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Dani Pérez: “Lo que más me gusta de mi faceta humorística es que al final soy uno más de todos”
Dani Pérez es un contador de historias reales con traje de humor que él viste en cada uno de sus monólogos. Se dio a conocer hace años por la interpretación del monólogo de ‘La esquiada’, pero antes de aquél salto, Pérez ya comenzaba a ganarse a su público, un público sabedor de la información que maneja y que serena con la risa. Después de las obras Los ángeles no tienen hélices, Cazando gamusinos, Pájaros en la cabeza o Monólogos 2.0, Dani ha continuado por la senda de la narración actual, siempre con el punto de crítica social justo y medido.
¿Es mejor reír en tiempos difíciles?
Por supuesto. Es mejor la sonrisa. Pero en tiempos difíciles… y siempre. Es igual que el dicho aquél de “el que canta, su mal espanta”. Es más una filosofía de vida que no tanto hacer reír a los demás, al menos en mi caso. Yo he escogido el arte de hacer reír porque es lo que más me motiva día a día.
De hecho dicen que es más complicado hacer reír que llorar.
Yo creo que sí porque la risa juega mucho con la psicología y el conocimiento humano. La sonrisa es lo que nos diferencia –básicamente- del resto de los animales.
Menos de las hienas.
Ellas deben ser las monologuistas del mundo animal (risas). Pero en serio, creo que la risa no solamente te puede cambiar la vida, sino que te llena porque sacas lo mejor de las personas. Entonces, para mí es fundamental eso.
Tu forma de hacer monólogos va más hacia la crítica y la sátira antes que a cosas más banales. ¿Es posible que de ese modo la gente se sienta más identificada con lo que cuentas?
Sí, totalmente. Y no sólo por las anécdotas que cuento en los monólogos, sino por ser un humor generacional. Yo me comparo con un cantautor que cuenta historias en sus canciones, entonces parto de mis vivencias para que la gente se sienta identificada con lo que yo he vivido. Lo que más me gusta de mi faceta humorística es que al final soy uno más de todos. Y claro que me gusta hacer reír a la gente, pero también me gusta decir algo con mensaje porque se pueden decir muchas cosas con la risa sin necesidad de caer en el insulto. Gente como Charles Chaplin o Buster Keaton hecho cosas muy potentes y han dicho mucho con la risa. Ese es el arma y esa es la utopía; cambiar la historia con la risa.
¿Se han llegado a molestar por algo que hayas dicho en algún monólogo?
Pocas veces, la verdad, pero sí me he sentido censurado. Yo colaboraba con lo que por entonces era Radio4, y le hice una carta a Aznar que no me dejaron leer. En la Ser me pasó también cuando colaboraba en La Ventana del Verano. Nunca me dejaron decirle cuatro cosas a Aznar y no la pude leer en ningún sitio.
¿Qué sucedió al final con esa carta?
La tengo en casa, entre papeles.
¿Pero de qué hablaba?
Bueno, fue durante aquél momento de la guerra de Irak, el del penoso momento de los pies sobre la mesa con Bush… en fin. Comparo los tiempos de hoy en día con los de los años 60 americanos puesto que tenemos una población que está cansada de muchas cosas, de promesas que no llegan nunca y creo que ahora es buen momento para decir muchas cosas porque te obligan a ser creativo.
Dicen que las crisis agudizan el ingenio.
En cierta manera es lo mismo, llamémoslo como lo llamemos. Creo que, al sentirnos desamparados por los gobiernos, nos hemos dado cuenta de que vivimos en un mercado en el que hay gente que no sabe venderse, como yo, mientras que hay otra gente que se vende al mejor postor pero mal. Eso en el humor de hoy en día está muy presente, pero de una manera comercial, como marca. No vende decir verdades en el humor.
Es posible que se hayan banalizado los monólogos al contar cosas demasiado comunes…
…o que no se mojan. Es como si haces un rock hablando sobre lo que ves por la ventana frente a una letra que diga que estás mirando por la ventana pero respirando aire contaminado por tal empresa, por ejemplo. Puedes hacer lo mismo, pero pegando alguna coz. Y creo que eso está muy bien. El arte, en cualquier rama, siempre ha sido para protestar, el inconformismo ante la sociedad y ante lo establecido.
De ahí que lo quieran mermar… y matarlo.
Es que el mundo del teatro, del que yo vengo, ya de entrada siempre ha sido un mundo muy machacado y minoritario. Para empezar ya es complicado que alguien se planteé pagar una entrada para ir al teatro y menos si es para ver a una persona que no esté mediatizada. Pero, en mi caso, no busco ser el producto de la temporada, sino algo del rollo Javier Krahe.
¿Crees que alguien puede venderse mucho para paliar carencias de talento?
No, no voy por ahí. Pero hay gente con talento que no sabe hacia dónde lo tiene que dirigir para hacer un poco más de daño. Pienso que sería muy necio no cargar tinta cuando uno llena teatros o tiene todo un mundo que le escucha. Ojo, tampoco se trata de que vayan a ver un mitin político, pero nunca está de más meter alguna pullita entre risa y risa. La gente tiene ganas de oír por boca de otros lo mismo que le está pasando a esa persona. Así es como se identifican contigo.
Sucede que, dentro de ciertos espacios de humor como El Club de la Comedia, mucha gente que tiene esa capacidad de atención hace un monólogo que ha sido escrito por otros. Como los famosos que cuentan un monólogo, vaya.
Sí, pero no todos. Cuando estuve ahí tuve una lucha bastante pesada con los guionistas porque no me dejaban explicar lo mío. Entonces, los dos monólogos que hice para televisión (el de las cabalgatas y el de los musicales) fueron muy reducidos y muy cortos. Luego transformé el de los musicales al que hago ahora sobre Mary Poppins, pero en aquellos tuve que mover las orejas para que la gente se riera, como señal de protesta.
¿Una especie de boicot?
No exactamente. Ahora han cambiado las cosas, pero aquello no me estimuló mucho y quería hacer otro tipo de cosas. Lo probé, estuve ahí –digamos- en la cresta de la ola y luego me bajé para ver las olas desde la orilla de la playa.
Pero esa playa en la que ahora te encuentras no está tan mal, hombre.
Claro, es una buena playa, pero siempre he sido muy “mosca cojonera” y un culo de mal asiento. Sobre todo, soy una persona muy independiente. Soy, de alguna manera, un revolucionario ya que siempre busco cambios, una revolución. El ir conmigo mismo, no vivir con lo establecido ni con esquemas, sino vivir la vida con pasión. Falta romanticismo en nuestras vidas y más con toda esta mugre que tenemos encima, tanto a nivel político como en lo social. Entonces, para mí, la mejor forma de romper eso es utilizando el humor.
Decir la verdad es considerado un acto revolucionario. Ya lo sabes.
Totalmente. Además, puedes perder amistades por ello. Mira, un día recibí una crítica de Atrápalo.com en la que alguien decía que había ido a reírse, no a ver un mitin político. Total, para cinco minutos que se me fue la olla en los que cargué porque ese día estaba hasta la polla de todo… Pero creo que es lo más humano puesto que transmití aquél sentimiento a esa persona. Me pasa con la música. Hay grupos de ahora que no me transmiten nada, pero en los 60 había grupos que –estando colocados o no- se dejaban los cuernos en el escenario. ¡Lo vivían! Y eso es lo que echo de menos ahora en todo.
También está el respeto al público, ¿no?
Claro. Sales al escenario y te tienes que entregar. Antes de salir me pongo nervioso porque esa gente que ha venido a verme ha pagado por una entrada.
Si no recuerdo mal, en una ocasión dijiste que comenzaste a tener un público después de tres años.
Debuté en una sala de Mataró llamada Clap. Era una sala de conciertos que llenaba aún habiendo partido de Champions League. ¡Yo flipaba! ¿Quién me venía a ver? La verdad es que había una buena promoción porque la gente que llevaba la sala era gente que estaba acostumbrada a organizar conciertos, entonces aplicaron lo mismo conmigo. Empapelaban Mataró con carteles haciendo que se enterara mucha peña. Claro, la entrada costaba unos tres euros o así, por lo que llegábamos a petar aquello. ¡Imagínate! Un martes por la noche, en un polígono industrial a las afueras de Barcelona y con fútbol de por medio. Aquello me hizo pensar que había una gente que le gustaba lo que yo hacía y que había un futuro.
¿Entonces fue ahí cuando te diste cuenta de que te ibas a dedicar a esto?
Bueno, me lo empecé a plantear. Desde que empecé, tampoco he tenido una idea clara de cuál era la meta. De hecho, sigo sin tener una meta en la vida. No sé, quiero que la vida sea una experiencia, pero no busco un igual en la operación, ¿sabes? Busco vivir la vida lo mejor que pueda, con pasión, con intensidad… queriendo ser consecuente con mi manera de pensar. Y punto, no hay más. Y si te mueres, por lo menos te irás habiendo vivido algo interesante que haya merecido la pena.
Curioso para alguien que tiene el título de auxiliar administrativo.
(Risas) Sí. A los 20 años iba con traje, corbata y una maleta, pero me harté de aquello. Pillé la crisis del 93 y me metí en esto del humor para probar, a ver qué pasaba. Al final, con el “a ver qué pasa”, llevo 17 años.
¿Y el punto de inflexión clave?
Cuando gané el certamen de monólogos en El Club de la Comedia. Aquello fue un subidón. Me sobrepasó y pudo conmigo. De hecho, hay que estar muy centrado para eso no se te suba a la cabeza porque es una vorágine surrealista. Iba a sitios en los que no había estado en mi vida y la gente me aclamaba. A la vez, también se agradecen los ánimos, pero hay que mantener mucho las formas. Tiene su parte buena, pero también la parte en la que se te puede ir la bola. También he tenido la suerte de no haber parado de trabajar. Nunca me he confiado y he tratado de buscar por mí mismo mis propios bolos.
Hombre, la tele dista mucho del teatro. Más que nada porque en televisión eres “más visible”.
Donde recuerdo haber estado muy bien haciendo televisión fue en el País Vasco, en la ETB. Estuve dos o tres años ahí, subiendo cada tres o cuatro meses y grabando unos cuatro programas. Creo que fue la primera vez que dejaban a alguien hacer un monólogo de diez minutos en televisión. Incluso me invitaron a hacer el programa especial de fin de año. No me enteraba de mucho, pero cuando iba, la gente se acordaba de mí. De hecho, he estado un par de veces en la sala BilboRock y he llenado. Es un público muy agradecido, entendido y muy generoso.
¿Y el público de catalán? ¿Hay diferencias con respecto al público vasco?
No, para nada. El público de Barcelona me está tratando bien ahora, pero al principio me lo tuve que trabajar. Es una gente que lo da todo, pero te va a exigir el triple aunque te lo curres muy bien. Pero no se trata de ser más o menos entendido.
Viendo lo de tu periplo de actuaciones en el Alexandra Teatre se puede y se podría confirmar que te han aceptado.
Bueno, pero también ha habido gente que me ha conocido de oídas y ya está. También puede pasar que luego no den el paso final de asistir al teatro. Me hace gracia la gente que me pregunta por mi próxima aparición por televisión. ¡Coño, pues ven a verme al teatro! Estar en el teatro y no salir en la tele es como un grupo que no tiene videoclip. Creo que la sartén por el mando del mañana la tiene YouTube. Puedes sacar un vídeo –sin ser nadie- en YouTube y en un mes ya te das a conocer de alguna manera. Piensa que en la época del punto de inflexión de la que hablábamos antes no había YouTube ni Facebook ni Twitter. Y si lo había, no estaba tan masificado. Ahora mismo podría grabar esta conversación y subirla con el móvil en cinco minutos, cosa que antes era impensable.
¿Internet ha ayudado, en este caso, a los monologuistas?
Sí, mucho. Es una plataforma en la que te ve todo el mundo durante las 24 horas del día. Además, es algo con lo que te puedes buscar una buena promoción gratuita gracias a los perfiles en Facebook o en Twitter. Por ejemplo, con Twitter, puedo hacer una valoración del público real, el que me ha venido a ver. Pero antes llegabas a casa después de una actuación y no podías hablar con ese público o enviarle un mensaje, cosa que ahora sí puedes hacer. Además, esa persona agradece que le respondas al tuit o al mensaje.
No hace mucho tiempo propusiste a los “tuiteros” que si alcanzabas un cierto número de followers ibas a invitarlos a una actuación.
Cierto. Eso fue para darle viralidad al asunto. Tenía poquísimos seguidores (risas) y me preguntaba cómo podría aumentar el número, así que anuncié que si llegaba a trescientos seguidores iba a hacer un bolo para que la gente de Twitter entrara gratis. Y nada, en dos días tenía ya cuatrocientos y pico (risas).
Definitivamente, la cosa funcionó.
¡Y mucho! Si no lo capan a la larga, Internet tendrá siempre muchas posibilidades. Internet es la calle y la calle no tiene dueño.
¿Y si graban algo tuyo y lo suben a YouTube?
Sea con permiso o sin él, es una publicidad que va ir bien. Bienvenida sea la era tecnológica. Es más: en Internet hay muchas cosas que todavía no se han explotado.
“Monólogos 2.0”, “Los ángeles no tienen hélices”, “Pájaros en la cabeza”… ¿Procuras que sean algo conceptual para que actuación y nombre tengan que ver?
Bueno, creo que el título está buscando. “Pájaros en la cabeza” se trataba de un recopilatorio, pero el título describía los pájaros que tengo en la cabeza (risas). Todo gira en torno a mí.
Sin querer dejarme “Cazando gamusinos”…
“Cazando gamusinos” fue algo que hice cundo empezó la crisis, indicando que había que espabilar para que no te dejaran en el monte cazando gamusinos. De hecho, tenía una bola del mundo hinchable muy grande que tiraba al público para que ellos se sintieran políticos jugando con el planeta. También me metía con la religión. Ahora tengo un espectáculo que representa el sermón de un cura, dando a entender que la religión es un truco de magia.
Y la política, amigo mío.
Tenemos un futuro muy raro y los jóvenes no tienen a dónde agarrarse. Hay que cambiar este sistema que ya huele a podrido.
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