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Adicción a la campana (I): efectos neurológicos

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Estamos haciéndonos adictos a la campana de notificaciones de nuestras redes sociales. Aunque el mundo virtual y el mundo real se han mixtificado traspasando sus correspondientes fronteras y, por tanto, no parecen poder separarse del todo, sí existen varios matices de diferenciación.

Uno de estos matices es el sesgo cognitivo generado por el mecanismo de recompensas: la forma y frecuencia de interacción con las notificaciones escapa de los parámetros del mundo real y cualquier persona en su sano juicio se agobiaría si se expusiese constantemente a atender notificaciones en persona a lo largo del día. Porque de la insistencia al acoso hay sólo un paso. Y necesitamos interrumpir y descansar de la continuidad que supone la circulación de afectos que nos rodean. Nadie es impermeable a las transferencias de energía psíquica. Todos nos impregnamos en distinta medida de las pulsiones o fuerzas sociales. De diversas formas, los sentimientos, pensamientos y emociones nos tocan con su mano invisible, a través de las palabras, sonidos e imágenes. Por ejemplo, la función de la televisión es alarmar de los peligros de la calle, insistir en la idea de que el espacio público es el territorio de los rivales, indicar que les vecines son enemigos en potencia y exponer que salir es un riesgo. Pero ¿cómo se procesa toda esta información a través de la pantalla de las redes virtuales? ¿Cómo filtramos la empatía ante los afectos que identificamos tras la pantalla?

Lo primero que detectamos en la adicción a la campana es el deseo de consultar el boletín de notificaciones. Se trata de un impulso condicionado que puede valorarse en función del tiempo transcurrido desde la última consulta, el ambiente en el que nos encontremos o algún acontecimiento puntual que active el deseo de volver a usar las redes sociales. La segunda detección es la pérdida parcial de control, cuando no podemos prescindir de los dispositivos de acceso a las redes sociales a la hora de plantearnos actividades de cualquier índole. Esta especie de necesidad denota adicción. Y, se trata de una necesidad sustitutoria, porque las adicciones son la forma de suplir o sustituir las carencias psicoafectivas. Por último, la adicción podría considerarse como un efecto adverso grave de las carencias psicoafectivas, si ésta nos perjudica física, psicológica o financieramente.

La adicción a la campana es un fenómeno con base en el Efecto Coolidge: una búsqueda de novedad constante programada genéticamente. Según este efecto, nuestro limitador biológico de obtención de recompensas tendría que saciarnos en cualquier actividad, fuese comer para alimentarnos o correr para ejercitarnos, cuando nos hubiésemos ahitado. No obstante, sucede que nuestra genética no está preparada todavía para saciar nuestra búsqueda de novedad en las redes virtuales y, por tanto, solemos recurrir a fuentes analógicas para limitar nuestro uso, como lo serían las tareas pendientes y las necesidades biológicas y materiales. En consecuencia, la suma del Efecto Coolidge con la ausencia de un limitador genético da lugar a la adicción.

Además, el uso de las redes sociales acrecenta el sedentarismo, deteriorando nuestro circuito natural de recompensa, lo que genera ansiedad, estrés, problemas de concentración, indeterminación o menor asunción de riesgos en la toma de decisiones, cambios rápidos de humor sin causa aparente, asocialidad, desmotivación, apatía, depresión, procrastinación y estancamiento. Debido a estos efectos negativos, se está produciendo un cambio de paradigma en la forma de concebir las relaciones sociales en el que las nuevas generaciones crecen normalizando el uso de las redes virtuales para socializar entre sí a partir de la media de doce años de edad. Las nuevas generaciones aprenden comportamientos de interacción virtual antes de haber desarrollado las habilidades sociales del mundo real. De manera parecida a lo que sucede con los adultos que aprenden los comportamientos virtuales para convertirlos en los nuevos estándares sociales.

Hoy en día podemos interactuar con más flujos de información en cuestión de pocas horas de lo que nuestros antepasados interactuaron a lo largo de toda una vida. Es decir, la genética de nuestro cerebro no está en teoría preparada para procesar esta sobrestimulación. Pues esta actividad produce una gran cantidad de dopamina, que es el neurotransmisor que genera la sensación de placer. Con la dopamina juzgamos y categorizamos todo lo que experimentamos en deseable o indeseable. Sin embargo, la dopamina no genera satisfacción en sí sino sólo su expectativa: la expectativa de que la recompensa de la satisfacción está a la vuelta del icono. En el caso de las redes sociales, es la búsqueda de novedad la que genera dopamina. Y es una actividad o consulta a la que podemos acceder con sólo un clic. Esto facilita que podamos pasar horas buscando o mirando contenidos. Pues lo que atrae a nuestro cerebro adulterado no es terminar una actividad sino el proceso de búsqueda de novedad, de cosas nuevas a partir de las que entretenernos o emplearnos. Esta liberación de dopamina desencadena el llamado «Estímulo supranormal», una sensación de recompensa o de expectativa de recompensa priorizada inconscientemente.

No obstante, lo que altera y modela nuestro cerebro no es la liberación de dopamina sino la producción de una molécula causada por la acumulación de dopamina. La molécula DeltaFosB realiza cambios en nuestro circuito de recompensa, alterándolo químicamente y modelando nuestro cerebro y sinapsis neuronales. Si la dopamina fuese el arquitecto que diseña la gran pirámide de las nuevas expresiones sinápticas, la DeltaFosB serían los operarios y esclavos que llevan a cabo la modelación y construcción. Estos cambios acostumbran al cerebro a los niveles de dopamina y sobrestimulación recibida, demandando cada vez mayor contenido para no aburrirse y alcanzar así un estímulo de intensidad equiparable a los anteriores. Y este es el peligro de la autoconfiguración dopamínica con la que nuestra adicción justifica la recompensa: la percepción de insatisfacción ante todo lo de menor intensidad neuroquímica.

Esta sensibilización de los receptores neuroquímicos induce al gatillo de Pávlov: el aprovechamiento de cualquier oportunidad para consultar el boletín de notificaciones. Por ejemplo, cuando la persona con la que estamos en vivo se ausenta un momento, disuena en nuestro fuero interno la campana de Iván Pávlov y nuestra mascota interior saliva. Por ello no es de extrañar que el icono de las notificaciones sea representado con una campana. Mas el problema es en realidad otro. Una frecuencia regular derivada de una conducta de tendencia adictiva causa una desensiblización de los receptores neuroquímicos. Esta tolerancia a los estímulos hace disminuir la cantidad de dopamina segregada, dando lugar a la demanda de dosis mayores por medio de nuevos e intensificados estímulos virtuales.

La segregación de dopamina y la intervención de la DeltaFosB para alterar nuestro circuito de recompensa causan la producción de la proteína de transcripción CREB, un elemento modulador de respuesta al nucleótido mensajero AMPc, para reducir la transcripción e influencia de la DeltaFosB y darnos así un respiro ante un supraestímulo. Si la DeltaFosB fuese el acelerador, la CREB sería el freno o el mecanismo de defensa para poder mantener la estabilidad neuroquímica. Porque la CREB provoca cierto  malestar frente a los estímulos que hasta hace poco sí nos satisfacían, induciéndonos a una mayor tolerancia. Es decir, la CREB causa una desensibilización de los receptores neuroquímicos y provoca que nuestro cerebro demande estímulos cada vez más intensos para obtener recompensas equiparables a las de antes.

Esta tendencia conduce a la disfuncionalidad del córtex prefrontal, manifestada en una baja voluntad combinada con una hiperreactividad ante cualquier tipo de adicción, convirtiendo más maleables y susceptibles a las personas. El córtex prefrontal es la unidad de control para la resolución de problemas, la capacidad de concentración y planificación, el anticipo de consecuencias y la regulación de la actuación de la persona hacia sus objetivos. Para ayudarnos a regular nuestros impulsos, el córtex prefrontal actúa mediante dos tipos de reacciones nerviosas en nuestro sistema de recompensa. Por así expresarlas, estas reacciones nerviosas nos susurrarían al oído las proposiciones «ve hacia ello» o, por el contrario, «mejor espera y recapacita si esto es lo correcto».

La búsqueda de placer tan intensa que experimentamos aumenta las reacciones de «ve hacia ello», aumentando el deseo y la necesidad de consumo. Por otro lado, inhibe la reacción de «espera y recapacita si esto es lo correcto», mermando el autocontrol y haciéndonos más influenciables a los estímulos que pueda generar una adicción. Con el tiempo, la inhibición de la prudencia degenera el funcionamiento de nuestro sistema de estrés. Y en consecuencia, ante las adicciones, nuestro sistema de estrés toma el control sobre el córtex prefrontal, llegando a causar los síntomas del síndrome de abstinencia: ansiedad, cansancio, irritabilidad, insomnio, dolor de cabeza y cambios rápidos de humor.

Llegados a este estado, se requieren de dos meses de abstinencia en el uso de las redes u otras adicciones para empezar a reformar el sistema de recompensa y que éste deje de proporcionar estímulos supranormales al cerebro. Sin embargo, aunque esta parte de la historia es menos conocida, así como Iván Pávlov logró que su perro desaprendiera la relación entre la campana y la comida, cualquier condicionamiento puede revertirse. Es un reinicio que requiere mucha fuerza de voluntad pero que proporciona la capacidad de encontrar más placer en las pequeñas cosas diarias y un desarrollo del autocontrol, devolviéndole al córtex prefrontal su forma natural, en un estado de ánimo más positivo y estable, con una mayor concentración y claridad mental, una mayor asunción de riesgos, una menor ansiedad social y un mejor estado físico y energético que favorecerán la responsabilidad de la iniciativa propia.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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