Cuadernos
Ensayo por la juventud (VI)
Capítulo 6: Irracionalismo crítico.
Hasta ahora el hombre ha basado su tecnología en cómo estamos hechos nosotrxs: un centro de mando y una jerarquía de órganos, y así se organizan nuestras sociedades, gobiernos, máquinas… Ya no se trata, pues, de una crítica del desarrollo particular de un conjunto de sociedades, sino de un fantasma que no conduce a ninguna crítica efectiva. La manipulación propia de una razón tecnocrática no se propone entender la especificidad de un problema sino conseguir un fin que no puede poner en cuestión. La vida humana, la persona del trabajador o los efectos del trabajo sobre el obrero, causan indiferencia en el fantasma del naturalismo. No obstante, en la corriente marxista se presentan varias tendencias de crítica racional de la técnica capitalista en niveles muy diferentes entre sí. En el contexto de la ortodoxia marxista-leninista, se estaba conectando con la epistemología de la obra de Marx, que se presentaba a sí misma como una “crítica”. La Escuela de Frankfurt entendió esta crítica como una crítica a la realidad social existente en términos del potencial para la libertad y la felicidad que existía dentro de esa misma realidad. Jürgen Habermas, en la cuarta etapa de la Escuela, se centró en los intereses tradicionales de ésta (la racionalidad, el sujeto humano, la socialdemocracia, y la dialéctica), y superó una serie de contradicciones que habían debilitado a la teoría crítica desde su concepción. Con ello, la epistemología de Habernas sintetizó las tradiciones materialistas y trascendentales al demostrar que el análisis fenomenológico y trascendental puede ser incluido dentro de una teoría materialista de evolución social, mientras que la teoría materialista sólo tiene sentido como parte de una teoría trascendental de sabiduría emancipadora que es el reflejo de la evolución cultural. La naturaleza a la vez empírica y trascendental de la sabiduría emancipadora se convirtió así en el cimiento de la teoría crítica. Al situar las condiciones de la racionalidad en la estructura social del uso del lenguaje, Habermas trasladó el origen de la racionalidad del sujeto autónomo a los sujetos en interacción. La racionalidad no es una propiedad de los individuos como tales, sino de las estructuras de comunicación. La sociedad capitalista tecnificada no debilita la autonomía y la racionalidad del individuo a través de la dominación directa sobre el mismo, sino a través de la suplantación de la racionalidad comunicativa por una racionalidad tecnológica, potencial piedra angular de una nueva práctica política que incorporaría los imperativos de la racionalidad evolutiva. Por tanto, la impericia no es congénita, puesto que la inteligencia no es una cualidad individual, sino un fenómeno colectivo nacional e intermitente.
Con el paso del tiempo, esta concepción de la sociología sería el centro de la llamada Disputa de la Sociología alemana, en la que la teoría crítica de los frankfurtianos Theodor Adorno y Jürgen Habermas se enfrentó con el racionalismo crítico de Karl Popper y Hans Albert, en La disputa del positivismo en la sociología alemana. Esta crítica que ha trabajado contra la razón tecnocrática ya estaba en Marx, y ha estado después en Francia, con Edgar Morin y Cornelius Castoriadis, bajo el supuesto de que la razón puede ser monopolizada por un Estado que, presumiéndose portador de un saber científico, puede prescindir de la «irracionalidad» de los deseos de las masas. En la versión marxista original existe una crítica racional muy justa de la irracionalidad de la técnica que, a nombre de la razón, busca lograr el máximo de manipulación, atomización y despojo de las gentes que son víctimas de su planificación científica a escala de la unidad de empresas o a escala total de la sociedad. En el año 416 antes de Cristo se estrenó Electra de Eurípides. En las gradas se encontraban sus dos rivales, Sófocles y Aristófanes, pero también sus dos amigos, Sócrates y Platón. En el año 1504, en el Palazzo Vecchio, en una pared a la derecha, Leonardo da Vinci pintaba La batalla de Anghiari, actualmente perdida y, en la pared izquierda de la misma habitación, Miguel Ángel realizaba La batalla de Cascina. Ambas obras, inacabadas, estuvieron juntas hasta 1512. Durante el proceso, como aprendiz, estuvo Rafael y, como manager, Nicolás Maquiavelo. En Filadelfia, EEUU, el 4 de julio de 1776, con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams y, el 17 de septiembre de 1787, con la Constitución de los Estados Unidos, James Madison, George Washington y Alexander Hamilton, el padre de la economía de los EEUU. En la década de 1970, China se abre a Occidente y, con ella, la época contemporánea produce el renacimiento de la mística a través de la importación de ideologías hindúes, japones y de otras fuentes. El hombre se considera marginado de un mundo al que, en su expresión más general, se opone rechazándolo. Entonces afirma su marginalidad, y lo hace como bien puede: vistiéndose de anaranjado y afeitándose, ingresando en movimientos de renovación cristiana, o de cualquier otra forma. Renacen fenómenos místicos allí donde menos se la esperaría, aun en el caso extremo de profesores de filosofía que son a la vez peritos en la cábala o que saben echar el tarot. La cábala, cuyo principio es una hipótesis relativamente fantástica, funciona en cierto modo por negación, es decir, sobre la base de un desconocimiento de sus premisas básicas. La cábala judía tenía un presupuesto: si la Biblia es la palabra de Dios, nada puede estar allí al azar, por lo que cualquier tipo de combinación, como la formada por todas las letras que vienen después de un punto, debe construir un mensaje. Pero, aunque la premisa de este delirio es coherente en su locura, el uso de la cábala no deja de ser extraño, cuando nos encontramos con filósofos ateos y, sin embargo, cabalistas. El horóscopo, si aceptásemos la premisa de que la constelación de los astros en el momento del nacimiento es eficaz sobre el carácter del destino de las gentes, sería al menos relativamente coherente aun fantástico. De todas formas, lo que nos ofrece el horóscopo, tan de moda a lo largo de más de una generación, no es desde luego una respuesta, si bien los astros en su situación determinan nuestros asuntos, nosotrxs mismxs no determinados la situación de los astros, sino un tipo de determinación que no deja de tener implícito un cierto fatalismo, ante la creencia de que hagamos lo que hagamos, la posición de los astros que presidieron nuestro nacimiento no será modificada aunque produzcamos revoluciones personales o colectivas, económicas o sociales. Allí hay un cierto fatalismo curioso que, además, se sostiene precisamente porque no se desarrolla, ya que de hacerlo sería caer en el pantano de la razón, y el irracionalismo se obtiene sobre todo de sacar las consecuencias de sus posiciones porque sería entrar en el terreno enemigo -en el sentido lógico de la Crítica del juicio de Immanuel Kant: pensar por sí mismo; ponerse en el lugar del otro; y ser consecuente.
Alicia en el País de las Maravillas describe un mundo de álgebra y números imaginarios. Lewis Carroll era un reverendo y profesor de matemáticas que quiso transmitir la extrañeza que le provocaban las matemáticas más abstractas en ese mundo onírico en el que todo parece posible. Su mundo imaginario, pues, sigue las leyes absurdas de las matemáticas abstractas, absurdas en el sentido de que no guardan relación coherente para el ciudadano de a pie y su mundo cotidiano. Desde hace bastante tiempo se observa en los hechos históricos de la vida práctica individual o de la marcha de la sociedad, una cierta decadencia de lo trascendental que se aspira a hacer renacer de alguna manera. Algunos lo llamaron la «muerte de Dios», refiriéndose a la desaparición de una especie de garantía del sentido o de la dirección de la vida humana y de la historia; otros, la muerte de la razón o la «muerte del hombre». Se trata de algo mucho más difícil de entender de lo que se cree, porque una vez muerto Dios resucita misteriosamente en el lugar donde menos se le esperaba, cuando otras abstracciones vienen a desempeñar sus funciones, y comprendiendo que la estructura del pensamiento continúa siendo teológica. Por ejemplo, cuando la Historia se concibe como un proceso orientado hacia una meta absoluta, resolutiva e inevitable, o como una solución fundamental de los conflictos, puede ocupar el papel y las funciones que desempeñaba Dios. En la línea de pensamiento de Hegel, toda la Historia está encaminada hacia el saber absoluto, hacia la realización del espíritu absoluto consistente en sí y para sí. Cualquier elemento que apareciese como irracional, lo resolvía apelando al recurso de la «astucia de la historia o de la razón» que, por alguna misteriosa orientación, desde luego, de la Divina providencia, estaría encaminada hacia el triunfo de la razón. Este es el fantasma que se presenta en el pensamiento marxista. A pesar de que Marx publicó en 1843 su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, donde se ocupó más sustancialmente de la religión, describiéndola como “el opio del pueblo”, también en el marxismo la Historia está encaminada por un mecanismo que le es propio hacia una solución global, resolutoria e inevitable: el fin de las clases, del Estado y del derecho. Y comienza a desempeñar funciones que la humanidad le adjudicaba antes a Dios, como la posibilidad de absolver. La historia me absolverá -escribió Fidel Castro, quien no es considerablemente una figura esencial del pensamiento marxista, como frase final y título de su alegato de autodefensa ante el juicio en su contra incoado en 1953 por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente, de ese mismo año. Un siglo antes, a lo largo de 1850, Marx fue cada vez más pesimista sobre la posibilidad de que el triunfo de la revolución socialista estuviese cercano, por lo que propuso que la Liga Comunista abandonase la idea de convertirse en un grupo de «conspiradores profesionales» para dedicarse preferentemente a la propaganda e inculcar y extender así la conciencia de clase entre el proletariado, preparándolo para la futura revolución. El pesimismo de Marx fue rechazado por otros destacados miembros de la Liga, como Karl Schapper, August Willich y Moses Hess, que seguían afirmando que la revolución aún era posible si una minoría decidida -la propia Liga- la encabezaba. Marx optó entonces por marcharse a Colonia, cuya sección local era favorable a sus tesis y contraria a las de lo que Marx llamaba «alquimistas» de la revolución, para quienes «el motor de la revolución no es la situación real, sino la simple voluntad». Mientras tanto, la Liga había logrado reconstruirse en varios Estados alemanes gracias a la propaganda. Pero duró muy poco tiempo porque fue desmantelada por la policía a raíz de la detención en Leipzig del militante Peter Nothjung, un sastre que llevaba consigo una importante documentación. Los detenidos fueron acusados de participar en una vasta conspiración dirigida por Marx, y aunque cuatro fueron absueltos por el tribunal de Colonia, siete fueron condenados a diferentes penas de prisión. Marx escribió un folleto en su defensa titulado Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia, cuya difusión fue impedida por la policía. En este estudio, expuso que no eran los jueces quienes iba a juzgar a los comunistas, sino que sería la propia Historia la que juzgaría y absolvería a los comunistas, y condenaría a sus jueces. Pero el juicio supuso el final de la Liga Comunista, y Marx abandonó sus actividades revolucionarias para dedicarse a profundizar sus conocimientos de economía política lo que le llevaría a la publicación quince años después del primer tomo de El Capital. En última instancia, la Historia parece la ventaja que garantiza para siempre el triunfo de los buenos sobre los malos, de los explotados sobre los explotadores, de los perjudicados sobre los perjudicadores, y demás. Es la garantía de la última instancia. Los últimos serán los primeros -Mateo 20:16.
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