Inside Out
El mito de Ofelia: Lo que Shakespeare olvidó contar
Ofelia es un mito, una ficción censurada, una invención, como el existencialismo y el inconsciente colectivo, que se acerca a su fin. Ofelia tropieza con resistencias que ella misma suscita. Su narcisismo es su cura, un Yo fuerte con quien busca identificarse para abandonar el fundamento de la palabra. Su lenguaje, su forma de vida, su yo colectivo, es una mentira con la que se desplaza y enmascara, creando el mito, una existencia inconsciente, un estilo propio que recuerda en su anatomía y en su sexuación, inscrita por su carácter, vocabulario y comportamiento obsesivo. Ofelia se reinterpreta incesantemente haciendo del pasado otra historia, modificando el sentido de los hechos que estima y que considera por su permanencia en el tiempo. Su personalidad, su enmascaramiento, es su síntoma: respuesta orgánica animada por el deseo de reconocimiento. Está dividida, no siente unidad, por lo que hace de sí misma un objeto de culto, un símbolo mortal con el que espera desacomplejarse. Pero…
Es precisamente la idealización de su personalidad la razón de su paranoia de autocastigo. Sin embargo, su narcisismo es su capacidad de ser cautivada por la imagen de quien explora como a su semejante; cautivación que deshace el nudo de servidumbre imaginaria, de resistencias de corrección en las transferencias de energía pulsional, libidinosa; básicas en el origen de la vida (mamífera, pero que faltan en la educación y en el desapego). Ofelia es una idealización, un símbolo de identificación, un ritual de dependencia, de pertenencia al colectivo ante el que muestra su coronación floral con inocente bobería reproduciendo el crimen de un saber invisible e intacto pero vacío a ojos de la razón y la prudencia, que, no percibiendo sino figuras fragmentarias, y por lo mismo más inquietantes, pide a Ofelia que se humille confesándose.. declarando inocente a la razón en tanto que no es quien la juzga sino la sociedad entera a la que pertenece.
Ofelia se identifica con la transformación producida al retratarse como símbolo, como objeto simbólico que asume la imagen de dependencia, de desaparición de su ser por el hecho de la propia nominación, dada por los demás, por la autoridad social. Por ello, lo que sostiene su imagen y su emergencia es el signo de su deseo por representar algo para los demás sin que por ello sepa el qué. Ese signo permanece enigmático, y determinado por la razón como vacío y ausente. Es ahí donde la verdadera Ofelia, su Yo, irá a alojarse. Ese lugar vacío y real, producido por lo Simbólico, es el sujeto: es la sublimación de la naturaleza humana en estado puro, libidinoso, de crecimiento; el sujeto es el resultado de la inteligencia emocional que controla y perturba los instintos. El sujeto es el objeto de estudio, es la perversión e inversión del conocimiento, inclusive del propio Yo. El sujeto es la Personalidad, la máscara, la causa de la psicosis y de la paranoia. De ahí el conocimiento paranoico del propio Yo. Mas el Yo es creativo per se: se desarrolla buscando nuevas perspectivas hasta el fondo de lo existente, creciendo con lo que aprende y cambiando con la puesta en práctica de lo aprendido. El sujeto, por el contrario, carece de toda profundidad: es un símbolo que se extiende como un hongo; un mal que tiene que ver con el fenómeno de querer convertir a los seres humanos en unas realidades superfluas.
Ofelia, el personaje, como sujeto, representa a toda la Modernidad: a todo el proceso de socialización que comenzó a efectivizarse desde el momento en que las comunidades se politizaron en colectivos, tribus o tribunales. Es la suicida con la que se ha iniciado una carrera cultural sobre el grito “sin motivos para vivir debe no haberlos para matar” en que la modernidad ha encontrado una suerte de heroína, por deconstruir la templanza restaurada por Juana de Arco dando lugar a la exaltación del pensamiento conciliador, enajenable, vendible. Pero la institucionalización de su grito nos lo hizo inaccesible, melancólico. Instituido, se nos privó de su sufrimiento alejándonos de él. Si Juana de Arco encarna el rigor que viene del Estado, de la necesidad, de la Historia, Ofelia, en realidad, desarrolla para sí una mitología de la no crueldad, de la incitación a la paz, a la pérdida conciliadora, que acabó por consumir la psiquis de Shakespeare en su sentido económico; una especie de contra-economía que no se puede dejar de considerar y que ocasionalmente utiliza la economía de modo tangencial. Por ejemplo en el fascismo, incluso en el fascismo silencioso. Si Shakespeare, y con él toda la sociedad, dejaran de lado la economía por la creatividad más profunda y no sólo multidimensional, dialéctica, contradictoria, barroca, Ofelia sería explicable. Pero no existe el devenir de Ofelia, y sí su discontinuidad, su mito; que es absoluto, total, un secreto revelado que va tomando conciencia de sí. Es la anticipación de la muerte de la palabra como pacto social, colectivo, inconsciente, que nos controla a través del temor a la dominación misma. La metafísica de Ofelia no detiene su linealidad. Ofelia, la falsa suicida, es la negación de la socialización, de la política. Ella desenmascara el rol, deconstruye el texto y, como sujeto, cae por su propio peso. Ofelia desmantela a la autoridad, que acecha la pureza de la verdad. Lo que hay en Ofelia es una burla por adelantado al totalitarismo. Ella, al rebelarse, es inexplicable. Ofelia, la falsa suicida, como personaje de ficción, se finge pasiva dejándose arrastrar por la infelicidad, por lo imperfecto y por lo absurdo, como gesto de rebeldía frente a los condicionamientos que la someten. Ofelia, como sujeto, como oprimida, deja de existir, demostrando que tampoco existen los opresores. A Ofelia ya no la pueden engañar ni fingir, ni ya la podrán situar como sujeto en un escenario, porque, gracias a ella, la dimensión subjetiva, el mundo como escenario está llegando a su fin. Y el fin del análisis, del simbolismo del sujeto, es la revolución del egoísmo, es el principio del Yo.
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