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Ignacio del Valle: “A las certezas sólo se llega a través de las equivocaciones”
La primera vez que asistí a la presentación de un libro fue por engaño. Un amigo me había prometido unas cañas pero acabé en la librería Cervantes presenciando la entrega de un premio literario —el Asturias Joven de Narrativa— y suponía que si te concedían un premio —por la razón que fuera— lo normal es que fuese acompañado de abrazos y palmaditas en la espalda; sin embargo, en aquella ocasión, el presunto maestro de ceremonias comenzó a ensañarse un punto más allá de la mera broma con el galardonado. “Es para que te vayas fajando”, le dijo al autor de la novela premiada cuyo título era precisamente El abrazo del boxeador. Su autor: Ignacio del Valle. Pasaron al menos diez años hasta la segunda vez que vi a aquel escritor. Por entonces yo también me había infectado por la venérea literaria y Manolo D. Abad —autor de novela negra y amigo común— me lo presentó una madrugada en la Calle Oscura de Oviedo. En aquel momento, Ignacio del Valle era ya un escritor consagrado perteneciente a ese reducido nicho de autores que pueden vivir exclusivamente de su literatura gracias en gran medida al éxito del ciclo de novelas protagonizadas por Arturo Andrade. No obstante fue muy amable, me dio su tarjeta y un consejo que nunca olvidé: “Novato, ándate con ojo, en éste mundillo todo el mundo va armado”. La tercera vez, de nuevo en Cervantes y de nuevo en una presentación —la de Busca mi rostro—, además de un ejemplar y una dedicatoria quería pedirle permiso para que el propio Ignacio del Valle hiciese un cameo como personaje en mi propia novela protagonizada, por supuesto, por escritores armados hasta los dientes… no hubo problema, permiso concedido y ahora, por fin, es en el cuarto encuentro —a propósito de su colección de relatos Caminando sobre las aguas, (Páginas de Espuma, 2013)— cuando podemos sentarnos tranquilos y charlar un rato sobre aquel viejo ideal del caballero renacentista que, indubitablemente, debía de aunar a la perfección el oficio de las armas y las letras.
Ganar un concurso de relatos, repetir esa experiencia docenas de veces, publicar la primera novela, fichar por un gran sello, ver tus obras traducidas a varios idiomas e incluso una adaptación cinematográfica… todas las etapas de una carrera literaria superadas con poco más de cuarenta años, ¿cuál de esos hitos recuerdas con mayor intensidad y qué desafíos literarios le quedan a Ignacio del Valle?
Un desafío es levantarse cada mañana [risas] Y en cuanto a desafío literario… acabo de empezar. Hace apenas un rato estaba leyendo a John Steinbeck y me deprimí pensando en todo lo que me queda por hacer para acercarme siquiera a esa forma de escribir. Y respecto a la mayor ilusión… creo que es sin duda la primera vez que te publican, ver tu trabajo impreso por primera vez.
¿Te refieres a una novela?
A lo que sea. En mi caso fue, con veintidós años, un relato en un concurso literario de barrio ―El Campo de los Patos―. A día de hoy creo que esa primera sensación no ha sido superada por nada de lo que vino a continuación.
De entrada, lo que vino a continuación, fueron más de cuarenta relatos premiados en concursos por todos los rincones de la geografía española…
Sí, pertenezco a una generación de escritores que para sacar la cabeza tuvo que recurrir a los concursos en aquella época en la que ni siquiera disponíamos de Internet como herramienta de modo que debíamos deambular por las concejalías de juventud consultando listados y tablones de anuncios. Un período de siete u ocho años a través del cual reuní una importante colección de relatos hasta que llegó el momento de plantearme la posibilidad de reunirlos en un volumen pero, claro, quería un libro que tuviese un leit motiv, un nexo común, no quería limitarme a acumular textos que entre ellos no tuviesen nada que ver de modo que busqué hasta encontrar dos criterios que vinculasen los catorce relatos de Caminando sobre las aguas. Por un lado, Florencia; una ciudad que ha sido muy importante en mi vida formando parte indisoluble de mi educación sentimental. Cuando estaba aún en Oviedo, Florencia era por así decirlo mi ventana al mundo, leía a todos los grandes teóricos florentinos, me fascinaba aquella geografía construida por la obra de genios como Brunelleschi, Maquiavelo, Dante… en fin, la ciudad con mayor concentración de genios por metro cuadrado y mi admiración por su historia y su estética era la que de alguna manera quería que estuviese presente en los relatos de Caminando sobre las aguas porque, a fin de cuentas, esa belleza es también mi visión del mundo; para mí la proporción es fundamental en todos los lenguajes artísticos. Y de ahí surgió el relato central, que también da título al libro, protagonizado por un doble de Lorenzo de Medicis a través del que pretendo contar todo el ascenso y caída de la ciudad de Florencia en un período en el que sucedieron múltiples… prodigios. Por otro lado, el segundo criterio, serían las transiciones… todos los relatos están construidos en un intervalo, un punto de inflexión que puede ser de carácter emocional, histórico, económico, etcétera, al que todos mis personajes se enfrentan dejando de ser una cosa para, a través de la transición narrativa, convertirse en otra distinta.
De hecho también se puede hablar de esa transición en la propia disposición de los relatos pasando de un tono realista en los primeros a propuestas fantásticas o de ciencia ficción…
Digamos que los catorce cuentos cruzan de alguna manera por todas las obsesiones que caracterizan mi obra. Casi todos los autores funcionamos habitualmente en base a una serie de temas recurrentes —cada cual tiene los suyos en su propia cabeza— a los que volvemos una y otra vez enfocándolos desde distintas perspectivas. En mi caso y en el de estos relatos te podría hablar de las consecuencias de la política en la realidad concreta —la de un ciudadano cualquiera—, del amor, de la redención, de la guerra, de la figura del héroe…
Se suele hablar de la vocación literaria ―de la necesidad de escribir― en base a esa polarización entre terapia y oficio, tú sueles situarte sin medias tintas en éste segundo extremo así que, dinos, ¿cómo es el horario laboral de Ignacio del Valle?
Por supuesto que hay locos y genios pero yo no soy ni lo uno ni lo otro de modo que, sí, para mí la Literatura es un oficio; escribir es lo que soy, lo que sé hacer, todo el mundo sirve para algo, ¿no?… Rimbaud escribió tres obras maestras con apenas veinte años, luego se cansó y cambió de rumbo para traficar con esclavos. No sé si por desgracia o por suerte tampoco soy Rimbaud así que si eres un tipo normal y quieres ser escritor tienes que dedicarle dieciséis horas al día para que al final acabe saliendo algo. Esto funciona así… a base de insistir, de trabajar. Es un proceso lento, de envejecimiento, para hacer un buen vino al menos necesitas veinte años.
Uno de los aspectos más destacados de tus novelas es la tremenda labor de documentación, ¿cuántas horas te pasaste en los sótanos de los archivos para conformar la serie de Arturo Andrade, ambientada en la segunda Guerra Mundial? ¿Te quedan secuelas… no sé, complicaciones pulmonares de tanto respirar polvo?
Sí [risas]… sí que creo que me quedan secuelas pero en todo caso son anteriores incluso a empezar a escribir. Probablemente de cuando era chaval y acudía a la antigua biblioteca pública de Oviedo, aquel edificio era lo más parecido a una mina que te puedas imaginar. Y sobre el proceso de investigación, la paradoja está en que cuantas más horas te pasas documentándote para una novela como pueden ser las del ciclo de Arturo Andrade, más tienes que hacer por olvidar esa documentación para no correr el riesgo de enterrar la narración bajo una montaña de datos que le reste todo valor literario a la novela. Me gusta mucho la imagen de Hemingwhay cuando comparaba el relato con un iceberg, la parte visible es infinitamente menor que todo aquello que no se muestra pero que sabes que está ahí y la metáfora es aplicable también al proceso de documentación. El escritor ha de tener todos los datos en la cabeza pero olvidarse de ellos a la hora de sentarse a escribir, los que fluyan inconscientemente durante la narración probablemente sean los únicos que resulten necesarios aunque el resto, de algún modo, sigan estando ahí de manera implícita.
En tu vuelta al presente con Busca mi rostro y su trama cosmopolita aprovechas para convertir aquella tortura investigadora en los sótanos en una excusa para viajar y conocer ciudades y culturas, algo mucho más llevadero, ¿no?
Para escribir sobre un lugar tienes que haber estado en él. Puedes haber leído mucho al respecto y eso también es necesario pero no hay nada equiparable a estar allí y escuchar, por ejemplo, el latido de un bar… tan sólo eso puede transformar por completo el esquema que tenías en la cabeza. Y te lo digo por experiencia; me pasó en Berlín. Había leído un montón al respecto para Los demonios de Berlín. pero cuando estás allí, en el epicentro del nazismo donde se coció todo, es inevitable verlo de otra manera. Tuve que reescribir por completo un capítulo que había escrito antes de ese viaje.
Te diré que uno de los aspectos que más me interesó de Busca mi rostro, fue la caracterización psicológica de las distintas ciudades que acaban convertidas casi en personajes, ¿se debió esto a un enfoque premeditado desde el principio?
No sólo en Busca mi rostro y no sólo con las ciudades sino con todo tipo de paisajes. Esa es sin duda otra de las constantes de mi obra, probablemente por influencia de la literatura gótica me gusta anticipar la acción a través de los cambios en el ambiente —por desgracia no dispongo de la música como en el cine— pero, sí, me interesa que el entorno interactúe con el resto de los elementos como un personaje más.
Ya que sale el tema del cine, no cabe duda que tus últimas novelas son thrillers cinematográficos en toda regla y ahí está Silencio en la nieve, la adaptación que Gerardo Herrero hizo de El tiempo de los emperadores extraños para demostrarlo, así que dinos, ¿en términos de porcentaje cuánto representaría la cinefilia frente a la formación estrictamente literaria a la hora de construir tus obras?
[Lo piensa durante unos segundos, parece tomarse muy en serio el cálculo y dice…] Sesenta a cuarenta. El cine es muy importante en mi formación. Fui un cinéfilo muy precoz y esa influencia ha de aflorar sin duda en mi obra pero no es algo que haga a propósito, es decir, la estructura de thriller no está premeditada de antemano sino que responde más bien al hecho de que los registros literarios con los que más cómodo me siento sean, precisamente, el diálogo y la imagen, los más cinematográficos. Es lógico que para un guionista esta literatura tan visual pueda resultar atractiva.
Te involucraste a fondo en el rodaje de Silencio en la nieve incluso en la época más dura del invierno lituano, ¿te pica el gusanillo de dar el salto al cine como director?
Tengo la impresión, a mis cuarenta y dos años, de que hasta ahora sólo he estado entrenando… de que a las certezas sólo se llega a través de las equivocaciones, y de que únicamente se empieza a escribir bien a partir de los cincuenta años, cada vez estoy más convencido.
Y después de, como Jesucristo, “caminar sobre las aguas”, ¿qué vendrá después?
Uno de los grandes placeres de volver a Asturias, mi tierra, es poder saborear el arroz con leche de casa que, como sabes, para coger el punto necesita hacerse a fuego lento, muy lento, así que digamos que estamos cocinando la próxima novela con ese mismo mimo.
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