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Miguel Martínez: “El quid del libro no es tanto el fracaso en sí, sino cómo lo negociamos”
La editorial 66 rpm ha publicado La mitad de lo que quisimos ser, debut literario del periodista musical Miguel Martínez, uno de esos libros de los que se puede escribir, sin temor a errar, que es un título realmente diferente por el qué y el cómo. Este conjunto de piezas cortas bascula entre la ficción y el retrato social –para lo que Martínez demuestra especial pericia- entremezclados con reflexiones en torno a una selección de canciones que ilustra o refuerza la musculatura de cada relato. En La mitad de lo que quisimos ser su autor señala hacia aquellos territorios poco nombrados o invocados, hacia los que no solemos dirigir nuestra mirada, geografías ásperas que Martínez habita con un ramillete de personajes de corte desheredado y cuya única salida parece ser la cara menos amable de la realidad en la que siempre se termina perdiendo.
¿Qué es lo que te lleva a escribir La mitad de lo que quisimos ser? ¿Hay alguna idea –relato, canción, imagen- manantial, de la que todo nace?
No hay un primer relato ni una primera canción. Surge de una sucesión de historias que se van acumulando, vistas y escuchadas, en primera o en tercera persona, y que se te meten en el disco duro de la cabeza. Llega un momento en que este, el disco duro, te grita « ¡Haz algo con esto o lo tiro a la papelera!». Amigos y conocidos también te van comentando cosas en plan «escribe ya algo». Total que un día, zas, les haces caso y empiezas a poner en negro sobre blanco todo eso.
¿Qué te concede la literatura que no encuentras en la música?
No veo mucha diferencia alimenticia cuando ambas son buenas. Salvo que en los últimos años van saliendo mejores libros que discos. O así lo percibo. Le preguntaron a Bruce Springsteen hace unos cuantos años por su mayor fuente de inspiración actual y nombró al escritor Philip Roth. Esa es su last rock star, que cantaba Elliott Murphy, y no me extraña. Dicho lo cual, la literatura tiene una conexión, y te conecta, con la paciencia, y eso es algo que siempre viene bien en estos tiempos.
¿Y qué esperas que te sume o aporte La mitad de lo que quisimos ser?
La intención es que aporte algo a quien paga por comprarlo y leerlo. Que esa persona encuentre ahí alguna clave, transversal, oculta, de la manera que sea, de sí mismo o del prójimo.
La estructura sobre la que se apoya La mitad de lo que quisimos ser es singular. Una pieza corta da paso a una reflexión en torno a una canción, canción que guarda relación con el asunto central del relato narrado. ¿Por qué te inclinas por contar el libro de esta manera?
Me muevo (laboralmente) en el mundo musical. Y me hizo gracia trazar en el libro esa relación entre realidad cotidiana y/o doméstica -o relato con los pies en la tierra- y algunas canciones, de manera que estas redimensionaran el relato, le añadieran algún punto de vista, ejercieran de hermanas mellizas de la historia que acompañan… La música popular cumplía una función social antes de convertirse en lo que se ha convertido. Explicaba a la gente la realidad en plan descriptivo -no siempre ha habido radio y televisión, claro, no digamos ya internet, etcétera-, pero también servía para que el personal tuviera en las canciones una luz. Hacían de faros y linternas. En el libro intento que se perciba eso: tras cada historia, una canción que alumbra esa historia.
Y en relación con esto, ¿cómo seleccionas las canciones que conforman el libro?
Primero han sido los relatos. Luego las canciones. Tras el relato me han venido a la cabeza canciones que hablan de ese tema, o que lo redimensionan, o que le dan la vuelta, o que de una manera u otra lo expanden. Pero primero han estado los relatos, las historias. Los hechos.
¿Se ha quedado alguna canción o artista fuera del andamiaje del libro?
Sí, claro. Estos días, con la muerte de James Gandolfini, he recordado que estuve tentado de meter “Don’t Stop Believin’” de Journey, el tema que suena en el final de Los Soprano, pero no lo hice. Pero bueno, ya que no están todas las que son, creo que sí son todas las que están. En sintonía con el título del libro, asumo que era inevitable que aparecieran la mitad de las que quise poner.
¿Qué autores has leído durante el proceso de producción de obra?
Varios en general, pero ninguno en particular en el sentido de «ese me marcó a la hora de…». Aunque si quieres un nombre, dejaría constancia de Donald Ray Pollock y su Knockemstiff.
Es difícil quedarse con un elemento que destaque de entre la poética del libro, quizá la relación entre identidad/memoria y el fracaso se presenten como temas centrales. Hablemos de lo primero; identidad por ese modo singular de escudriñar la realidad -a través del ejercicio de la palabra- modo que cuestiona al individuo contemporáneo. Y memoria por el empleo tan eficaz que haces de la cultura popular, de su símbolos. ¿Qué fue antes en La mitad de lo que quisimos ser, una preocupación por el acontecer o el reflejo de la cultura popular en nuestro tiempo?
Si tengo que elegir, diría que una preocupación por el acontecer. Es un término más absoluto que lo del reflejo de la cultura popular en nuestro tiempo. Y en los relatos he querido que, aunque disfrazados de cotidianidad, se note el golpe de lo absoluto. Piensa que el libro va de mitades, que es como decir de ausencias y de carencias. De fracasos. Y el lenguaje en ese sentido es muy claro: del éxito se suele decir que es relativo, pero del fracaso que es absoluto. Gonzalo Hidalgo Bayal lo explica muy bien en un pasaje de su muy buen libro El espíritu áspero. Un libro absoluto.
Y el fracaso, ¿motor narrativo de La mitad de lo que quisimos ser? ¿Principio o fin?
Como te decía en la pregunta anterior, el fracaso podría ser visto como un hilo conductor. Todos fracasamos. El águila real fracasa un montón de veces cuando caza -nos lo enseñó Félix Rodríguez de la Fuente- y es una de las aves más dotadas para ello. Y así sucesivamente. Sin fracaso no hay éxito. De todas formas, el quid de la cuestión en el libro no es tanto el fracaso en sí, o las mitades que no tenemos, sino cómo negociamos con eso, si sabemos sobrellevarlo, sobreponernos o, por el contrario, si es la piedra atada al pie que nos hunde en el río de la vida. Y, como decía Rafael El Gallo, hay gente pa’ tó; en algunos capítulos sale gente que flota, en otros gente que nada y en varios los protagonistas ven como el cuello se les empieza a ir hacia abajo. La vida misma.
El relato que encabeza –y da nombre- al libro no concede respiro alguno al lector, tanto en lo formal como en lo argumental; lo apabulla con una prosa desbocada pero medida, con una realidad tan bien enfocada que quema. Dos preguntas en relación con este primer texto: ¿qué esperas de la realidad, del acontecer, en esa otra mitad, en la no vivida? ¿Es Barcelona ese escenario literario eterno, al que siempre recurrir?
No espero nada. Si algo no ha sido vivido ¿qué voy a esperar de eso? Claro que yo no soy muy fan de la Ciencia Ficción, de manera que igual es más una negación mía de esa posibilidad, mientras que habrá gente que tal vez sí se lo pasa muy bien imaginándose su mitad no vivida, o viviendo en ella a través de la imaginación. Fantasía lo llaman. De eso viven las telenovelas y la prensa rosa. Sobre lo de Barcelona: es un gran plató, toda gran ciudad lo es. Pero Donald Ray Pollock, a quien he citado en una respuesta anterior, ha sacado petróleo literario de su pequeño pueblo, Knockemstiff. Así que no es tanto la ciudad, sino el que la mira y de qué manera la mira.
El ramillete de personajes que habita por entre las páginas del libro es magistral. Retrato perfecto de un espacio y un tiempo. ¿Hay más de ficción literaria o de lealtad al acontecer?
Depende del caso. Algunos son más leales, otros más ficticios. Eso sí, la ficción, o la literatura, aun cuando tiene más peso, he tratado de hacerla invisible, que pase inadvertida. El tema no es tanto escribir en plan «soy un cámara de la hostia y mira qué plano secuencia me marco en plan Sed de mal», sino hacerlo en el de “Lo que el ojo no ve”, ese espacio del programa televisivo sobre fútbol El día después. Se trata de que las frases te hagan ver cosas que tienes delante, en la página que estás leyendo o en tu día a día, e igual no habías visto. O las habías visto con otros ojos. De manera que un empacho de literatura, o de ficción, podría desviar la atención del lector.
Eres un agente fundamental dentro del entramado de la escena nacional musical. ¿Cómo ha evolucionado desde que comenzaras en este negociado?
Buf, ya me gustaría a mí ser fundamental. Soy uno que anda por ahí. La evolución es la que más o menos vemos todos: muchos árboles han caído, algunos han brotado, por aquí y por allá hay unos cuantos que resisten, tres o cuatro se han hecho muy grandes y no dejan agua para los demás, etc. Son tiempos confusos y todo va, no solo cambiando de dirección o zigzagueando, que es algo que te despista y te obliga a no perder la concentración, sino que va muy deprisa. Atletismo musical.
Desde tu punto de vista, ¿por qué tienen tan poca repercusión los libros sobre música o títulos en los que la música aparece como motor?
En España, evidentemente, eso pasa porque la música es un tema menor. Un asunto visto como entretenimiento de usar y tirar. En ese tema -y en varios más, claro- somos muy del montón.
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