Inside Out

Sí, follamos. ¡Por supuesto que follamos!

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Post-porno, asistencia sexual, sadomaso en silla de ruedas. Hablamos con uno de los directores de ‘Yes, we fuck’, el documental sobre sexo y discapacidad que nadie había hecho… Hasta ahora.

“¿Y en qué cojones andas pensando tú todo el día?”, espeta Antonio Centeno cuando le traslado ese runrun general que conecta con precisión sináptica la discapacidad intelectual con un exceso de desinhibición. No es el tono general de la entrevista; Centeno es educado, reflexivo, didáctico incluso. Se le notan todos los años que pasó enseñando matemáticas a adolescentes en celo. Pero el comentario ilustra muy bien el propósito de Yes, we fuck, el documental que ha rodado mano a mano con el realizador Raúl de la Morena. Tonterías las justas. Los tópicos a la papelera. Sí, follamos. ¡Por supuesto que follamos! Discapacitados intelectuales, personas con diversidad funcional, ciegos, sordos, mudos. Todos follan, o lo intentan. Como tú.

Antonio sufrió un accidente con 15 años que le provocó daños severos en la médula espinal. Lo que durante tres décadas ha sido la experiencia personal del que se ve obligado a vivir la sexualidad de otra manera, ahora es la piedra angular de un activismo que pretende dinamitar prejuicios y sobreentendidos. Y eso pasa por hacer el documental que no esperas ver. Ese es el primer muro que Yes, we fuck derriba; se aleja a 29 fotogramas por segundo del documental sobre personas con discapacidad como vehículo para aliviar conciencias. Documental de profundo calado social/sentimental, lagrimita mejilla abajo, y a otra cosa. No es la idea. Eso ya se ha hecho y se sigue haciendo. Mostrar sin opinar, tomar instantáneas de lo que tu cerebro te cuenta que es tabú o que ni siquiera existe. Poner en jaque la cuadrícula guarecida y confortable en la que vives. Esa sí es la idea.

Muchos años de activismo que ahora derivan en Yes, we fuck. ¿Qué papel juega el documental en la labor que venías realizando?

El objetivo inicial, el que teníamos más claro, era visibilizar a las personas con diversidad funcional como seres sexuales. Como cuerpos que son deseantes y potencialmente deseables. No desde la mentalidad habitual, de intentar encajar en lo que hay. No se trata de un “yo también puedo”, yo subo al Kilimanjaro en silla de ruedas, hago el Camino de Santiago a la pata coja… No es esa actitud de superación, sino transformar la actividad alrededor de la sexualidad, del deseo, del placer. Para el conjunto de la población, no sólo para las personas con diversidad funcional.

A pesar del guiño al “Yes we can” obamesco el título no es “sí, podemos follar”, es “sí, follamos”. Punto.

Exacto. Es una ayuda para hacer más evidentes ciertos desajustes que hay en general, para todo el mundo, a la hora de relacionarse con su propio cuerpo. Cómo construir y cómo vivir el deseo y el placer. Son cuestiones generales, de todo el mundo. Cuando pones el foco en personas con un cuerpo extremadamente diferente y que por lo tanto también son leídas socialmente de manera diferente, eso que es común a todo el mundo se pone más de relieve, queda más claro. Por eso era importante enfocar la sexualidad desde la diversidad funcional, no para hablar de un grupo específico de gente rara haciendo cosas raras, intentando ajustarse al modelo general, sino para exponer cuestiones que están mal resueltas y que hay que repensar. Queríamos historias que fuesen significativas, en el sentido de que pudiesen transmitir algo a cualquier persona, tenga diversidad funcional o no. Por supuesto, también a las personas con diversidad funcional, porque esto es, digamos, una barrera previa que hay. Todo este pensamiento que nos asexúa ha sido interiorizado por las propias personas con diversidad funcional y muchas veces no somos conscientes de que la sexualidad está ahí para vivirla a nuestra manera. Que no es necesario hacer toda esa gimnasia y esos malabarismos que vemos en las películas pornográficas para poder estar en ese terreno de la vida.

En el documental hay sexo explícito, lenguaje más explícito todavía e incluso se vierten ideas que están muy lejos de los cuatro conceptos que maneja el ciudadano medio. ¿No hay peligro de que pueda salir espantado ese ciudadano medio?

Claro. Ha sido un punto muy difícil ese, y aún no sabemos si habrá funcionado bien o no. Es decir, tienes que hacer algo que sea lo suficientemente diferente de lo que la gente tiene en la cabeza para sacudir al espectador y hacerle repensar cosas. Que después de ver esas historias la gente salga con algunas preguntas sobre esa realidad que hasta ese momento habían asumido de manera automática en base a los estereotipos que circulan por ahí fuera. Pero al mismo tiempo no puedes estar tan lejos de lo que tiene en la cabeza como para que desconecte, como para que piense que eso no va con él. Ese punto de equilibrio es muy difícil de encontrar.

Ahí está el segmento dedicado a Oriol, que es muy aficionado al sadomaso y quiere contratar a una prostituta para vivir la experiencia en primera persona. Esto es una declaración de intenciones: de aquí para abajo, todo.

Sí, de esa historia nos interesaba sobre todo el acercamiento puramente lúdico a la sexualidad. Muchas veces, cuando se habla de sexualidad y diversidad funcional se hace desde el problema, desde el riesgo, desde el abuso, desde la enfermedad. Así que elegimos una historia donde quedara muy claro ese componente lúdico, de placer y de experimentación. Por eso nos interesaba la historia de Oriol.

¿Percibimos de una manera diferente a alguien que está en una silla de ruedas y le gusta el sadomaso que al consumidor habitual de ese material?

Claro. Esto también era uno de los planteamientos iniciales. Una de las cosas que más daño hacen a este colectivo es la infantilización. Tratarlos como niños eternos. Cuando se piensa así en nosotros parece que sea natural que seamos dependientes, parece que es la biología la que nos hace dependientes y se obvia que hay cuestiones políticas y sociales que son las que realmente generan esa dependencia. Y para romper ese círculo vicioso pensamos que la sexualidad era un terreno ideal, porque, en la medida en que te visualizas como ser sexual, desde ese momento ya es mucho más difícil seguir con ese proceso de infantilización. Se rompe esa visión supuestamente natural de dependencia y se vuelve a la cuestión político-social.

Si bajamos a la calle y preguntamos a los viandantes, ¿la mayoría creen que alguien paralizado de cintura para abajo es impotente?

Sí, pero sobre todo que es alguien que no vive la sexualidad de ninguna manera. Que eso es algo que queda fuera de su vida. Porque aquí nadie ve porno, pero al final todo el mundo tiene como baremos de lo que es el sexo lo que se ve en el porno. Si tu sexualidad no consiste en eso, en una erección y penetración por aquí y por allá, y eyaculación y tal, pues no es sexualidad, es como un sucedáneo, una cosa menor. Habrá quien pueda tener erecciones y habrá quien no, dependerá de cada caso y de cada persona. La cuestión es no asumir nada de manera automática.

Hay una cuestión que se pone especialmente de manifiesto en el segmento dedicado a la mujer ciega. ¿Qué es lo que en realidad nos erotiza? Con alguien ciego se van al cuerno unos cuantos convencionalismos.

Siempre hay posibilidades. Por ejemplo, si hablamos de las personas sordo-ciegas está el tacto, está el olor, el sabor. Lo que hemos podido comprobar es que la gente siempre encuentra la manera de disfrutar si se lo permiten, si el sexo no es algo que automáticamente queda fuera de sus vidas. Si se da la oportunidad de vivir experiencias va a haber siempre posibilidades, porque el placer se puede experimentar de muchas maneras. Puede que no haya siempre garantías, pero siempre hay posibilidades.

Eso es. En la diversidad funcional hay una oportunidad. Es decir, en la medida en que tu cuerpo funciona de manera diferente y tu sensibilidad es diferente eso te deja fuera del guion de Hollywood y te abre ventanas para generar tu propio guion. Las personas con las que compartes eso participan también de esa situación. Como no hay un guion, como está claro que repetir lo que nos han inculcado es imposible, pues hay que experimentar y hay que probar, y hay que jugar. Eso, vivido de esa manera, puede enriquecernos mucho. O puede ser muy angustioso si es al contrario, cuando la gente se empeña en intentar encajar en el modelo que nos han metido en la cabeza. El intento de ser lo que no se es puede ser muy frustrante.

¿Por eso aparecen en el documental personas del colectivo LGBT?

Era algo que no teníamos previsto cuando empezamos el documental, pero ha sido quizá de lo más rico que nos ha pasado. Al empezar a tratar estas ideas pues enseguida encontramos otro grupo que hacía activismo político alrededor del cuerpo, y eran discursos muy afines. Era la necesidad de reapropiarte de tu cuerpo, que se te deje ser como eres, no intentar cumplir con unos ciertos mandatos o unas normas, y ahí nos encontramos con gente de los feminismos, del mundo queer, las Marimachos Cancerosas. Gente que también lleva años trabajando políticamente alrededor del cuerpo. El cuerpo como eje de lucha política.

Una de esas personas es la que asiste, en otra de las historias, a una mujer que no es que tenga dificultades para mantener relaciones sexuales, es que no puede ni tocarse. No sé si nos hacemos una idea de lo que eso implica. Llegar a los 11, a los 12 años, sentir los primeros picores y ser incapaz siquiera de masturbarte.

Es un problema muy serio, porque la relación con tu propio cuerpo, desde cualquier punto de vista pero especialmente desde el punto de vista sexual, es algo que se va construyendo desde niños, y que pasa por diferentes etapas; la infancia, la pubertad. Si desde el principio no puedes vivir ese proceso porque necesitas el apoyo de alguien para tener acceso a tu propio cuerpo, y resulta que por lo hipócrita que es esta sociedad en la que vivimos no se ha pensado en ningún tipo de apoyo para que el niño o la niña puedan vivir ese proceso, eso es muy grave. Ahí es donde aparece un divorcio total con tu cuerpo. Al no poder acercarte a tu propio cuerpo desde un punto de vista erótico sólo lo vives como algo que te hace sufrir. Se produce un distanciamiento de tu propio cuerpo que es terrible. Es lo que te decía antes, tú mismo sacas el sexo de tu cabeza porque no tienes alternativas para vivirlo de otra manera.

Como el que pasa por delante de una pastelería cada día pero no tiene pasta para comprarse un bollycao…

Claro, llegas a la conclusión de que los pasteles son muy malos y que no te gustan. Por eso es muy importante la figura del asistente sexual tal y como yo la entiendo.

¿Qué es un asistente sexual? ¿Algo como el personaje de Helen Hunt en Las Sesiones?

No. Eso es lo que se conoce como subrogado sexual. Para mí la figura del asistente sexual no es alguien con quien tener relaciones sexuales; eso es una figura ya conocida, que se mueve dentro de la prostitución, que está muy bien, que es inclusiva y acepta a todo el mundo. Perfecto. Yo hablo de una figura diferente, porque con la prostitución tú accedes a otro cuerpo. El asistente sexual es un apoyo para acceder a tu propio cuerpo. La diferencia es que si tú o yo queremos una felación nos toca hacer lo mismo: o pagar para que nos la hagan o llegar a un acuerdo con alguien por amor, por cariño o por lo que sea. Pero si lo que queremos es masturbarnos, ahí es donde hay una diferencia, porque tú puedes elegir hacerlo por ti mismo, pero yo no tengo esa opción. Yo necesariamente tengo que contar con la ayuda de alguien para acceder a mi propio cuerpo. No a otro cuerpo, al mío. Y también para tener acceso a otras personas, porque puede haber parejas de personas con diversidad funcional que para tener relaciones sexuales necesiten que alguien les ayude. Es muy importante esa figura para que no se produzca ese bloqueo, ese alejamiento del propio cuerpo, y se pueda vivir un proceso como el que vive todo el mundo.

Parece un tema a tratar sobre todo con los padres de las personas que nacen con esos hándicaps.

Este tipo de cuestiones pasan por concienciar a los padres, claro. La actitud habitual, que es terrible, es la de no hablar del asunto, no hacer nada, porque… ¿y si le interesa el tema? ¿Y si luego va a querer tener relaciones con otras personas y se va a sentir rechazado? Estos prejuicios, estas ideas, este estereotipo que funciona de manera tan potente, provoca que los padres en este terreno prefieran hacer como si no existiese, y si en algún momento se da una situación que les supera acuden a profesionales, a psicólogos y demás, para abordar el tema.

Es complicado.

Es muy complicado. Hace falta generar otro tipo de ideas para que ya estén en la mente de la gente como posibilidades reales. También hace falta que la cultura, el cine, la televisión, generen otras historias para que esté presente en el imaginario colectivo que se pueden vivir esos procesos de otra manera.

¿Qué crees que deberían hacer los padres? Cuando el hijo es menor, cuando es un niño.

Bueno, no es una situación sencilla. Sobre todo, tener presente que eso está ahí, que es real y que hay que poner herramientas para que se viva de la mejor manera posible.

¿Pero cuáles pueden ser esas herramientas?

Va a depender mucho del momento del niño, de su madurez. Insisto, tener claro que por no hablar de ello el tema no va a desaparecer sino que se va a generar un problema mayor. Que se viva dentro de la familia como algo natural, como pasa con todo el mundo, y que el niño o la niña sepan que no tienen que vivir eso con angustia o con vergüenza, que puedan expresarse.

Yes, we fuck comienza con una especie de taller donde hay gente que no se conoce, que ni siquiera tiene por qué gustarse. Pero están disfrutando. ¿Cómo se llega a eso?

Claro, porque el planteamiento no era el típico: busco un objeto que sea de esta cierta manera y aplico una serie de técnicas para tener placer, sino que el placer no está en un objeto, está en una actitud, en una forma de relacionarse. Y ahí cualquier cuerpo ofrece posibilidades. También, pensar que sentir deseo es una forma de sentir placer, y que sentir placer es algo que genera deseo. Al quitarte de encima esta necesidad del objeto-deseo, la cosa se vuelve mucho más rica.

Suena a un taller al que deberíamos ir todos para cambiar el chip.

Es que el colectivo con el que lo montamos siempre había trabajado con personas que no tenían diversidad funcional. Si hicimos esta historia para el documental es porque este planteamiento que hay desde el post-porno, el darle la vuelta al porno y convertir aquellos que eran objetos en sujetos, que es la base de ese colectivo, encajaba muy bien con la intención del documental. Estamos acostumbrados a pensar en el placer y el deseo en términos muy cuadriculados. Hay un objeto de deseo, que es de una cierta manera, muy concreto, y sobre él opera nuestro deseo para conseguir el placer, que tiene unos ciertos mecanismos también muy concretos. Y ese un planteamiento muy estrecho. Que también forma parte de la complejidad de la vida sexual, vale; pero es sólo una parte. Si no salimos de ahí nos perdemos muchísimas cosas.

La película termina con un grupo de gente con diversidad intelectual, gente con síndrome de Down u otras disfunciones, hablando de sexo, pero es la única historia donde no se muestra sexo explícito. ¿Por qué?

Hacía poco que habían empezado con ese tipo de actividades y por eso la entidad que los agrupaba se interesó en participar en el documental. A nosotros nos vino estupendo porque es muy difícil encontrar personas con diversidad intelectual a las que poder acceder para hablar de sexo. Ya no para filmar prácticas sexuales, como en el resto del documental; ni siquiera hablar del tema era fácil. Y estamos muy agradecidos a la entidad y a los padres que aparecen. Esos padres han dado la cara y han sido capaces de mirar de frente y no hacer como si nada de esto existiese. Ellos siguen hablando de ligadura de trompas, de embarazo, de abuso, pero creemos que estamos delante del mejor punto de partida: padres que están dispuestos a no ignorar el tema.

Ese último segmento plantea otro debate que tampoco está en la calle: la necesidad de consentimiento parental cuando uno tiene una diversidad intelectual.

Es un problemón. Y hay una cuestión legal, porque existe una figura que se llama la incapacitación jurídica que supone la muerte jurídica de la persona. Alguien se hace cargo de todas sus decisiones. Ese tipo de figura ahora está en cuestión, y hay un convenio internacional de Naciones Unidas, que está firmado por el Estado español, y que dice que ese tipo de figuras no pueden existir. Lo que hay que crear no es un sistema que sustituya la voluntad de la persona sino un sistema que les dé apoyo para tomar sus decisiones. Aunque no sean las mejores, aunque no sean las que nos parezcan idóneas; pero que sean suyas.

Uno de los chicos dice que todavía no ha mantenido relaciones sexuales porque “eso lo tengo que hablar con mis padres” (sic). ¿Le han educado en esa dependencia o es algo que surge de él?

No, lo tienen totalmente interiorizado. Todo ese tipo de decisiones pasan por los padres. Pero es una situación difícil. El trabajo con las familias es complicado, porque las familias tienen miedo, porque no tienen claro casi nada desde el momento en que nacen sus hijos, y sólo esperan que la vida de sus hijos sea difícil. La sexualidad no la ven más que como un problema. Salir de ahí no es fácil, porque las familias piensan que están haciendo lo mejor…

Piensas que haces lo mejor pero le estás negando una fuente de goce…

Pero es que ellos no imaginan la vida de sus hijos en términos de placer sino en términos de supervivencia, por ese miedo que tienen. Sólo piensan en términos de seguridad, y eso es muy difícil de revertir. Creo que hay que ir generando experiencias para que haya referentes, otras imágenes en la cabeza de esas familias.

Y se emparejan entre ellos. Esto no creo que sea casualidad.

Eso pasa porque hay mucho estigma. Hay un problema que es que parece que la monstruosidad se contagia. Es decir, se percibe al diferente como algo no deseable, como algo negativo; como el “monstruo”, entre comillas. Entonces, resulta que si a mí me excita y me atrae ese monstruo, pues en cierta manera yo también soy un monstruo. Porque lo que se me está diciendo es que su cuerpo no puede ser deseable, porque ese cuerpo está mal, porque ese cuerpo debería ser de otra manera.

Seamos honestos, cualquiera que mañana se encuentre al vecino liándose con una chica con Síndrome de Down va a pensar lo peor. Y no ya en los términos que planteas, pensarán que está abusando de ella, como poco.

Es así, esto funciona de esa manera. Por eso es importante generar esos otros imaginarios y ahí es donde la cultura tiene un papel fundamental. Eso es lo que intentamos hacer con Yes, we fuck. Romper automatismos y clichés.

Me chocó que se hablara de esterilización. Me choca que exista la posibilidad de hacerle eso a alguien sin su consentimiento, como si fuera un animal. Peor, porque el animal no es consciente de lo que le has hecho.

Tenemos una ley antigua que no es compatible con el convenio internacional, la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad, que es un convenio de Derechos Humanos firmado en la ONU por España y que le obliga a cambiar algunas leyes. Una de ellas es el tema de la esterilización. Es una cosa muy bárbara. Por el miedo que tú puedas tener pisoteas y pasas por encima de derechos elementales de esta persona. Pero la ley actual en España va a tener que cambiar. De hecho, ya hay grupos de trabajo que está en ello y eso va a cambiar, porque no puede ser de otra manera. Cuando grabábamos el documental, una de las chicas nos decía: “pero, vamos a ver… ¿A mí por qué me van a esterilizar? Me pongo un aro de esos, o que mi pareja se ponga un condón…”. No es tan complicado. Sólo se trata de que tengan la información, que conozcan todas las posibilidades, y a partir de ahí… Hay uno de los padres que lo dice muy claro: “a nuestro hijo sin diversidad funcional nadie le pide cuentas. Si quiere vivir con alguien, si quiere tener hijos, si quiere hacer lo que le dé la gana, nadie se lo cuestiona aunque a lo mejor no esté preparado”. En cambio, para el que tiene diversidad intelectual, siempre está en cuestión cualquier cosa que haga. Si no es la manera que a nosotros nos parece adecuada pues pensamos que es un error fruto de su condición.

Sobre las personas con diversidad intelectual planea ese cliché de que son más desinhibidos, o desinhibidos en exceso. ¿No será que el resto estamos cohibidos en exceso?

Sí. Hay quien dice que es que nada más que piensan en el sexo. Bueno, ¿y tú en qué cojones estás pensando todo el día? Mira, a mí me decía una amiga argentina que alguien le soltó: “es que tú hablas mucho, ¿no?”. Y ella le respondió: “bueno, hablo lo mismo que tú, pero para tu modelo  de sudamericana calladita y sumisa pues te parece que hablo mucho”. Son estereotipos, mitos. Obviamente la sexualidad está presente siempre para todo el mundo. Y lo que nos puede llamar la atención es que se puedan comportar en algún momento de manera diferente, pero eso se acentúa porque los vemos diferentes. En todo caso, los desajustes que pueda haber no son debidos tanto a la diferencia sino a cómo han vivido. Como no han tenido los apoyos ni los entornos adecuados para poder relacionarse con otras personas, a lo mejor aún no han aprendido a hacerlo, o no han aprendido a hacerlo con los mismos códigos del resto de las personas. Así que muchas veces el problema no es la diferencia en sí sino los prejuicios que rodean a esa diferencia.

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

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