historia, Solo somos público, queremos que nos entretengan sin importar los matices. Además, así podremos desfogar y liberarnos de nuestras propias miserias. Es muy catártico, ¿qué más se puede pedir? Eso no me convierte en un desalmado, ¿o sí? Bah, no creo, con todos los que somos, tenemos que llevar la razón fijo. Sí, porque el pensamiento contrario generaría una disonancia cognitiva difícilmente soportable, así que adaptemos la situación a la conveniencia del momento.
¿Y, la otra? Ah, la otra. ¿Qué pasa con eso?, es muy […] (rellénese con rara, borde, inadaptada, silenciosa o lo que sea, al gusto), pasa de todo, no le afecta nada, y si es así, ¿qué? ¿Es mi responsabilidad? No. No (le) estoy haciendo nada. Eso no me convierte en una mala persona, ¿verdad? Con aquellos que me caen bien soy agradable, con ésta no tengo por qué, no vaya a ser que me convierta en un(a) paria por tratarla bien o incluso de manera neutral ¿Se la ve apagada? No, qué va, es así. Igual está un poco arisca, pero yo no he hecho nada, ¿yo?, no es mi problema. Y no voy a preguntar o a hablar de cualquier cosa, que lo haga ella. O que lo hagan los demás.
Quédate ahí, en tu rincón, pensando en lo que nos has hecho.
–Decían en el silencio, con plena convicción en su inocencia.—
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