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Olga Rodríguez: “En nombre de la guerra contra el terror se perpetúa el terror”
Cinco minutos de conversación bastan para que Olga Rodríguez te abrume con su dominio de la oratoria y su elocuencia. Cinco minutos más y puedes dar fe de que tienes al otro lado del auricular un cerebro privilegiado que bulle de ideas y conceptos siempre definidos con precisión de cirujano. Para cuando la entrevista termina, hora y media después, sabes que has recibido una señora lección de entrega y compromiso con el periodismo y con su forma de entender el mundo y sus circunstancias.
Tras muchos años curtiéndose en Irak, Afganistán, Egipto o Palestina para trasladarnos sus crónicas a través de la radio o la televisión (Cadena Ser, Cuatro, CNN+), Olga, desengañada por el modus operandi meramente mercantilista de los ‘mass media’ actuales, de la información servida como comida rápida, continua su labor informativa involucrándose en la producción de documentales, ejerciendo de analista de política internacional y realizando reportajes para eldiario.es, donde también ha sido Defensora del Lector, o publicando libros –el último, Yo muero hoy, sobre las revueltas árabes de 2011-; haciendo, en definitiva, ese “periodismo reposado” que es su santo y seña. Esta leonesa de discurso firme y sin fisuras no ceja en su empeño de llevar a quienes quieran dejarse llevar –“porque estar informado exige esfuerzo”- allí donde la injusticia campe por sus respetos y los derechos humanos estén siendo asaeteados. Y aquí van muchas de esas preguntas que a menudo nos hacemos y cuyas respuestas casi nunca nos molestamos en buscar. Porque sin información no hay cultura que valga, y sin cultura estas nuestras páginas ni siquiera existirían.
La actualidad manda, que se suele decir. ¿Por qué se ha tardado tanto en intervenir en Siria? En Libia todo fue mucho más rápido…
En Siria realmente se intervino desde el principio. Rusia e Irán han estado armando desde el primer momento al régimen de Bashar al-Asad y, por otro lado, prácticamente desde el principio, o a los pocos meses de las revueltas en Siria, una serie de potencias regionales e internacionales han dado respaldo militar a diferentes grupos de los llamados ‘rebeldes’. Por lo tanto hay una intervención, sólo que siempre ha sido una intervención solapada. Del lado de los rebeldes tenemos a Arabia Saudí o Qatar, principalmente, también Turquía, y a nivel internacional han recibido apoyo de Francia o Estados Unidos. Y esto es una realidad que nadie ha negado.
Pero lo que venden los medios es que nadie está haciendo nada y que la población está indefensa ante al-Asad y los suyos…
La población está indefensa, evidentemente. Son ya cien mil muertos, dos millones de refugiados y cinco millones de desplazados a causa del conflicto. Desde luego se está dando una realidad absolutamente dramática. Lo que pasa es que yo creo que hay que tener en cuenta que las potencias occidentales u otras potencias como Rusia nunca se mueven por intereses altruistas. Y ese ‘hacer algo’, o intervenir, ¿qué significa? ¿tirar más bombas? Estamos en el siglo XXI y creo que deberíamos presionar a nuestros gobiernos para que apuesten por la vía diplomática, porque esas vías existen y son las que dan soluciones. Sólo a través de la diplomacia se consigue la paz, no a través de las bombas. Eso es un hecho. Tenemos el ejemplo del Líbano, vecino de Siria. En Líbano hubo una guerra civil durante 15 años. Cada vez que se lograba una tregua se salvaban vidas. Las treguas se rompían, pero mientras duraban evitaban que mucha más gente muriera. Que nadie se equivoque; si lo que realmente nos interesa es la cuestión humanitaria y salvar vidas de gente, eso sólo se consigue apostando por la paz, presionando a los bandos implicados para que dejen las armas. Y no armarlos. Dejar de armarlos. Para eso es necesaria una conferencia de paz en la que estén Estados Unidos y Rusia, donde se decida dejar de armar a las partes implicadas.
¿No crees que en Siria, como sucediera en los Balcanes, se ha llegado a un punto de no retorno? No se trata tanto de apostar por las bombas como de frenar la huída hacia adelante de un tipo que está asesinando a su propio pueblo…
El primer objetivo es conseguir una tregua, y para eso, como te digo, hay que usar la vía diplomática. Pero la comunidad internacional se mueve por intereses geo-estratégicos y por intereses geo-políticos, y hay que tener muy en cuenta qué es Siria. Es un país que comparte frontera con Israel. Un país que tiene los Altos del Golán ocupados por Israel desde 1967. Un país donde las potencias regionales o internacionales están echando un pulso por mantener su órbita de influencia en la zona. Hay que hablar de Irán, porque Siria e Irán son aliados; hay que hablar de Hezbolá, la organización libanesa que está ofreciendo apoyo, incluso sobre el terreno, al régimen sirio. Entonces, tenemos por un lado a Rusia, Irán, Hezbolá y Siria, y tenemos por otro lado a los países del Golfo, fundamentalmente Arabia Saudí y Qatar, junto a Francia, que desde hace tiempo ofrece apoyo militar a algunas organizaciones rebeldes. El problema es que desde los últimos meses –o casi desde el último año- hay organizaciones yihadistas radicales entre las filas de los rebeldes que quieren llevar la voz cantante. Y no debería resultarnos extraño que si finalmente el ataque estadounidense se produce no haya sólo objetivos del régimen de al-Asad, sino que también ataquen a esas organizaciones yihadistas. De hecho, hay organizaciones de ese tipo, o de la órbita de Al Qaeda, que están cambiando sus banderas negras en los checkpoints por banderas del Ejército Libre de Siria, porque temen ser objetivos del ataque de Estados Unidos.
Entonces Estados Unidos, como es habitual, no llega para apoyar a nadie en concreto, sólo para hacer su voluntad…
Desde mi punto de vista, por lo que se ha estado apostando es por una guerra de desgaste. Para Estados Unidos y sus aliados –y aquí incluyo sobre todo a Israel- es preferible esto a que Bashar al-Asad caiga y no haya un sustituto en quien puedan confiar. No quieren que el poder caiga en manos de esos grupos yihadistas. Y esto lo hemos visto muchas veces a lo largo de la historia. Cómo la comunidad internacional ha facilitado esa guerra de desgaste. Se vio en la guerra entre Irán e Irak. Estados Unidos quería desgastar a esas dos potencias regionales para tener más control sobre ellas. Estuvieron armando a Sadam Husein –de hecho Husein usó un arma química fabricada por los EEUU contra los iraníes, el gas sarín- y al mismo tiempo vendían armas de forma secreta a Irán. Perpetuaban la guerra. En el momento en que uno de los bandos parecía que ganaba equilibraban de nuevo la balanza con el suministro de armas. Lamentablemente la apuesta que se ha hecho en Siria durante estos dos años y medio ha sido esa. La incógnita es si se va a seguir apostando por esa línea, en cuyo caso el ataque de EEUU no se produciría o sería sólo contra objetivos muy concretos a través de misiles crucero, o si están ya satisfechos con el desgaste en ambos bandos y cuentan con un sustituto para Bashar al-Asad. En ese caso entrarían a por todas. Así que lo que hay que dejar claro es que las razones de la intervención nunca serán humanitarias.
Dejar caer a Gadafi era más fácil, menos problemático desde el punto de vista de todos esos intereses…
Claro. Libia no tenía un apoyo tan decidido de Rusia, Irán o Hezbolá, y, lo más importante: Libia no comparte frontera con Israel. Las fronteras de Israel son un asunto prioritario para Tel Aviv y para sus grandes protectores, los Estados Unidos. También influye que Francia, que está tratando de recuperar su influencia en la zona –se vio en Libia y se ha visto en su participación subterránea en Siria-, impulsó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas esa llamada a la intervención. Y Rusia no se opuso. ¿Cuál fue el problema? Que se suponía que la intervención tenía un objetivo muy concreto, liberar una ciudad específica, y que una vez se cumpliera ahí terminaba la misión. Esa ciudad se liberó en unos pocos días, pero entonces se traspasó el mandato de las operaciones a la OTAN, cosa que no estaba contemplada en la resolución, y la OTAN prolonga la intervención durante meses. Aquello no se termina hasta que no se comete el asesinato extra-judicial del dictador Gadafi. Un asesinato propiciado por el apoyo de aviones franceses y estadounidenses. Además, se dio apoyo a un bando determinado, algo que de alguna manera puede violar la Carta de Naciones Unidas que dice que no hay que tomar partido por ninguno de los bandos a no ser que estén siendo atacados intereses de la comunidad internacional o de la OTAN. Y este no era el caso.
Y esto en lo tocante a lo que abre los telediarios, pero es de suponer que EEUU sigue haciendo de las suyas a lo largo y ancho del globo…
En Irak sigue muriendo gente todos los días, y parece que a nadie le importa. Los aviones no tripulados por los que apuesta el señor Obama, Premio Nobel de la Paz, están matando civiles cada dos por tres. En Yemen, en Paquistán, en Afganistán… Parece que eso tampoco importa. Forma parte de la estrategia de la llamada ‘guerra contra el terror’, y esa guerra lo justifica absolutamente todo. Y no nos damos cuenta, o no se dan cuenta, de que este tipo de acciones lo único que consiguen es radicalizar a las poblaciones afectadas. Porque si a ti te matan a tu madre, o a tu hijo, o a tu hermano, e invaden tu país, pues evidentemente eso produce una radicalización. O si ves que hay países occidentales que amparan un golpe de estado, o no lo condenan, como acaba de suceder en Egipto, pues eso va a conllevar la radicalización de determinadas organizaciones islámicas que hasta ahora eran moderadas. A mí no me gusta pensar mal, pero parece que lo que interesa es azuzar el caos e impedir el progreso en una región tan rica en materias primas y tan estratégica desde el punto de vista geográfico como es Oriente Medio. No olvidemos que, además, es una región que acaba conectando con China, la gran potencia emergente, y que a nivel económico es la gran competencia de Estados Unidos.
La verdadera raíz de toda la problemática de Oriente Medio, del nacimiento de esos grupos radicales de los que hablabas, ¿está en el conflicto palestino-israelí?
Hay que tener en cuenta que en la Primera Guerra Mundial, a través del acuerdo de Sykes-Picot, las potencias europeas se reparten el pastel de Oriente Medio, dibujan las fronteras a su antojo, se reparten las materia primas y deciden cómo y con quién deben gobernarse esos países. Esto es una realidad. Incluso se han llegado a impulsar cambios de gobierno o golpes de Estado en alguno de esos países, como el caso de Irán, donde la CIA y Reino Unido estuvieron detrás del golpe de Estado que derrocó a Mossadeq en los años cincuenta, después de que éste nacionalizara el petróleo iraní, hasta entonces explotado por los británicos.
¿Todo forma parte de lo mismo, del mismo tipo de proceder por parte de Occidente, o hay que estudiar las peculiaridades de cada país?
Cada país tiene sus particularidades. Hay casos muy diferentes. Pero sí hay dos cuestiones en común. Oriente Medio es, junto a África, una de las zonas más vapuleadas históricamente por el colonialismo, y por lo que hoy es el neo-colonialismo. Allí las potencias regionales y las internacionales anteponen los intereses económicos y geo-estratégicos a los de las poblaciones de los diferentes países, que son quienes salen perdiendo. Luego está Israel, que condiciona las políticas de toda la región, porque en pos de mantener su ocupación origina tensiones e incluso conflictos.
Conociendo como conoces la realidad y la historia de Oriente Medio, ¿ves posible un poco de estabilidad allí algún día?
Eso depende de la voluntad de los países implicados y de las potencias internacionales que, a pesar de lo que se diga últimamente, siguen teniendo muchísima influencia en esa región. Yo soy pesimista, porque no veo esa voluntad por ningún lado, y lo que está sucediendo ahora mismo es buena prueba de ello.
Quizá también los occidentales deberíamos hacer más por conocer esas culturas, esos países, más allá de las historias de guerra y odio…
Con respecto a ese supuesto odio entre árabes (o musulmanes) y occidentales, quiero dejar claro que algo que me llama siempre la atención de las poblaciones de estos países es el nivel de hospitalidad que tienen. Vamos, si yo fuera palestina estaría bastante más cabreada que la mayoría de los palestinos. Ellos tratan de vivir sin estar condicionados por la rabia que puede generar toda la situación en la que están inmersos. Hay muchos estereotipos. Para empezar, la gente identifica árabes con musulmanes, cuando también hay árabes cristianos, y eso se nos olvida. Yo, en mi discurso, procuro recordar que lo que la gente de allí quiere es lo mismo que queremos nosotros; un trabajo digno, una vivienda digna… En las revueltas de 2011 era lo que demandaban. Libertad, justicia social, pan, y una vida digna. Porque hay algo que está muy claro; el progreso no se puede dar en sociedades que viven bajo la opresión y la represión, por dictaduras muchas veces apoyadas por nuestros gobiernos. En ese marco de opresión, con unos niveles de analfabetismo enormes, con una pobreza tan abrumadora, no es extraño que surjan ciertos fundamentalismos. Pero hacer una lectura simplista, propia del medievo, presentando a determinadas etnias como bárbaros a los que primero hubo que evangelizar, a los que después, en el siglo XIX, había que civilizar y a los que ahora hay que democratizar… Cuando en los tres casos hablamos de simples excusas para meter baza y poder controlarlos. Esas son lecturas muy racistas. El fundamentalismo o el machismo no es algo exclusivo de una sola etnia o religión, y a la historia me remito. A nuestra propia historia.
Sobre aquellas revueltas de 2011, la Primavera Árabe, escribiste el libro ‘Yo Muero Hoy’ (Debate, 2012). Viviste todo aquello muy de cerca. Han pasado más de dos años y, por ejemplo, Egipto parece estar peor que nunca…
Bueno, en Egipto se ha producido un golpe de estado, mal que le pese a Estados Unidos o a nuestro representante de la Unión Europea en Oriente Medio, Bernardino León, que no quieren llamarlo golpe de estado, que es algo “más complejo”. Hombre, es que los golpes de estado son complejos, le diría yo al señor León. Ha sido derrocado un presidente electo, que podía haber tomado una deriva más o menos autoritaria y que gobernó con múltiples errores, pero hay vías democráticas para tratar de expulsar del poder a los gobiernos. Ahora ese poder está de nuevo en manos de los militares, aunque en realidad nunca lo dejaron del todo. Y aquí volvemos de nuevo a Israel. Egipto es piedra angular en la región. Es el país árabe más poblado del mundo, por su territorio pasa el canal de Suez… y hubo un antes y un después en la región tras la firma de los acuerdos de paz Camp Davis entre Egipto e Israel en 1979. Israel se deshizo de un enemigo como Egipto y a partir de ese momento se sintió más libre para poder seguir llevando a cabo sus políticas de ocupación incumpliendo esos mismos acuerdos de Camp Davis. A partir de ese momento EEUU premió a ambos con una ayuda militar anual. La mayor ayuda militar que EEUU presta en el mundo es a Israel, con tres mil millones de dólares al año; la segunda mayor se la da a los egipcios, mil trescientos millones anuales. Esos mil trescientos millones que salían de Washington hacia El Cairo se han mantenido desde entonces, y cuando, tras la caída de Mubarak, toma el poder la junta militar y comienzan a reprimir a sangre y fuego a los manifestantes, Washington renueva esa ayuda a pesar de todo. El ejército egipcio ha sido siempre garante de la estabilidad con Israel y garante de la seguridad en la frontera entre Israel y la frontera del Sinaí egipcio. Una vez más hay intereses israelíes que priman sobre los de la ciudadanía egipcia. El ejército egipcio vuelve a tener el mando del país, un ejército cuyo único objetivo es velar por la seguridad y entre cuyas prioridades no está satisfacer las demandas de las revueltas de 2011.
La conclusión que extrae uno es que, sea en Oriente Medio, en África o en el norte de México, que también conoces bien, nunca habrá paz ni bienestar. No se va a permitir que las cosas cambien, ni siquiera aquello de “que todo cambie para que todo siga igual”…
Tiene que darse un cambio de correlación de fuerzas, lo cual es bastante complicado. Nosotros no lo veremos, probablemente, pero quizá ocurra tarde o temprano. Hay otras cuestiones al margen de las que hemos hablado y que son más universales. Por ejemplo, en Egipto había una izquierda muy válida, pero que se negó a unirse. No digo que hubieran podido tomar el poder, porque con un ejército que no está dispuesto a ceder pues no habrían tenido mucho margen de maniobra. Pero si hubieran estado unidos habrían servido de contrapeso ante un ejército opresor que consiente ataques contra manifestantes, como hemos visto estos días. Hay movimientos sociales que se niegan a unirse políticamente, que actúan por separado. Por lo tanto, no tienen fuerza. Eso que parece una obviedad, que la unión hace la fuerza, creo que deberíamos tatuárnoslo en la frente los de allá y también los de aquí.
Antes ya ha surgido el nombre de Al Qaeda. Un escéptico profesional no puede por más que preguntarse si Al Qaeda, esa organización terrorista global que urde atentados en docenas de países, no es más un mito que una realidad. ¿Es Al Qaeda el paraguas bajo el que la Casa Blanca quiere reunir a toda una serie de grupos aislados, sin conexión entre sí? ¿Realmente cuentan con esa macro-estructura internacional?
Es que Al Qaeda no es tal cosa. Lo que pasa es que cualquier organización armada, o más o menos armada, que actúa contra unos objetivos determinados puede decir que actúa en nombre de Al Qaeda. Así lo establecieron Bin Laden y sus seguidores: “podéis decir que actuáis en nuestro nombre”. Yo he conocido a organizaciones iraquíes que se han bautizado como el brazo armado de Al Qaeda en tal o cual sitio, cuando nunca han conocido a nadie de Al Qaeda. Al final es un concepto abstracto que por desgracia a menudo sirve de excusa para que en esa “guerra contra el terror” valga todo. Porque sigue habiendo cárceles secretas –además de Guantánamo, que sigue abierta- donde se mantiene secuestrada a gente, sin cargos, sin juicios, sin que nadie sepa dónde están, y se les tortura. Eso sigue ocurriendo a día de hoy. En nombre de la guerra contra el terror se perpetúa el terror.
Y se perpetúa, como decías antes, el fundamentalismo, el odio… Aunque hasta para eso somos hipócritas. Un individuo palestino que se auto-inmola en una calle de Tel Aviv y se lleva por delante a diez personas es un terrorista. Un piloto de las Fuerzas Armadas israelíes que lanza un misil sobre un barrio de Gaza es un héroe de guerra…
Siempre hay que diferenciar el terrorismo de estado, es decir, un terrorismo legitimado por el propio estado y por sus gobernantes, de una acción de un individuo concreto –desde mi punto de vista completamente condenable, pero previsible- al que le han invadido su país, le han quitado su casa y le han matado a gente. Yo en Irak he sido testigo de todo un proceso en muchas personas absolutamente dramático. Gente que había estado encarcelada durante la dictadura de Husein, gente que militaba contra Sadam Husein, que, tras la invasión estadounidense, fueron sacados de sus casas de madrugada, fueron humillados –ellos y sus mujeres-, secuestrados, llevados a una cárcel inmunda, torturados… Yo conozco gente que ha estado en Abu Ghraib. Imagínate las secuelas que deja algo así. Y al ser liberados algunos optan por la vía de las armas.
Nadie puede ponerse en la piel de esas personas y decir: yo jamás me haría terrorista…
Bueno, yo soy pacifista. He vivido muchas guerras y rehúyo la violencia y las armas, porque soy muy consciente de cuáles son sus consecuencias. Pero como periodista tengo la obligación de explicar –que no es lo mismo que justificar- de dónde viene una acción determinada. ‘El hombre mojado no teme la lluvia’, un libro que escribí en 2009 sobre Oriente Medio, más pausado que ‘Yo muero hoy’ y que me gusta especialmente por lo que cuentan sus protagonistas, me sirvió para entender, a través de pequeñas historias, la historia de la zona. Una de esas personas que me prestaron su voz es un hombre al que conozco desde hace mucho tiempo, que estuvo encarcelado por Sadam y que un día, junto con el carnicero de su barrio, con el frutero y con no sé quién más, deciden hacer pequeños ataques a las tropas estadounidenses. Nunca llegan a matar a nadie –o eso me dice él- pero, claro, a uno le habían matado a un hijo, a otro le habían metido en Abu Ghraib, etcétera, etcétera. Hay que saber de dónde parten determinadas decisiones para entender toda una realidad.
Lo que tal vez no comprendan ese frutero o ese carnicero, cegados por la rabia, por la impotencia, es que cualquier acción que lleven a cabo contra Estados Unidos o, en el caso de los palestinos, contra Israel, provocará una respuesta cien veces más brutal. Más muertos, más sufrimiento…
Yo aun te diría más; a Israel le interesa que continúen esas acciones. Les interesa poder justificar su mano dura y la propia ocupación del territorio. Les sirve de coartada para no sentarse a una mesa a negociar, porque sí que hay propuestas de negociación aunque la gente no lo sepa. Eso me lo contó un israelí para ‘El hombre mojado…’. Un israelí cuya hija murió en un atentado de una organización palestina, pero que quiere apostar por la paz. Que entiende que Israel está condenando a la población judía a vivir en guetos y que no hay voluntad alguna por firmar la paz. No les interesa. Mientras tengan menos que perder haciendo la guerra que firmando la paz, Israel seguirá sin firmar los acuerdos. En este escenario, siendo malpensados, podríamos imaginarnos de lo que podrían ser capaces los servicios secretos israelíes para que, en nombre de la guerra contra el terror, Israel perpetúe la ocupación y la discriminación sistemática de toda una población.
Podríamos seguir horas y horas, ¡y días!, hablando sobre Oriente Medio, pero por algo escribes libros, y artículos, y haces documentales, y estás constantemente ojo avizor de todo lo concerniente a estos temas. Dejemos que la gente acuda directamente a ese material en busca de todo lo que quedaría por contar. Hablemos ahora de tu profesión. ¿Dirías que algunos de vosotros sois adictos a la acción, a la adrenalina?
Depende de cada persona. Hay personas que se mueven por eso y otras que no. Yo, desde luego, no me muevo por eso. De hecho tampoco soy muy partidaria de ir justo al foco de lo que llamamos ‘actualidad’, ese concepto absolutamente perverso y que tanto daño hace. A mí me gusta más el periodismo reposado, el periodismo que permita contextualizar, que deje tiempo para comprender, para escuchar, para hablar… y eso creo que es bastante incompatible con la adrenalina. Por otro lado, me preocupa cuando alguien entiende que una guerra te puede provocar adrenalina. Una guerra lo que provoca normalmente es un estrés post-traumático de caballo, e incluso una depresión, y mucho dolor, mucho espanto.
Pero sí tendrás compañeros de esos a los que les va la marcha…
Recuerdo una conferencia a la que me invitaron para hablar de cómo habíamos cubierto la invasión de Irak, porque algunos estuvimos muchos meses allí, y un periodista extranjero soltó: “¡A mí la guerra me la pone dura!”. Bueno, pues que se lo haga mirar. ¡Qué quieres que te diga! (Risas)
¿Y cómo se lleva el regreso a casa tras el horror?
Cuando tenía veintipocos años y volvía de Palestina o Afganistán, las primeras veces era complicado. Para empezar, aquí todo te parece muy limpio, muy silencioso; pero lo que más te hiere es la indiferencia. Lidiar con eso es muy complicado y creo que es algo que le pasa a todos los compañeros, independientemente del carácter de cada uno. Cuando regresé en 2003 de Irak y la Cadena Ser me envió unos meses a Nueva York, fue una etapa difícil. Yo conozco bien Estados Unidos, estudié allí. Me parece un país fabuloso en muchos sentidos y tengo vínculos afectivos importantes con él, pero era complicado vivir en una sociedad que tenía un concepto de lo que estaba sucediendo en Irak que distaba tanto de la realidad. Además, de repente estás en un local estupendo tomando unas copas y te vienen a la cabeza cuestiones muy dramáticas. Es decir, lo que más cuesta es reconciliarte con tu propia sociedad. Aquí estamos muy ajenos a muchas realidades que son las realidades que se viven en buena parte del planeta. Ya no hablo de las guerras, sino de la pobreza y de lo que ésta conlleva.
¿Es posible mantener una cierta distancia ante la barbarie, ante todo lo que está sucediendo a tu alrededor?
Hay gente que opta por no querer ver, pero yo me niego a pasar de puntillas por las realidades que tengo cerca. He conocido a colegas de profesión que nunca van a pisar una morgue o un hospital, y no lo hacen. Para ellos la guerra es hablar de modelos de tanques y de misiles, y me parece muy bien, aunque yo considero que la guerra, como mejor se cuenta, es relatando sus consecuencias. Porque el piloto que aprieta un botón es una parte de la guerra que puede ser interesante contar, pero no hay que dar la espalda a lo otro. Hay quien no sale de los hoteles, y hay quienes sí salen, y ven, y observan. Entre éstos hay algunos que ni sienten ni padecen, o quieren pensar que ni sienten ni padecen, porque ver determinadas cosas acaba pasando factura. Pero eso que se dice de: “bueno, uno es periodista y está haciendo su trabajo; no puede implicarse y tal”… Hombre, ser periodista no significa que no puedas ser humano. Yo, por supuesto, si veo un herido pues dejo la cámara y le ayudo. Quien no lo haga, allá él con su conciencia. Si piensas que eso es ser un buen periodista…
Tú eres una periodista, te juegas la vida para prestar un servicio al resto de la sociedad. No te mereces, además, acabar machacada psicológicamente…
Yo comulgo mucho con lo que decía Kapuscinski, y es que la empatía en nuestro trabajo es fundamental. Necesitas ponerte en la piel de la persona a la que estás entrevistando, entender cómo son las cosas desde su perspectiva. Nada de eso se puede dar si no hay una determinada implicación. Lamentablemente todavía hay una actitud muy colonial, o colonialista, del periodista blanquito occidental que trata a determinados colectivos, determinadas poblaciones, con paternalismo y superioridad, como si fueran medio lelos o los consideraran poco menos que unos salvajes. Esa actitud existe. Cuando en realidad estamos hablando de sociedades con una cultura riquísima de las cuales podemos aprender muchísimas cosas. Yo he aprendido mucho de mucha gente en Irak, en Palestina, en Afganistán o en Egipto. Auténticas lecciones vitales. ¿Eso supone implicarse emocionalmente? Bueno, haces amigos en esos sitios y con ellos te implicas emocionalmente, y lo que les pase o les deje de pasar te afecta, como es lógico. En cuanto a lo psicológico, lo que nos pase a nosotros no es nada comparado con lo que le pasa a los habitantes de esas zonas. Nosotros podemos salir de allí cuando queramos, ellos no. Pero, en mitad de un conflicto, hay una especie de defensa psicológica. Cuando hay peligro o estás rodeada de mucho sufrimiento, pospones duelos. Eso es así. Es el abecé de la psicología. Lo pospones porque en ese momento lo que estás es velando por tu seguridad constantemente y tratando de hacer muy bien tu trabajo. Eso implica no derrumbarte. El duelo es a la vuelta. Aunque es un duelo con ‘facilidades’: llegas aquí, descansas, te vas a la playa, lloras lo que tengas que llorar, y tiras millas. Incluso tienes vías judiciales a las que puedes acudir para denunciar algo que has visto. Si luego esa denuncia llega a algún sitio o no, es otra cuestión. Al menos haces ruido desde el punto de vista mediático y dejas claro que hay ejércitos que matan civiles, como el caso de José Couso, en el que he estado muy implicada, porque fui testigo directo y sobreviví a ese ataque. Aquí lo pudimos denunciar, allí los iraquíes ya tenían bastante con lo que tenían como para encima acudir a los tribunales.
¿Ser mujer afecta a tu trabajo como periodista en esos países donde se respetan muy poco los derechos de las mujeres?
En realidad tiene ventajas. Puedes acceder a los testimonios de mujeres que te van a contar cosas que jamás contarían a un hombre, porque en determinadas sociedades las mujeres, si hablan con un hombre, tienen que hacerlo en presencia de su hermano, o de su marido, con lo cual no van a ser sinceras. Nosotras, las periodistas, hemos podido hacer reportajes muy interesantes incluso sobre la vida sexual de estas mujeres, ver cómo viven, la represión a la que están sometidas… Por lo demás, en general, al ser occidentales como que se nos perdona. Si yo fuera de alguno de esos países me pondrían mil y un obstáculos y padecería el machismo y la represión. Aun así, hay muchas periodistas y muy buenas en Egipto, Irán o incluso Afganistán. Y profesionales de todo tipo. Pero no se habla tanto de ellas. Volviendo a tu pregunta, recuerdo que un integrante del Ministerio de Información iraquí nos dijo a algunas periodistas que había llegado el momento de irnos a “nuestras casas con nuestras madres”. Pero también esos días hubo periodistas occidentales que decían que “eso no iba a ser para mí o para mujeres”.
No entiendo esa discriminación. No vais a cargar sacos de cien kilos para hacer una barricada, vais a contar las mismas cosas que pueden contar ellos. En tu caso, mucho mejor que la mayoría de ellos. Sólo hay que escucharte…
Yo creo que en alguna parte del subconsciente algunos sienten cuestionada su virilidad al ver que una mujer –además de 1’60, como es mi caso- va a cubrir guerras y ellos no… ¡Ahí lo dejo caer! (Risas). Dicho esto, yo he tenido siempre unos compañeros fantásticos, pero sí que te encuentras con alguno que ha elegido mal la profesión y es un militar frustrado o algo así.
Tienes una niña de cuatro años. ¿Cambió su nacimiento la manera en que te tomas tu profesión? Ahora los riesgos que asumas no te afectan sólo a ti…
Yo tengo muy claro que no me la voy a jugar. Estuve en 2011 en Egipto, con las fuerzas de seguridad disparando balas de verdad. Te pasaba una cerca y era como: ¡me cago en su puta madre! Después entré en Libia tomando muchas precauciones. También depende de dónde estés. Si estás en Damasco, o en cualquier sitio donde en ese momento no haya una guerra abierta, el riesgo se reduce. Yo en realidad nunca me he identificado con el concepto de corresponsal de guerra, nunca lo he querido adoptar para mí. De hecho, recuerdo que cuando estábamos en Irak, antes de los bombardeos, había compañeros impacientes porque aquello empezara ya. Yo prefería que no pasara nada y que triunfara la vía diplomática a tener que contar que la guerra había empezado. Prefiero ser corresponsal de paz que de guerra. De todas formas, el nacimiento de mi hija fue algo muy meditado y llegó cuando yo ya había decidido que quería hacer otras cosas, pero tengo compañeros que son padres y eso no ha hecho que cambien su forma de trabajar. En el fondo es una decisión muy personal.
Fue también la época en la que decides dejar la televisión porque llevabas mal eso de que “te cortaran una noticia de relevancia internacional, de un crimen de guerra, para meter otra sobre el nacimiento de un pingüino cojo”…
La televisión es un instrumento que podría ser fabuloso. Se hace muy bien periodismo a través de la televisión, pero, desafortunadamente, ahora mismo en nuestro país no se está apostando por un formato de profundidad, sobre todo en lo que respecta a la actualidad internacional. Hay excepciones, pero es muy, muy difícil. Yo venía de la radio, donde trabajé muchos años, y que es un medio donde cabe todo aunque sea en horas en las que apenas hay oyentes. Aun así, la radio también ha decaído. Es una crisis general de la identidad del periodismo y que viene de antes de la crisis económica. Lo explica muy bien David Simon, que primero fue periodista y más tarde guionista de ‘The Wire’: hubo un antes y un después en el periodismo marcado por el momento en que los grandes medios entraron en bolsa. En el momento en que el mercado financiero entra a saco en las empresas periodísticas, todo cambia. Antes teníamos empresarios que buscaban un beneficio económico pero que entendían que había que hacer buen periodismo. Ahora se ha implantado el ‘todo vale’ y lo que menos importa es la información entendida como un servicio público, que es como hay que entenderla, siendo como es uno de los pilares básicos de la sociedad. Una sociedad mal informada es una sociedad fácilmente manipulable. No obstante, gracias a internet, se está pudiendo hacer periodismo independiente y riguroso sin necesidad de depender del poder financiero, porque en internet todo es mucho más barato.
¿No crees que la depauperación del periodismo llega también por parte de los propios periodistas? Señores licenciados en Ciencias de la Comunicación que no saben escribir, no saben hablar, no tienen inquietud alguna… ¿Menos título y más práctica?
Más práctica y más ser consciente de que hay que estudiar mucho, leer mucho, y que nunca se termina de ser periodista. Esta es una profesión en la que tienes que estar aprendiendo y poniéndote las pilas continuamente. Sobre todo tiene que ser una profesión que no la elijas por las razones equivocadas, como esos chavales que a veces me encuentro cuando voy a dar charlas a las universidades que lo que quieren es ser famosos y salir por la tele. Algo así ya deforma el concepto y la esencia de esta profesión. Para ser periodista hay que amar el conocimiento.
¿Y qué hay de la sociedad? Tal vez se prefiera ver al pingüino cojo ese tan gracioso antes que un reportaje en profundidad sobre el conflicto sirio…
Ahí hay una serie de responsabilidades conjuntas, y creo que la responsabilidad mayor es de los que ofrecen la información. Para empezar, los canales de televisión obtienen sus licencias con el compromiso de ofrecer espacios informativos. La información es un derecho básico de las sociedades, y así está contemplado en la Constitución. Entonces, hay que apostar por la información; por una información de calidad que no sea aburrida. En su lugar se está apostando por el info-entretenimiento, o por la basura en muchos casos, y por una información que cada vez es de menos calidad, porque en esta carrera de la que hablábamos hacia el enriquecimiento inmediato, en este cambio de identidad del periodismo, se están recortando presupuestos, se están cerrando corresponsalías o prescindiendo del enviado especial, y se está dejando de lado el periodismo de investigación. Y somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos también la obligación de exigir esa información de calidad; no ver aquello que nos ofrece basura, no seguir alimentándola. Esa es la responsabilidad de la sociedad. Pero la responsabilidad mayor recae en los medios de comunicación, que nadie se equivoque.
Después de oírte hablar de forma tan apasionada sobre los temas que más te ‘afectan’, me surge esta última duda: ¿en ti pesa más la activista o la periodista? ¿la persona comprometida con una serie de causas o la mera informadora?
Yo no me considero activista. Yo soy una periodista con un compromiso básico por los derechos humanos, un compromiso que, por otro lado, pienso que cualquier periodista debe tener. Esto a determinados lobbys les puede parecer todo un activismo, pero yo espero poder seguir con ese compromiso hasta el final de los días. Denunciar, denuncié. Si alguien entiende que el compromiso con los derechos humanos es activismo, pues sí, también soy activista.
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