Love 2 art(s)
Placeres compartidos: Ginés Liébana
A la ciudad de los prodigios todos acuden en búsqueda de la piedra filosofal. Quieren saltar etapas, tomar atajos orillando la ciencia de la paciencia. Existen personajes-trasbordo por quienes circula la vida iluminándolo todo. En Apolonio Morales, 1, donde Madrid danza con Costa Fleming, tocamos el cielo de la diversidad y la vibración mestiza en el crucero de la Concordia.
Cuando descubrí a Ginés a mediados de los ochenta, apareció como un soplo en la memoria de la herencia de los cofrades de la alegría. Seres que mantuvieron la vigilia humorística de la capital cuando la epidemia de la tristeza todo lo anegaba. Mihura-Tono-González Ruano…en la lejanía, Camba-Fernández Florez-Neville. De repente, la vida. Y así convencí a dos aurigas de la movida, Moncho Alpuente y Óscar Mariné para que dieran honores de modernidad al pintor de los fragmentos, al poeta galante-ambulante que hizo prosperar a Merimé, al enamorado de la mujer real, al municioso reanimador de romeracas. Desde entonces, mis funciones de Aladino por vía de “MadrId me mata”, se vieron recompensadas por la hospitalidad del planeta Liébana. Sólo así me atreví a cruzar del reporterismo audiovisual a ser motor de empresas de la imaginación como la celebrada y dada de alta por Paco Nieva en Viaje a Pantaélica, Empresa Invisible.
A fuerza de entusiasmo, Liébana es una manera de vivir que te transmite la necesidad de enamorarte del mundo. Yo, que me movía en lo apático-gazpacho, empecé a brujulear con extraña seguridad por los bosques afectivos en compañía de la maga mujer, gracias al clima-lanzadera de Apolonio. ¡Qué más se puede pedir y no estar loco!
Ginés tomaba nota de todo lo que mi vagabundear creativo sembraba. Y, ¡oh, milagro!, desde el principio habló maravillas de un pálido jinete que -desde el fuerte de Apartahotel Tribunal- combinaba maletas, viajes, amores y nomadeos de saltimbanqui. Creo en mis posibilidades en buena parte gracias a la sutileza cordobesa del pintor de los ángeles sin miedo. Cuando duermo en su piso-hotel-bar y cámara de representantes de la concelebrada alegría, entre retratos de Miguel Bosé, Antonio Gala, Antonio López, Núria Espert, Umbral… Entre cuadros de Picasso y Dalí o visitas de María José Goyanes, Villena, Martirio, Silvia Marsó, Lucía, Antonino… Soy un poco de todos y ya estoy un poco en todos.
Liébana, maestro que siempre se disfraza de alumno, genio que pone mueca de mendigo, me ofreció plaza en el planeta de la imaginación. Y yo de cuando en cuando le rescato de la perplejidad cuando siente la desorientación de quien no encuentra el reconocimiento merecido. Siempre añado la coletilla… afortunadamente, con un me alegro liberador para salir de todos los nudos sin vocación de desenlace. Marginados de lujo, sí, pero doctorados en la alegría de vivir.
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