Inside Out

La soledad aniquiladora

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Describir la causa que ha llevado a la destrucción de la vida tal y como la conocemos es, probablemente, lo más exigente a la hora de diseñar un escenario postapocalíptico. Contamos con un buen punto de partida, que es la situación presente, la que todos vivimos día a día. También tenemos, lamentablemente, mucho material que puede suponer una amenaza para nosotros. Si avanzamos un paso más en el terreno fértil que es la distopía, es posible crear un entorno donde la humanidad decae y da lugar a una dura lucha por la supervivencia. En Los últimos días (David y Álex Pastor, 2013) tenemos todos estos elementos, expuestos de una forma más o menos afortunada. Tan sólo hay que añadir una dosis fantástica para convertir lo real en una historia dramática en la que el mundo conocido se apaga. Y ese punto de inflexión resulta muy original en esta cinta. Que la agorafobia sea la causa de la desaparición de la humanidad puede parecer, a simple vista, demasiado extravagante: quien se expone al aire libre simplemente muere.

Sin embargo, ese trastorno esconde algo más. Si apartamos toda la trama emocional, las acertadas escenas de acción, los cuidados planos generales de una Barcelona destrozada, podemos atisbar una carga moral palpitando en el núcleo de esa Naturaleza agonizante que clama por una mejor comunicación entre los seres humanos. Con una muerte segura aguardándoles si salen al aire libre, los humanos se ven obligados a replegarse y compartir por necesidad espacios que antes, en su vida cotidiana, daban por sentado. Los lugares cerrados adquieren un valor inimaginable al convertirse en refugios vitales en los que se desarrolla un nuevo microcosmos donde la sociedad comienza de nuevo, de una forma muy semejante a lo que pudiera ocurrir en los remotos inicios de la humanidad. Retrocedemos, en cuestión de meses, a un estado ya no de barbarie, sino de salvajismo, donde prima la fuerza bruta entre personas que no están preparadas para los enfrentamientos directos; es posible que esos enfrentamientos los hubieran conocido de otra forma, revestidos de palabrería, falsedad, egoísmo. Pero ahora ya no hay lugar para esos subterfugios civilizados. Ahora sólo las armas improvisadas y una mente ágil son lo que más cuenta en la vida dentro de los recintos. Porque ahí dentro es donde deben permanecer si quieren subsistir.

La relación entre Enrique (José Coronado) y Marc (Quim Gutiérrez) refleja la última oportunidad que tiene el ser humano para sobrevivir en esa sociedad precaria. Su odisea por los subterráneos de Barcelona pretende ser una simple metáfora de cómo debieran haber sido las relaciones humanas en días mejores; o, al menos, cómo debieron comunicarse individuos moralmente opuestos. Pero el rasero común de los sentimientos personales les empuja a una búsqueda que eventualmente les llevará a encontrarse a sí mismos. Esa es la situación ideal. La humanidad tuvo mucho tiempo para aprender a convivir y a relacionarse sin oscurantismos, sin encerrarse tanto en sí misma. La Naturaleza observaba con paciencia cómo el ser  humano cada vez se hundía más en una soledad de masas, hasta que dijo basta. Y estalló en algo tangible y literalmente mortal. Ahora hemos aprendido por las malas que si estamos solos, alejados de cualquier tipo de ayuda, simplemente morimos, y además de una forma agónica. Pero hemos llegado demasiado tarde. Enrique y Marc están viviendo, quizás sin saberlo, los últimos días en los que puede existir una amistad realmente honesta.

Es arriesgado clasificar la película como cine de horror, especialmente cuando este género, siempre delicado en su forma, ha ido mutando en una serie de cintas llenas de elementos sobrenaturales y demasiado explícitos. Mas la esencia del horror no ha cambiado, por mucho que degenere en clichés comerciales. La muerte que se nos muestra tan atroz está narrada acertadamente en una escena que, para el autor de estas líneas, es una buena muestra de la esencia del pavor adaptado a los tiempos modernos: la de un hombre que entra en pánico simplemente porque le arrastran fuera del edificio. Esa escena otorga a Los últimos días un matiz crudo que debería repetirse en escenas posteriores, para así reflejar llanamente la emoción más antigua de la humanidad. Pues no puede haber más horror que el mostrado en un escenario donde se puede morir de soledad.

Colaborador en Factory Mag y lovecraftzine.com. Máster de fictionos.com espacio para el terror y otros entornos habitados por reflexiones pocas veces vistas.

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