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Dennis Cooper: “Si pudiese sintetizar lo que hago en un Tweet, no seguiría escribiendo novelas”
Conocí a Dennis Cooper por una camiseta. Era la camiseta blanca de fabricación casera con la que Nacho Vegas se paseó hace años por el festival de Benicassim. Más tarde recuperaría la anécdota en el prólogo que escribió para la edición española de Guide pero por entonces, hablamos de principios del siglo, Vegas —quizá un poco mayor ya— seguía guardando, no obstante, cierto parecido con los personajes que pueblan la literatura de Cooper: jóvenes airados por dentro pero lánguidos por fuera, mentes incandescentes atrapadas en un mundo demasiado frío; jóvenes que perciben la posibilidad del arte como una salida a largo plazo pero, entretanto, las drogas resultan mucho más sencillas. Un universo literario en el que el sexo ha dejado de ser el objetivo para convertirse en el proceso y la violencia, quizá, funcione como metáfora… sea como sea, nunca ha resultado fácil confesar —sea cual sea el contexto— la fascinación por la obra de Cooper y, en caso de que su nombre salga por casualidad en cualquier conversación, de inmediato comenzará el baile de miradas de soslayo. No sabría explicarlo, pero los lectores de Cooper nos reconocemos así… de modo que el problema que ahora se presentaba era cómo hacer que el periodista acuchillase al fan y se deshiciese de su cadáver al más puro estilo Cooper antes de presentarse ante él con éste puñado de preguntas y… claro que me temblaban las piernas. Están todas esas leyendas. Marilyn Manson rehusó ser entrevistado por Cooper alegando que era “un tío demasiado raro”. Hablamos del tipo que probablemente continúe protagonizando las pesadillas del bajista de Blur, Alex James, y sin embargo… nada que ver.
Dennis Cooper se nos presenta como un hombre desconcertantemente encantador que tuvo la cortesía de concedernos esta entrevista a pesar de estar a punto de iniciar un largo viaje desde París con la intención de cruzar por carretera toda la península escandinava; algo que de inmediato sugiere la primera pregunta.
¿Percibe diferencias significativas entre la recepción de su obra en Estados Unidos y en Europa? ¿Está de acuerdo con Woody Allen cuando decía aquello de que “gracias a Dios, existen los franceses”?
Creo que la principal diferencia radica en que en Europa está enraizada la idea de que una literatura que se enfrente a cuestiones tan complicadas como las que a mí me interesan es plenamente legítima. Europa en general y Francia en particular tienen una larga tradición de grandes escritores que han explorado con desafío los llamados temas controvertidos o perturbadores. En cambio, en Estados Unidos los escritores como yo son demasiado escasos por lo que nuestra obra requiere de mucho más tiempo para ser aceptada por el establishment literario. Lo fundamental es que, por más que soy consciente de que en Europa hay gente a la que mi obra no le gusta por múltiples razones, casi nunca me he visto atacado personalmente por ello e, incluso en el caso de que manifiesten su disgusto, no lo hacen refiriéndose a mi como a una especie de monstruo, un ser malvado y horrible y todo eso. En Estados Unidos, sin embargo, todavía hay críticos y lectores aferrados a la casposa idea de que la ficción ha de ser una especie de confesión o un revelador retrato psicológico de la persona que la ha escrito de modo que me siguen acusando y pidiendo responsabilidades por ella. “Gracias a Dios, existen los franceses”, estoy de acuerdo en todos los sentidos. Soy un eterno francófilo.
A menudo se ha tratado de sintetizar su obra como un ensayo siempre en construcción sobre la naturaleza del ‘deseo’; yo personalmente la interpreto como una búsqueda constante de la ‘esencia’ (sea lo que sea eso), ¿está de acuerdo con estas ideas?
Supongo que en cierto sentido mi obra trata sobre la naturaleza del deseo pero, en otro más amplio, creo que versa sobre la emoción. Me interesa fundamentalmente expresar y representar la emoción, esa clase de emoción tan profunda, personal e inevitablemente confusa que, en esencia, resulta casi imposible de definir mediante los parámetros habituales de lo políticamente correcto, lo socialmente aceptable o, lo más importante para mi trabajo, el lenguaje. El deseo me interesa de forma especial en cuanto funciona como detonante para que esa emoción aflore en la superficie a menudo con brutal intensidad. Se vuelve visible y es posible describirla en el contexto de esos arrebatos de deseo pero tan sólo se tratará de una versión descontrolada por lo que, aún así, la emoción se mantendrá misteriosa e inasible. Me gusta el desafío de intentar extraer y modelar la representación de ese arrebatamiento que surge de lo más profundo para tratar de darle al deseo y al erotismo la entidad que les corresponden pero, por encima de todo, lo que más me interesa es observar el deseo desde la perspectiva de un extraño que busca la entrada secreta hacia la profunda emoción.
Es lugar común referirse a usted con etiquetas tales como ‘provocador’, ‘transgresor’ o ‘pervertido’ a causa de su querencia por las escenas extremas de sexo y violencia. Coincido en que a veces pueden resultar un tanto gratuitas pero, ¿se trata sólo de afán de provocación?, ¿hay algo más?… me refiero a que, a veces, tengo la sensación de que no se tratan nada más que de mecanismos de defensa, señales de peligro con rayos y calaveras o versiones tremendamente explícitas de aquellas advertencias que hacía Hesse en ‘El lobo estepario’: “Sólo para locos”, “No para cualquiera”… En fin, esa idea de que si, a pesar de todo lo que has visto, sigues aquí es porque de alguna manera has captado la “esencia”…
No estoy seguro de cómo responder a esto. Por extraño que parezca, no me veo como un provocador en absoluto. No creo que el simple hecho de tratar el sexo y la violencia de manera explícita en mi obra me convierta en un transgresor. Sigue sorprendiéndome y confundiéndome que la gente se sienta amenazada por las representaciones explícitas del sexo y la violencia en la ficción. No logro entender que no comprendan que el uso del lenguaje explícito para hablar de sexo, el cual es de por sí un acto inherentemente explícito, es precisamente la técnica más lógica y razonable para representar la angustia de los personajes buscando su desahogo. No entiendo por qué la gente reacciona a la ficción, y en especial a una ficción tan experimental de la mía, como si se fuera el mundo real contenido en palabras.
¿Se siente identificado con el personaje de Kurtz —ya sea en la versión de Marlowe o en la de Coppola—? Algo así como… creías que yo era el horror pero el horror está ahí fuera.
No, realmente no. Nunca he pensado de mí mismo ni de mi obra de esa manera.
Tras las novelas pertenecientes al llamado “Ciclo de George Miles”, publica The sluts [Chaperos, El tercer nombre] y, a pesar de ser tan o más extrema que las anteriores, parece que le sorprende la gran repercusión de esta novela —donde Internet tiene gran importancia— y su aceptación por sectores del público que habitualmente le habían dado la espalda. ¿Cuáles cree que son las razones? ¿Considera que la explosión de la Red con su inherente oferta pornográfica ha hecho que su literatura sea más digerible para mayor número de lectores?
Creo que el hecho de que Chaperos se desarrolle en Internet y se sirva de las estructuras, el estilo y los mecanismos propios de la interacción en la Red motivó un especial interés en la gente a causa, supongo, de haber sido una de las primeras novelas que se desarrollaba en su interior más allá de utilizarla como un mero elemento más de la ambientación. Coincido en que, quizás, el hecho de que la pornografía sea un aspecto tan común e integral de la Red puede haber facilitado que lo explícito de la novela resulte más aceptable. También pienso que el tono mucho más abiertamente cómico de Chaperos respecto a la mayoría de mis otros libros ha contribuido a hacerla más digerible. Esas son mis sensaciones.
¿Es la necesidad de “conexión” cibernética una nueva droga?… Me refiero a que cuando veo a todos esos adolescentes deslizándose completamente absortos por las pantallas planas no puedo evitar pensar en los muchachos adormecidos por las drogas que pueblan sus novelas. Se dice que, al igual que el consumo continuado de ciertas sustancias, los nuevos formatos de comunicación conllevan irremediablemente cambios en la plasticidad cerebral…
Yo no lo veo así, en absoluto. No veo la ciberconectividad como una droga. La veo como una gran apertura de posibilidades a la hora de hacer amigos, compañeros, encontrar amantes, acceder a la educación y así sucesivamente. La veo como una ampliación de la realidad y de lo que esta ofrece y no como un mecanismo de turbación o escapismo. Para nada las personas absortas en sus teléfonos, sus portátiles o sus tabletas me parecen drogadas o anestesiadas; simplemente están tan concentradas en lo que sea que estén haciendo del mismo modo que lo harían si estuviesen hablando con un amigo en persona, leyendo un libro o viendo una película y, de alguna manera, no me resultan tan distintos del aspecto que puede ofrecer un artista concentrado en su obra. No comparto la idea de que el mundo real y su funcionamiento se hayan visto amenazados por la irrupción de Internet como nueva forma de comunicación. Creo que es emocionante. Estoy convencido de que despierta más conciencias de las que aletarga.
Siguiendo por esta línea… ¿sería capaz de sintetizar su obra en un solo Tweet?
No, creo que no podría hacerlo. Si pudiese sintetizar lo que hago en un Tweet, no seguiría escribiendo novelas. Lo que escribo, la forma y la extensión en que lo hago, es así porque no hay otro modo de hacerlo.
Confiaba en que esa fuese su respuesta pero, si mi vida dependiese de ese Tweet, el mío sería esta cita de Guide [Guía, Acuarela]: “Todas las bellezas de mi mundo están dormidas, inconscientes o muertas.”. Precisamente, he podido constatar que es precisamente Guía la novela preferida por muchos de sus lectores (me refiero a los incondicionales). Si está de acuerdo, ¿cuáles cree que son los motivos?, ¿tiene que ver el hecho de que el personaje protagonista se llame Dennis Cooper?, ¿es Guía un mapa neuroplástico del cerebro de su autor?, ¿está Dennis Cooper tan “mal de la cabeza” como constantemente repite el personaje del mismo nombre? Lo sé… demasiadas preguntas. Responda como quiera.
¿Es Guía la favorita entre mis lectores incondicionales? ¡Qué interesante! Si es así, no estoy seguro de por qué podría ser aunque yo también la considero una de mis mejores novelas. Quizás la gran integración de la cultura popular en esta novela contribuya a hacerla más atractiva. Me interesaba trabajar con una voz y un estilo de no ficción para comprobar cuánto podía complicar este tipo de escritura. Quizás esa voz y esa sensación de realismo resulte seductora debido a que, en su rutina diaria, la gente está más acostumbrada a leer no ficción enfrentándose a ella de manera casual, sin la solemnidad de la literatura, y tal vez eso provoque que la novela resulte más accesible. La verdad es que no lo sé. Sobre el concepto de Guía como mapa del cerebro de su autor; esa era una de de las estrategias pero es ficción y no autobiografía por tanto las lecturas como un retrato exhaustivo y fiel de mi mente o mi persona han de ser necesariamente incorrectas. No, no pienso que esté tan mal de la cabeza. No, en absoluto, de verdad. Ese estribillo en la novela es una estrategia para hacer frente a la posibilidad de que los lectores puedan pensar que “Dennis” es un enfermo mental y tratar de impugnar esa interpretación.
¿Conoce el Test de Hare para la detección de la psicopatía?… Robert Hare afirma que, según sus estudios, el uno por ciento de la población humana cumple con el perfil del psicópata; no obstante, el porcentaje aumenta sensiblemente entre los políticos, los financieros o los líderes religiosos. También entre los artistas… ¿coincide con esta idea?, ¿es, a menudo, el arte el medio digamos que menos conflictivo para encauzar ciertos rasgos “problemáticos” de la naturaleza humana?
Hum. No pienso que los artistas sean psicópatas. Sólo son gente inusitadamente interesada en sí misma y ocurre que su talento les proporciona una manera propia y especial de expresar lo que sienten, piensan e imaginan. Categorizar a un grupo en base a su particular talento implica una gran generalización lo que, de por sí, es garantía de que haya tantas personas sanas como entre la gente normal con la que los artistas u otras personalidades menos frecuentes pueden ser comparados. Aunque tampoco creo en las generalizaciones. Pensar de esa manera puede resultar práctico, no obstante, conlleva la aceptación de que existen respuestas sencillas para las cuestiones profundas y considero que las generalizaciones crean falsedades que conducen hacia callejones sin salida.
Volviendo a los franceses… suele decir que siente su filiación literaria más cercana a ellos que a los propios autores norteamericanos salvo excepciones, quizás, como la de Burroughs. Bien… ¿qué nos dice de nuestra literatura?, ¿algo que le interese especialmente de lo escrito en España o Latinoamérica?
En realidad, no siento una particular filiación respecto a Burroughs. En Estados Unidos suele compararse mi obra con la suya y respeto lo que hizo pero no fue un escritor especialmente significativo para mí. Mi conocimiento de la literatura española y latinoamericana es más bien escaso. No tengo idea del porqué pero nunca me ha obsesionado esta literatura como la francesa o la alemana, entre otras. Es extraño. Todo lo que puedo decir es que los escritores españoles y latinoamericanos que he leído con mayor interés son Goytisolo, Cela, Cortázar, Infante, Vargas Llosa, Lispector, Fuentes y Rulfo.
La última… Documentándome para esta entrevista me encontré con uno de esos blogs abandonados hace tiempo pero que siguen navegando por la Red como barcos fantasmas. Éste contenía tan sólo un par de entradas y una de ellas consistía en una entrevista ficticia con Dennis Cooper. Al menos supongo que era ficticia porque los trámites que relataba para conseguirla resultaban demasiado kafkianos y porque consistía en una única pregunta. No podría decir si el autor pretendía ensalzar o denigrar su obra pero, quizás por eso, resultaba tan afilada que no me resisto a reproducirla, decía así: “¿Es cierto, Mr. Cooper, que lo que usted pretende con su literatura es abrir un agujero negro en el alma del lector para poder luego follárselo a través de él?”
La pregunta me resulta vagamente familiar. No logro recordar si me la hicieron o si yo también me la encontré en Internet con una respuesta falsa. En cualquier caso, no me identifico con ella en absoluto. No tengo interés alguno en abrir un agujero negro en mis lectores ni mucho menos en follarme sus almas o cualquier otra parte de sus cuerpos o sus psiques. Como he dicho, no veo mi obra como agresiva o violenta hacia el lector como tal. Por extraño que parezca, en cierto modo, considero mi obra tímida y bastante respetuosa con el lector. Insisto en que la gente tiende a interpretar de forma clara y directa las cosas sobre las que les resulta difícil plantear nuevos puntos de vista y, a menudo, no aprecian las diferencias entre mi obra y, por ejemplo, la pornografía u otros géneros deliberadamente impactantes como el cine de terror o el gore. Creo que ese es su problema, no el mío aunque he comprendido que si la gente quiere ver de inmediato cualquier representación del sexo o la violencia como un acto de sadismo no hay nada que yo pueda hacer al respecto más allá de mantener el compromiso con mi trabajo puesto que, en definitiva, no merecía la pena hacerlo nada más que por contentar a un mayor número de personas.
Muchas gracias, señor Cooper.
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