En papel
Placeres compartidos: Umbral
Nada puede contener la fuerza de la creación. Cuando la energía brota desde el país de la imaginación descubrimos las fuentes de la abundancia. Y allí está Paco con su incansable manantial de palabras, peleando en las realidades paralelas más allá del paraíso de los paraísos artificiales, llegando a la estación-belleza con su elegante spleen. Exquisito en lo popular y cheli bailón en la cercanía. Madrid no tiene quien la galantee con donosura de noche de ronda sin las acometidas lírico-indagadoras de Umbral. Paco era desbordante y hospitalario, cariñoso pero inflexible con quien acudía al besamanos de los clanes.
Cuando -por obra y gracia del proyecto editorial Llegada del presente– me recibió en su planeta Madrid-Costa Flemig, nunca imaginé que la geografía mítica del mago de las negritas también sería -con el tiempo- mi pequeño planeta y que el autor del luminoso Mortal y rosa, poblaría la vecindad de mis pasos ambulantes. Apolonio Morales-Félix Boix-Juan Ramón Jiménez-Doctor Flemig y Padre Damián 43, uno de los escenarios de mis primeras entrevistas con Paco que, a mediados de los ochenta, se convertiría en mi residencia, casi tocando el cielo y al tam tam de las piscinas privadas. Microcosmos de solitarios, ejecutivas de vértigo, ermitaños de cinco estrellas, suripantas y toques de fantasía erótica en clave de Carol relax, con tapadera de carpeta estudiantil. En los bajos del edificio Colpisa, la agencia-lar de Umbral, centro emisor de su gigantesca labor de articulista. Muy cerca Juan Ramón Jiménez 28, Félix Boix , Apoloni Morales1, lugares de itinerario vital para el universo umbraliano.
Cuando -en mis transbordos de barrios, ciudades, paisajes- cruzaba por la esquina de Padre Damián con Félix Boix, la encantadora kioskera que me guardaba los ejemplares de mis colaboraciones en Madrid me mata, El Correo de Andalucía, ABC o Ánfora Nova…me hablaba con devoción de Paco. No es extraño adivinarla en sus diarios, siempre homenajeando a quienes le regalaban capsulitas de ternura. A la búsqueda del pan de los placeres y los días, al calor de Juan Ramón Jiménez, se cocinaba la gran enciclopedia de los sentidos con ayuda de María España. Umbral, lluvia regeneradora para un idioma enquistado en los lugares comunes. Necesitaba la palabra galope tendido, dispersión generadora, paisaje de continuas derivaciones. Como si se lanzara al agua y abriera círculos concéntricos. Ahí nacía la magia de Paco. Helechos arborescentes, balcones a la infancia emergiendo en lenguaje-radar iluminando zonas de sombra.
En Umbral respiran Cela, Valle Inclán, Proust y todas las caras de la creación sin ataduras. Porque es voz de la memoria de olores, sabores, sábanas al aire de la vinculación afectiva. Paco me recordaba con entusiasmo las páginas de Nada de Carmen Laforet paseando por los aromas de la calle Aribau en la Barcelona tan querida en clave universal por el autor de Los amores diurnos. Magadalenas o no de Proust, Umbral era el poeta de la ciudad de ciudades, capaz de sacarle brillo a un humilde billete de metro en Si hubiéramos sabido que el amor era eso. Divertido y respetuoso en aquellas reuniones en Apolonio Morales, con Ginés Liébana de maestro de ceremonias y las lentejas manieristas en el enredo. Andrés Amorós, Luis Antonio de Villena, Sisita Milans, Mateo, Raúl del Pozo, Carmen Platero. Gozo del amanecer creativo y transbordos de ideas de Paco Nieva a Michi Panero, de Ana Rosetti a Manolo Balboa. Ninfas revoloteando por los horizontes de neón, aduladores y críticos, pícaros y genios, aspirantes y enamorados del naufragio. Neocolmena en Babel cambiante.
Pero en el universo de negritas de la era dorada de El país-Cebrián, Umbral sacaba a pasear el almario de la vida capitalina sin juegos de jerarquías. Paco Umbral nunca dejó de ser el niño de los arrabales desamparados, el solitario de la bandera lírica, de la bandera sin fronteras disfrutando -con su tímida sonrisa- cuando la ternura se imponía al tecnolenguaje de coyunturas y estructuras. Lejos de la memoria del dato, sabiendo que al final sólo queda lo afectivamente sentido. Siguen ahí el Café Gijón, el ángel caído, la esperanza acobardada por tantos labios con espadas, pero -en el carril paralelo- vive también la flor de la gratitud, el valor de la experiencia íntima, la sabiduría de asistir al paso a paso del conocimiento en nuestra memoria de sentidos. Como decía Paco, somos los desconocidos que tenemos más a mano. Cuando hablo con Ginés -en nuestra escritura al hilo telefónico- siempre se asoma el recuerdo de los días felices del placer compartido contrastando ideas, dando a la luz iniciativas como nuestra Empresa Invisible. Días que son ya eterno presente intemporal en el recuerdo del universo-maravilla de Umbral, en la continua fiesta del yo concelebrado.
Tienes que registrarte para comentar Login