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Cuando el destino nos alcance… y lo hará.
De situaciones o conversaciones banales surgen a menudo reflexiones profundas. A veces incluso las mejores reflexiones, que se lo pregunten si no a Newton y a su manzana. No todos somos Newton, desde luego; algunos todavía no tenemos siquiera demasiado claro el tema de la Gravedad aunque, si todos los científicos se han puesto de acuerdo, en esta raza nuestra poco dada a la unanimidad, pues algo de razón llevaría Don Isaac.
Mi reflexión fue menos relevante para el devenir de la especie humana, pero siempre emociona saber que el cerebro de uno aún es capaz de unir la línea de puntos para dar forma a un patito o un barco velero. El caso es que ahí estábamos la cantautora Olivia de Happyland y servidor dándole al palique virtual, contraponiendo opiniones acerca de si su nombre artístico era realmente representativo de su personalidad, de lo que ella ofrece al público. Yo hablaba de cantautoras edulcoradas que escriben canciones para anuncios de Evax, Olivia hablaba de que en su día le pareció una buena idea ese guiño a la Melania de Lo que el viento se llevó. Y entonces nació en mí la epifanía. Olivia da por hecho, como cualquiera que esté en los 25 y pico, como yo daba por hecho, que Olivia de Havilland es tan universal como la rueda o unas esposas forradas de terciopelo rojo en el cajón de la mesilla de noche (junto a un ejemplar del maldito Grey). Pero, ¿y si no es así? ¿De verdad sabe la chavalada quién fue Olivia de Havilland? ¡Quién es! Que la mujer sigue viva y peleada con su hermana Joan Fontaine desde el desembarco de Normandía. De hecho, es muy posible que sea eso lo que las mantiene vivas; ya saben: “me robaste el Oscar, pero tú vas a palmar antes que yo…”. Dejando a un lado estas cuestiones amarillistas del ‘todo Hollywood’, no se precipiten al responder la pregunta que les planteaba. Piénsenlo dos veces. De Havilland no le da al Twitter, y eso de ‘trending topic’ debe sonarle a algo casi pornográfico, sus películas no compiten en la parrilla televisiva con Jorge Javier Vázquez o el resto de presentadores presuntamente gays y de pelazo renacido de Telecinco. Señoras, caballeros, abracemos la cruda realidad: ¡Olivia de Havilland ha sido ya borrada del mapa para cualquiera nacido después de aquel infausto Mundial de Italia 90! A medida que los de 25 y pico vayamos desfilando para el sumidero de Matrix irán cayendo del imaginario colectivo las estrellas de los años 30, de los 40, los 50, y así en progresión geométrica. Creíamos (creíamos bien) que el ‘mundo 2.0’ fabricaba y destruía a sus ídolos a la misma velocidad que los curris de Fraguel Rock distribuyen la información por internet (sí, son ellos), lo que no anticipamos es que este cabrón 2.0 se llevaría también por delante a los ídolos del pasado, aplastados bajo el mismo rodillo que los concursantes de Gran Hermano 5.
Cantaba Leonard Cohen que “vives para siempre cuando has escrito una o dos líneas”. El propio Cohen debería perdurar hasta que el sol nos engulla. Sin embargo, la sociedad del (des)conocimiento tiene otros planes para él y para cualquiera que pretenda pasar a la historia. La ‘historia’ ahora dura entre cinco y diez años. Así, cuando los alienígenas den con aquel disco dorado que Carl Sagan y los suyos pegaron en el salpicadero de los Voyager 1 y 2 y lleguen a la Tierra haciendo sonar su contenido, el Concierto de Brandemburgo por ejemplo, como señal de buena voluntad, alguien aquí les recibirá entre la estupefacción y el acojone más o menos disimulado: “Interesantes sonidos esos. Se nota que son ustedes una civilización muy avanzada. Sean bienvenidos. Pueden pasar la noche en la cueva que más les guste; ahora alguien irá a llevarles hojas secas para la hoguera”.
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