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Benjamín Prado: “Lo que me interesa de una historia no es lo que cuenta, sino lo que esconde”

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Para los lectores habituales, a estas alturas Benjamín Prado ya no necesita ninguna presentación y últimamente se está convirtiendo también en un rostro familiar para los melómanos de la música en directo; es ese tipo espigado de aires dylanianos que las rock’n roll stars (Sabina, Pereza, Amaral, Coque Malla…) invitan al escenario para recuperar la distancia que nunca debiera de haber existido entre el rock y la poesía. No problem… entre actuación y actuación, aún le queda tiempo para su incansable producción literaria. Nos concede esta entrevista a la vuelta de un festival poético celebrado en Bogotá y justo antes de encerrarse para dar los últimos retoques a la novela y el libro de relatos que promete para septiembre, obras de las que dice “se podrán leer por separado, pero también hay un pasadizo que lleva de una a otra”. Como su tiempo es escaso y su producción inabarcable decidimos, por esta vez, centrarnos en su producción en prosa y repasamos dieciocho años en otras tantas preguntas.

Tras una década dedicado fundamentalmente a la producción poética publicas en 1995 tu primera novela, Raro, a la que siguen el año siguiente Nunca le des la mano a un pistolero zurdo y Dónde crees qué vas y quién te crees que eres, ¿cómo se produjo este tránsito o, mejor dicho, esta eclosión narrativa?

Por casualidad. Un día, se presentó en el despacho que yo tenía en Diario 16 el editor Enrique Murillo, para decirme que había leído unos relatos míos —los primeros que escribía— en la revista El Europeo, que entonces dirigía mi amigo Borja Casani, y le habían gustado mucho, de modo que se preguntaba si me gustaría escribir una novela para Plaza & Janés. Le dije que ni hablar. Insistió. Le dije que mejor no. Volvió a insistir. Le dije que me lo pensaría. Me ofreció un adelanto con más ceros a la derecha de los que yo esperaba. Le dije que sí. Me lo pasé muy bien escribiendo Raro, y yo soy de los que no se van de los sitios en los que se están divirtiendo. Por otra parte, nunca me he visto escribiendo un libro de poemas detrás de otro, me gusta tomarme las cosas con calma, hasta estar seguro de lo que quiero y de cómo conseguirlo. Así que las novelas hacen que no pierda las ganas de escribir poesía, y al contrario.

Han pasado dieciocho años desde la publicación de Raro, no obstante no parece que seas de esos escritores que reniegan de sus primeras obras puesto que recientemente ha vuelto a ser editada bajo el sello Ya lo dijo Casimiro Parker, dinos… ¿en qué se parecen y en qué han cambiado el narrador de entonces y el de ahora?

Espero que sea el mismo narrador pero que sus novelas sean lo más distintas posible. Creo que lo que merece la pena conservar es la mirada y lo que hay que cambiar es lo que se mira. A mí me gusta mirar a sitios en los que no se sabe qué hay y meterme en ellos con una pala en la mano. Lo que me interesa de una historia no es lo que cuenta, sino lo que esconde.

La gran parafilia del mundillo literario es sin duda el morbo que desprenden las generaciones literarias y, por aquel entonces, era frecuente relacionar tu narrativa con la de autores como Ray Loriga, Belén Gopegui o José Ángel Mañas, entre otros, ¿existió realmente aquel movimiento estético o se trató simplemente de un intento por importar la etiqueta de Generación X en versión española?

Ni idea. A una de esas personas no la conozco, a otra la he visto media docena de veces y jamás a solas y a la tercera no la veo hace años. Eso en lo personal. En lo literario, seguramente hubo algunas coincidencias, pero ningún objetivo común. Todos me parecen muy interesantes y han hecho cosas que me han gustado. Tal vez lo que explique lo distintos que éramos al empezar sea lo diferentes que son los caminos que hemos tomado.

En Alguien se acerca (1998) te enfrentas directamente a un tema omnipresente en tu obra, la cuestión de la identidad, apuntada ya en las novelas anteriores y que retomarás en las siguientes bajo nuevos enfoques. ¿A qué se debe este interés constante por el tema? ¿Es simplemente consecuencia de la inevitable personalidad múltiple del escritor o hay algo más? ¿Suscribes las palabras del protagonista de Nunca le des la mano a un pistolero zurdo cuando decía aquello de que “a veces ni siquiera me siento como si fuese yo mismo”? ¿Tiene ya Benjamín Prado preparados los documentos falsos para el día en que desaparezca sin dejar rastro?

El precio de avanzar es ir dejando a la espalda otras personas que pudiste haber sido: personas que no te atreviste o no alcanzaste a ser, para las que no dabas la talla… Por otra parte, hay muchísima gente en este mundo que no es del todo feliz con su vida, no termina de estar satisfecha, cree haberse equivocado de pareja, de oficio, de ciudad… Cuando uno escribe, lógicamente, se ve obligado a explorar con más detenimiento en ese tipo de abandonos, frustraciones, deseos… Sí, me interesa mucho saber a qué ha renunciado alguien para ser quien es y si cree que ha salido ganando o perdiendo. Siempre me hago esa pregunta sobre mis personajes.

En 1999, con No sólo el fuego, inicias un ciclo novelístico de indagación en los temas más controvertidos de la llamada “memoria histórica” y se ha dicho también que esta novela marca un cambio de rumbo —apuntado ya en Alguien se acerca— en tu narrativa tanto en el plano estilístico como en el temático. ¿Existe realmente ese cambio de rumbo o se trata simplemente de una apertura de plano o, como diría Houellebecq, una “ampliación del campo de batalla”?

Sólo me interesa una cosa, las personas por dentro. Es decir, que las circunstancias que viven no me importan tanto como el efecto que causa en ellas. La novela es la historia privada de los países, dice Balzac, y me parece una gran idea. En ese sentido, creo que los cambios, si los ha habido en los temas ha sido más en la superficie de las historia que en el fondo. No ha sido algo planeado, en cualquier caso, sino lo que me ha pedido el cuerpo en cada ocasión. Ahora lo es un poco más, porque he empezado ese ciclo protagonizado por Juan Urbano que dentro de poco tendrá su tercera entrega. Pero creo que una de las cosas buenas de la literatura es que nada sustituye a nada, que un cambio en el tema o en el enfoque no te obliga a renunciar completamente a tu estilo, ni a tu filosofía. Me gusta esa frase de Houellebecq, es muy precisa, porque quien va publicando libros se va quedando sin cosas sobre las que escribir, salvo que se dedique a repetirse. Vas a otros sitios y ves otras cosas.

Con La nieve está vacía (2000) recuperas tú interés inicial por la metaficción y supongo que pasas un buen rato explorando sus límites y fusionándola con el género negro, aspectos ambos característicos del posmodernismo por el que ahora te queremos preguntar. ¿Cuál es tu opinión sobre la que podríamos llamar guerra abierta sobre la cuestión posmoderna? Se ha dicho que uno de los principales defectos de los autores posmodernos es el de haberse olvidado del lector, de escribir sólo para otros escritores… ¿podría decirse aquello de que, al final, hemos matado la metaficción de tanto usarla?

No creo en las teorías genéricas, veo a los escritores de uno en uno, de libro en libro. Es posible que haya un abuso de la metaficción como lo hubo de la fusión en la música, pero me parece que no es algo que en sí mismo conduzca al éxito o al fracaso. Borges es pura metaficción, Pound también, y no te digo T. S. Eliot. Eso no hace que sean peores, al contrario. Los libros son una puerta a otros libros, y a los lectores cultos les interesa también esa cualidad de puente o pasadizo que tienen los mejores. Y luego hay quien cae en la pedantería, el adorno, la máscara o el artificio. Como en todo. En el caso de La nieve está vacía me interesaba hablar de alguien que finge ser dos tallas más grandes de lo que es y tiene que pagar un alto precio por ello; también del peligro de confundir la realidad con un juego de rol. En el fondo, ahí están los extremos de la identidad, otra vez. Y después me divertía hacer una novela negra pero que no cayese, en la medida de lo posible, en ninguno de los tópicos habituales del género, excepto para bromear a su costa.

Sin dejar nunca la poesía, comienzas el siglo XXI centrando tu producción en prosa en el género ensayístico con diferentes aproximaciones a distintos autores a través de Siete manera de decir manzana, Los nombres de Antígona o las inolvidables memorias de los 13 años A la sombra del ángel Alberti. En aquel momento, hablamos del 2002, causan gran revuelo tus palabras en una entrevista a El Mundo en la que dices que “Alberti no está en buenas manos” y que “si todo sigue así, puede que de aquí a diez años Rafael Alberti, todo un mito, vaya perdiendo presencia. Le pueden borrar del mapa”… bien, han pasado esos diez años. ¿A día de hoy, cuáles son tus sensaciones al respecto?

Lamento profundamente que el tiempo me haya dado la razón. Su fundación, por ejemplo, ha desaparecido. Sus libros no están al alcance de la mano. Y lo peor de todo es que se le ha echado mucha oscuridad por encima. Yo escribí ese libro, y un poema llamado “Lo mismo y lo contrario” en el que creo que dejo bastante clara mi opinión al respecto. No hay problema, de todos modos: su poesía se abrirá paso otra vez, en medio de la maleza. Y con respecto a los otros personajes de esa historia, bueno, supongo que la hojarasca no es parte del bosque, sólo del otoño. Se la llevará el viento.

Siguiendo el orden cronológico nos encontramos con los relatos de Jamás saldré vivo de este mundo en los que se implican activamente autores como Almudena Grandes, Enrique Vila-Matas, Juan Marsé o Javier Marías. Un libro concebido a la manera de un disco en el que el proceso creativo se convierte casi en un estudio de grabación por el que se pasan colaboradores de lujo para tocar las teclas a cuatro manos. ¿Cómo recuerdas aquella experiencia? ¿Volverás a sacar un “disco” de duetos? ¿Con qué autores te han quedado ganas de “grabar”?

Fue muy divertido. Y se parece bastante a una de mis obsesiones, que es juntar la poesía con otras artes, en mi caso, sobre todo con la música. En el territorio de la poesía, haciendo cosas como algunas canciones con algunos amigos o subiéndome al escenario con ellos. En la narrativa, con ese juego de imitar los discos con artistas invitados. Además, fui a los que más me gustan, por supuesto, con el maestro Juan Marsé a la cabeza. Aún no me lo creo, que haya ocurrido no es razón suficiente. Y con Almudena, Javier y Enrique, lo mismo. No sé si haré otro libro de relatos con colaboraciones, pero seguro que uno de canciones hechas a dúos con seis o siete estrellas del rock, sí que aparece, más pronto que tarde. Todo a su tiempo.

Y ahora que eres tú el autor consagrado, en la obra de quién te permitirías un cameo. ¿Qué nombres te interesan de entre los narradores que vienen detrás?

Bueno, de momento, los músicos empiezan a invitarme a que me meta en sus conciertos para leer algún poema, y es fantástica la reacción del público, demuestra que el gusto por la poesía es mucho mayor del que pueda pensarse y del que se dice. Es una experiencia fantástica. Tal vez es que mis poemas siempre tienen su gota de canción. He hecho giras con Coque Malla o con Pereza de las que creo que todos hemos salido con la sensación de haber llegado a lugares que no conocíamos. Si buscas, las cosas aparecen. El cameo por escrito se lo haría a cualquiera que me gustase de verdad. Y entre los de la ultimísimas generaciones, que supongo que es por quienes me preguntas, me gustan de verdad los poemas de Isabel García Mellado, sus dos libros publicados en Ya lo dijo Casimiro Parker, me parecen magníficos. Y los de Elvira Sastre, que no sé si tiene editado algo, pero a la que sigo por twiter.

En Mala gente que camina (2006) tratas el robo de niños a las presas republicanas. Una sobrecogedora radiografía de la posguerra que, no obstante, no estaba tan superada como pensábamos, la actualidad manda… ¿cómo es posible que semejante negocio se prolongase incluso en plena democracia?

Supongo que es ese peligro al que se ha referido en algunas ocasiones Juan Gelman: la pervivencia en plena democracia de algunas actitudes propias de las dictaduras. Todos los dictadores son unos asesinos y todos sus partidarios, unos sinvergüenzas. Y no es fácil dejar de serlo, seguramente, una vez que ya te has tirado pendiente abajo. El ser totalitario, de pensamiento, obra u omisión, es el que carece de empatía, no tiene capacidad de entender el sufrimiento ajeno, no le importa o lo disfruta. Una vez que has aceptado que a los perdedores se les quiten sus hijos por razones ideológicas, no te va a costar nada aceptar que se les robe por motivos económicos.

Te diré que el ejemplar de Mala gente que camina que saqué en préstamo de una biblioteca pública tenía los márgenes completamente glosados con lo que parecían anotaciones para preparar una clase no tengo claro si de historia o de literatura. ¿Te parece oportuno? Si colocásemos en una balanza la realidad y la ficción tanto de esta novela como de la siguiente —Operación Gladio (2012)—, ¿qué platillo pesaría más?

Son novelas, no manuales. Las leyes por las que se rigen son las de la narrativa. Eso lo hemos aprendido en Galdós: dejar caer un personaje inventado en medio de personajes históricos y situaciones verdaderas, obliga a que él se comporte como si estuviese en un ensayo y ellos se comporten como es debido en una novela, un terreno donde no importa tanto la verdad como la verosimilitud y en el cual es mucho menos trascendente lo que se dice que lo que eso simboliza. Por supuesto, de lo que se trata es de lograr que la historia quede reflejada del modo más exacto y que eso no le ponga un palo en la rueda a la literatura. Es una cuestión de equilibrio.

Además de cierta continuidad temática, Juan Urbano, el protagonista de Mala gente que camina también aparece en Operación Gladio como pareja sentimental de Alicia Durán, la periodista que se sumerge en las turbias bambalinas de la Transición. ¿Habrá descendencia? Sin entrar en detalles sobre los vaivenes de la relación, ¿podemos esperar que sea un vástago de la pareja el protagonista de una futura novela que se olvide de la memoria histórica para enfrentarse al relato del inmediato y jodidísimo presente?

Eso parece imposible, dado el final de Operación Gladio. Sería como esperar un hijo de Raskolnikov y la anciana a la que ha asesinado… Pero no hay por qué alarmarse, Juan Urbano aún es joven y le quedan muchas cosas que contar, de antes, de ahora y de la suma de ambas cosas.

Ahora que he recordado a Alicia Durán y sus incisivas entrevistas a los significativos personajes que construyen el entramado de Operación Gladio, temo no haber estado a la altura, así que me gustaría meterte en problemas… Hablemos del reciente aumento de tu visibilidad en los medios. ¿Acabará Benjamín Prado convertido en uno de esos tertulianos profesionales? ¿No temes ser arrastrado por la fuerza del lado oscuro? Ya sabes, el TDT Party está siempre ahí y dispone de muchas sillas…

Espero que no, aunque nunca se sabe. Por ahora, en todos los medios en los que he colaborado y colaboro nadie jamás me ha prohibido defender mis ideas. Al contrario, creo que es para darme la oportunidad de hacerlo para lo que marcan mi número. Y de todos modos, yo siempre respeto el modo de ganarse la vida de cada uno, siempre y cuando esté fuera del Código Penal. Yo le tengo que agradecer a los medios de comunicación que cuentan conmigo que lo hagan porque hay alguna razón por la que yo necesito meterme en política y opinar, y el hecho de que tenga dónde hacerlo fuera de los libros, aparta de mí la tentación de hacerlo dentro. “Cada cosa en su sitio” es una frase sencilla de decir pero difícil de hacer realidad. Y, hombre, si todo Operación Gladio es un homenaje al periodismo auténtico, ése que hacen los que están dispuestos a jugarse hasta la vida por conseguir que la verdad se sepa.

En serio… ¿el hecho de que los “expertos” en finanzas comiencen a dejar asientos libres para poetas como tú significa que, poco a poco, vamos siendo conscientes de la gran estafa? Me refiero a aquello que nos vendieron de la economía como una ciencia exacta…

Creo que la palabra “estafa” lo define mucho mejor que cualquier otra que yo pueda decir. Por lo tanto, firmo en la línea de puntos y no añado una coma.

Rebajando la tensión… ¿queda alguna anécdota por contar del proceso creativo de Vinagre y rosas? ¿Alguna escena eliminada por motivos legales de la versión final de Romper una canción? (No te preocupes… te garantizo que no saldrá de aquí.)

Sí, pero todas son del tipo de las que a nuestras carreras no le conviene que sean contadas, como suele decir Joaquín. Yo creo que la mejor noticia de todo ese proceso es el propio Vinagre y rosas: no es nada fácil estar siete meses luchando a abrazo partido con alguien, si me permites el juego de palabras, y nosotros salimos del disco incluso más amigos de lo que ya éramos, y lo éramos desde hacía treinta años. Sabina es un jefe total, aprendo de él todos los días.

Para finalizar queremos hablar de tu último libro, ¿Es la recopilación de aforismos de Pura lógica el último de su estirpe? Me refiero a que, a partir de ahora, se supone que tendremos que recopilar Tweets. ¿Se trata de un simple cambio de nombre o los nuevos formatos alteran por completo el hecho literario? En definitiva¿qué supone la Web 2.0 para el trabajo del escritor

Tienes razón, la filosofía de los aforismos es perfecta para los twits. A mí mismo me ha sorprendido la propagación de mis aforismos a través de twitter, no esperaba algo de semejante envergadura, si te soy sincero. Pero me encanta, cada día que abro mi página y veo que alguien utiliza uno de esos aforismos como bandera, o como llave para abrir la mañana, o porque le parece que puede decir con mis propias palabras lo que quería decir, tengo la certeza de que el destino más noble de esas ideas se ha cumplido. La mejor literatura no es la que cuenta cosas de su autor, sino de sus lectores.

Escribo sobre lo que escriben los demás. Y les pregunto a los demás sobre lo que escriben.

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