Cuadernos
Ensayo por la juventud (I)
Se ha dicho siempre que la crisis de lxs jóvenes son problemas exclusivamente burgueses, que antes de la llegada de la burguesía y de las sociedades acomodaticias lxs jóvenes no sufríamos las crisis existenciales que empezaron a ser estudiadas con cotidianidad a partir de los años cincuenta. En el pensamiento político revolucionario clásico no existía tal crisis de lxs jóvenes, y en el adorado Marx tampoco. Antes del insostenible Estado de Bienestar, la juventud burguesa era burguesa y la juventud proletaria era proletaria. No existía la juventud como clase ni tampoco lxs jóvenes como sujeto político ni como comunidad. La juventud sólo existía de hecho como mera impertinencia.
Lenin escribió varios textos acerca de la urgencia social que para él representaba la propuesta de organizar a la juventud comunista para oponerla a la segunda internacional, con la finalidad de desprenderla de la influencia de los partidos socialdemócratas. Sus escritos se trataron, pues, de consideraciones estratégicas inscritas en el marco de la coyuntura política soviética. Más tarde, sólo después de la revolución, con la aparición de una nueva generación no configurada por la ideología dominante de las generaciones anteriores, y como un ámbito de trabajo para aquella celebrada idea del «hombre nuevo», especialmente apto para la nación, lxs marxistas sí plantearon de manera fundamental la perspectiva del problema de la juventud, bajo la creencia de que para entonces no habría ya una juventud burguesa. En esta tradición, el pensamiento en términos de clase funciona, tanto en la teoría como en la práctica, como una alternativa contra el pensamiento generacional, desarrollado por Ortega y Gasset y otros conservadores de los años cincuenta y sesenta.
La jovialidad es la creatividad para deconstruir la codificación de lxs adultxs. Para desmontar la codificacion de lxs adultxs y convertirla en un código abierto. Pero esta creatividad abierta al conflicto y proveniente del romanticismo alemán, está siendo sistemáticamente arrinconada por las consideraciones negativas sobre la juventud que acentúan las crisis de identidad, centrándose en ellas. Son precisamente estas consideraciones las que enfocan su atención no en la codificación de lxs adultxs sino en el aburguesamiento de la sociedad, cuyo remedio hegemónico es siempre el rendimiento económico. Mas no podemos olvidar que la juventud es enigmática porque en sí misma es el período en el que se formulan las grandes preguntas. Sucede, no obstante, que por los llanos no se alcanzan las respuestas a tales preguntas y, sin embargo, una vez alcanzadas, éstas transforman al hombre* en el tiempo y en el espacio. Es por ello que Auguste Comte llamaba a la juventud el «estadio metafísico» de la evolución del espíritu humano, aunque donde él dice “evolución” yo diría transformación, dada la capacidad de asombro de diversos cambios reales, y donde él dice “espíritu” yo diría cuerpo, teniendo presentes las cualidades y propiedades que pueden detectarse mediante el experimento del que formamos parte, aparte de las que pueden también medirse objetivamente.
En la época vivida y experimentada por el campesinado contemporáneo a Auguste Comte, los hombres estaban prácticamente integrados desde la infancia a la obligación y el deber del trabajo adulto correspondiente a aquél período histórico, y cualquier salida de tono por parte de lxs jóvenes no era tomada más que como una mera impertinencia. Hoy en día es bien sabido que la infancia es una institución que requiere de la presencia de adultxs sujetxs a un puesto de trabajo y que, por tanto, lxs niñxs no conocen ni saben qué es un hombre que viva su vida. Este es el motivo fundamental por el que las consideraciones negativas sobre la juventud se centran en las crisis de identidad. La gente que no puede preguntarse ni decidir cada día qué desea hacer con su vida son el único ejemplo que cada mañana tienen enfrente lxs niñxs. La creatividad de la página en blanco es sustituida por un papel pautado. Lxs jóvenes, según sobreviven a la llamada mayoría de edad, hacen sin pretenderlo la función de pantalla frente a lxs adultxs, mostrándoles la realidad de su reflejo. Y la crisis de identidad no es sino llegar a olfatear sin recursos suficientes que la vida que se está viviendo no es la propia sino la de un otro engañoso. Es por ello que estos jóvenes, con base en la codificación de lxs adultxs, ponen en escena el amor, el porvenir, la utopía y el suicidio.
A propósito de La Conspiración de Paul Nizán, en el año 1938 el filósofo existencialista Paul Sartre también concibió la juventud como una enfermedad burguesa ajena al campesinado y a la clase obrera. Actualmente, en la posmodernidad, comprendemos que la realidad, la tecnología y la autoría conforman la meta física que lxs jóvenes nos esforzamos por abolir para librar de adversidad a las generaciones venideras. Esfuerzo y optimismo es lo único que tenemos ante la contrariedad que supone la concepción de la juventud como una enfermedad burguesa. No es, desde luego, un problema social. Se trata, pues, de un asunto que atañe sólo a lxs jóvenes, y que mediante el aburrimiento, la meditación y la contemplación profunda podremos solucionar. Necesitamos, en cualquier caso, buscar el vacío de la reflexión, aquel espacio en el que se puede respirar, entre el acto de pensar y acto de volver a hacerlo, antes de ponernos nuevamente manos a la obra para conseguir activamente aquello que queremos. El contratiempo, una vez más, es la hiperestimulación. Es por ello que no hay mayor esfuerzo que el de no hacer nada, el de ser capaces de oponer resistencia a la terrible inercia social que nos conduce siempre a la crisis. O, en otras palabras, sí es que se desease pensar y pensar bien, mejor sería hacerlo con calma que bajo un bombardeo desinformativo.
Sigmund Freud, además de cuestionar la moral sexual cultural, planteó el problema de la nerviosidad moderna, a la que llamó neurosis, en tanto que hay un inmenso desajuste de imaginario y de praxis social entre la maduración psicológica (afectiva e intelectual), biológica y sexual -según su estudio- del individuo, con respecto a la maduración propiamente social y económica. Freud vino a decir que desde los quince o dieciséis años el individuo es plenamente capaz de enamorarse, de tener relaciones sexuales, de trabajar y de pensar por sí mismo, pero que socialmente tiene que prepararse durante un período más largo de tiempo antes de funcionar como ciudadano político, como productor económico, como hombre vinculado al trabajo y como sujeto de responsabilidades. En conclusión, observó que la consecuencia de este desajuste es un tipo de dependencia extendida y consideró que debía tratarse como si fuese una especie de carencia o adolescencia prolongada. Con embargo, a pesar de Freud, bien podríamos recordar que no existe la adolescencia sino que lo que hay es una gran pasión. Una gran pasión prisionera, melancólica, que necesita escapar. Escapar y amar, amar en fuga.
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