Placeres compartidos: Martirio

Envuelta en su capa de miradas la vida es criatura entusiasmada. Transita entre alfileres y esperanzas pero hay un más allá en la avalancha. Porque Martirio crece moldeándolo todo con el exquisito tacto de quien disfruta el privilegio de amar amando. Tiene Maribel el alma protectora, crecida en el desamparo, la fuerza irresistible de la esencia en las venas. Conocerla fue para mi un regalo del destino, agua samaritana para el pensamiento nómada. Nada de antifaces, la vida a tumba abierta en nuestras travesías interminables por la conversación y el duende. Noche amanecida en el Madrid que recreo en Chotis de Malasaña blues, noche de futuros presentidos palabreando con garabatos de intuición en el mapa de las estrellas. Arder de creación pasional, maravilla de la huella adivinadora. Saber pasar páginas de desasosiegos y preparar un pucherito de caricias para corazones tímidos y algo castigados por el pim-pam-pum del rechazo. Gracias al talento de Maribel descubrí las huellas de mi conexión telúrica con lo andaluz. Yo, mediterráneo-catalán, con sello de orígenes castellano-galaicos y universo idiomático en español, me descubrí en cuerpo de Andalucía de Cántico a Vicente Núñez, de Lorca a Juan Cobos Wilkins. Tierra de fuego donde el horno está en la calle y allí donde gota a gota se riega un corazón, como reza el tema que escribí con Maribel-Kiko Veneno y Javier Ruibal y que se incluyó en el álbum La bola de la vida del amor. Por querencia, arrimadito a mis paseos por el Guadalquivir, soñando amaneceres húmedos en Grazalema para idear la ruta por las evocaciones blancas. Martirio es Andalucía en clave de universo afectivo. Por utilizar su diccionario particular de inagotable creadora de lenguaje, le cabe todo. Cuando desde Buenos Aires, New York o México D.F. me llegan noticias de sus pasos ambulantes no más puedo que diría el andariego del maestro Álvaro Carrillo que subirme a la noria de mi memoria sentimental para sonreír ante su alboroto de peinetas, vestuario en permanente creatividad y abanicos como los que de cuando en cuando le envía mi amiga Celia Martínez, la pintora del latido del color. Llegan los días más bellos cuando me acuerdo de Maribel. Paseos por el Retiro, cafés en el Parnasillo, coplas de madrugá como el título de su libro-disco donde recoge mi escrito Oye tu corazón sin velos. Si escucho la guitarra luminosa de su hijo, Raúl Rodríguez, alquimista de su último trabajo en la divina estela de Chavela-chamana-Vargas echo unas lagrimitas de memoria activa para comprobar que la radical vitalidad creativa del sentimiento sigue en pie, que los puñales ciegos no han derribado a la Maribel-Martirio que llevaré siempre como candela iniciática en el fondo de mi alma. Luz de luna para los amaneceres rotos, pasos de seda que al final abren las murallas en clave de esperanza. Apasionado, recuerdo a Maribel recitando mis poemas en la presentación del libro Cuaderno de Habaneras, que recogía una colección de mis textos con ilustraciones pictóricas de Ramiro Fernández Saus… Mousse de chocolate, Nunca estoy solo, Viva el deseo… o-por obra y gracia de Ana Rossetti- en la presentación de mi antología poético-musical en Pub Oliver-Madrid, ejerciendo de coro entusiasta e improvisado de las canciones que escribí con Ángela Muro. Pues aunque se marche el sol de retirada y la ternura a veces nos de la espalda, nunca tiraremos la toalla. Porque la vida, Maribel, apuesta por quien ama la vida. Hay un mañana sandunguero y juguetón abrillantando el charol del alborozo por las calles del ritmo. Para otros el derrape y el abatimiento, para nosotros el paisaje abierto y la luna creciente de la sensualidad activa… Cocina Maribel paso de los días con el a fuego lento de las ollas de antes, con amor de lumbre y cariño que alimenta la llama de la continuidad. Porque en la continuidad está el secreto del afecto sincero partiendo de las entrañas y dando voz a lo mejor que aún nos ronda.