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Carlos Aguilar: “Si aburres, estás perdido, porque no comunicas, no interesas”
Un hombre de cine. Eso bastaría para definir la trayectoria de Carlos Aguilar (Madrid, 1958), autor de incontables ensayos relacionados con el Séptimo Arte, de Sergio Leone a Clint Eastwood, de Jess Franco a Harryhausen, y un connoisseur que admite poca competencia en lo tocante a cine ‘de género’. Además, suya es una de las más completas enciclopedias de películas que circulan por ahí fuera: la monumental Guía del Cine, obra de consulta básica para cualquier cinéfilo de pro. Ahora presenta Mario Bava (Ed. Cátedra), dedicado a la figura del legendario director italiano y eso nos ha servido de excusa para traerle a PEM y tratar de que se nos pegue algo de su sapiencia cinematográfica.
El destino o ‘la amiga mala suerte’, que cantaba aquel, ha querido que bos dejase su buen amigo y en cierto modo mentor, el mencionado Jess Franco, a los pocos días de que Carlos respondiera a nuestras preguntas. Sirvan las siguientes líneas de homenaje indirecto al simpar Jesús, otro ‘hombre de cine’ de los que ya van quedando pocos, muy pocos.
Empecemos por el final. Su último trabajo está dedicado a la figura de Mario Bava. ¿Por qué Bava entre todos los directores posibles?
Porque Bava me fascinaba de niño y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Jamás olvidaré cuando vi ‘Terror en el espacio’, ‘Diabolik’, ‘El diablo se lleva los muertos’… en cines de barrio, o ‘La máscara del demonio’ una de las primeras veces que acudí a Filmoteca Española, que entonces estaba en un cine llamado Infantas. Me provocaba una emoción superlativa. Añade a eso que sobre Bava no existía ningún libro en España, y que desde que mi vida se abrió a Italia he tratado con gente que trabajó con él: Erika Blanc, Alberto Bevilacqua, Rosalba Neri, su propio hijo Lamberto, Dario Argento… Pero sobre todo John Phillip Law, de quien fui amigo en los últimos cuatro años de su vida, amistad de la cual surgió su intervención en mi novela ‘Nueve colores sangra la luna’, su prólogo para mi ensayo ‘La espada mágica’ y, en especial, el libro ‘John Phillip Law: Diabolik Angel’, que escribí con mi mujer Anita Haas y coeditó y maquetó de maravilla Javier G. Romero. Este sobre Bava era un libro que me debía a mí mismo, en definitiva.
Bava, Argento, Jess Franco… La crítica o, más bien, cierta facción de la crítica, no parece respetar demasiado a este tipo de realizadores. Como mucho, en el caso de Franco, por ejemplo, llegan a otorgarle con no poca condescendencia que han sido grandes currantes del celuloide. ¿El cine sin ‘mensaje’, que diría el propio Jess, nunca convencerá a algunos?
Una película, si encierra categoría estética, tiene mensaje siempre, por así denominarlo, y tal mensaje se desprende fácil y hermosamente de las imágenes. Las de Bava, sin ir más lejos, que como cineasta desde luego era mucho mejor que Argento y Franco. En cualquier caso, esta clase de cineastas ha sido despreciada, y hasta hace bien poco tiempo, básicamente por una lamentable razón, o sea sinrazón, de prejuicio cultural, realmente ciego y obtuso, irritante e injusto. Si se le reconocía cierta competencia técnica o profesional, ya podía darse con un canto en los dientes el sufrido autor de películas de género. Qué vergüenza.
Esto enlazaría de alguna manera con ciertas verdades semi aprendidas o impuestas como la de que Ed Wood fue el peor director de la historia. ¿Quién decide esas sandeces? ¿El peor en qué sentido? Podría pensar sin problemas en cien películas que me aburrieron mucho más que Plan 9 From Outer Space, que, de hecho, no me parece aburrida…
Bueno, son estereotipos. Fáciles, sin duda, y desorbitados, aunque en ciertos casos muy prácticos.
En el cine, ¿el entretenimiento debe ser lo primero? Atrapar al espectador. No necesariamente con sangre o marcianos, pero atraparnos de alguna manera…
En principio, yo estoy abierto a toda índole de película. Basta con que sepa atrapar mi atención de forma positiva y envolvente. Con eso me conformo, ¡porque no es poco! Y a mí me atrapan tanto Bergman como Leone, aunque puedan parecer dispares. De todos modos, reconozco una querencia particular por el cine de género, sobre todo europeo, a causa de que determinó mi infancia/adolescencia cinéfila. Yo nací en 1958 y por tanto soy hijo del Krimi alemán, el Polar francés, el Western y el Giallo italianos, el terror gótico español e inglés… y bien contento, y hasta orgulloso, que estoy de ello.
Recuerdo cuando hace algunos años cayó en mis manos su mastodóntica Guía del Cine. En aquella edición iba usted por los 23.000 títulos. Lo primero que cualquiera piensa es: ¿cómo demonios se pueden VER 23.000 películas? Porque hay que aclarar que en esa guía no se limita a redactar la sinopsis de rigor de cada cinta; usted introduce pequeñas reseñas de cada una…
El planteamiento de esta obra es aglutinar la información objetiva con una valoración subjetiva, de forma que el libro sea útil al tiempo que establezca una relación intelectual y dinámica con el lector, huyendo de esa asepsia que desde siempre me espanta. Respecto a tu pregunta específica, ten en cuenta que un prestidigitador jamás revela sus trucos…
Otra reflexión, a colación de su guía, fue que, a diferencia de los amantes de la música o la literatura, el amante del cine termina por ver muchas más películas que no le gustan que películas que le cautiven de verdad… ¿está de acuerdo? Incluso aunque el descubrimiento de una de esas joyas que te alegran la vida y te acompañan hasta la tumba merezca el visionado de mil bodrios, ¡qué bueno sería poder ir siempre sobre seguro!
Tienes toda la razón. Pero ello se debe a que, por desgracia, la mayor parte de todo es basura. Del cine, de la música, de la literatura… y hasta, me temo, de la gente.
Almodóvar, Amenábar, Bayona, Bigas Luna… ¿No da la impresión de que son nuestros directores más aclamados fuera, o más exitosos dentro, los que se llevan las mayores hostias –con perdón- desde la crítica? ¿Es la tradición española de cargarse al que destaca demasiado?
Hombre, se llevan las mayores hostias, como dices, pero también los mejores reconocimientos: presencia en festivales, distribución mundial, éxito comercial, representación mediática, premios de todo tipo… En el Espectáculo, cuando destacas estás expuesto a todo, de lo peor a lo mejor.
¿A qué achaca usted esa crisis eterna del cine español? A estas alturas uno pensaría que por producción, por talento, por historia, deberíamos estar cerca del nivel de la industria francesa, pero nada más lejos de la realidad…
Yo creo que el problema básico es atávico, cultural. El español tiene mala relación consigo mismo, al igual que el italiano, y eso late también en todo lo concerniente a la cultura, y sus interacciones con los ciudadanos. Por el contrario, los franceses se aman a sí mismos, en todos los niveles y sentidos.
Usted no se ha limitado a escribir sobre cine, que ya habría sido bastante, también ha sacado a relucir de vez en cuando su vena de novelista. Después de tantos ensayos y estudios, ¿no le resultó difícil pasarse a la ficción? Son dos campos radicalmente opuestos…
Me resultó difícil, sí, pero a la vez tremendamente estimulante, una suerte de desafío que me excitaba recoger. Trascendía de comentar lo que habían creado otros a crear yo. Pero conforme empezaba a escribir mi primera novela, advertí que, en el fondo, la labor no difería tanto de escribir un ensayo. En el sentido de que lo más importante me parecía atrapar al lector en la primera línea y no soltarlo hasta la última, mantenerle pendiente de un texto particular. Porque lo peor es el aburrimiento. En un ensayo, en una novela, en una película… y en una relación humana. Si aburres, estás perdido, porque no comunicas, no interesas. De ahí que mucha gente haya escrito que mis ensayos de cine se leen como si fueran novelas. Es lo que procuro, de forma expresa y estudiada, y si lo consigo, me parece el mayor de los triunfos a que puedo aspirar como autor.
¿Y el cine en sí, como parte activa de la producción de una película, nunca le llamó?
Sí, en los años 80 trabajé en unas diez películas. Varias con Jesús Franco, en teoría de ayudante de dirección y en la práctica de chico para todo, lo cual incluía incluso cometidos de actor, y otras, Jesús aparte, como jefe de prensa. Después, han existido proyectos de llevar al cine dos de mis novelas, en concreto ‘La interferencia’ y ‘Nueve colores sangra la luna’, pero por las razones correspondientes no han cuajado.
Fundó el primer -o uno de los primeros- fanzines españoles sobre cine fantástico, Morpho. Hablamos de principios de los 80s, cuando incluso lanzar un fanzine requería de unos mínimos medios, una infraestructura… ¿Qué opina de este mundo actual en el que literalmente casi cada espectador, cada fan, tiene voz y voto desde internet? ¿Se acabaron las ‘voces autorizadas’?
Las ‘voces autorizadas’ sólo se acabarán cuando la gente sea incapaz de discernir la cualificada y la que no. Mientras tanto, seguirán existiendo, sea cual sea el medio y el soporte, físicos o virtuales. El problema esencial es que la falta de criterio y de inquietudes están creciendo de forma alarmante en los últimos años, por culpa de una visión falsamente ‘democrática’ de las opiniones. Puesto que no todas valen lo mismo, ni mucho menos. ¿Cómo va a valer lo mismo el juicio de alguien culto y preparado que el de alguien que no tiene ni idea?
Me ha llamado la atención su ensayo de 1999 sobre Satán, o el Diablo, y su influencia en la sociedad del siglo XX. Así que, para terminar, ¿es el cine uno de esos inventos del diablo?
Me gustó cómo quedó ese ensayo, lo escribí con mi amigo Frank G. Rubio, una de las mayores autoridades en temas esotéricos que tenemos en España. En cuanto a tu pregunta, si el cine es un invento del diablo, ya significaría algo positivo que atribuirle. Es más, el siglo XX es inconcebible sin el Cine.
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