Cuadernos

Placeres compartidos: Vanessa Montfort

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Ir de ronda por ciudad ficción con Vanessa Montfort es viajar al centro de la tierra, casi tocar el cielo y de siete en siete leguas saltar entre misterio y hallazgo. Por su mirada pasa la vida con esencia de presente intemporal sin que las palabras escapen a su capacidad saltimbanqui para barajar espacios y épocas. Compañeros de viajes emocionales y creativos, Vanessa y yo nos hemos cruzado en innumerables formatos. En el centro que la narradora dirigía en Madrid, ACCAI, desarrollé alguno de mis encuentros creativos más inolvidables. Maratones de música, poesía, perfomances, cuadros teatrales circulaban en un ambiente mistérico como  atravesando puertas, umbrales de percepción.

Chispeaban los ojos de Vanessa y todo se iluminaba en el anochecer de la calle Pensamiento. A la luz de un metafórico quinqué saboreando el tiempo detenido de las diligencias, circulaban las ideas y desde una mesa a modo de alfombra voladora Jesús Tablate, Rosa Perales, Ana Montaña, Alejandro Riera, Amagoya Laucirika, José Antonio Álvarez, Ruben Ricca, Luis Antonio Muñoz desgranaban sus aportaciones. Nuevas fuentes de energía afectiva, Dale ritmo a tus palabras, Escuela de robinsones urbanos fueron tres de los principales encuentros.Vanessa editó con mimo mis textos para que circularan casi a modo de manifiesto y me invitó también a impartir un curso sobre poesía multimedia. Ya estaba la autora gestando su primera novela, El ingrediente secreto, la que le abriría el umbral del ghotta literario con el premio Ateneo Joven de Sevilla. De repente, todo lo que latía en su vértigo de conceptos se derramó en la encrucijada de su obra. Ella y yo sabemos que un runrún familiar maneja los hilos, que las trenzas del destino lanzan invisibles escalerillas para que subamos al desván y nos reencontremos con los secretos perdidos.Tarea de la alquimia de los sentidos, orfebrería del cariño que con pericia de zahorí encuentra tesoros y claves bajo las piedras.Vagones perdidos del tiempo cuando el silencio no sabe dormir, ecos sonámbulos que rescatamos Vanessa y yo en conversaciones en el Marbella o el Maximus, allí donde Madrid bautiza sus calles con nombres hispanoamericanos. Algo en cada instante me anunciaba que una vinculación creativa me situaría siempre en línea de cruce con la autora. Hilos que se enredan y desenredan y así su activa participación en mis encuentros de Ecocentro y en las mágicas veladas de la Taberna de Ríos Rosas con Ramón Alcaraz, Montse Morata, Ricardo Fernández Moyano, Lola Moreno, Ruben Ricca, Ignacio del Valle, Junama Maquieira.

Quien tiene paciencia siente el paisaje y da con la llave para desvelar nuevas islas de luz en el desasosiego. Vanessa me invitó a desarrollar un curso sobre las autopistas de la memoria en la Universidad Pontificia de Majadahonda. Como un sueño pop -entre redes del sonido- navegamos por las canciones y la historia de la televisión, por el cine y los cromos sentimentales, como también lo realizan sus personajes en esa especie de nave de los olvidos conjurados que es El Ingrediente secreto. Lentejuelas de Celia Gámez, submarinos mundos del Pasapoga, escenarios hacia el bucle de los sinfines en la Gran Vía. Cielo de Madrid que nos ampara, cielo de Sevilla que la bendice años más tarde con el Premio Ateneo de Novela por su segunda entrega narrativa, Mitología de Nueva York. Como dice Luis Antonio Muñoz -compañero de tantos pasos vitales de la autora- la chica del boli flojo no se resistió al hechizo de Manhattan y de Hudson River. Trepidaciones, sociedades secretas, loca manivela del azar, de Brooklyn al puente Robert Kennedy, de Roosevelt a Coney Island. Músicas de la infinita oscuridad que habita en el ser humano, ruletas del destino fatal, sendas perdidas en los callejones siniestros.

Repasamos Nueva York en un febrero dominical por Barcelona del Hotel Duc Victoria al Ateneo-buen Suces-Buenas Migas-Ramblas-Moll de la Fusta-Barceloneta. Mientras me cuenta futuros de ebook, recoge en su blog en ruta mis opiniones sobre los géneros literarios que se cruzarán en un futuro de fragmentos con el avance de la tecnología y las artes de la memoria. Me invita a experimentar en mi vocación por lo disperso. Me siento en volandas de utópica alegría con su conversación, está en pleno experimento azul -con telón de fondo de novela negra- y Barcelona siempre sabe imaginar retazos de ciudad universal. Luego en Sant Jordi, con Luis Racionero en la Illa Diagonal, hablamos de la Vetusta de Clarín, del Oviedo hechicero y pequeño planeta dentro del planeta, clásico que adaptaría Vanessa al teatro, luego en larga gira por los escenarios de España.

La autora ya es una celebrada dramaturga, cuyos textos han visitado escenarios como el Royal Court Theatre de Londres -Chak Land- o esperan en las carpetas de productores de primera fila para llenar los carteles del mundo. En la arena de la Barceloneta escribimos mensajes al infinito con la mirada conjurándonos como me escribe en su dedicatoria a seguir siendo compañeros de viaje por emociones y momentos mágicos. Territorio interminable la creación como apuntamos en las jornadas Visor 07 que compartimos con Ignacio del Valle, Francisco Casavella, José Luis Espina, Álvaro Colomer o Care Santos. Mientras Luis Antonio Muñoz canta en el Ecocentro Madrid ‘No es el primero’ o ‘Ámame despacio’, letras mías a las que puso música, algo en el mensaje del viento susurra que hay espacio para el ensueño y todas las palabras del Universo esperan aún ser nombradas por la caricia emprendedora, por el amor a la vida de la creación compartida. Abro con Vanessa otra página en blanco en la alquimia de los sentidos, de ronda a pura alma por ciudad ficción, tal vez por un pueblo junto al mar o sorteando los envites de la sirena negra si las huestes de Mary Shelley así lo permiten.

Escritor, periodista , compositor, guionista, autor multimedia. Director de audiovisuales para grandes muestras y creador de spots publicitarios, desarrolla una intensa actividad en conferencias, talleres y encuentros sobre lenguajes emocionales y comunicación.

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