En papel
Dostoievski y el hombre contemporáneo
Me sorprendió encontrar en las páginas de una de las obras quizá menos mentadas de Dostoievski –Apuntes del subsuelo– un perfecto retrato de un espécimen de individuo que se afana en ser competitivo sin que se note demasiado, mediocre y sabihondo que prefiere destacar aunque sea por dar la nota que por sus propios méritos, hipócrita hasta el extremo de alabar delante de terceros a quien representa el ascenso social visible después de haberlo insultado presa de la envidia, un tipo que tiene su mente dividida entre su vida real y la que muestra de cara a la galería.
Y constaté que el novelista había acertado de pleno a la hora de dibujar los trazos fundamentales de una persona cuyos valores, lógica y patrones de comportamiento han permanecido prácticamente intactos hasta nuestros días. Es el perfil caricaturizado del hombre medio contemporáneo entendiendo por tal aquel que comprende el período histórico del mismo nombre. En las facultades de Historia se entiende por Historia Contemporánea –al menos cuando yo estudiaba en una de ellas, y de eso hace menos de diez años– el período que va desde la Revolución francesa hasta nuestros días, por lo menos hasta la caída del Muro de Berlín.
He de hacer aquí un inciso. Habiendo visto cómo se escribe Dostoievski en ruso, he optado de acuerdo con mis conocimientos en esta lengua, todavía muy rudimentarios, transcribirlo así y no como propone la Wikipedia o la edición a cargo de Juan López-Morillas –“Dostoyevski”– porque entiendo que si transcribimos su nombre de pila como Fiódor y no como Fédor, es porque estamos dando a la grafía rusa “ё” la transcripción correcta de “io”, por tanto si luego en su apellido aparece la letra “е”, equivalente al sonido “ie” no tendría sentido a mi modesto entender transcribir el sonido de su nombre como “io”, con “i” latina y el de su apellido como “ye”, con “y”. Del mismo modo, aunque en Alianza el título de la obra es Apuntes del subsuelo, es bastante más habitual encontrarlo como Memorias del subsuelo.
En el manual Historia de las literaturas eslavas, de Fernando Presa, se dice que Dostoievski, junto con Pushkin y Gógol desarrollaron el tema del “hombre insignificante”, de gran calado en la literatura rusa y cuyo precursor es Vasili Trofímovich Narezhny. En la obra de este último autor y por supuesto en estos Apuntes del subsuelo, aparece una crítica general a conductas como la hipocresía, la arrogancia o la corrupción.
De acuerdo con lo expuesto por Isabel Martínez en este mismo manual, si en El doble, publicado en 1846, Dostoievski presenta a un “hombre del subsuelo ruso”, Golievkin, que se vuelve loco y no habla, en estos Apuntes es exactamente al contrario: el funcionario decide sacar todo lo que lleva dentro en un libro dividido en dos partes. En la primera, expone su visión del mundo y de su vida cotidiana tratando de entroncarla con las grandes corrientes de pensamiento de las cuales es hijo. En la segunda parte, relata acciones concretas para ilustrar su forma de relacionarse con el mundo descubriendo entonces el lector que el autor ficticio de esas líneas cae con la mayor naturalidad en aquello que precisamente criticaba en la primera parte.
López-Morillas señala que Apuntes del subsuelo, publicada en 1864, precedió a las novelas que terminaron de catapultar a Dostoievski al panteón de los grandes de la literatura universal, es decir: Crimen y castigo, El idiota y Los hermanos Karamazov. También ayuda a distinguir las dos corrientes de pensamiento sobre las que teoriza y a las que critica el funcionario anónimo. La primera, de profundas raíces románticas, se dedicaba a exaltar “lo bello y lo sublime” por encima de todo. Actitud que el protagonista encuentra no solo vacía sino también hipócrita porque a su juicio, según se desprende a lo largo de la obra después, lo único que hay detrás de esa pose es un deseo de riquezas materiales y de reconocimiento.
Precisamente esto es lo más criticado por el protagonista y es precisamente lo que guía sus reflexiones en su comportamiento. Un poco más coherente es su crítica al pensamiento extremadamente racionalista de la década de los sesenta del siglo XIX. Esta corriente propugnaba que la felicidad del ser humano vendría dada cuando este aceptara de una vez por todas las “leyes de la naturaleza” y eliminara cualquier vestigio de racionalidad en su pensar y obrar.
Desde luego, lo que trasladará al lector hasta nuestros días será cuando tope con esa tendencia del funcionario a hostigar y despreciar al que considera que está por debajo en la pirámide social, por ejemplo, cuando trata por todos los medios de hacer que Liza, una prostituta, se derrumbe contando su infancia y las circunstancias que la llevaron al prostíbulo y asegurando a la chica que acabaría prostituyéndose en un sótano del Mercado de Heno para seguramente morir allí de tisis sin haber pagado a su casera/madama lo que le debe.
Es esa tendencia del que se halla más bien por abajo en la pirámide social a machacar al que todavía ve más hundido que él para de ese modo afirmarse como individuo y arañar aunque sea unas migajas de autoestima ajena. Y eso es algo que desgraciadamente se puede comprobar en una sociedad que exalta el individualismo junto a un contexto de crsisis económica, por lo que en un país como el nuestro y en un tiempo como el nuestro no sorprende observar este mezquino y despreciable tic.
Asimismo, el burócrata parece haber desarrollado parte de sus respuestas a los avatares de su vida en la sociedad teniendo como única referencia sus lecturas y no el trato habitual con la gente, de ahí su tendencia a la perorata pronunciada en un lenguaje ampuloso, artificial y, como muy certeramente Liza se encarga de señalar, totalmente libresco. Y eso que en la primera parte reconoce que no tiene más vivencias que aquellas que le proporcionan los libros y que fuera de la lectura no hay nada que le atraiga o que respete.
Esto, junto con la afirmación que hace ya hacial el final respecto a que ha llegado al extremo de considerar “la vida real como una carga pesada” y que la “vida resulta mucho mejor en los libros”, asi como que “déjennos ustedes” sin libros y “no sabremos “qué partido tomar” o “a quien amar u odiar” me lleva a pensar que lo que para algunos son las redes sociales hoy, por ejemplo, en época de Dostoievski eran los libros, y que, por tanto, estos no poseen un poder salvífico per se del posible alienamiento que nos provocan aquellas si tratamos de buscar sustitutivos a nuestra propia vida.
Tienes que registrarte para comentar Login