Cuadernos
Lo clásico y lo moderno: De Lumière a Campanella
Hay un sketch memorable de Muchachada Nui, de esos que te hacen darte cuenta de que tal vez sea el humor, incluso en su dimensión más absurda y descabellada, el vehículo más cómodo para visitar territorios filosóficos o complicados.
Un par de barberos de toda la vida acuden a una peluquería unisex tijera y navaja en mano y se sorprenden de ver revistas de tendencias en lugar del Marca, que suene música pop-electrónica en lugar de la Cope y que los estilistas vistan ropa de calle sin llevar la típica bata. Se inicia así un diálogo delirante que concluye en una canción: “Breve disertación sobre lo clásico y lo moderno”, en la que descubren que tienen más cosas en común de las que realmente saltan a la vista.
En “Bande à part” (1964), Odile (Anna Karina), entra en una clase particular de inglés donde la profesora ha escrito en la pizarra: CLÁSICO= MODERNO. Evidentemente, es Jean Luc Godard quien suscribe el comentario, verdadero revolucionario del cine. Revolución entendida como una vuelta completa, un re-evolución, o vuelta a los orígenes.
No paro de pensar en una posible situación: John Fordy Howard Hawks se encuentran con un joven Godardo con Antonioni, por citar dos cineastas verdaderamente modernos, y mantienen un diálogo similar al del sketch de los peluqueros. Enseguida verían que sus cines tienen puntos en común porque lo verdaderamente moderno bebe o tiene como punto de referencia lo clásico. Este es el tema que me gustaría defender.
No abandonemos a John Ford, nos puede servir como ejemplo para sacar conclusiones acerca de qué es el cine clásico. No estaría demás aclarar que lo clásico nada tiene que ver con lo antiguo, al menos, en el momento presente, siendo el cine un arte con apenas cien años de historia. Si tomamos una película como “La diligencia” (1939) o “Río Bravo” (1959), enseguida podemos darnos cuenta de que el/los personaje/s son el núcleo en torno al cual gravitan los componentes de la realidad del film, lo conforman, lo armonizan y dan sentido a la diversidad de experiencias o acciones.
Estamos acostumbrados a seguir las peripecias de lo que les sucede a los personajes, ellos conducen la trama, “son la película”. Por empezar con la referencia más radical, cumbre de la vanguardia y la modernidad actuales,la primera parada obligatoria es “Elogio del amor” (2004), donde la realidad moldea el hueco dejado por el personaje, éste se desvanece, se opta por mostrar la Historia a través de los personajes, generando planos en los que los protagonistas apenas aparecen, lo hacen de pasada, en off,o son filmados desde un plano muy general. Estamos ante una manera insólita de hacer cine: la película se centra en lo que orbita alrededor de los protagonistas.
Sin irnos tan lejos en el tiempo en relación con “Rio Bravo”, en “La aventura” (1960) de Michellangello Antonioni, un personaje desaparece sin dejar rastro en una excursión, se disipa, generando una incoherencia, un sinsentido, puesto que sus amigos comienzan a buscarle pero esa búsqueda se diluye y al final no se nos da ninguna explicación sobre la misma.
En“El eclipse” (1962)sucede otra cosa aún más sorprendente y arriesgada: son los protagonistas quienes desaparecen de la película. Si el cine clásico está caracterizado por la cohesión, la solidez de las relaciones entre los personajes, la certeza y la seguridad; en el cine moderno son la fluidez, la inconsistencia de las relaciones, la independencia, la duda y la angustia, algunos de sus pilares.
En su época final, Fellini, abandonó definitivamente el cine clásico para hacer un tipo de películas que podríamos llamar descriptivas. “Roma” (1972), “Satiricón” (1969), “Ensayo de orquesta” (1979)… en ellas, no existe un personaje concreto que haga avanzar la trama sino que es la descripción de los espacios, el detenimiento en personajes episódicos o la mirada introspectiva la base en torno a la cual sesustenta el relato. Pero no nos engañemos, en el cine de John Ford, de Howard Hawks o de Yasujiro Ozutambién podemos encontrar pasajes, pequeños momentos en el que prevalecen las descripciones de las emociones de los personajes… Es la progresión en línea recta, el desarrollo narrativo completo y cerrado y el relato visualizado lo que marca las características claves del clasicismo. En la modernidad, el relato se disgrega en meandros, la fragmentación, la descripción abierta y la contemplación enriquecen o dan otra dimensión a la película.
Tomemos a dos grandes narradores cómo Raoul Walshy Alfred Hitchcock , nos sirven para admirar qué dominio de las relaciones causa-efecto tan precisas construyen el paradigma clásico. El personaje realiza actos necesarios que son medios para un fin. Si nos vamos al polo opuesto, JimJarmusch, esplendido en su estilo, muestra personajes que realizan actos contingentes, infundados y arbitrarios, se mueven por asociación libre o por yuxtaposición. Todo ello afecta al tiempo, en el relato clásico, está determinado en función del movimiento, en la modernidad, el tiempo se remansa, se acumula, cuando no se elonga específicamente para buscar transmitir una idea o una sensación. La secuencia que abre “El soldado americano” (1970) de R.WFassbinder– cinco minutos en los que no pasa nada- sería una clara muestra de este punto.En el cine clásico todo se encadena, nos encontramos ante la causalidad versus la casualidad que impregna el cine moderno: el azar, el caos, la naturaleza… entran en la película. Véase la primera etapa de Werner Herzog.
Tras repasar qué puede ser lo clásico y qué lo moderno, llegamos a un punto clave: ¿cómo es el cine de hoy en día? Tal vez no sea a nosotros a quienes nos toque dirimir esta cuestión, sino a las generaciones posteriores, puesto que tendrán más perspectiva. Sin embargo, me arriesgo a decir que el cine, hoy en día, sufre una especie de involución. Sucedió que, tras la aparición del cinematógrafo, tras las primera películas de los Lumière, Meliès y compañía, el cine se estancó, pareció agotarse. De hecho, se convirtió en un espectáculo de barracón de feria, se relegó a algo ambulante: había que pagar unas monedas por ver historietas bastante mediocres en una sala acondicionada para tal fin. Si uno echa un vistazo a la cartelera actual, no puede, cuanto menos, comparar nuestro panorama con el de antaño. Exceptuando honrosas excepciones que son las que hacen, precisamente, que el cine siga siendo arte, nos encontramos, por desgracia, con bodrios infumables que hacen replantearse seriamente el desembolso que supone pagar una entrada. Incluso las grandes mega salas con su olor a palomitas y sus sistemas de sonido envolventes no hacen sino establecer un paralelismo, desgraciadamente, más que evidente.
Además, existe el error de creer que una película puede ser moderna por ser una concatenación de los efectos especiales más punteros. Obviamente, no es así. Hay películas de los años cincuenta muchísimo más modernas que las actuales en cuanto a contenido y forma. Por poner un ejemplo práctico: todo el despliegue digital de la trilogía de “El señor de los anillos” (2001) de Peter Jackson es alucinante, pero empleando la misma tecnología, ha sido el argentino Juan José Campanella en la secuencia del partido de fútbol en “El secreto de sus ojos” (2009) quien ha sabido sacarle un partido muchísimo más expresivo y poderoso a la creación de un espacio por ordenador.
El cine americano que inunda nuestras salas da unas muestras de repetición y agotamiento terribles. Y es de un clasicismo rancio, pese a toda su parafernalia digital. Nos tenemos que acercar a directores como Pedro Costa, Tsai Ming-liang, Nobuhiro Suwa o Jia Zhangke para encontrar películas verdaderamente innovadoras en la actualidad. El por qué de que su cine no se estrene en las salas o pase de refilón por ellas y sólo pueda verse en festivales o acceder a él en el mercado del DVD es un tema aparte. ¿Vivimos en un mundo que le tiene miedo a lo moderno? Uno empieza a pensar que así es.
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