En papel
Placeres compartidos: Ana Rossetti
Por azar, por capricho del destino una madrugada de abril de 1989 me encontré acomodando el calzado de Ana Rossetti a cuento de un loco de viernes noche que estuvo a punto de enviarnos al Olimpo sin previo paso por la Academia. Desde entonces nos miramos y la risa es un puente entre silencios. Ana ya sonaba en mi cuaderno cuando por arte de Joaquín Sabina conocí al fotógrafo e invento, Carlos Bullejos.
Era el Madrid de La Latina y San Francisco el Grande, hervidero de aspirantes sin tela ni ortodoxo juicio: María Monsonis, Teo Cardalda, Juan Antonio Muriel, Raúl Alcover, Manolo Balboa. El ardor editorial de Hiperión lanzó la poesía directamente mística y amorosa de Ana, con fotos encariñadas de Carlos Bullejos. Los escépticos se escandalizaron; las huestes conservadoras desempolvaron el repelús. ¿Una autora con pasado cabaretero? ¿Una reina del striptease? Qué lejos las narradoras del papel ceniza, las sacerdotisas de la desolación. Mujer de palabras curvas, de sintaxis endemoniadamente hechicera. Ana -desde el Sur- subía a mi memoria con sabores gaditanos y empuje de ola maga. Escribió para mi programa de Onda Madrid un enamorado relato de su llegada a la capital. Recordar los desayunos en el Niza, películas del Imperial, el primer teatro de Buero y Pirandello; tulipanes en primavera, nieve el 14 de febrero, ciclos de Antonioni y Bergman, colas en el Teatro Real. Atardeceres en Velázquez, otoños en el Parque del Oeste, reencuentros en El Retiro. Cafés en La Bobia… El Comercial y -al calor de la memoria sentimental- entonar el estribillo de “Quisiera ser un ángel”, de la primera película de Rocío Dúrcal, Canción de Juventud.
Pero Ana creció y -paralelamente- todos con ella. Nos ayudó con la desenvoltura de quien baraja géneros y corriente, sin jerarquía de clanes. Andaluza con acento y singularidad en las grandes conferencias; mística y erudita desde el erotismo más exquisito y literaria de Sor Juana Inés a Santa Teresa.
Coincidimos también en nuestra devoción/devocionario por el lenguaje de las canciones. Ana escribió para Luz Casal, luego, radio, televisión, animación cultural, docencia. Siempre con la flor de la pereza activa en la boca. La escuchaba como chica de oro y me parecía delicia irónica. Amplia en la sensualidad y mirada penetrante que te recorre como un ventilador con tacto y sin afán invasor. La frecuentaba en nuestro mini Macondo de Malasaña; fue artífice del encuentro que giró en torno a mi obra en el legendario Pub Oliver, con Ángela Muro, Martirio, Emi Bullejos, Jesús Tablate, Lucía Bosé, Hilario Camacho…
Sé que puedo reanudar conversación con Ana para hablar de todo y de nada. Ruth Gabriel corretea por las pantallas y hada-madre inventa barquitos de vapor para que la niña gigante no naufrague… Manolo Balboa sonríe desde el piano mientras trabajamos en un musical sobre Cunqueiro, Un país de esperas. Ana y Manolo gestaron una ópera con Oscar Wilde y el secreto enamorado en el atril. Espera también en los mapas de sus poemarios, sintonías que nos concilian en el baile del tiempo.
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