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USA McCarey: Ideas sobre un país a partir del cine

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Sucede a veces. Uno ve una película y se queda sin ganas de ir a un sitio. Revisando la primera etapa del cine de Mike Leigh (Bleak Moments, Meantime o High Hopes) lo que menos apetece es coger un avión e ir a vivir a Inglaterra. Es igual que hayan pasado veinte años. Uno tiene la conciencia de que la fauna y flora que aparece en esas cintas se la va a encontrar aumentada. No, no apetece dar el salto inglés después de ver a Leigh…

El cine sirve para avisarnos. Decía José Val del Omarque el espectador de cualquier edad abre la cuna de sus sueños para que el director deposite el suyo, para que le contagie su goce, para que sensibilice su conciencia. Y siempre hay algo de riesgo al abrir nuestros sueños a la linterna mágica.

Por otra parte, hay películas que bajo su apariencia de sueño dulce preconizan algo más próximo a la pesadilla. Nos informan de manera menos descarada que las de Mike Leigh sobre la realidad de un país. Y da igual que estén hechas hace algún tiempo (dado que las cosas tienden siempre no sólo a permanecer sino a incrementarse).

Con esta presentación un tanto agorera, puede que más de uno se sorprenda de que las película con las que sostenga mi tesis sean Ruggles of Red Gap (1935) y Make way for tomorrow (1934), ambas de Leo McCarey.

La premisa de Ruggles resulta extravagante y divertida. Un lord ingles bastante crápula que vive en Paris pierde en una partida de póker contra un americano a su eficiente criado, Mr. Ruggles (Charles Laugthon). Éste viajará junto a sus nuevos amos, un cobwoy magnate del petróleo y su europeizada esposa, a Red Gap, un pueblucho americano que en 1908, año en el que transcurre la acción, aún se asemeja al escenario de algunos westerns.

Ruggles tiene una recalcitrante conciencia de mayordomo perfecto. Cree que ha nacido para servir. El americano defiende los valores de su país: en USA todos somos iguales. En la siguiente secuencia se lo explica bien claro.

Para que Ruggles no resulte un personaje ridículo también hay que afear la conducta del yanqui. ¿Qué pasa cuando dos vaqueros se encuentran en una cafetería de París?

Pues eso. Lo sorprendente es que aún hoy encontramos ese comportamiento en los americanos. El mundo es su casa. Un gran hogar o un gran plató. Depende de si son turistas o productores.

Ruggles go USA. Una vez en Red Gap, McCarey desarrolla una comedia de enredos: Ruggles es confundido con un coronel británico pero, poco a poco, va tomando conciencia de lo maravilloso del nuevo continente: cualquier persona es libre e igual que su semejante. No hay nadie mejor que otro. ¿Cómo ha podido estar al servicio de una persona durante tanto tiempo? Hay un momento (repetido hasta la saciedad en mil películas de carácter populista) en el que Ruggles recita un discurso de Lincon en el saloon.

Esto le granjea los aplausos y la admiración de los parroquianos. Entre ellos su amo el vaquero, quien en un acto de generosidad y una demostración de que Estados Unidos es la verdadera tierra de las oportunidades, le dispensa de sus servicios de mayordomo y le cede un local para que monte un restaurante.

El local está destartalado. Pero cuando Ruggles lo visita con una novia que se ha echado en el pueblo, tiene otra catarsis. Durante generaciones, toda su familia fueron ayudas de cámara y sirvientas, él será el primero en tener un local propio, ser dueño de su destino, ser libre.

En el tercer acto vuelven los enredos y la mano de McCarey para la comedia se hace notar. No obstante, el final, la inauguración del restaurante de Ruggles, es una especie de bienvenida a la secta. Todos los habitantes le corean ¡es un muchacho excelente!. Ya formas parte de nuestra comunidad. Bienvenido a la tierra de las oportunidades. Ya eres ciudadano americano, siéntete orgulloso; Ruggles, bien merece que sueltes una lagrimita. Eres libre, has encontrado mujer, tienes un negocio propio. El sueño americano es posible.

McCarey parece desquitarse con Ruggles of Red Gap de la película que firmó el año anterior, Make way for tomorrow. Aparentemente, es un drama sobre la tercera edad y la aceptación serena de la muerte pero deja al descubierto algunas claves para entender el espíritu americano. O las entrañas del monstruo.

Ya en la primera secuencia queda también todo bastante claro. Si algo hemos de aprender de los yanquis es su capacidad de saber ir al grano. Una reunión familiar. Los protagonistas, el matrimonio Cooper, Barkley y Lucy, les expone la situación a sus cuatro hijos. Barkley lleva jubilado desde hace tiempo y el banco va a quitarles su casa. Ellos, que lo han sacrificado todo por sus hijos, les han pagado la universidad, etc… ahora se quedan sin hogar. Curiosa dinámica. Consigue una casa, forma una familia, adquiere buenos seguros en la sanidad privada, dales lo mejor a tus hijos y disfruta del american way of life. Ahora, cuidado con no contratar un buen plan de pensiones.

¿Y qué hacen los hijos? Escurren el bulto como pueden. Ninguno quiere quedarse con el matrimonio. Dos familias bajo el mismo techo, son demasiadas familias, llegan a decir. Esto no es un problema genuinamente americano, en cualquier parte del mundo queremos desembarazarnos de los viejos. Molestan. Ya no son útiles. Así que los separan. La madre se va a un punta del país y el padre, al otro. Conviven con sus respectivas nueras y nietas.

El talento de McCarey vuelve a aparecer haciendo un uso magistral del sonido. Sin necesidad de diálogo nos explica que Lucy es un estorbo para las clases de bridge caseras de su nuera.

Clases de bridge en casa. Las imparto para ganar unos dólares, confiesa la nuera. Durante el film vemos a todos los hijos preparados, esperando vivir, esperando el dinero. Les vuelve impacientes el hecho de tener que lidiar con sus ancianos progenitores. Los viejos parecen paralizar la inmensidad de sus deseos. ¿Y en qué se basan estos? ¿Cuál es el proyecto racional de cualquier americano? Cumplir sus sueños.

El caso es que las invitaciones para irse a un asilo no tardarán en aparecer. Lucy tiene roces con la nieta y la criada. Alguien que ya no trabaja y que ni siquiera puede encargarse del hogar, es una rémora perpetua.

Hay muchos detalles destacables a lo largo del metraje. Pero el punto de conexión entre ambas películas lo encontramos cuando Barkley (volvemos a él hacia el segundo acto) se dedica a buscar un nuevo empleo. Está cerca de los ochenta pero se siente sano y sabe que trabajando será la única manera de poder ofrecerle a su esposa un nuevo hogar, más modesto, más pequeño tal vez, pero donde poder pasar juntos sus últimos días. Y hete aquí que un quiosquero del que se ha hecho amiguete le propone que traiga a su mujer y se hagan cuidadores de la mansión de un magnate. Podrán vivir allí todo el año y el empleo no requiere demasiado esfuerzo. Cosa curiosa: Barkley no quiere ni oír hablar del tema. ¿Cómo? Todo lo que huela a sirviente le provoca grima. ¿Es tal la ansia y el egoísmo de propietario de Barkley que prefiere estar distanciado de su esposa a trabajar no ya de mayordomo, sino de mero cuidador en una finca? ¿No surgen profundas incongruencias en un país  cuya mentalidad infunda el triunfo y la respetabilidad social ante todo?

Ruggles estaba contento sirviendo, fue a Ámerica y se convirtió en un hombre libre con esposa y trabajo. Un hombre libre está separado de su esposa y encuentra un trabajo sirviendo que le permitirá estar junto a ella. Cualquiera de las dos libertades me parece engañosa. ¿No encierran ambas una profunda esclavitud?

Es entonces cuando uno echa de menos a Chaplin, su visión del mundo, ser feliz siendo vagabundo.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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