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La delgada línea roja… de la gilipollez

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Los grandes aventureros siempre son freelance. Indiana Jones tuvo como ayudantes a un chinorri de 11 años, o a su provecto padre, que era más lastre que salvavidas. Los Goonies sólo contaron con el apoyo moral de un paralítico cerebral deforme y yonqui del chocolate. Los chavales de Cuenta conmigo ni eso; entre ellos se sacaban las sanguijuelas que se les habían pegado al pito. Después alguno se desmayaba, pero todo quedaba en familia. Los grandes aventureros rara vez piden ayuda y, sobre todo, nunca ponen en riesgo más vida que la propia. 

A Javier Colorado le llaman aventurero; el hombre que ha decidido dar la vuelta al mundo en bicicleta, algo que de entrada implica falsear un poco -20.000 kilómetros arriba, 20.000 kilómetros abajo- la naturaleza de su odisea a no ser que piense cruzar dos océanos en hidropedal. Es lo de menos. Comerse, a golpe de pantorrilla, Eurasia y América es casi tanta paliza como la que se pegó Forrest Gump cuando le dio al hombre por salir a hacer footing. Forrest Gump, que era medio retrasado, pero sólo medio, iba y venía entre Nueva York y California. Lógico. A Vietnam no iba a volver ni a por gambas. Colorado, sin embargo, al trazar su ruta eligió pasearse por territorio talibán. Un occidental, en bici, por carreteras atestadas de tipos con bazocas cuyo deporte favorito es hacer tiro al blanco con todo lo que lleve dentro (o encima) a infieles amigos del lado oscuro; esto es, todo lo que huela a Estados Unidos o Europa. Que tenemos mucho de lado oscuro, la verdad sea dicha. El amigo Javier, el aventurero, tiene todo el derecho del mundo a darse un voltio por Afganistán, por Paquistán e incluso, si le apetece, de hacerle una visita al Pequeño Gran Líder y regalarle un par de peinetas. Alguien con la intención de pedalear hasta el infinito y más allá no debe temerle a la muerte ni a las torturas. Pero una cosa es lo que él tema y otra las necesidades diplomáticas de ciertos países a los que no les viene nada bien que se anden cargando extranjeros, especialmente extranjeros hijos del Imperio, en su territorio. 

Las noticias no son muy esclarecedoras al respecto, unos hablan de siete escoltas muertos, y el protagonista de estas líneas afirma que ‘sólo’ le acompañaban un chófer y un policía. En cualquier caso, fueran siete o dos, pasados unos kilómetros, nuestro héroe, que no había sido ni para colocar una banderita blanca al lado del timbre de la bici, termina agazapado en un Land Rover en medio de una balacera que ríanse ustedes de las fiestas after hours de Pancho Villa. Con alguna que otra familia paquistaní huérfana a sus espaldas –siete, dos, o una… no importa-, una vez superado el susto Colorado prosigue viaje. 

¿Qué demonios esperaba encontrarse el señor Javier Colorado en la zona más convulsa del planeta? ¿Qué derecho tenía a embarcar en su tour de force a una serie de escudos humanos? Indiana, Gordy, Chris Chambers iban a pecho descubierto. Misiones suicidas, sí; pero los nazis, las familias psicopáticas y los trenes sólo se los llevarían por delante a ellos si es que las cosas se hubieran puesto feas. Ninguno habría dado un paso si eso supusiera poner en peligro a terceros. Javier nunca debió aceptar esa escolta. Si le fue impuesta por las razones políticas que apuntaba antes debió haber tomado un desvío. ¿Qué son unos miles de kilómetros para alguien adicto a la aventura y con pelotas de acero? Ancha es Castilla, no digamos ya Asia Central. 

En una ocasión el “insigne” Dragó cargó contra los voluntarios de ciertas ONGs que habían sido secuestrados probablemente por grupos afines a estos que ahora le han pinchado las ruedas a Colorado con esquirlas de metralla. Pijos y gilipollas les llamó. Dragó y su bocaza, agrego yo. Porque Don Fernando obvia el hecho de que esos “pijos gilipollas” en última instancia sacrifican su comodidad y su integridad por una causa justa. Nadie se va de Erasmus a Kabul. Al menos ningún amigo me ha mandado whatsapps desde allí. Lástima que la entrevista que Sánchez Dragó nos concedió hace poco tuviera lugar antes de los sucesos de marras. No es que Joaquín Campos no le sacara suficientes titulares al hippie amigo de los vinos caros, pero con esto habríamos dado mucho espectáculo. Aún puede depararnos, no obstante, buenas historias Javier. No tiene más que acercarse a un checkpoint israelí con sus barbas y su bici cargada de bultos o hacer el camino de vuelta a través de Somalia, Siria o cualquier otro país apto para el senderismo. Inmediatamente se dará el alto el fuego y este Willy Fogg de las dos ruedas podrá atravesar la zona silbando, con flores en el pelo y Chanquete en el corazón. 

En la era de la gilipollez no nos faltan los iconos. La competencia es dura y abundante, pero personajes como Colorado se emplean a fondo para ascender al Olimpo.

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

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