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David Lynch, el crepúsculo de la lógica

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“Dime, ¿cuánto tiempo te podías llegar a pasar mirando este cromo?…¿Te acuerdas?…¿Y éste?…¿Y ésta orla?….¿y esta página?—¡Años, siglos.toda una mañana! Imposible saberlo, estabas en plena fuga.éxtasis.colgado en plena pausa.¡ARREBATADO! ¡MIRA!.”

En sólo una secuencia, disparando palabras al ritmo que da una coartada como la revelación, el personaje de Pedro P (alter ego de Zulueta en su película “Arrebato”) resume todo un concepto y estado emocional, el arrobamiento máximo ante la imagen catártica del asombro, escapando de la taciturna y monocorde realidad que nos acorrala día a día, entre paredes de hormigón, discos disonantes y cuerpos clónicos (cortesía de la distopía capitalista). Entre las rendijas de la irrealidad, la desestructuración formal (o lógica), y la plasticidad poética, encontramos ese vampirismo irreal, inconexo e inequívocamente genuino que nos transporta, como si de un episodio de The Twilight Zone se tratara, a un registro sensible totalmente inédito, ajeno a cualquier alienación exterior, demostrando que en lo nunca atisbado, o simplemente, en el recuerdo de algo ideal, está todo instante perfecto. Así funcionan las películas de David Lynch, un paréntesis con la realidad más inmediata, y una autopista a la disfunción cerebral, hallando en los puntos muertos, o atmosféricos (aquellos que todo profesor de guión te recomendaría que obviaras) preguntas o simplemente quietudes oníricas que en sí mismas tienen toda su plenitud, sin necesidad de ser herramientas o puentes. La imagen en sí misma, como fin último, a la medida del voyeur.

El director de Montana, desde sus primeros ejercicios surrealistas sin ningún significado aparente (como él mismo ha reconocido de su primer corto “Six men getting sick”) hasta sus últimas obras como “Mullholland drive” o “Darkned room” (breve continuación de la anterior), ha traspasado términos y referencias, para hacer, en esa mezcolanza de futilidad e irreversible belleza que es su cine, una sacralización absoluta del sentido del espectador, volviendo a sentirse virgen ante las escenas que se inyectan en sus ojos. Pocas películas te hacen sentir tan vivo (y a la vez con tanto miedo de estarlo) como las de este prestidigitador de atmósferas, en estos tiempos donde la violencia gratuita es algo inherente en la sociedad occidental, y nada, o casi nada, tiene la relevancia o consideración de sagrado, exceptuando los efímeros semidioses de usar y tirar que la publicidad o medios tan paupérrimos como la mtv nos venden.

Lynch, como Haneke, o Cronenberg, no sólo enseña, sino que, como todo buen poeta de la imagen que se precie, insinúa lo escondido, hace metáfora de la realidad tanto social como onírica, y sorprende, con el terror que se siente sabiendo (o creyendo saber) lo que subyace bajo la realidad anodina de la que tan relajadamente somos parte.

El cine ambivalente de Lynch es celeridad y a la vez calma. Con violencia, pero una violencia necesaria (como fiel reflejo de la sociedad , tanto los que la ejercen como los que la temen, y en cierta medida, añoran), el sentido inesperado de la road movie (desde “Corazón salvaje”, y exceptuando la adaptación cinematográfica en precuela de “Twin Peaks”, todos sus films son hijos bastardos de este género), y unos personajes excéntricos, extraños y extravagantes (en resumidas cuentas, y más allá del concepto freak, queers -sin sus connotaciones gays). El carnaval de sombras y luces que nos muestra Lynch, ajado por las pictóricas referencias a Francis Bacon o el absurdo burocrático de Kafka, se ha erigido en uno de los más personales de las últimas dos décadas, con toda una troupé de películas influenciadas por el estilo lynchiano(a destacar “La ardilla roja” del español Julio Médem Kubrick dijo que era la única película con influencia de Lynch que no caía en el ridículo-, y “Donnie Darko”, ópera prima del joven Richard Kelly).

Una de las grandes cualidades de Lynch es, a pesar de su “aparente” acercamiento al cine más extraño, lisérgico y europeo, radiografiar a la perfección, a través de sus anomalías, que de tan usuales casi se convierten en algo rutinario, la América profunda. Desde las industriales miradas sonoras que hace en “Carretera perdida” (fusionando en una banda sonora pasado y presente del mito musical yanquee, algo así como la versión de “Lay lady lay” por Ministry) pasando por su añoranza hacia un pasado que sino mejor, siempre es más bonito, representado en los años cincuenta(los barrios residenciales de “Terciopelo azul” o “Twin Peaks”), el análisis con escápelo se realiza sin apenas fisuras o sucedáneos hipócritas. Lo que hay en su cine, a pesar de estar travestido en su maremagno de surrealismo, silencios incómodos y opresores ambientes, no dista tanto de la existencia en cualquier pueblo de algún estado de Estados Unidos. Una forma de vida, la de los rednecks, enfrentada a la fuerza misteriosa, de vertientes telúricas o simplemente marcianas (que lo asemeja a la literatura de Cortázar), con una presencia ajena y que se muestra arriesgada y de una peligrosa estuosidad para quien se acerca.

Pero no todo Lynch se mueve en los perímetros de la monstruosidad y la sombra de una duda, anatemas de la vida ordinaria y servil, también encontramos entre su filmografía dos perlas de cine sentimental pero sin sentimentalismos, el viaje iniciático y fordiano de “Una historia verdadera”(donde lleva material ajeno a su propia idiosincrasia, pero sin pasarse, con el respeto al original) y el biopic en blanco y negro de ese excepcional y magnífico ser humano (más allá del condicionante físico) que fue John Merrick. En conclusión, David Lynch ha demostrado una autoría y mundos propios, pero no por ellos susceptibles de ahogarse, sino que son capaces de vestir argumentos ajenos y de una belleza sin precedentes.

LA MÚSICA DE LA CASA TOMADA

Lynch siempre ha tenido, desde su primera colaboración con “Terciopelo azul”, en Angelo Badalamenti su partenaire perfecto. El compositor, entre industrial, jazzy y sinfónico, ha sabido adaptar las fascinantes imágenes del director a una música hipnótica, ingenua, y al mismo tiempo aterradora, demostrando una dualidad básica que sin su ayuda no sería tan epatante y clara. Imposible recordar la siniestra nocturnidad de “Twin Peaks” sin el fondo sonoro adherido a ella (por no hablar del tema central que abría la serie, ya en el subconsciente colectivo de toda una generación, aquella que veía la guerra de Irak como fuegos pirotécnicos vía ZooTv). Pero no siempre todo su espectro musical ronda el peligro inminente de algo aún no verificado, también sabe perfectamente moverse por la entrañable sencillez de Alvin Straight viajando en su cortacésped, o la escalofriante relación lésbica de “Mullholland Drive”. Las tomas de Badalamenti han sido muchas veces mezcladas con canciones de pop y rock al uso, como en “Carretera perdida”, donde ya de partida la banda sonora era producida por Trent Reznor, y entraban desde temas de corte industrial y moderno de Marilyn Manson (Brian Warner y T. Ramírez hacían cameo en la película), Rammstein (que hasta que no consiguieron su objetivo de interesar al de Montana, no dejaron de enviarle cintas), o el propio Reznor escudado en NIN, a clásicos como Lou Reed, música brasileña, la experiencia electrónica de los de Billy Corgan o el círculo perfecto, “Im derangered”, alucinógeno tema del Bowie más inspirado y subversivo de los noventa. También destacables son los cortes de rock and roll o blues en “Mullholland drive”, o las reinterpretaciones de Elvis a cargo de Nicolas Cage y la inclusión del emblemático “Wicked game” en “Corazón salvaje”.

Pero antes de este matrimonio bien avenido entre Lynch y Badalamenti, se sucedieron otras tres bandas sonoras. “Cabeza borradora” es una auténtica efigie de sonidos raros y molestos, acordes a la película. En “Dune” el archiconocido grupo de los ochenta Toto se dedica a poner canciones y melodías a las aventuras de Paul Atraides y cía. Y nos dejamos para el final “El hombre elefante”, con una banda sonora excelente de parte deJohn Morris, y que para los más puristas es la mejor música que jamás ha tenido Lynch. Toques circenses y cabareteros, tristezas felices y nostalgias presentes, el viaje transcurrido desde el inicio hasta el “Adagio para cuerda” de Barber (único elemento extraño a Morris) hacen de esta música licor de los dioses.

Aparte de todo esto, Lynch ha dirigido clips y anuncios promocionales (Chris Isaak y Michael Jackson), obras musicales (Industrial Simphony), hecho letras para Julie Cruiser y un disco de blues industrial de resultado anecdótico (Blue Bob, junto aJohn Neff).

FILMOGRAFÍA BÁSICA

“Cabeza Borradora” (1977) Henry Spencer, una especie de “Jimmy Stewart de Marte” (como clasificó Stuart Cornfeld a Lynch), asiste a su degradación mental, frente a una sociedad mecanizada y asfixiante, entre alarmado y divertido, observando cómo de una relación fallida nace el alienante sentido de sus problemas, a los que dará solución o salida en la fantasía. El primer film de Lynch muestra ya los rasgos de un director personal y único, que a través de este lienzo industrial de la locura y el embarazo no deseado, crea unas coordenadas de juego intransferibles que le acompañarán a lo largo de su carrera. Apenas veinte líneas de diálogo, reminiscencias de la adaptación de “El proceso” por parte deWelles y decorados claustrofóbicos, la película favorita de Stanley Kubrick (y Henry Chinasky) sigue manteniendo la densidad de su discurso y un claro conato de denuncia social, aunque lo más relevante de ella sea lo inexplicable, más allá de las formas tangenciales del mundo de la lucidez y la razón.

“El hombre elefante” (1980) Contratado por el celebérrimo Mel BrooksLynch adapta en nostálgico blanco y negro la vida de John Merrick, más conocido como el hombre elefante. Estrella vejada y maltratada del sideshow en tiempos victorianos, Merrick se erigió como uno de los seres humanos más candorosos y agradables de la historia. El film de Lynch ahonda en la búsqueda de cariño por parte del personaje, y en el ojo pervertido y morboso de una sociedad, hipócrita y llena de vileza, que solo quiere disfrute para olvidar sus tediosas vidas, o simplemente para subir en el escalafón social (cuando Merrick es famoso todos quieren salir en la foto). Una auténtica tragedia de poesía fílmica, que nos hace enfrentarnos al miedo a lo diferente, y tararear el estribillo one of us, en cuánto los monstruos sin escrúpulos que somos y que disfrutan y hacen circo de lo inédito.

“Dune” (1984) La adaptación del inmortal libro de Frank Herbert es la única película fallida de su filmografía. Los mandatos del productor Dino de Laurentiis, y la imposibilidad de contener todo el melómano mundo de la novela en una duración y esquemas comerciales, hicieron que este proyecto fuera desde el inicio la crónica de una muerte anunciada. De aspiraciones mesiánicas, relevando toda la importancia a un único elemento, el agua, y con la lucha fratricida y de hegemonías como principales motores, esta historia envolvente y arrolladora se ahoga en las concesiones propias del mundo hollywoodense, quedándose para algunos en mera anécdota, y para otros en obra de culto.

“Terciopelo azul” (1986) La caja de Pandora, eso es exactamente “Terciopelo azul”. Todo lo que llegaría a ser Lynch en los noventa, con sus cambios de ritmo, personajes trastornados y trastornadores, canciones de crooner en desvíos de carretera o el sentido detectivesco de personajes vouyeristas, está aquí. De nuevo a la producción De Laurentiis(increíble teniendo en cuenta las pérdidas de la megalómana “Dune”), en este cuento entre demoniaco y beato, forjado a través de la mirilla de armarios, donde descubrimos todo un mundo de sorpresas, en un pueblo maderero que esconde en sus jardines la letanía de un terror subterráneo. Obra de toque (para algunos su mejor película) y referente obligatorio para todo aquél que quiera adentrarse en la filmografía de Lynch.

“Corazón salvaje” (1990) Basada en la novela del mismo nombre de Barry Gifford, esta tergiversadora adaptación es un auténtico disparo al corazón gringo de las tinieblas, ingresando en los anaqueles fílmicos con uno de los personajes más chulos, descarados y sinceros que hemos podido ver en la pantalla, el inigualable Saylor Ripley, con sus ademanes de Elvis en versión barriobajera y su cazadora de piel de serpiente (símbolo de su individualidad y de su fe en la libertad personal). A través de un binomio de hadas sacadas directamente de Oz, con un humor bizarro y psicotrópico como contraposición a la violencia descarnada, esta historia de amor imposible entre dos jóvenes románticos y desvalidos, se convierte en todo un viaje homérico a la tierra prometida, aquella donde no moran los violadores, la incomprensión generacional o los mafiosos sin escrúpulos. Personajes tan soberbios como Bobby Peru (magistral William Dafoe, como el resto del reparto, con especial atención también a Cage), la oscura Perdita Durango (que tendría su propia novela, también adaptada al cine, esta vez por Alex De La Iglesia, con buen resultado) o la madre de la candorosa, ardiente y pizpireta Lula, hacen de esta película, a ritmo de cerillas en la penumbra, una obra maestra. Encended un último pitillo en honor al siniestro reverso americano.

“Twin Peaks. Fuego camina conmigo” (1992) Precuela de la serie más famosa de los noventa, Fuego camina conmigo surge simple y llanamente por el amor a un personaje, Laura Palmer (genial Sheryl Lee), muerto antes de tiempo. Obviando prácticamente todos los elementos cómicos de la serie, la película, se nos revela como la otra cara, sin difuminar y con el microscopio a alta resolución, de Twin Peaks. Bisexualidad con cocaína como aliciente, virulencia paternal y lacrimógeno estado de posesión, Laura Palmer es afligida por todo el carrusel de perversidades escondidas en las “felices” y “hogareñas” casas del pueblo, a través de espíritus que no dejan de ser metáforas de la maléfica esencia que cualquier ser humano completo, sin la monstruosidad bondadosa que el cristianismo contiene.

“Carretera perdida” (1996) Alfa y omega, principio y fin, replay y play. Todo se delimita al círculo, figura de aristotélica perfección. “Carretera perdida” (escrita por Lynch y Barry Gifford), desde su trepidante inicio (focos en la noche sobre las discontinuas líneas amarillas, con la inefable “Im derangered” anticipándonos todo) hasta su final (ídem), se muestra como la película más compacta y cerrada queLynch haya dirigido. Desde la extraña fantasmagoría del “Dick Laurent ha muerto”, pasando por un desierto ajado de irrealidad, escondiendo entre cabañas miedos atávicos, o la bipeluquería de una lasciva y preciosa Patricia Arquette como contrapunto a Bill Pullman/Baltasar Getty (reinterpretando por enésima vez el tipo inocente y asombrado que tanto le gusta al director), este “cine negro de terror del siglo veintiuno” o “fuga psicogénica” (ambas son definiciones que se hicieron en la promoción de la película) se erige en una auténtica pesadilla audiovisual, laberinto borgiano y sombra incesante, con dobles rostros, vidas y sin sentidos. Si hay que buscar una película para la generación oscura del rock industrial y la aspereza vital, ésa es “Carretera perdida”, un bucle sin fin que esconde una realidad que empieza en nuestro subconsciente.

“Una historia verdadera” (1999) A veces, escasas y efímeras, se suele hacer caso de esa sabiduría de los años que da la senectud, una raigambre de sentimientos aferrados en cada arruga, cada gesto y cada mirada, aunque sea taciturna y lóbrega, como un atardecer de verano. Y también a veces, la terquedad, ante la sombra palpitante de la muerte, deja paso al humanismo, y en donde había orgullo nace la gesta. “Una historia verdadera”, basada como su propio título clarifica en hechos reales, es la historia de Alvin Straight (encarnado por un genial Richard Farnsworth en su último papel en vida), un viejo entrañable y sabio que decide poner punto y final a los largos años de silencio con su hermano tras un ataque al corazón de este último. El viaje se inicia de la forma más extraña y quijotesca, con un pequeño cortacésped, demostrando que el vehículo y sus dimensiones son lo de menos si el corazón interior es lo que cuenta. Sí, lo sé, solo me surgen frases hechas, pero es que la vida, a veces, es eso, e intentar explicar un acto extraordinario lleno de filosofía de frases hechas es difícil. Mejor haceros el favor de ver (o volver a ver) esta joya atemporal y quizá lo comprendáis mejor.

“Mullholland drive” (2001) Un recorrido por los clubes de silencio en Los Angeles, los espíritus sin sentido que matan por inercia, la industria ineficaz y absurda de los estudios cinematográficos y el romance de dos ángeles(o diablos, depende de los ojos que miren) que se enfrascan en una investigación sin límites, más allá de la metafísica, con una metempsicosis llena de oscuros propósitos y llaves fetiches abiertas a otras esferas. Así es “Mullholland drive”, quinta esencia de la calidad cinematográfica de Lynch, creador de una auténtica obra totémica y maestra, que demuestra, revolviendo otra vez en la destrucción de reglas cinematográficas, sus propias leyes, sin concesiones a la galería. El por ahora último film de Lynch (hasta que llegue la esperada Inland empire) surgió de un capítulo piloto para una serie que la “inteligentsia” de la ABC le echó atrás. Con producción francesa, fue su tercer premio en Cannes (después de “Terciopelo azul” y “Corazón salvaje”).

De Nowhere, Oklahoma. Nadie sabe más de Freddie Mercury que él. Trabaja para Rockzone, This is Rock y Esquire.

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