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Raphael: “Nunca nadie bailó conmigo”
El tiempo en Madrid era inestable. Tan pronto se nublaba salía el sol, acompañándose de un molesto vientecillo que sacudía las cabezas y los cristales de las oficinas en las que se concreta la cita con Raphael (Linares, Jaén, Andalucía, España, 5 de mayo de 1943). El artista acababa de autoeditarse con Mi gran noche (Sin Anestesia, 2013) recopilando esas canciones ocultas que no tuvieron su oportunidad durante la década de los 60 y los 70. ¿Aceptaría su público una vuelta más? Estaba claro que sí. Raphael es eterno y un icono multigeneracional que no se verá arrinconado en el olvido. Por eso, él mismo decide que ya es hora de enseñar esas otras canciones que no gozaron de tanta fama como algunas de sus compañeras. Y es más, no se limita a recopilarlas en su versión original, sino que además vuelve a regrabarlas aportándole arreglos de Jazz y de Big Band a un disco que inicia ya una gira eterna.
Si una canción puede hacer historia, ¿qué es lo que nos hace olvidar los recuerdos de la discoteca de la memoria?
Pues… a veces es porque no tiene la oportunidad de enseñarse. En mi caso, por ejemplo, siempre he procurado que mis discos fueran contundentes. O sea, que de las doce canciones que lleva un disco (antiguamente eran diez), doce tenían que ser contundentes. Pero por artes y bloques del destino, se quedan siempre en dos o tres, que son las que se escogen para promoción, para radiar… Y como consecuencia de eso, son las que yo escojo para cantar en público. Con lo cual, las otras nueve, se van quedando “olvidadas”. Ahora grabo menos, pero antes grababa dos discos al año, así que puedes imaginar que era una verdadera pena ver cómo esas canciones se iban quedando ahí con el paso de los discos.
Nada como uno mismo para darse cuenta de lo que tuvo… o tiene.
De pronto, un día empiezas a poner tu obra y te das cuenta de lo que había en esas canciones, a las que ni siquiera se les había dado la oportunidad. Los fans las conocen, desde luego, porque ellos no oyen las tres canciones elegidas para promoción, pero el público general las desconoce.
¿Y a qué es debido eso, Raphael?
Pues a que nunca me las han visto cantar en persona y tampoco en televisión. Y así, poco a poco, esas canciones se van quedando escondidas.
Imagino que el proyecto “Mi gran noche” nacería a raíz de eso.
Un día se lo dije a Manolo [Manuel Alejandro] y le pareció una idea estupenda sacar de la sombra esos temas. Y como ahora no se hace ese tipo de canción con esas melodías y arreglos, pues vi conveniente hacerlo.
Los arreglos de entonces eran otra historia, a mi parecer.
Antes se grababa muy bien. De otra manera, sí, pero muy bien.
¿Pero qué hace grande a una canción? ¿El público que la siente o el cantante que la transmite?
Creo que eso es un cúmulo de cosas. Tiene que ver el hecho de que la gente la sienta, que el o la cantante la transmita… Que sea del pueblo, que sea de la gente. Yo tengo una discografía, afortunadamente, que ha entrado mucho en las casas. ¡Y está en las casas, en todas las casas! Eso es porque hay gente joven que va a verme y porque también me ha oído en su casa.
A tu lado, las palabras cobran sentido.
(Risas) No sé.
Manuel Alejandro también escribía canciones que prácticamente narraban la vida de Raphael.
No. Lo que pasa es que, lo que he cantado, el público me lo ha adjudicado como si fueran casos de mi vida. Manuel Alejandro ha sido muchas veces adivino, eso es verdad, con el ‘Volveré a nacer’. Esa canción maravillosa fue escrita en el 74, pero Manuel Alejandro se adelantó cuarenta años (risas).
Bueno, son cosas que pasan…
Sí… es cierto. Luego, las cosas que te van pasando en la vida justifican ciertas letras de canciones.
Algo… ¿premonitorio?
Premonitorio, eso es.
¿Cómo es cantarle al amor o a Dios? ¿Es lo mismo?
No. No es lo mismo. Además, cantarle al amor, por ejemplo, y según la edad que tienes, le vas cantando de una forma diferente, más tranquila, más romántica o más sosegada. Conforme va pasando el tiempo, tú vas cambiando. Vas evolucionando.
¿Y cómo es cantarle a Dios o al amor cuando estás cercano a cantarle a la muerte?
(Silencio) La muerte es un acto más por el que tenemos que pasar todos, ¿no? A mí ya me queda más fácil porque ya he visto a la muerte. La conozco y la he tenido muy cerca, acompañándome durante mucho tiempo y muchos días. Pero tampoco es para tanto. No hay que tomárselo tan en serio. ¡Hombre! Serio es, pero quiero decir que, como es una cosa que va a llegar, lo mejor es tomárselo con calma. Vive la vida lo mejor que puedas. Total, estamos aquí de paso. Pásalo lo mejor que puedas.
Cantar no deja de ser una expresión de dolor…
Sí. Depende del estado de ánimo que uno tenga, puede ser una expresión de alegría o una expresión de dolor. Siempre soy diferente en el escenario porque depende del estado de ánimo que yo tenga. Cada día estoy de una forma diferente. Parecida, pero diferente.
¿Como un actor?
Es igual, sí. Bueno, en definitiva, yo soy un cuentacuentos. De hecho, siempre he dicho que soy un cuentacuentos. Pero como tengo una voz que no está tan mal, la uso para cantar (risas).
Parece que le ha salido bien.
Mira, ¿ves? (Risas) Aunque hay momentos en los que me sale mejor que otras veces.
Si mal no recuerdo, a usted…
No me llames de usted, por favor (risas).
Bueno, si mal no recuerdo, te era más fácil cantar que hablar cuando eras pequeño.
Y es cierto. Cuando era pequeño y ahora. Me las defiendo mejor cantando que hablando. Soy un cuentacuentos pero musical.
¿Podría ser también un trovador?
Bueno, sí. ¿Por qué no? Ese es el comienzo, digamos.
¿Ha estado alguna vez asustado Raphael? “Mi gran noche” es, si se me permite, un avance. Diría que incluso es adaptarse a los tiempos que corren.
Siempre he ido adelantado, Carlos. Eso a lo que se le llama “transgresor” es lo que he sido durante toda mi vida. Siempre lo digo y es la única verdad, es así, pero cuando yo salí a los cantantes se les llamaba crooners. Cantaban para que la gente bailara con ellos. ¿Cómo que bailar? ¡Conmigo no se baila! (Risas) Prefiero que me escuchen. No lo tuve que decir, en fin, pero era la idea. Nunca nadie bailó conmigo.
¿Sin excepciones?
Bueno, bailan ‘Escándalo’ y todas esas cosas, pero dentro de un estadio, un teatro… o lo que sea, pero no es una sala de fiestas ni un baile.
¿Qué diferencias encuentras, por lo tanto, entre el cambio y la evolución?
A mí, la palabra “cambio” me asusta mucho porque el cambio es una cosa muy drástica. Soy una persona que va evolucionando constantemente. Soy más de evolucionar que de cambiar.
Por otro lado, te autoeditas también.
Claro. Además, lo hago con un sello llamado Sin Anestesia (risas).
¡Sin dolor!
Hombre, esperemos que no duela.
Encuentro interesante que dijeras en el vídeo de presentación que te gusta “enseñar” la música por Internet. Ese interés aumenta más todavía viendo que no utilizas la palabra “vender”.
Es que, desde hace muchos años, el vender o no vender no es algo que me quite el sueño. Además, el sueño es enseñar mis cosas, mi obra. Trabajo porque me gusta hacerlo. Soy un enamorado de mi profesión porque tengo pasión por ella. En realidad podría estar en la playa tomando el sol, pero eso es aburridísimo. Sí, te pone muy moreno, pero es aburrido (risas).
Hay chiringuitos, hombre…
Pero es que yo no bebo (risas). Además, estar todo el día con el Trinaranjus tampoco me llama la atención.
Y ya que hablas de la pasión, ¿el soporte físico quedará siempre para los románticos?
No… no. El soporte físico está muy bien porque, digamos, es el recuerdo que te queda. Eso es fantástico cuando tienes una biblioteca con una discografía tremenda. Lo malo es ahora, que te condensan todo en una cosita así de chica [juntando el dedo índice y pulgar, Raphael simboliza la insignificancia del tamaño]. ¿¿Y eso es todo lo que he hecho en mi vida?? (Risas) Me gusta más lo otro. Es más aparatoso y ocupa más sitio, pero se ve más bonito.
Ahí quedará el formato single.
Pero el formato single es muy chico también. Los álbumes de antes, los famosos vinilos, tenía mucho arte y se lucía todo el mundo. No solamente nosotros cantando y la orquesta tocando, sino que también estaban los dibujantes, los que hacían la portada… Es que era todo una obra de arte.
¿Y respecto a Internet?
Con eso que dices de Internet, pretendo usar ese nuevo camino que tenemos los que nos dedicamos a la música como algo interesante. O sea, que Internet no me use a mí. No voy a estar ahí las veinticuatro horas del día. ¡Hay quien se pasa las veinticuatro horas del día ahí!
Puede que no les resulte tan fructífero.
¿Pero y qué más cosas hacen? ¿Comen? (Risas)
Algunos se comunican, hombre.
¿¿Pero todo el día?? Hay que tener tiempo para todo, ¿no? Comunicarse un par de horas, una hora…
Vuelvo al disco. Me he fijado en que las canciones comprenden mediados de los 60 y casi primeros de los 70.
Sí, porque he empezado por ahí. Pero voy a continuar, ¿eh? Pero no sé. Digamos que ahora me viene un disco normal, lo próximo, que irá a las tiendas y esas cosas. Pero cada vez que tenga tiempo o un ratito, cogeré más canciones que no quiero que se queden en la oscuridad. Hay un par de cientos de canciones que no quiero que se queden ahí perdidas.
Y nada inferiores, respecto a la calidad.
Tengo la inmensa suerte de tener unas canciones muy buenas que hoy en día no se hacen. Es más difícil.
Federico García Lorca escribió numerosas obras pero al final se le terminó recordando por algunas como “Poeta en Nueva York”.
Como a mí se me va a conocer toda la vida por ‘Yo soy aquél’, ‘Cuando tú no estás’, ‘La canción del trabajo’, ‘Desde aquél día’, ‘Escándalo’, ‘Que sabe nadie’, ‘En carne viva’ o por ‘Maravilloso corazón’ y alguna otra más. Pero no son necesariamente las mejores.
Las más conocidas pero no las mejores.
Claro. Fueron las que se escogieron para publicitar los discos. Pero por ejemplo, ‘Volveré a nacer’, que no es una canción popular pero que sí conocen mis fans, es una de las tres mejores canciones de toda mi historia.
Yo, si me lo permites, me decanto por ‘Mandarme rosas’.
Sí, pero para el tiempo en que se hizo fue más juvenil.
¿Y qué sucedió con “Aleluya del silencio”? Creo que no tuvo demasiada aceptación en su conjunto…
No, hombre. Fue un número uno durante mucho tiempo en todas partes. Además, fue grabado en inglés, en alemán, en italiano… Fue un disco con mucha aceptación. Un tacazo, como se suele decir, en ventas.
¿El último tacazo?
Para nada. Siguieron otros tacazos como ‘Que sabe nadie’, ‘En carne viva’, ‘Como yo te amo’, ‘Escándalo’…
‘Escándalo’ fue un resurgimiento, aunque no sé si me permites decirlo así.
Sí, te lo permito porque además venía en un disco llamado “Ave Fénix” (risas).
¡Y todavía agotas entradas! Que es lo bueno.
Pues sí, Carlos. Es lo principal. La gente sigue yendo verme.
Entonces no se podría decir que resurges.
Lo que pasa es que cada cinco años me pongo las pilas y como que doy una vuelta de tuerca. Iba a decirte cada década, pero es cada cinco años. Y es una vuelta de tuerca que doy sin querer. No es una cosa pensada ni maquinada, pero mi cuerpo y mi forma de ser siempre dan un vuelco y una vuelta de tuerca.
¿Te lo pide el cuerpo sin que tengas que buscarlo?
No lo busco, viene solo y nadie me lo pide. Quiero decir que no tengo una casa discográfica que me ordene, nunca la he tenido. Siempre, para todo, la culpa es mía. Tanto para lo bueno como para lo malo. Soy el culpable.
¿Qué harías si, remotamente, perdieras todo el público que tienes?
Entonces tendría que irme a la playa esa de la que hemos hablado antes para tomarme unas vacaciones largas.
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