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La Guerra Civil y el final del Capitalismo

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Cuando España perdió la Guerra Civil, el capitalismo comenzó a derrumbarse. En el momento en el que el fascismo se impuso a la democracia, el capital programó sin pretenderlo su propia obsolescencia. La monarquía constitucional de Alfonso XIII de Borbón quedó deslegitimada al permitir la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), que fracasó en su intento de volver a la normalidad constitucional con la dictablanda del general Berenguer (1930-1931). El mismo Alfonso XIII puso fin a esta dictablanda y nombró nuevo presidente al almirante Juan Bautista Aznar, que propuso elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. Según los resultados electorales, las candidaturas republicano-socialistas ganaron en 41 de las 50 capitales de provincia. Fue la primera vez en la Historia de España que un gobierno fue derrotado en unas elecciones. Los partidarios de la República ganaron. La Segunda República Española trajo consigo, primero, algunas modernizaciones que anticiparon varios adelantos que en Europa llegarían más tarde; después, una corrupción de la derecha católica que rectificó los avances anteriores y, mientras tanto, la Revolución de 1934, que en Asturias se convirtió en una verdadera revolución social de insurrección anarquista y socialista, pero que finalmente fue sofocada por el gobierno con la intervención del ejército; y, por último, el triunfo del Frente Popular en la elecciones generales de febrero de 1936, una coalición de izquierdas que sólo pudo gobernar en paz durante cinco meses a causa del golpe de Estado del 17 y 18 de julio que consiguió desestabilizar la democracia hasta hacerla caer. Esta fue la primera etapa del derrumbe mundial gradual por etapas del gran capital. Hasta hoy se creía que el colapso de la Unión Soviética en 1991 había supuesto el fracaso del capitalismo porque, a expensas de que la URSS había superado la propiedad privada de los medios de producción, no había superado las categorías centrales del sistema capitalista -valor, mercancía, trabajo abstracto, dinero y fetichismo de la mercancía- que formaron siempre parte de la sociedad mundial de la mercancía.

Antes de pasar por Teruel como única capital de provincia conquistada por la República y reflexionar acerca del porqué la Guerra Civil hizo empezar a caer al capitalismo, voy a intentar sintetizar la Historia de la Guerra Civil Española; empezando por comprender que la Historia es en el fondo una narración de los hechos rigurosa y verídica pero con una verdad parcial, es decir, elegante en la forma de manipular los hilos conductores de cómo contar las distintas historias que tejen un mismo relato. Y luego continuaré por entender que lo que convierte una obra en clásica es precisamente su capacidad de divulgación política, su narración y su rigor. Por tanto, habremos aquí de distanciarnos objetivamente de la propaganda fascista y del abrumador espíritu de la militancia republicana para con el que se vieron atraídas personalidades como George Orwell, Ernest Hemingway, Josip Broz ‘Tito’ o Willy Brandt.

Ríos de tinta

Salvador Puig Antich fue un preso político español, anarquista y antifascista que formó parte del Movimiento Ibérico de Liberación, organización anticapitalista que apoyaba la agitación armada y fomentaba la lucha obrera. Su asesinato por garrote vil el 2 de marzo de 1974 no fue el último gran ajusticiamiento mediático del fascismo español. Los últimos fusilamientos de la Dictadura de Francisco Franco ocurren el 27 de septiembre de 1975. Hasta esta fecha, la dictadura franquista, con base en la represión, en la violación sistemática de los Derechos Humanos y en la tortura, siguió sin escrúpulos el rastro de sangre de José Calvo Sotelo, cuyo asesinato en la madrugada del 13 de julio de 1936 convenció a Francisco Franco de la urgencia de la sublevación de los carlistas y también de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Al día siguiente, la conmoción que causó este crimen fue aprovechada por el General de brigada Emilio Mola Vidal para avanzarle al pueblo español la fecha de la sublevación que quedó fijada para el día 18 de julio de 1936. El general Mola, el ‘Director’ de la conspiración militar que dio el golpe de estado con el que empezó a perpetrarse la Guerra Civil, murió sospechosamente en un accidente aéreo cuando el avión en el que solía viajar se estrelló en una colina del pueblo de Alcocero, cerca de Burgos, en plena Campaña del Norte, el 3 de junio de 1937. El general Mola, el ‘Director’ de la conspiración, era el rival directo de Franco y, sin duda, Franco se sintió aliviado por su muerte.

El general Mola. No hay mal que por bien no venga...

El general Mola. No hay mal que por bien no venga…

España perdió tres décadas. Las tres décadas en las que Europa Occidental se hizo “democrática” por primera vez en su Historia. Antes de 1945, el Estado de Bienestar consolidado como sociedad civil no existía, salvo en restos de Inglaterra, de Francia y de los países nórdicos. Fue de 1945 a 1975 cuando Europa se modernizó, se hizo más civilizada, se impuso a sí misma la educación obligatoria para todos y, por tanto, las universidades crecieron y, con ellas, la ciencia, lo falsable, también. Todo esto España se lo perdió como quien no asiste a la partida de Scrabble de los viernes porque ha sufrido un esguince voluntario. Tres décadas de oportunidades perdidas para la Historia de España, además de tres décadas de violencia, de hambre, de cárceles, de estrechez moral católica y de un cognitivo conductismo reaccionario. Toda una generación que no pudo acceder a bienes sociales, culturales y políticos y que, por el contrario, fue educada en una sola ideología, careciendo de la diversidad y del pluralismo necesarios para la vida. A todas luces fue la gran venganza de La Iglesia contra la España de Vicente Rojo, el general que marcó toda la estrategia militar del poder republicano. Una venganza que se cerró a Europa, a la sociedad civil europea, inducida a la reactivación de la ciudadanía, a los derechos y deberes civiles y, sobre todo, a la responsabilidad de los políticos ante la ciudadanía. En consecuencia, la corrupción española viene de la cerrazón, es decir, de la politización de la Historia de la Guerra Civil; politización que enfrenta a las memorias dividiéndolas a través de la ignorancia y del miedo.

El 20 de agosto de 1946, en la tapia trasera del Cementerio de Torrero de Zaragoza, junto a lo que hoy es el Mausoleo de Joaquín Costa, fueron fusiladas las últimas víctimas de la primera parte de la postguerra. Sus restos fueron encontrados en dos grandes fosas comunes en 1979, escondidos y olvidados durante décadas. Nadie sabe qué día empezó la Dictadura de Francisco Franco; se sabe, esto sí, que la Guerra Civil finalizó el 1 de abril de 1939 y que a ésta le sucedió una paz que se cobró más de cincuenta mil vidas despreciadas en las fosas comunes. Se trata de un terror instalado desde arriba, dirigido por militares, apoyado por la Iglesia Católica y con Franco como personaje fundamental de la Historia de España de la segunda mitad del siglo veinte. Seiscientas cincuenta mil personas se exiliaron, de las cuales volvieron unas ciento setenta mil, incluidas mujeres y niños, para padecer después el terror en las cárceles franquistas. Luego se trata a su vez de una paz que dividió profundamente a la sociedad española.

España no había participado de la mayor competición por el predominio industrial y comercial, la llamada Primera Guerra Mundial, con sus trincheras y su gran mortandad. Hasta entonces, la guerra con el mayor número de víctimas era la Guerra de Crimea, en la que murieron quinientas cincuenta mil personas. Poco después, en la Primera Guerra Mundial murieron ocho millones doscientas mil. En la Segunda Guerra Mundial, superando dimensionalmente a la mayor competición por el predominio industrial y comercial, murieron cien millones de personas. Esto ya no era mera competición; la barbarie de la venganza se le fue de las manos al mal llamado Primer Mundo. Sólo la Unión Soviética tuvo treinta y siete millones de muertos, China otros treinta, Alemania diez, Polonia seis, Bengala y Japón cuatro cada cual, y así. Como fuere, el comunismo y el fascismo posteriores a la Primera Guerra Mundial generaron un paramilitarismo del que España se libró. De esta manera, si una guerra es cuando dos ejércitos se enfrentan, cabe avisar de que la considerada primera parte de la Guerra Civil Española no era una guerra porque el único ejército formado fue el así mismo llamado bando nacional, conformado por el Ejército Español de África, La Legión y los Regulares, además de los falangistas, los Requetés (las fuerzas paramilitares carlistas), la Alemania nazi, la Italia fascista, el Estado Nuevo portugués del dictador António de Oliveira Salazar y la Brigada Irlandesa. El bando republicano, al principio, no era sino un conjunto heterogéneo de milicias desorganizadas entre sí que, sin embargo, consiguió resistir a los primeros ataques facciosos, por ejemplo, en Barcelona y Madrid.

La unidad de España dividió a España en dos

Entonces, a pesar de que el bando sublevado comenzó sus ataques el 18 de julio, no hubo una guerra real hasta finales de diciembre de 1936, momento en el que también el bando republicano creó un ejército regular con fuerzas suficientes para oponerse a Franco de manera organizada. Cabe destacar que todavía en la Batalla de Madrid, cuyo asalto se efectuó del 8 al 23 de noviembre de 1936, Franco tuvo que asumir que no podía conquistar Madrid y que la guerra iba a ser larga, lenta y de exterminio, dejando a poca gente en la retaguardia. Tanto fue así que la primera gran batalla de la guerra civil española no se sucedería hasta julio del próximo año y, más concretamente, del 6 al 25 de julio de 1937. Esta fue la Batalla de Brunete, en los alrededores de Madrid. El segundo gran conjunto de combates fue la Ofensiva del Norte, del 31 de marzo al 21 de octubre, donde la zona republicana sólo disponía ya de comunicación marítima. El poder de la flota republicana era su extraordinario arrojo y valor allí donde los bous, los pequeños pesqueros armados vascos, hicieron frente al crucero pesado Canarias (C-21) de la armada sublevada para defender al mercante Galdames que se dirigía con material bélico a Bilbao. Pero la superioridad numérica de la flota republicana estaba concentrada en el Mediterráneo. Por ello, la flota sublevada pudo encargarse de bloquear el Mar Cantábrico. Y junto a los bombardeos de la Legión Cóndor alemana y de la Aviación Legionaria italiana y las tres operaciones terrestres, Ofensiva de Vizcaya, del 31 de marzo al 1 de julio, Batalla de Santander, del 14 de agosto al 2 de septiembre, y Ofensiva de Asturias, del 1 de septiembre al 21 de octubre, la zona republicana del Norte perdió su poder en una de las peores destrucciones, junto a la de Aragón, de la Guerra Civil española, que se caracterizó, entre otras cosas, por ser una de las guerras de menor destrucción física del siglo XX.

La tercera gran contienda fue la Batalla del Ebro, casi un año después, del 25 de julio al 16 de noviembre de 1938. Tras la pérdida de Teruel por las tropas republicanas el 20 de febrero de 1938, el bando sublevado lanzó una ofensiva en Aragón que destruyó las defensas republicanas y barrió por completo al Ejército popular en la zona, logrando así vía libre hasta Barcelona. Por tanto, Franco dividió la zona republicana en dos, Cataluña y Madrid, y, en lugar de atacar Barcelona, decidió conquistar Valencia, capital republicana del Levante, para dejar a Madrid completamente aislada de los puertos del Levante. Como fuese, a pesar de que en la Batalla del Ebro no se jugaba nada importante desde el punto de vista estratégico, fue el capítulo más sangriento de la guerra. Y el fin de la guerra vino prácticamente con el último gran enfrentamiento, la Ofensiva de Cataluña, del 23 de diciembre de 1938 al 10 de febrero de 1939. El desarrollo de esta campaña marcó el éxodo a la otra parte de la frontera de unas trescientas mil personas en un mes y medio.

Uno de estos dos señores fue un estratega aceptable.

Uno de estos dos señores fue un estratega aceptable.

Obviamente, Franco no hubiese ganado la guerra sin la intervención nazi y fascista de Alemania e Italia. Los seiscientos cincuenta millones de dólares que invirtió para ganarla los consiguió a través de la política exterior, de ciertos cálculos diplomáticos y de la subordinación a los créditos de potencias extranjeras. La República perdió la guerra invirtiendo la misma cantidad a través de la venta de oro a Moscú para convertirlo en armas. Y la guerra trajo consigo un muerto por cada mil dólares invertidos por bando, unos seiscientos cincuenta mil muertos de forma violenta, la mayoría de ellos en la retaguardia, la minoría en el frente y una parte considerable en la postguerra, desde el 1 de abril de 1939 hasta el 20 de agosto de 1946; todo ello sin contar las enfermedades y las gentes que murieron después en las cárceles.

El verano de la anarquía

Durante la postguerra, la politización de la unidad de España dividió al territorio nacional en dos zonas con organizaciones sociales, políticas, económicas y culturales totalmente diferentes a las que hubo durante la República antes de 1936. Desde el 14 de abril de 1931 hasta el 17 de julio de 1936, la Segunda República Española estuvo en paz. Pero con el golpe el Estado se tambaleó y entró en crisis, abriéndose así a un proceso revolucionario, súbito, violento y profundo que desplegó al enemigo de clase teniendo como fuente de inspiración el imaginario colectivo autogestionario de Barcelona y del anarquismo y su destrucción anticlerical, su odio a la clase dominante, a los ricos y a los terratenientes. Era la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. Se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, una actitud mental prevaleciente de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada -ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera- simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resultaba casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estaban los campesinos y gentes como George Orwell, y nadie era amo de nadie. Las comunas funcionaban de acuerdo al principio básico de «De cada cual según su habilidad, a cada cual según su necesidad». En algunos lugares, el dinero fue totalmente eliminado. Las áreas rurales expropiadas para su colectivización durante la revolución social española son del 13% en la actual Comunidad Valenciana, con 353 colectividades rurales, el 24% para Murcia, el 25% para Madrid, el 53% en la Andalucía no sometida a los militares sublevados, el 58% en Castilla-La Mancha, cerca del 70% en el Aragón reconquistado, donde se declaró el comunismo libertario con 450 colectividades rurales, el 70% en Cataluña y el 91% de la Extremadura que quedaba en la República. Poca broma. Con embargo, dado que el Ministerio de Agricultura, y por extensión el Instituto de Reforma Agraria (IRA), estaban bajo control del Partido Comunista, hostil a la colectivización, el buen hacer de esta organización colectiva fue controlada muy pronto y no tardó en enfriarse. Al menos cabe recordar que, a pesar de la izquierda política, muchas colectividades aguantarían hasta el final de la guerra.

Uno de los grandes contratiempos provenía de José Giral, cuya presidencia dominaba al principio la situación pero representando sólo a los republicanos y nunca a los sindicatos obreros. Este rumbo de los acontecimientos mejoraría con la llegada el 4 de septiembre de 1936 de Francisco Largo Caballero, presidente de la UGT, estuquista que se había hecho a sí mismo y había llegado a político procediendo de la clase trabajadora. Fue el primer presidente de gobierno socialista de la Historia de España y, con él, la primera vez que se incorporaron al gobierno ministros comunistas y anarquistas en un país occidental. Una vez quedó claro que España estaba en guerra y no de fiesta revolucionaria, el Comité Nacional de la CNT eligió a sus cuatro dirigentes anarquistas que el 4 de noviembre de 1936 entrarían en el nuevo Gobierno de la República representando de forma equilibrada los dos principales sectores que habían pugnado por la supremacía en el anarcosindicalismo durante los años republicanos: los sindicalistas y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Joan Peiró y Juan López, ministros de Industria y Comercio, quedaban como indiscutibles figuras de aquellos sindicatos de oposición que, tras ser expulsados de la CNT en 1933, habían vuelto de nuevo al redil poco antes de la sublevación militar. Juan García Oliver, nuevo ministro de Justicia, era el símbolo del hombre de acción, de la gimnasia revolucionaria, de la estrategia insurreccional contra la República, que había ascendido como la espuma desde las jornadas revolucionarias de julio en Barcelona. Federica Montseny, ministra de Sanidad, hija de Federico Urales y Soledad Gustavo, famosa también por su pluma, que había afilado durante la República para atacar a todos los traidores reformistas desde el anarquismo más intransigente, era, además, la primera mujer ministra en la Historia de España y el/la primer ministro de sanidad de toda la Historia. Todo esto anticipó varios adelantos del siglo XX. No obstante, Francisco Largo Caballero tuvo que abandonar el poder después de las Jornadas de Mayo, entre el 3 y el 8 de mayo de 1937 en diversas localidades de las provincias de Cataluña, con epicentro en la ciudad de Barcelona, en el contexto de la Guerra Civil Española. En estos sucesos se enfrentaban los grupos anarquistas y trotskistas (partidarios de la Revolución), por un lado, y el Gobierno de la República, la Generalitat de Catalunya y algunos grupos políticos, por otro lado. Fue el punto culminante del enfrentamiento entre la legalidad republicana de la preguerra y la Revolución, que estaban en roce constante desde el 18 de julio de 1936 y que finalmente se tradujo en revueltas con cientos de barricadas en las calles y centenares de muertos.

Anarquismo en España. No se le esperaba, pero estuvo.

Anarquismo en España. No se le esperaba, pero estuvo.

El segundo personaje clave es Juan Negrín, elegido por Manuel Azaña como presidente de la República durante toda la Guerra Civil por su capacidad para pactar internacionalmente con las potencias democráticas, aunque fuese intentado convencer a los fascismos de que abandonasen el apoyo a Franco para pactar una solución de conciliación que terminase con la guerra. Juan Negrín tenía conocimiento de idiomas y buen temple ante situaciones venideras y además realizó un enorme esfuerzo por incorporar a las potencias democráticas a la causa republicana. Pero no pudo conseguirlo y el fracaso de Negrín supuso el fin de la Segunda República Española.

Hazaña

El tercer personaje clave es Manuel Azaña, que ya había sido Presidente del Gobierno Provisional de la República Española del 14 de octubre al 16 de diciembre de 1931, Presidente del Consejo de Ministros de España del 16 de diciembre al de 12 de septiembre de 1933. A finales de 1935 la corrupción del gobierno de Alejandro Lerroux es destapada por el caso Straperlo. El presidente Alcalá-Zamora le exigió la dimisión, cayó el Gobierno y tuvieron que convocarse nuevas elecciones. Con la caída del Gobierno, ante la expectativa de unas elecciones en las que existe la posibilidad de que las gane la izquierda, arreciaron los movimientos en contra de la República. La CEDA y sectores del Ejército conspiraron para impedir la consulta mediante un golpe de Estado. Franco fue requerido desde sectores militares y civiles para que participese en el complot; pero este, sin rechazarlo, no se unió al mismo, manteniendo una posición ambigua, y su encuentro con José Antonio Primo de Rivera, jefe falangista, días antes de las elecciones, fue indecisa e insoportable debido a la desconcertante indeterminación de Franco frente a la conspiración contra la República. Así, los días 16 y 23 de febrero de 1936 se celebraron en España las terceras y últimas elecciones generales de la Segunda República Española. Manuel Azaña, con Izquierda Republicana (IR), fue elegido Presidente de la República Española del 11 de mayo de 1936 al 27 de febrero de 1939. Él, que había sido Ministro de Guerra de España del 14 de abril de 1931 al 12 de septiembre de 1933, no tardó en comprender que la guerra no iba con él y que el hecho de que los españoles se matasen entre sí iba a ser un acontecimiento que cambiaría profundamente la Historia de España, que produciría una gran violencia y también una violación sistemática de los Derechos Humanos. Por ello nunca terminó de creerse la guerra y se mantuvo siempre ausente, lejano, esperando que hubiese una conciliación… Los tres presidentes del Gobierno de la República durante la guerra y el Presidente de la República Española murieron en el exilio.

Fascización de España

En la zona sublevada, en aquel territorio que conquistaron al principio los militares fascistas, se fue forjando la España de Franco. Sus compañeros de armas lo nombraron como Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Gobierno del Estado español el 21 de septiembre de 1936, y se convirtió en el personaje clave a partir del 1 de octubre de 1936, cuando se autoproclamó Caudillo de España hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975, porque empezó un proceso de unificación de todas las fuerzas políticas en el partido único Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). Fue el único partido permitido tras la Guerra Civil y durante todo el régimen franquista. Franco, Presidente del Gobierno de España del 30 de enero de 1938 al 8 de junio de 1973, tuvo como urgencia social la fascización de la política española, con los mismos aires fascistas que corrían por Europa, para destruir de facto y con prisas todo el legado de la República. Destruyó la cuestión religiosa de la Constitución de 1931, la forma como se abordó la relación entre el Estado y la Iglesia católica y los temas conexos, como la libertad de conciencia y la libertad de cultos, la regulación del matrimonio y del divorcio y la educación, en la carta magna de la Segunda República Española. Destruyó la Ley de Reforma Agraria de España de 1932, que fue uno de los proyectos más ambiciosos de la Segunda República porque pretendía resolver un problema histórico: la tremenda desigualdad social que existía en la mitad sur de España, donde dos millones de jornaleros sin tierras vivían en condiciones miserables. Destruyó la reforma militar de Manuel Azaña, el conjunto de decretos cuyo objetivo era modernizar y democratizar el Ejército español además de poner fin a la intervencionismo militar en la vida política. Etcétera. Es decir, aunque al principio Franco no sabía qué quería construir, sí tuvo claro que debía destruir todo el aire de modernización de la República y que de ello debía no quedar ni las cenizas. Más tarde entendió que de entrada tenía que construir un Estado corporativo, fascista. Pero, a partir de que en 1943 las potencias fascistas fuesen derrotadas, Franco fue sustituyendo cierta fascización por una reconversión de España al nacionalcatolicismo -que era lo que en el fondo más le gustaba, ya que en el bando franquista la Iglesia Católica tuvo un papel primordial tanto en su implicación como en su forma de introducir las leyes. Y es que prácticamente toda la orientación ideológica fascista tiene siempre un límite: la Iglesia Católica, porque llega un punto en el que o se es fascista o se es católico y, desde luego, Franco tuvo claro que España era católica. Muy católica.

Guerra universal

Lo que desencadenó en Guerra Civil empezó siendo un conflicto sociopolítico interno cuyo incidente inductor o incitador fue el fracaso del golpe de Estado de 1936. Pero en el fondo no era sino el pistoletazo de salida de una serie de luchas universales sobre el territorio español. Y prácticamente en cuestión de días se convirtió en una cuestión universal.

El 20 de julio de 1936, el Primer Ministro de Francia Léon Blum recibió una llamada de ayuda de José Giral, del tipo “hemos sido sorprendidos por un golpe de Estado”, a la que Blum respondió favorablemente. Pero se vio obligado a retractarse ante la oposición del Presidente de la República Francesa Albert Lebrun, de los radicales (Édouard Herriot), de la derecha francesa y del Reino Unido. La actitud del gobierno británico fue determinante: éste habría afirmado que retiraría su apoyo a Francia frente a Alemania en caso de una intervención en España. Y tampoco se puede menospreciar el pacifismo reiterado de la opinión pública francesa desde el final de la Primera Guerra Mundial.

El gobierno de Neville Chamberlain y las élites británicas veían a España como un país en plena revolución “comunista”. Por otro lado, la tónica general consistía en evitar a toda costa un conflicto con las potencias totalitarias, como lo demostrarían los Acuerdos de Múnich en 1938. En este contexto, Léon Blum propuso un Pacto de No Intervención firmado por la casi totalidad de los países europeos, y se creó en Londres el Comité de No Intervención para definir las modalidades del embargo sobre las armas a destinación de España. Pero, en 1935, Francia y España habían firmado un acuerdo comercial por el que Francia se comprometía a vender armas a España por valor de 25 millones de libras esterlinas. El embargo era, por lo tanto, un incumplimiento de aquel compromiso firmado mucho antes de que los frentes populares gobernasen. Ni Alemania ni Italia respetaron el embargo. En septiembre de 1936, la URSS denunció los hechos y empezó a vender armas a la República Española. Frente a esta situación, Léon Blum escogió, en palabras suyas, la “no-intervención relajada”. Respetó oficialmente el embargo, pero cerró los ojos sobre el tráfico de armas que se organizó a lo largo de la frontera con Cataluña. Además, dos ministros del Frente Popular organizaron la ayuda clandestina: Jules Moch, secretario general del gobierno, y Pierre Cot, ministro del Aire, ayudado de su jefe de gabinete, Jean Moulin; cerraron contratos ficticios con México y Lituania, que no habían firmado el pacto de no-intervención, y éstos a su vez revertían las armas a España. En el último trimestre de 1936, se vendieron 124 aviones al Gobierno republicano español. Pero Franco ya había pedido ayuda nazi y fascista.

Falchi delle Baleari. El doping de Franco.

Falchi delle Baleari. El doping de Franco.

Así que entre agosto y septiembre de 1936, lo que devendría en Guerra Civil y que había comenzando como un fenómeno doméstico se transformó en un fenómeno internacional en el que participó el Corpo Truppe Volontarie (Cuerpo de Tropas Voluntarias), un ejército fascista italiano de unas setenta y cinco mil personas enviado por Benito Mussolini; la Legión Cóndor, fuerza de intervención mayoritariamente aérea de seis mil personas enviada por el III Reich cuya función consistió en dar apoyo logístico, transporte de tropas, suministros, tropas, carros de combate (sobre todo Panzer I) y artillería, creándose la primera escuela de carros de combate; la a veces llamada Legião Viriato, unos diez mil voluntarios profesionales portugueses que sirvieron en la Legión Española y que formaron tres grupos portugueses de aviación; la Brigada Irlandesa, de unos novecientos efectivos cristianos anticomunistas; la Croix de Feu, quinientos franceses ultraderechistas que constituyeron el batallón Jeanne d’Arc; Protectorado español de Marruecos, miles de marroquíes enrolados de forma intensiva en las tropas de Regulares del Ejército de África a cambio de una paga; y parte de la Unión Militar Rusa (ROVS) del Movimiento Blanco, unos ochenta anticomunistas rusos que integraron un destacamento ruso que formaba parte del Tercio Doña María de Molina. En síntesis, unas cien mil personas que vinieron a luchar en el bando franquista pagados por sus propios países y que aportaron a la causa de Franco, sólo de Alemania e Italia, 1.359 aviones, 260 carros de combate, 1.730 cañones, fusiles y municiones para todo ello.

En el bando republicano se reclutó a las Brigadas Internacionales, unidades militares compuestas por unos cuarenta mil voluntarios extranjeros de 54 países, entre los que se encontraban unos dos mil técnicos, pilotos y asesores militares e incluso agentes del NKVD, la policía secreta estalinista; con 680 aviones, 331 carros de combate, 1.500 cañones, 60 coches blindados, 450.000 fusiles Mosin-Nagrant, 20.000 ametrelladoras, 30.000 toneladas de munición y, también, combustible, ropa y alimentos sufragados por donaciones populares. Aunque con las Brigadas Internacionales el punto de partida del reclutamiento fue comunista, poco después se sumaron artistas, escritores e intelectuales, y gentes que más tarde desempeñarían cargos políticos populares en la política internacional.

En el plano internacional, la Guerra Civil Española fue una guerra más que va desde los conflictos de la Primera a la Segunda Guerra Mundial, con la retracción de las veintisiete potencias democráticas que firmaron un Pacto de No Intervención que no respetaron, a pesar de formar un Comité de No Intervención encargado de verificar el grado de cumplimiento del acuerdo, lo que vino a significar un paso más en la preparación y enardecimiento de la Segunda Guerra Mundial, puesto que la Sociedad de las Naciones (SDN), el organismo internacional creado en la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 con la propuesta de establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales, se tragó en el aquel momento todavía reciente mes de octubre de 1935 la Invasión italiana de Abisinia, es decir, la Conquista de Etiopía por parte de Benito Mussolini para expandir las colonias africanas de Italia. La Sociedad de las Naciones condenó la invasión pero sólo impuso insignificantes sanciones económicas, mirando para otro lado en lo concerniente al expolio de carbón, petróleo y acero que se exportaba a Italia. Tanto es así que el papel de la Sociedad de las Naciones en la Guerra Civil Española, aun defendiendo el Pacto de No Intervención, se limitó a encargarse de la custodia del patrimonio del Museo del Prado, las denominadas cajas del Prado que por petición del Gobierno de la República Española se resguardaron en Ginebra hasta que en 1939 fueron reintegradas de nuevo al Gobierno Español, y no se manifestaron ante la descarada intervención fascista. Aparte, dejaron que Hitler hiciese el Anschluss en Austria, la incorporación de Austria a la Alemania nazi el 12 de marzo de 1938 como una provincia del III Reich; y se apoderase de Checoslovaquia, primero sólo de la parte de los Sudetes en la llamada Crisis de los Sudetes y después de toda Checoslovaquia. De hecho, la Sociedad de las Naciones sólo reaccionó cuando los ejércitos de Hitler invadieron Polonia con lo que se conoce como la Guerra de broma, que no fue sino un teatro de operaciones en el que Francia y el Reino Unido declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939 pero donde las tropas francesas y británicas no participaron en ningún acto bélico contra los alemanes, apenas se movilizaron y no asistieron militarmente a Polonia. Es por ello que prácticamente todo lo que ocurrió hasta septiembre de 1939 estuvo en el marco internacional de la guerra civil y que, cuando, por mediación de Benito Mussolini, el primer ministro británico Arthur Neville Chamberlain y su homólogo francés Édouard Dladier aprobaron y firmaron con Hitler los Acuerdos de Múnich para incorporar los Sudetes a Alemania sin contar con la presencia de ningún representante de Checoslovaquia la noche del 30 de septiembre de 1938, Juan Negrín percibió claramente que España había perdido la Guerra Civil y que los fascismos se iban a imponer sobre la República. El triunfo de Franco, la victoria de las potencias fascistas sobre la República, sintetiza todas las batallas internacionales porque fue el último momento en el que se podría haber detenido a Hitler antes de dar lugar a la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra Civil española derrumbó al capitalismo mundial

Con la Guerra Civil Española y su consecuente deshumanización del contrario, el capitalismo anunció su derrumbe, porque este acontecimiento central del siglo XX fue su última oportunidad de que un sistema republicano sustituyese a aquella revolución burguesa e industrial que traía consigo la democracia de masas y su respectiva llamada a los Derechos Humanos necesarios para que el capitalismo adquiriese con éxito un rostro humano sin actores políticos. Sucede que un sistema capitalista precisamente en nombre de su eficacia iba a terminar con su propia revolución, con su propio desarrollo. Porque, cuanto más eficaz fuese un sistema capitalista desde el punto de vista del capital, más ejercería su autoridad y terminaría imponiendo su poder sobre su propia revolución. El capitalismo, en nombre de la eficacia, se asesinó a sí mismo no pudiendo fluir por sus propios cauces, no pudiendo ser independientemente del socialismo y del comunismo libertario que emergieron en la España de 1936. La expropiación, la colectivización y la eliminación del dinero estaban construyendo los distintos caminos que salvarían al capitalismo de su sujeción política al capital y a su función específica: el dinero. El dinero indujo al capitalismo a cerrarse sobre sí mismo, conduciéndolo a estancarse y a hacerse obsoleto enseguida, pagando por su muerte la suma de mil trescientos millones de dólares. Y ya está. Paradójicamente, el fin del verano de la anarquía fue el principio del derrumbe capitalista, porque el capitalismo se hizo así mismo como el mar hace la playa: retirándose.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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