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J. S. de Montfort: “No me gustan las narraciones que no están ancladas en un lugar”
Hasta ahora, J.S. de Montfort (Castellón, 1977) era conocido sobre todo por su labor crítica. Hablamos, no obstante, de un crítico con una propuesta, por así decirlo, extraña y casi anacrónica en los tiempos de la blogosfera literaria.Digamos que nunca le ha interesado con quién se acostaba el cadáver sino que simplemente se limitaba realizar el examen del cuerpo textual… una rara avis, un verdadero teórico de la literatura preocupado siempre por la obra y nunca por el cotilleo asociado. Un auténtico submarinista del fenómeno literario, pero el problema de los submarinistas es que están tan acostumbrados a las profundidades, a respirar en presiones atmosféricas distintas y complejas que, a veces, cuando vuelven a la superficie su propia obra literaria suele tender a lo críptico corriendo el riesgo de resultar un tanto inaccesible. Tras leer Fin de fiestas (Suburbano, 2014), no creo que sea el caso de Montfort que —sin llegar a ponérselo en absoluto fácil— nunca llega a perder de vista al lector en este conjunto de relatos tan minimalistas como contundentes y, quizá, sea esa la mayor virtud de un autor fajado en todas las cuerdas que forman el ring de la Teoría Literaria. Probablemente no haya nada como conocer a fondo la Literatura para poder despojarla de todo lo superfluo y decantar su esencia; algo así es lo que J. S de Montfort nos ofrece en Fin de fiestas.
Fin de fiestas se presenta como “falsa novela” o “colección de relatos interconectados”. Un género híbrido que personalmente me resulta muy interesante quizá porque no sea demasiado habitual, supongo que los editores quieren tener claro qué es lo que presentan al público pero, como autor, ¿qué ventajas ofrece esta solución intermedia?
Para ser honestos, la forma del libro me ha planteado algunos problemas que no creo que hubiesen emergido de haber optado por una estructura novelesca más convencional. El primero es la cuestión de la polifonía. Enseguida me di cuenta de que una novela río sería magnífica para explorar conflictos de largo recorrido, que si me ceñía a un estilo perspectivista podría ofrecer al lector muchas versiones de un mismo conflicto. Sin embargo, sentía que con ello se dotaba a la historia de una trascendencia que se oponía a mi interés, y que era el de ofrecer una especie de “apunte al natural”. El problema con el que me encontré entonces es que no quería un libro de espacios, pero tampoco un libro de personajes. Así, el dilema era encontrar un modo para que hubiese muchos personajes y que, al mismo tiempo, habitasen un espacio compartido, pero no exactamente el mismo. Quería huir de cualquier tipo de jerarquización. Quería que se percibiese una sensación como de “vida en marcha”. La solución fue crear pequeñas mónadas autosuficientes, que fuesen orgánicas (esto es, relatos autoconclusivos), pero que, a la vez, juntos, pudieran concretar la idea de un espacio activo y generasen una tensión de fuerzas emocionales. Para garantizar esto último, me di cuenta de que había que dotar al conjunto de una cierta complejidad estilística (también para que no resultase aburrido), y así la digresión se habría de mezclar con el recuerdo, también con los deseos y anhelos y, con las acciones en tiempo real. Opté por invisibilizar los lazos al máximo y dejé solo los que me parecieron estrictamente necesarios para que operasen como entes cohesionadores del relato total. La gran ventaja que se desprende de esto modo de proceder es, a mi juicio, que se le deja al lector mucho espacio “habitable”. Con ello, se consigue, espero, que el lector se introduzca de una manera intuitiva en el espacio narrado, y que camine junto a los personajes, como una especie de flâneur textual. La agrupación de los diferentes relatos en estaciones es un modo paratextual que, pienso, ayuda a que el lector note esa cadencia natural del paso del tiempo. La mayor ventaja es que se lee con sencillez, fácilmente. Y que se pueda leer todo el libro de una vez, sin pausas, lo que permite que no se diluya el efecto de conjunto y que se aprehenda totalmente, sin cesuras. Una cosa que puedo decirte es que, para mí sorpresa, el libro se ordenó solo. Llegó un momento en el que supe que eso es todo lo que debía y se podía decir sobre el tema. O sea, que una vez tomadas las decisiones sobre la construcción formal, todo fue como la seda.
Háblame de la génesis del proyecto, ¿tenías en mente esas conexiones desde el principio o los hipervínculos entre los relatos fueron surgiendo de manera causal y/o casual?
El libro surge de un recuerdo de hace quince o dieciséis años, y de un deseo. El lugar es una playa de Benicàssim que se llama la playa del Torreón, un lugar de veraneo que en invierno está casi completamente vacío. Y el deseo era el de ser escritor. Por aquella época yo estaba matriculado en la universidad (pero no iba nunca a clase) y pasé muchas noches en ese lugar, sobre todo noches de invierno. Noches frías, lo recuerdo (mis recuerdos de esa época son fundamentalmente recuerdos gélidos) en las que iba con mi coche allá y deseaba con todas mis fuerzas ser escritor. Yo escribía, por supuesto, y desde hacía ya algunos años, pero de una manera silvestre, indisciplinada, romántica. Iba a aquella playa cada noche, muchas noches seguidas, porque pensaba que aquella soledad me sería beneficiosa. Mi sueño era que se me daba la oportunidad de habitar uno de los apartamentos de la avenida Bernat Artolá, los de primera línea, los que miran al mar mediterráneo y que allí me convertía en escritor, que allí escribiría finalmente mi libro, pensaba. Fin de fiestas es la materialización -en la distancia- de ese deseo (a pesar de que no es el primer libro que he escrito).
Desde el principio tenía claras dos cosas: que mi intención era la de representar los aledaños de esa playa, y que la función de cada una de las historias debía ser la de contribuir a expresar un estado de ánimo, un sentimiento vinculado íntimamente al lugar en el que se produce. Por eso era importante que los personajes se fueran deslizando por un mismo paisaje, y por eso era importante también que existiesen vínculos entre la constelación de personajes que aparecen en el libro. Pero, sobre todo, me parecía irrenunciable respetar una temporalidad estricta. Mi voluntad era, pues, la de hacer un corte (al modo geológico) en el tiempo y en el espacio y decidí que el libro sería la transcripción de un año. Y luego estaba la cuestión de los rockers: yo era rocker en aquella época, yo llevaba tupé entonces. Pero hablar desde el pasado me parecía falsear la verdad, así que opté por situarme en el presente. Hay una rara sensación de hermandad en ciertas tribus urbanas que siempre me ha parecido muy interesante. Me apetecía reflexionar sobre ello, inmiscuirme en la vida de esos personajes.
Insisto en considerar que se trata de un formato desaprovechado, me refiero a que probablemente haya un gran nicho de los lectores a los que se les atraganten las novelas largas y que, sin embargo, las colecciones de relatos dispersos les sepan a poco, ¿compartes esta idea?
Como lector, prefiero las colecciones de cuentos unitarias. Bien porque hablan de unos mismos personajes o bien porque suponen la exploración de un tema específico. Me resulta muy placentera la lectura de libros que han sido concebidos como tales, que se ciñen a una estructura y que cumplen un propósito muy claro. Aunque no me importa si la forma que toman es de naturaleza miscelánea. Tampoco me importa si un libro está construido a base de nouvelles. Pero sí, con mucho, soy más partidario del tipo de obra conceptual, la que responde a una idea única y la que te obliga, de alguna manera, a avanzar en la lectura. Ese tipo de libros que son una promesa. Obras que solo comprendidas en su conjunto son capaces de manifestar toda su potencialidad evocadora.
Y ya que me has abierto el apetito, ¿qué títulos, con similar mestizaje genérico, recomendarías?, ¿alguno con particular ascendencia sobre Fin de fiestas?
A mí me gusta mucho un libro de un autor americano que se llama Barrett Hatchcock. El título del conjunto de relatos es The portable son (no está traducido al castellano). Todos los textos están protagonizados por un mismo personaje y lo acompañamos a lo largo de los años. Pero también me interesa especialmente lo que hace Junot Díaz, con sus libros de relatos protagonizados por un patán dominicano llamado Junior. Y luego hay una suerte de libros de relatos que son una compilación heterogénea de textos, pero que están fuertemente vinculados por una especie como de estribillo o fraseo común, repetitivo; funcionan al modo de las variaciones musicales, por así decir. Es el caso de Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, del boliviano Maximiliano Barrientos o Los días más felices, de otro boliviano, Rodrigo Hasbún. Y un tercer libro que podría mencionarte y que participa de este tipo de construcción narrativa es Vacaciones Permanentes, de Liliana Colanzi, que es también casualmente boliviana. Caray, no había caído en la cuenta de esta conexión boliviana…
Respecto a tu pregunta sobre un posible origen remoto de Fin de fiestas, no sabría decirte. Puede que proceda de algo tan difuso como la idea del locus amoenus y de las novelas pastoriles (que a mí me gustan mucho). Claro que ese lugar edénico de mi recuerdo y que es el motor del libro se habría convertido en un lugar más o menos inhabitable, poco propicio, en cualquier caso, para el solaz, los enamoramientos, la belleza de la poesía. Respondiendo de la manera más clara que soy capaz a tu pregunta te diría que no ha habido una influencia consciente, que no trabajé con ninguna referencia clara en mi mente, sino que fui haciendo y ya. Creo que lo peor que puede hacer un escritor es demorarse en exceso en ese preámbulo del pensamiento y de la toma de decisiones. Hay que arrancar lo más pronto posible, y luego ir viendo sobre la marcha.
Te diré que durante la lectura me venían a la cabeza recurrentemente Los confidentes de Bret Easton Ellis; también una colección de relatos que acaba conformándose en casi una novela mediante la que se radiografía una generación de veinteañeros en un momento y un lugar determinados —la jet set de Los Ángeles a finales de los 80—. En Fin de fiestas pones el foco sobre los distintos estratos de la clase media levantina, casi todos treintañeros a los que parece que la vida comienza a derrotar. ¿Era esa la intención, hacerle la última radiografía a esa clase media tal y como la conocíamos?
No me gustan las narraciones que no están ancladas en un lugar, que no hablan de un tiempo preciso. Me gusta saber los nombres de las calles, de los bares, de las iglesias o los hospitales, los periódicos, etc. Por ello, tenía muy claro que quería hablar de una gente y de un lugar muy concretos, y de cómo son y fueron. No solo para hacérselo comprensible al lector (pero no por la vía del discurso, sino emocionalmente), sino también para entenderlo yo mismo. En ese sentido, si hay una radiografía posible es la que revela los huesos de un esqueleto que o es casi mío o se me parece mucho. Más que una investigación sociológica buscaba reflejar un entorno que propicia el que se den relaciones afectivas poco sinceras, que invita a la fanfarronería y que tiene poca capacidad de auto-crítica.
Otro título que podría situarse en esas mismas coordenadas es El hombre que inventó Manhattan de Ray Loriga y, precisamente, Loriga describe el tono de su última novela —Za, Za, emperador de Ibiza— como “esa sensación de fin de fiesta, de resaca…”, ¿casualidad o constatación de una tendencia mediante la que los autores comenzáis a enfrentaros al material literario deparado por el estallido de las burbujas y el desmantelamiento del estado del bienestar como quien recoge en la playa los restos del naufragio?
Tienes toda la razón al vincular Fin de fiestas con la narrativa breve de Ray Loriga. Intuyo, no obstante, que la semejanza proviene de una influencia compartida: John Dos Passos. No he leído Za, Za pero me parece que Loriga trabaja la idea de la resaca desde el humor, al modo de la fábula. Es decir, que hay una cierta hipérbole y una voluntad de delirio y disparate; vaya, que si no me equivoco, busca un estilo de filiación más valleinclanesca. En mi caso, el propio título no quiere ser metafórico. Y, de hecho, se pretende que la propia forma del libro sea sinestésica y no que sirva como símbolo, sino que sea literal (lo más literal posible). Porque ese estado de fiesta que, desde el comienzo, ya anuncia su final, me parece que define muy bien el carácter levantino. Así, te habrás dado cuenta de que no hay una sensación de nostalgia en el libro, ni siquiera de una leve melancolía. Es algo más bien rutinario. Una suma de periodos cíclicos. Hay tristeza, claro, pero no tragedia, ni drama. Todo es eventual y efímero. Y, así, el final de la fiesta no se traduce en amargura, más bien se percibe como la certeza de que vendrá una nueva fiesta. Un final solo anuncia muchos más finales.
Y esta idea del fin de fiestas es muy fructífera si la aplicamos al ritmo normal de la vida. Esa presencia constante de las fiestas patronales gobierna el estado de ánimo de las gentes de provincias. Y ello porque en las fiestas populares se borran todas las jerarquías, las marcas sociales; caen todas las barreras invisibles. Si hay algo que sostiene, de hecho, la concordia social en las ciudades de provincias es justamente eso. Que llegadas las fiestas todos beben con todos, todos charlan con todos. Se crea una sensación de pertenencia brutal. Y esa falsa armonía es la que, a mi entender, se ha roto. Respondiendo a tu pregunta, te diré que sí, que la fractura de la burbuja especulativa ha provocado, especialmente en Levante, que se vuelvan a levantar esas marcas diferenciadoras de clase. Diría, pues, que la alegría ya no es compartida y que sí, que la fiesta ya no es una forma liviana de disfrute, sino un pasajero alivio e incluso una tortura para determinada gente que se ve desplazada, por no poder salir a cenar fuera o a tomarse unas copas a un bar.
En lo que respecta a la narrativa española contemporánea, me parece que sí que hay un interés, no sé si tendencia, de los autores jóvenes a tratar asuntos sociales, políticos, económicos. O, cuando menos, a dejar que aparezcan en sus tramas, aunque sea como telón de fondo, de manera natural. En este sentido, Marta Sanz acaba de publicar una suerte de manifiesto titulado No tan incendiario (Periférica, 2014), que va en esa línea, la de certificar la defunción del post-postmodernismo y que trata de pensar de qué modo política y literatura podrían hermanarse de una manera efectiva (y estética).
El fuego como símbolo es recurrente a lo largo de toda la lectura, podríamos hablar de una hoguera que se apaga o, como se ha definido, “una mascletá que decrece”. La alegoría me parece tan atinada con el tono general como arriesgada en cuanto a la disposición de los relatos. ¿Cómo esperas que los lectores se enfrenten a este planteamiento tan marcadamente anticlimático?
Cuando di por finalizado el libro y lo releí de una vez, todo de seguido, pensé algo parecido, me dije: caray, va a haber gente que se sienta decepcionada con ese final. Pero sabía que la forma debe ser indisoluble del contenido. Así es como funciona una mascletá. No sé si has presenciado alguna, pero es un espectáculo formidable. Tiene una parte central estruendosa y loca que acaba con un momento álgido. Y luego, pum, dos petardazos y se acabó. Hay algunos pirotécnicos que hacen tres (tres petardazos finales), como para avisar a la gente; pero eso es de cobardes. Y también hay quien solo uno o acaso ninguno. A mí me gusta cuando se hacen dos. Porque así el efecto que se consigue es más desconcertante y, además, permite que se le dé más importancia al eco del ruido que se queda latente, en el ánimo, en los oídos, en la carne. Porque después de una mascletá todo es memoria del ruido. En fin, la parte final de Fin de fiestas, ‘El largo otoño’, trata de reproducir esa sensación de final de mascletá, Te agradezco tus palabras y que pienses que el resultado sea satisfactorio.
Lo que me gustaría es que sirviese ese final quebrado para que en el ánimo del lector lo que queden sean los ecos del ruido que han venido haciendo los diferentes personajes. Y luego hay otra cosa que me gustaría mencionar, y es que, de alguna manera, ese final abrupto funciona como homenaje indirecto a la nouvelle vague. En muchas de estas películas el director funde a negro (o ni eso) y pone la palabra fin, y sanseacabó. Me di cuenta de que, con ello, se reforzaba la idea de corte longitudinal, de tijeretazo. Y me pareció bien.
Probablemente el mayor misterio de Fin de Fiestas sea ‘La desaparición de Mari Nieves’ que da título al segundo de los relatos para expandirse luego por el resto. Siguiendo con la alegoría del fuego, permíteme la boutade, ¿es Mari Nieves el equivalente al humo negro de Lost? No, en serio, evitemos los spoilers, pero me gustaría profundizar en los orígenes y la intención de esta trama en concreto.
No puedo contestarte sobre la analogía con Lost, porque es una serie que no he seguido; no soy muy de series televisivas. Lost comencé a verla cuando la echaban en la segunda cadena y prácticamente nadie la conocía. Pero no sé qué pasó, que comenzaron a cambiar los días de emisión o que yo le perdí el interés. Y luego ya vino el boom y… en fin, que no sé. La función que cumple la trama secundaria de Mari Nieves es doble. De un lado es una crítica al periodismo de actualidad que pierde interés en una noticia cuando ya no hay más datos que aportar, y se olvida del análisis o la investigación. Simplemente publicita un hecho, lo consume y corre a buscar otro nuevo (te confesaré que yo trabajé en ese periódico que se menciona en el libro, el Periódico Mediterráneo, así que no tengo las manos limpias del todo) De otro lado, me servía como ejemplo particular de esos mitos locales de difícil explicación, o de explicación que no se quiere saber o decir. En las ciudades de provincias hay mucho de esto, de personajes cuya historia se sabe, se intuye o presiente, pero de la que no se habla. Son como sombras, o fantasmas, son seres que conectan con lo más truculento del ser humano y de los que nadie quiere hablar. Y es que, de alguna manera, son individuos que no quieren formar parte de ese relato que la comunidad construye, que no quieren ser parte de esa fiesta. Mari Nieves me servía como símbolo de ese tipo de personas.
Déjame un segundo que te busque una cita de Pierre Bergounioux que habla de esto. A ver, aquí. Sí, mira, en El río de las edades (Días Contados, 2012) escribe: “los hombres […] vueltos hacia el exterior, en vez de intentar conocerse mejor, te incorporan, sin acuerdo tuyo, al texto que creaban ellos por su cuenta. Les proporcionabas un personaje menor, una reflexión de orden general y, muy probablemente, nada grata, cuya mezquindad y acritud notabas en correspondencia”. En definitiva, que Mari Nieves me servía para hablar de los individuos que no quieren ser leídos como parte de esa colectividad que borra sus marcas y que bebe y ríe y baila en fraternidad, construyendo una omnipresente tercera persona.
Otra sensación que se desprende a lo largo de la lectura es la de que, más allá de lo que en cada momento focalice la narración, constantemente están sucediendo cosas fuera de plano; a veces escenas desenfocadas, otras veces pequeños detalles que, no obstante, parecen funcionar como piezas de puzzle que, de algún modo, sirven para completar las instantáneas reflejadas en el resto de los relatos. Doy por hecho que se trata de un recurso premeditado así que, dime, ¿Cuántas relecturas consideras que son necesarias para encontrar todas las piezas?
A mí me interesaba presentar una realidad compleja de la manera más sencilla posible. Y, de ahí, que recurriese a una vibración constante, la del ruido de la vida que sucede al lado de los personajes y que les afecta de una u otra manera (aunque no sean consciente de ello). El borramiento de los lazos entre los personajes, o su estilización, responde a esta voluntad. Y la focalización quiere servir de guía para no perderse en la lectura. Es como cuando vas caminando por la calle con alguien, y ese alguien te está hablando, pero al mismo tiempo te cruzas con gente, y la gente te mira, o te dice cosas, o te ignora y, además, imaginemos que es una calle donde hay peatones, pero también coches, motos, patinetes, qué sé yo… montones de estímulos. Lo lógico es que prestes atención a la conversación de la persona que te acompaña, pero puedes perfectamente estar pendiente de otras cosas. La idea era básicamente esa. Que tengas una guía de lectura, pero que mires donde más te apetezca.
Para mi sorpresa, y esto supongo que viene a evidenciar lo que dices, en una de las últimas lecturas que hice del libro, para preparar la publicación, me di cuenta de que el libro me atraía, de que estaba vivo, de que no recordaba las palabras justas (y esto es algo que me pasa con mis otras novelas, por ejemplo, que las recuerdo de memoria, palabra a palabra, frase a frase, de haberlas leído tanto). Con Fin de fiestas me ocurrió que veía cosas distintas, matices, insinuaciones, etc. En definitiva, que leída una vez es suficiente para que te hagas una idea cabal de los personajes. Leída más veces, por supuesto, proporcionará más deleite al lector, pues será capaz de encontrar muchos otros vínculos secretos. Lo que te puedo decir por mi experiencia es que es un libro que he leído bastantes veces y siempre me ha parecido un libro nuevo, lleno de vida. Y eso me llena de satisfacción, el saber que es un libro que está escrito en sus propios términos.
La mayor parte de los personajes comparten el vínculo de haber pertenecido a la banda de rockers La Tremenda Crew United y el contraste entre sus distintas evoluciones es uno de los aspectos más interesantes de Fin de fiestas. Unos parecen haber seguido el itinerario lógico que implica la madurez pero sin embargo parecen más cansados y vacíos que los que, como Asier, se han convertido en una suerte de parias. Es como si haber conseguido las vacuas metas impuestas por la sociedad los hubiese sumido en la apatía y el hastío. La tensión entre ambas posturas se hace patente en la magnífica escena final así que, recuperando la clásica dicotomía de Umberto Eco, ¿podríamos hablar de una especie de dialéctica narrativa entre ‘integrados’ y ‘apocalípticos’?
Es muy inteligente tu apreciación, Marcelo, y ya la cita que abre Fin de fiestas habla de eso. La de María Zambrano, al decir que: “La dispersión es el amor frustrado, el afán de trascender frustrado también”. Los personajes más “integrados”, por seguir con tu formulación, parecen perder algo de fuelle, y su actitud vital es más comedida. En mi opinión esto no se debe a que la pasión juvenil se les haya agotado o haya perecido por culpa de su integración en el mundo adulto, o no solo por esa razón. Debe haber, en mi opinión, una nueva forma de pasión adulta, solo que exige un aprendizaje, un empeño y una perseverancia (y no todo el mundo está dispuesto a hacer ese esfuerzo; de hecho es algo más bien raro de ver y apenas hay algunas sombras de ello en Fin de fiestas). Pero sí que es verdad que los “integrados” tienen una vida más ordenada y menos loca. Más anclada. El caso de Asier es todo lo contrario, pues tiene un ego desbocado, ingobernable. Y una dispersión casi de lunático. Pero quizá eso sea porque sus energías no encuentran una vía constructiva. En mi opinión, una actitud inteligente para la vida adulta sería la que mezcla la pasión con la disciplina, el trabajo con una cierta locura vital. Pero ya digo, no hay mucho de esto en Fin de fiestas; tampoco en Levante.
¿De los doce relatos que constituyen Fin de fiestas, hay alguno que te resulte particularmente significativo o al que le tengas un cariño especial? Si te mojas, yo también te diré cuál es mi preferido.
Lídice y el pez rojo, sin la menor duda. Es el que más trabajo me ha costado y, en mi opinión, el mejor del conjunto. Hace por lo menos siete u ocho años que vengo intentando escribir un relato sobre esa temática y he escrito decenas de variaciones hasta que he conseguido, por fin, dar con la versión definitiva.
Pues estamos de acuerdo, ‘Lídice y el pez rojo’ me resulta también el relato más contundente. Tanto que casi trasciende el conjunto adquiriendo una dimensión propia quizá porque frente a ese afán de fotografiar ‘el ritmo de la vida” del que has hablado, éste relato se mueve en unas coordenadas mucho más psicológicas funcionando casi como contrapunto…
Sí, es verdad. Es el que más desarrollo tiene. En él, más que instantes, se puede ver ese proceso paulatino de degradación del amor. Me siento muy satisfecho de este relato.
Y ya que hemos hablado de mascletás y fiestas levantinas, para finalizar, querría preguntarte por tus próximos proyectos, ¿qué ninots literarios estás construyendo actualmente? ¿Algún tema al que especialmente te apetezca prenderle fuego?
(Risas) La verdad es que he estoy trabajando en un nuevo libro de relatos. Todos ellos sucederán en Barcelona, en 2014. Pero durante un mismo día. Y quiero, además, que se circunscriban a un espacio acotadísimo, lo cual me está provocando unos quebraderos de cabeza importantes. Te puedo decir que todo lo escrito en los últimos meses me ha tocado tirarlo. No acabo de encontrar un estilo que se adecue a lo que quiero escribir… así que seguiré probando. Tengo, además, una novela que comencé a escribir el año pasado y la tengo a medias. Sucede en Valencia y la protagoniza un estudiante de Bellas Artes algo confuso. Es la segunda parte de una trilogía que proyecté hace ya tiempo y que habla de los modos erróneos de entender el arte en el siglo XXI. La primera parte está ya escrita. Se llama (El sueño) de París. Te diré que su protagonista, Salvador, que es un joven poeta, es un gran amante del fuego, también. Y que, en ella, el fuego tiene una importancia crucial. Ah, y ahora que me acuerdo, una de mis pequeñas frustraciones fue que quería incluir en Fin de fiestas un relato que sucedía el día de las hogueras de San Juan. Quizá sería un buen momento para escribirlo y ofrecerlo como bonus track del libro, o algo así. Ya veremos. El protagonista sería Asier Mendizábal, por supuesto. Si me lo permites me gustaría decir una última cosa para finalizar.
Por supuesto…
Espero que no se me enfade Asier Mendizabal, el artista plástico, por apropiarme de su nombre para crear mi personaje pirómano.
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