Cuadernos

De lo invisible: ¿Y si una película no la ve nadie?

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-¿Qué ocurre cuando una película no la ve nadie?- le pregunté hace un año aproximadamente al cineasta y profesor Luis Aller, especialista en películas que han sido tocadas por la varita de la desaparición.

-Pero eso es imposible, ¿no? –me respondió- una película siempre la ve alguien. En el momento en que se monta, al menos, ha de verla el montador. Y luego, el director, que siempre tiene las imágenes en su cabeza y que se supone que la verá una vez finalizada. Una película siempre la ve alguien… Lo demás ya son números, dinero y temas de taquilla. Cosas que tampoco importan mucho y que no tienen que ver específicamente con el cine.

Parece que últimamente tiendo a lo invisible, a lo desaparecido. Hace unos días, me leí en una noche del tirón el librito “Las películas de Aurora Bautista” de Jorge Castillejo. Biografía comentada y entrevistas a la que fue una de las mayores divas del cine español de los años cincuenta – figura clave para entender el paso de un tipo de actuación teatral a una puramente cinematográfica- y que hoy ha quedado relegada a un discreto olvido. ¿Qué ocurre con una actriz cuando ya nadie se acuerda de ella?, me pregunto. Y decido llamar a otra actriz, Maribel Alavedra, y preguntarle por Aurora Bautista. Si que se acuerda de ella, cómo olvidarla, una gran actriz  y una gran señora. Parece que, a poco que se rasque, siempre hay alguien que va en paralelo al olvido. A una actriz también siempre la vio alguien. Me fascina el tema de la decadencia de un actor/actriz, la estrella con talento que se apaga. Pienso que es el argumento perfecto para una película pero cuando consulto con otra amiga, me advierte: ten cuidado, esos temas dan grima.

Encuentro respuesta a tan enigmática sentencia en una entrevista que Mario Vargas Llosa concedió con motivo de la presentación de su nuevo libro, “El sueño del celta”. Descubro que el escritor peruano le tiene miedo a la pantalla. Relaciona pantalla con espectáculo (en su acepción menos respetable) y cree que hay un tipo de estupidez contemporánea que tiene mucho que ver con la cultura audiovisual de nuestro tiempo. Arremete en esa entrevista tan interesante contra la televisión y se pregunta por qué la frivolidad, el amarillismo y la estupidez han copado la totalidad de televisiones de todo el mundo, incluso en los países más cultos.

Confirmo los temores de Vargas Llosa que, en el fondo, espera estar íntimamente equivocado. Hasta parece inquieto o decepcionado con la venida del e-bookporque empezaremos a leer en una pantalla. “Si el e-book reemplaza al libro, entraremos de lleno en un vacío animado”.

El vacío animado. La negación del pensamiento. Y el fenómeno más abyecto, representación real y resumen de todo: la manera de llegar al gran público es apuntar a lo más bajo. Resulta sorprendente que cuanto más idiota y zafia es un una película o un programa, más engancha, más recauda. “Nuestra mirada está subvencionada”, decía Cecile Camp en “Elogio del amor”. El eterno debate: ¿tenemos el cine/la televisión que nos merecemos, la que demanda el público, o la que nos imponen? Opto por lo segundo. Espero equivocarme, como Vargas Llosa, pero el tema tiene visos de no cambiar. Miquel Català, escritor y filósofo y uno de los únicos profesores a los que veía realmente preocupado por el asunto en mi carrera (en las universidades donde se imparte Comunicación Audiovisual no hay debate en torno a este tema, de hecho se tiende a formar profesionales que perpetuarán los moldes ya existentes)  nos puso en clase programas de la televisión americana.  Si creían que la tele había tocado fondo, esperen. El imperio de la estupidez tiene su sede en el país de las oportunidades. Que paradoja. Los que hicieron grande el cine en los años cuarenta y cincuenta, se están dedicando de un tiempo a esta parte a destruirlo, a cargárselo exportando a las pantallas del resto del mundo heces audiovisuales aptas para consumir con palomitas. Hegemonía de lo idiota. ¿Era lo bello el comienzo de lo terrible?

Avanzamos hacia una cultura del momento, de lo efímero e instantáneo, de lo descargable, lo que se hizo el año pasado ya no importa, está obsoleto. Lo que huele a viejo, da grima. No salgo de mi asombro al hablar con personas que considero inteligentes que me dicen que no ven películas en blanco y negro porque les aburren. Terrible.

Con este panorama no es de extrañar que dos de las óperas primas más interesantes de los últimos años, “Yo” (Rafael Cortés, 2007) y “La línea recta” (Jose María de Orbe, 2006), pasaran como un suspiro por las salas de cine, copadas desde hace años de esa basura perniciosa que anula poco a poco nuestra capacidad de ver, de mirar, de pensar. Por desgracia, a día de hoy, es en lo invisible donde se encuentran las cosas más interesantes.

Pero estas películas están editadas en dvd y se pueden ver. De hecho, Jose María de Orbe, ha estrenado en San Sebastián “Aita”, su segunda y sugerente película. ¿Correrá la misma suerte o podremos verla en los cines, aunque solo sea de refilón y permanezca en cartel una o dos semanas? Esperemos que si.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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