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Jordi Costa: “La crítica objetiva no existe”

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Pensaba que iba a tener más puntos en común con el crítico de cine Jordi Costa. Pero discrepamos hasta en lo único que, a priori, imaginaba que nos unía: una opinión poco favorable hacia el director Alejandro Amenábar. Pero no, no coincidimos ni en eso o, en todo caso, no le tenemos inquina por las mismas razones. El título de su penúltimo cómic, Mis problemas con Amenabar, ilustrado por Darío Adanti, no pretende engañar a nadie. Él mismo lo reconoce: el cómic solo busca el espectáculo. Así es. Lo único que ha conseguido es enfurecer a las hordas de seguidores del joven realizador y azuzar a sus detractores. Esta controversia bastante banal se suscita a partir de varios encontronazos autobiográficos con el director español más taquillero y cuatro chistes fáciles a raíz de sus películas. Pese a entrevistarle, no he conseguido descifrar de dónde surge esa manía. Pero empezamos hablando de su última obra publicada, 2.000 años de cine

Lo último que has editado es “2.000 años de cine”, y lo que más me ha sorprendido es que sólo aparezcan  directores un tanto mediocres como Ridley Scott, James Cameron o Nacho Vigalondo, ¿miedo o respeto a hacer chistes sobre John Ford, Hitchcock  o Raoul Walsh?

¿De verdad te parecen mediocres Ridley Scott –un señor que cuenta con películas como “Los duelistas”, “Alien” y “Blade Runner”-, James Cameron –que con “Avatar” ha abierto las puertas a una radical renovación en las formas del cine espectáculo- y Nacho Vigalondo –uno de los pocos cineastas españoles de género capaces de entender el fluido e inestable panorama del presente en cuestiones de narración audiovisual?  A mí no me lo parecen, pero en el tebeo cada uno de ellos encarna cosas distintas: Scott es el facturador a destajo de un modelo de cine de prestigio que resulta cada vez más discutible. El James Cameron de nuestro tebeo es un James Cameron de una línea histórica alternativa: se le ha quedado toda la megalomanía intacta, pero ha perdido su inteligencia por el camino. Y Nacho Vigalondo, en tanto que director de “Los Cronocrímenes” y, por tanto, mayor autoridad a mano en cuestión de paradojas temporales, cumple en el tebeo la función de la famosa pizarra explicativa de la saga “Regreso al futuro”. La verdad es que no tenemos miedo –aunque sí profundo respeto- por Ford, Hitchcock y Walsh, pero no salen en el tebeo porque este no parte de ningún propósito programático de abarcar toda la Historia del Cine. No descartamos que puedan aparecer en alguna aventura futura de Mostrenco y Che-qué-loco.

La mediocridad surge precisamente de la comparación con esos grandes: Ford, Hitchcock, Walsh… y tantos otros que por desgracia no están tan “de moda”. Resulta innegable que James Cameron y su “Avatar” pasarán a la Historia del Cine. También lo hizo Alan Crosland, el director de “El cantor de jazz”, la primera película sonora. Pero, ¿quién valora positivamente al señor Crosland de un tiempo a esta parte? 

Hombre, caballero, no provoque a quienes tenemos “El cantor de jazz” en un pedestal y consideramos a Alan Crosland un Dios de oro. Y, bueno, Vigalondo llega a hacer su excepcional opera prima –“Los cronocrímenes”- (que a mí no me parece un batiburrillo de nada, sino una historia muy personal en la que afloran elementos del subconsciente más allá del control de su creador)- tras un bagaje de un buen número de cortos realmente remarcables. A estas alturas, entrevistador y entrevistado ya tendríamos que habernos dado cuenta de que el gusto es algo personalísimo e innegociable: a mí “Primer” me parece antes la obra de un ingeniero que la de un poeta…

Si pretendía dar cabida, de manera genérica, a toda(s) la(s) Historia(s) del Cine, ¿por qué solo se ciñe a un tipo de cine, el más comercial, y de unos 50 años a esta parte?

Como he dicho antes, no hay ningún propósito programático de abarcar toda la Historia del Cine. Lo que se dice en el epílogo es que, en buena medida, Fotogramas es un cruce de caminos de toda(s) la(s) Historia(s) del Cine y la trama no hace más que recorrer una de las historias posibles (o imposibles) del medio. Creo que, en cierto sentido, Fotogramas ha cumplido en el paisaje de la crítica cinematográfica española una función un poco afín a la de Pauline Kael en el contexto de la crítica americana: la reivindicación del poder dionisiaco del medio. Es la publicación en la que gente como Terenci Moix o Luis Gasca ya habló y reivindicó en su día el cine de géneros y subgéneros. También, años más tarde, con la labor de críticos como Pedro Calleja, Daniel Monzón y Jesús Palacios, fue la revista que articuló un discurso que, precisamente, permitía evaluar ciertas derivaciones del cine comercial norteamericano con una óptica analítica ajustada a sus exigencias. Nuestro tebeo sólo quiere ser un tebeo de humor, pero la presencia de los hermanos Lumière o Leni Riefensthal nos salva, en parte, de la acusación de sólo atender al lado más banal del medio. No espero que nadie extraiga ningún discurso serio de nuestro tebeo –que, por otra parte, no pretende tal cosa-, pero en él se habla del cine como propaganda, instrumento de evasión, herramienta redentora y posible territorio para desvelar una Verdad (si es que esta existe).


Desde luego que hacer mofa de Leni Riefensthal,
célebre por sus producciones propagandísticas durante la Alemania nazi, no es banal… Y hablando un poco de los hermanos Lumière, ¿no le parece que su frase, “el cine es un invento sin futuro”, está cobrando en la actualidad tintes de auténtica profecía?

No. No soy pesimista con respecto al futuro del cine: se está haciendo un cine espectáculo más sofisticado que nunca –ahí está una película como “Toy Story 3” para corroborarlo- y, al mismo tiempo, surgen propuestas de una radicalidad autoral tan extrema como la que ejercitan autores como Apichatpong Weerasethakul o, por poner un ejemplo cercano, Isaki Lacuesta . Creo que el cine ha sido una expresión artística bastante lastrada durante su primer siglo de desarrollo por su subordinación a una industria: ahora empieza a esbozarse la posibilidad de una narración audiovisual que sea la expresión directa, y sin componendas, de la subjetividad del creador. Las plataformas de distribución y exhibición se ven enfrentadas a la exigencia de redefinirse, pero, si hablamos estrictamente de lo creativo, la narración audiovisual –no sé si en tanto cine o post-cine- tiene un gran futuro por escribir.

Después del apogeo de las primeras películas mudas, el cine se vio relegado a ser un mero espectáculo de barracón de feria. Actualmente, ¿no cree que también es manifiesto cierto agotamiento del Séptimo Arte? Con toda la parafernalia 3-D, el paralelismo con la situación de principio de siglo me parece más que evidente: pagar una entrada para ver una atracción de feria… 

Bueno, esa afirmación es bastante cuestionable: esos años posteriores a las películas mudas han dado cosas tan poco homologables con el espectáculo de feria como el cine de Bergman, Antonioni, Kitano o Pedro Costa, junto a un larguísimo etcétera. Ni siquiera en el cine de Hollywood creo que todo sea homologable al espectáculo de feria. Por otro lado, el espectáculo de feria es vida y me parece interesante que se dé ese paralelismo: en efecto, el cine está en el umbral de un renacimiento y ciertas propuestas –precisamente las más mayoritarias- necesitan redefinirse como experiencia o acontecimiento no ya para sobrevivir, sino para perpetuar su gloria pasada. Es interesante ver a gente como Jeffrey Katzenberg o James Cameron más crispados por la supervivencia del medio de lo que lo pueda estar alguien como Albert Serra o Pedro Costa.

James Cameron si está crispado por la supervivencia del medio. Pero como lo entiende, por ejemplo, Steven Spielberg. Y así lo manifestaba ya por el año 1982 en un documental de Wim Wenders, “Room 666”. Al preguntarle por el futuro del cine, respondía que él concebía sus películas de un modo bastante particular: para que pudieran verla (y pagar la entrada) el mayor número de personas posibles. Albert Serra y Pedro Costa, como buenos francotiradores, se han ido al extremo opuesto y han demostrado que se puede hacer un cine de calidad con los medios técnicos a nuestro alcance y con cuatro duros.  

El porcentaje entre arte y producto meramente industrial siempre se ha mantenido así, a lo largo de toda la historia del cine. Por otro lado, no entiendo el problema que tienes con el placer y lo dionisíaco: ¿eres calvinista?

No, soy “cineísta”. 

Bueno, y en Costa y Serra hay un evidente sentido lúdico, un palpable sentido del humor y un conocimiento profundo –por lo menos en el caso de Costa- de modelos cinematográficos que quizás te espantarían.

Para hacer buen cine hay que ver muchísimo cine, hasta del malo, de todo se aprende… Confiesa que una de las referencias directas a la hora de realizar el cómic es la serie “Perdidos”, ¿había visto el final cuando terminaron el cómic? ¿Sigue gustándole o se confiesa estafado, como muchos seguidores? 

No. El tebeo se hizo en plena tensión previa al desenlace de “Perdidos”, que, probablemente, es el estado más fértil y estimulante. A mí el final me pareció valiente, arriesgado y casi kamikaze. Nosotros no hubiésemos tenido el valor de terminar el tebeo así.

Los miembros de la redacción de Fotogramas aparecen representados como actores y actrices famosos, ¿eligieron ellos quienes querían ser o les sacaron ustedes el parecido?

Lo elegimos nosotros, pero no siempre buscamos el parecido, sino al actor que mejor podía interpretar a cada personaje.

El cómic se plantea como “un pulso épico entre la cinefilia y la cinefobia en los universos paralelos del séptimo arte”, lo de la cinefilia lo entiendo, pero, ¿y la cinefobia?

Bueno, Mostrenco, mi alter ego en la ficción, es alguien que quiere lograr que el cine no haya existido nunca: hace balance y decide que el medio le ha dado más disgustos que alegrías. Como ves, Mostrenco no soy exactamente yo: es sólo una hipérbole de ciertos aspectos de mí mismo, una caricatura, una máscara. La cinefobia es odiar el cine en su conjunto. Yo sólo odio algunas cosas que nos ha dado el cine, y algunas de esas cosas coinciden con las fobias de Mostrenco y otras no.

Respecto a ‘Mis problemas con Amenábar’, enhorabuena, creo que hace una exhaustiva radiografía del nacimiento y ascensión a los altares de lo colectivo de un cineasta tan impersonal como Amenábar… Su cómic me ha entretenido pero me queda una duda: para criticar a este director, ¿no hubiese sido más eficiente hacer un análisis plano a plano de cualquiera de sus películas?

No buscábamos la eficiencia, sino el espectáculo. Es un tebeo que, a diferencia de “2.000 años de cine” que es pura ficción, tiene un fondo muy autobiográfico. A mí me habían pasado varias cosas con Amenábar que creía que eran dignas de ser contadas en un tebeo. Sería incapaz de invertir tiempo en hacer un análisis plano a plano de un modelo cinematográfico que detesto.

Además de la crítica concreta a la figura del realizador madrileño, que tiene momentos muy lúcidos, usted plantea una desoladora visión del panorama del cine español actual. La especulación, que también ha llegado hasta los festivales, el compadreo, el amiguismo, la falta de atención de los productores a personas con verdadero talento… ¿está realmente tan mal la cosa? ¿En qué medida el carácter español propicio al chanchullo se ha implantado en el mundo del cine?

No tengo ninguna opinión ni medianamente favorable al estado de la producción en España. He vivido relevos generacionales en ese panorama que sólo han servido para que se favorezcan los mismos modelos estériles. Por suerte, hay vida más allá de eso y últimamente he podido entusiasmarme con los últimos (o los primeros) trabajos de gente como Nacho Vigalondo, Mar Coll, Borja Cobeaga, Isaki Lacuesta, Mar Recha…

Hace una defensa del cine dionisiaco, ¿acaso “Ágora”, gran superproducción, no enmarca definitivamente a su director dentro de éste tipo de cine? Pienso que desde “Tesis” perseguía ese objetivo. Reconozco no haberla visto- ni pienso hacerlo- pero por lo que he podido leer le han acusado de tener un tufo de discurso laico. ¿Abandonará algún día éste director su cine con “supuesto mensaje”? ¿O cree que seguirá aprovechando falsos debates para poner en boga sus films?

El gran mérito –para mí, el imperdonable pecado- del cine de Amenábar ha sido el de extirparle la energía al cine dionisiaco. El cineasta coge moldes genéricos, los deseca de alegría, sentido lúdico y capacidad para el placer y logra que sean apreciados en un país como el nuestro, donde el placer siempre es sospechoso. Dudo que Amenábar sea alguna vez capaz de articular un mensaje personal: lo suyo es el simulacro de mensaje servido sobre un simulacro de evasión.

Su cómic retrata muy bien una cierta tendencia innegable: la necesidad de la sociedad de crear ídolos. Y de encumbrarlos, casi siempre, por comparación estúpida. ¿Qué sentía realmente cuando compararon en su día a Amenábar con Hitchcock? Una buena viñeta hubiese sido el pobre Alfred revolviéndose en su tumba… 

No sé si sentí repugnancia o resignación. Imagino que son los peajes que tiene uno que pagar cuando vive inmerso en una cultura esencialmente monoteísta.

¿Podía hablarnos de esa relación que sugiere entre éste director y el estatus político? ¿Lo ve cómo un simple oportunista o cómo alguien más malicioso/calculador?

Imagino que Amenábar es apolítico, que es la condición que mejor casa con su estratégica condición de conjunto vacío: es una superficie plana en la que cada cual puede ver lo que proyecte en ella. Yo veo a una de las formas del Mal cotidiano, pero debo de estar equivocado, porque la mayoría mira a ese vacío y ve a un genio.

Me pregunto cuál es el peligro real de una sociedad que acepta sin conciencia crítica cualquier director o producto a vox populi. Pensar que algo es cojonudo porque lo dice la prensa, la tele, “todo el mundo”…

¿Qué cual es el peligro? Pues que algún día miraremos hacia arriba y veremos que nos gobierna la versión españolizada de un Berlusconi.

¿Hasta qué punto la figura de Amenábar piensa que está manipulada por terceros?

No sé si es una figura manipulada, pero desde luego es una figura que es útil a mucha gente. Ante todo,  a la industria que, a través de él, favorece un único cine español posible: inocuo, seductor, poco problemático, esencialmente despojado de toda ambición artística.

Una pequeña apuesta, a sabiendas del resquemor que pueda provocarle, ¿cuánto tiempo le echa para que fichen a Alejandro al otro lado del charco, en La Meca del cine? ¿Y cuánto tiempo hace falta para que Amenábar haga una peli en 3-D? ¿Engloba usted el 3-D dentro de ese cine dionisiaco?

No sería capaz de dar una respuesta satisfactoria a esa apuesta. Probablemente, Amenábar consiga mantenerse aquí, controlando proyectos financiados en buena medida en Europa. Tampoco sé si rodará en 3-D, que es una técnica maravillosa pero que, en sus manos, seguramente obtendrá resultados previsiblemente apáticos. El 3-D sólo es dionisiaco cuando la técnica se ofrenda de la mejor manera sobre los altares del placer.

¿Qué opinión cinematográfica le merecen sus películas?

No me interesan en absoluto, pero no quiero repetirme sobre algo que ya he detallado a fondo en las páginas del tebeo.

¿A qué otros directores españoles les dedicaría un cómic similar?

No puedo contar una historia similar relacionada con ningún otro director español.

Amenábar cae en la repetición de formas, sin innovación, ¿hasta que punto cree usted que todo está inventado en el cine?

Hay muchísimo por inventar en el cine, pero no creo que Amenábar haya sido llamado para ello.

Pasemos a hablar de su faceta como crítico, ¿cómo sería para usted la revista ideal de cine?

Como ya es una revista tan estupenda como Sight & Sound.

¿Qué piensa que puede aportar un crítico a una película? La labor de un crítico siempre es bastante “despreciable” desde el punto de vista de quien hace la película, por todo el trabajo que conlleva hacerla. ¿Cómo ha de sugestionar una crítica al público?

La crítica es sólo una lectura posible de una película: si la lectura es interesante, abre puertas al lector y permite descubrir otra película detrás de la película que el espectador cree haber visto. No se trata de sugestionar a nadie: más bien se trata de dialogar.

¿Cuántas veces ha visto las películas de Amenábar?

No he visto “Los otros”. El resto de su filmografía –incluido el corto maldito “La cabeza”- lo he visto una vez: ha sido suficiente.

¿Cree que la crítica ha de ser siempre subjetiva? A mí me parece que hablar sobre trama e interpretación está muy bien, ¿pero y los encuadres, la luz, el color, el sonido, el montaje, etc..? ¿No se puede hablar del lenguaje? ¿No tenemos ahí una serie de criterios objetivos para definir si una película es realmente buena?

Una buena crítica siempre tendría que hablar de lenguaje: de hecho, yo entiendo que la esencia de una crítica está en hablar de la tensión entre forma y fondo. Eso sí, la crítica objetiva no existe.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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